De un tiempo para acá la frase “poner el cuerpo” me causa mucho ruido, pareciera que a  través de la historia, desde que se empezó a acuñar esa frase se hubiera convertido en  slogan progresista de cierto grupo de artistas y activistas; sin embargo, también sé que  mucha gente comprometida, no sólo ha tomado esta frase sino que la ha convertido en  acción y la ha hecho real en sí mismas, como también sé que en muchos lugares  personas -ponen el cuerpo- sin necesariamente nombrarlo de esta manera, así mismo, he  visto como ésta frase y su accionar se actualiza y se transforma con el pasar del tiempo y  es de lo que quiero hablar aquí, como se ha transformado ese accionar en mi vida y  contexto.

Poner el cuerpo en los años ochenta en Colombia, país en el que nací y en el que viví por 28  años, significaba ser un mártir. En 1985 el M-19 (movimiento guerrillero 19 de Abril) tomó  violentamente el palacio de justicia, yo tenía 4 años y vivía muy cerca del lugar; recuerdo  vagamente a mi mamá y a mi debajo de la cama, mientras mi papá hablaba con alguien  por teléfono tratando de averiguar que pasaba, yo escuchaba los disparos y estruendos  como de cañones, recuerdo el miedo de mi mamá y no recuerdo el mío porque me parece  tener la sensación de que el miedo, en ese momento, era algo confuso para mí. Muchos  años después, supe que líderes del movimiento guerrillero habían declarado: “nos  cansamos de ser sólo los del pueblo quienes “ponemos los cuerpos” ahora les toca a  ustedes los del gobierno”. En mi infancia supe lo que eran las bombas y el temor a ellas,  los atentados y asesinatos de líderes sindicales, sociales y políticos que buscaban el  cambio; por ello durante un tiempo largo de mi vida relacione esa frase con la muerte, con  luchar hasta morir, porque veía como todos los que de alguna forma buscaban un país  diferente terminaban muertos, pero eso era algo gestado desde la época que incluso hoy  siguen llamando “la época de la Violencia” (1948-1958), como si fuese un episodio lejano  de la historia actual de Colombia. Por otro lado, vivíamos la discriminación hacía mi mamá  que provenía de una familia de raíces negras del caribe colombiano y quién había  buscado “mejorar” su vida en Bogotá, la capital del país, y yo siendo la mezcla de un  hombre blanco y una mujer mulata, no tenía los rasgos de las niñas capitalinas que se  sentían con el derecho de burlarse de mi por parecer más costeña que bogotana.

Ya en la Universidad, a finales de los noventa “poner el cuerpo” era un término trillado o por lo  menos lo que significaba -ser un mártir-, y terminaba siendo usado como nombre para las  retrospectivas de artistas que durante los 70´s y 80´s habían trabajado el tema de la  violencia en sus obras. Para mi seguía siendo el término con el que relacionaba aquel  momento de terror en mi infancia y la larga lista de muertos por querer cambiar el rumbo  violento y narcocorrupto del país. Yo estudiaba en la Universidad Nacional de Colombia, la  universidad pública del país y que para ese entonces ya estaba siendo privatizada, por lo  cual desde muchos años atrás a mi ingreso, los estudiantes se organizaban para marchar  y protestar en contra de la privatización de la educación, pero en aquella época, finales de  los 90´s y comienzos de los 2.000´s la situación tenía que ver con protestar contra las  políticas de gobierno que destinaban todo el capital a la guerra, dejándonos sin salud,  cultura, arte, o educación pública, dejándonos con un futuro incierto; no es gratuito que 21 años después de aquel entonces, existan hoy jóvenes que ya no les importe estar en las  primeras líneas de las marchas dando la vida a manos de policías y paramilitares como  en las recientes protestas ocurridas en Mayo de este año en mi país; esta nueva  generación llego al punto de no tener nada, no tener futuro. En esas marchas y protestas  que yo viví en la universidad, a veces pacíficas y otras violentas me encontraba junto a  otros compañeros y compañeras para lanzarnos a las calles y reclamar por lo que nos  correspondía por derecho; siendo entusiasta de las mismas perdí toda esperanza en  ellas, cuando vi morir primero a un compañero a manos de un policía y una siguiente vez  a un policía a manos de un compañero, quizás fui cobarde, pero eso me hizo pensar que  la universidad se había convertido en el reflejo de la guerra del país, una guerra donde  gente de la misma familia podían matarse unos a otros por ser parte de bandos contrarios  y al final nada cambiaba, el gobierno seguía usándonos a todos y todas como títeres para  sus intereses particulares, pensé también que en ese país nadie estaba a salvo y que sí,  como lo había dicho el M-19 años atrás éramos el pueblo el que ponía el cuerpo -los  cuerpos- , pensaba en aquel entonces que seguíamos siendo los mártires y yo no quería  ser un mártir; yo quería buscar otras formas de cambiar las cosas, no sumando más  violencia a la violencia. 

Entonces metí mi cabeza y mi cuerpo de lleno en bailar y crear, pero si vives en un país  como Colombia sin garantías de nada, ni condiciones de vida sustentable como eran las  mías pues no hay manera que la guerra, la violencia y todo lo que eso conlleva no te  atraviese, porque todo el tiempo de alguna forma estás pensando cómo sobrevivir, así  que todo el dolor, la rabia, la frustración por lo que pasábamos, y aquí hablo en plural  porque en aquel entonces mi grupo de danza se encontraba con las mismas inquietudes  que yo, se fue reflejando en nuestra manera de movernos, de crear, de asumirnos en el  mundo, de estar en el mundo y entender que siempre estuvimos y estamos poniendo el  cuerpo. Entonces, nos encontramos allí elaborando avenidas para liberar el cuerpo de – Ser mártir- y convertirlo en potencia, “poner el cuerpo” se convirtió en eso, en una potencia  de liberación del hartazgo, de la rabia, del dolor. El cuerpo entonces significaba el eje  primordial de la experiencia que nos acontecía día a día y el valor que tenía ser una  generación que debía dar una vuelta de tuerca a la martirización del cuerpo en muchos  sentidos, y entenderlo como una entidad promotora de conocimiento con miras a afrontar  de maneras menos convencionales las problemáticas políticas y sociales del país. El  cuerpo es y ha sido el blanco del conflicto armado, social y político en Colombia y es  desde el cuerpo que podemos encontrar formas experimentales y menos convencionales  para buscar posibles acciones en contra de la fragmentación y la violencia. Y eso se vio  reflejado no solo en la acción social que nos comprometía en aquel entonces, sino  también en como asumimos nuestra educación y nuestro hacer en la danza. Así que en  aquel momento el poner el cuerpo significaba para mí la potencia de lo que podíamos ser  y hacer desde nuestro cuerpo y desde nuestros nichos.

Los últimos años que viví en Colombia quizás fueron los que más me confrontaron con  aquella idea de “poner el cuerpo”, porque fueron los años en los que el miedo calo muy profundo en mí, incluso al punto de enfermar. Por situaciones muy complejas en mi vida,  tuve que vivir en una zona roja, al principio y según mis ideas políticas y sociales podía  afrontar aquel lugar e incluso ingenuamente llegue a pensar que podía ayudar a  transformarlo, pero allí me di cuenta que se necesita mucho más que ideas y anhelos  para que un tejido social completamente arruinado cambie, durante aquellos 3 últimos  años dormir era muy difícil, entrar o salir de casa era aún más complejo y buscar las  formas de sobrevivir era el pan de cada día, comprendí que a pesar de todo lo que había  vivido antes era demasiado ingenua y que el horror de un país carcomido por la guerra  era aún peor de lo que podría cualquiera imaginar, comprendí que hace falta mucho y a  muchos para lograr un cambio verdadero en una sociedad completamente arruinada,  pensé que “poner el cuerpo” no era suficiente de ninguna forma, que mientras haya  hambre e injusticias no hay forma de cambiar nada. Fue una época muy dura dónde cada  día representaba una victoria llegar a casa y estar a salvo. Esa vivencia, que agradezco  porque me enseño mucho, es algo que no quiero volver a tener nunca más en mi vida, fue  una de las razones por las que me quede posteriormente en México y por la que no he  querido, ni quiero volver a vivir en Colombia.

Después de 12 años de vivir en México, después de hacerme mayor, de aprender a vivir y  dejar de sobrevivir, hoy para mi poner el cuerpo o más bien la potencia del cuerpo radica  en vincularlo con la potencia de la memoria como un proceso de actualización de  archivos inscritos en el cuerpo, con el nombrar todo aquello y a todxs aquellxs que  quieren y promueven el cambio, y sobre todo en volver a encontrarme con todos esos  temas que en algún momento representaron dolor y rabia desde otro lugar, como el gozo  y la ternura, potenciar el cuerpo para afirmar la vida y no la muerte, buscar las avenidas  que nos den otras formas de estar y vivir el mundo sin odios ni rabias, sin buscar unificar  o aplanar la multiplicidad a la que nos debemos, sin juzgar a nada ni a nadie aunque no  estemos de acuerdo; creo que hoy pienso el cuerpo, y todas sus múltiples  manifestaciones como la herramienta que nos posibilita rehacernos y comprendernos  después de vivir experiencias de conflicto. Hoy mi cuerpo, la potencia de mi cuerpo en  todas sus formas y mi hacer artístico, que es finalmente desde donde decidí que debo  potenciar/poner el cuerpo, es más para ser escuchada que para ser vista, hoy poner mi  cuerpo es más para celebrar la vida después de muchos años de llorar la muerte y para  actuar como si fuese posible transformar radicalmente el mundo como diría Ángela Davis.

Hay otra línea que podría ahondar sobre “poner el cuerpo”, la discriminación y  blanqueamiento que viví durante mi vida en Bogotá, y que me ha llevado a potenciar mi  cuerpo, mi ser, mis acciones y memorias en aras de hacer un proceso personal de volver  a mis raíces y defenderlas, en ello aún me encuentro en estos días, pero aquí llegó el  límite de cuartillas para ahondar en ello. Sólo diré que al vivir en un entorno que no te  aprecia, la construcción de tu camino debe conducir a amarte y aceptarte profundamente  tal y como eres. Esa es mi rebelión y la insistencia en defender mi identidad caribeña.

* * Este texto se escribió para la sección Poner el Cuerpo del proyecto La Memoria del Instante. https://lamemoriadelinstante.wordpress.com/