
En 1980, la generación X mexa crecía entre la temprana adolescencia y la infancia, y como nueva forma de entretenimiento recibíamos toda cantidad de información gracias a la televisión, que hacía las veces de guardería. Desde los programas dominicales de Disneylandia que irrumpían al final de sus emisiones con la aspiración de viajar y recorrer sus parques temáticos en Los Ángeles, hasta La Carabina de Ambrosio, donde el chiste ominoso hacía aparición en cada uno de los sketches, y al ritmo de Gina Montes pretendíamos que los cuentos de Cachirulo y su programa Érase que se era no desaparecieran en manos del PRI todopoderoso.
En el noticiero de la noche, al reforzar la enajenación de la violencia institucional, podíamos ver las noticias policiacas y, por alguna extraña razón, el uniforme azul de los guardianes del orden llamaba mi atención; logré vincularlo con El Patrullero 777, proyecto cinematográfico que protagonizó Cantinflas en el año 1978. Sí, los policías chilangos como parte de una película diaria, sin cortes, en permanencia voluntaria[1], y, claro, el personaje principal, el héroe de este filme ochentero sería el único e irrepetible Negro Durazo. Es entonces que el cómico mexicano más importante del siglo XX y uno de los rostros más visibles de la corrupción intercalan sus personajes como reflejo de nuestros cuerpos policiales. Sí, al final, el filme es una burla del ideario nacional que se condensa en la frase A sus órdenes, jefe.
Arturo El Negro Durazo, fue más allá e institucionalizó las cuotas quincenales en la policía capitalina. Al paladín de la justicia no le gustaban los pesos y exigía que el dinero obtenido por las extorsiones fuera cambiado por dólares o centenarios.[2]

De todas las historias, anécdotas y hasta proyectos cinematográficos que se han hecho de él, ¿qué podríamos sumar? ¿Restar? A lo lejos, podría configurar la idea de que es un personaje de culto, un tipo de ejemplo a seguir para un sinnúmero de connacionales; no, nunca como antihéroe. El Negro es una especie de padre violento, mujeriego, abrupto, insolente, como cientos y cientos de paternidades en este país, por lo que miles de mexicanos pudieron sentirse identificados con su figura infame a la que, sin embargo, podían apegarse.
De Cumpas, Sonora, Arturo Durazo “logró” ser general de división por la Secretaría de la Defensa Nacional y jefe de policía en la Ciudad de México, ambos por designio de López Portillo[3]. El Negro pudo ubicar desde joven la posibilidad de ser corrupto como un rasgo cultural, pues entendía muy bien cómo salir adelante desde los lados más áridos, más espinosos, sin despeinarse, con el cinismo al frente; primero, con una charola como inspector de tránsito del Distrito Federal, después con una corporación completa de clones anónimos abrazados a su imagen. El Negro fue ejemplo de ese lado gandalla del mexicano que aún no hemos podido aceptar para resolverlo aún en estos tiempos de los carteles de la droga puestos a nivel de “terrorismo mexicano”, con Trump intimidándonos con una frase tan nuestra: “Y si te gusta, si no, ya sabes”.

Sobre la calle de Guaymas y Puebla, en la Colonia Roma, vuela un cúmulo de imágenes cinematográficas de la película Superman II (1980), quien se erigía como un dios extranjero, lejano; un paladín desechable que podría haberme dado la confianza para caminar con mayor libertad y descubrir el barrio de Romita. Pero, justamente, la idea de las pandillas del barrio que siempre estaban acechando, buscando amedrentar, hicieron que cosechara la idea de que la ciudad y sus calles eran pesadas, bipolares, con una ligera sospecha de fatalismo al transitarlas, como si fueran parte de una niebla de incertidumbre. Recuerdo la amenaza buena onda que algún integrante de la banda me hizo: “Qué bien que tu abuelo es el Matador, ya te hubiéramos madreado de no ser así”. Mi abuelo Efraín, el Matador, tenía una carnicería en el Mercado Juárez, justo a la salida del Metro Cuauhtémoc, a unas cuantas cuadras de donde nací. Su sombra, sin ser Superman, me ayudó a caminar en el barrio de la Romita en mi primer lustro de vida.
Cerca está la colonia Doctores, ahí, en la Posada del Sol, ubicada en la Avenida Niños Héroes, con el número 139, había huellas de lo que podría hacer el Negro Durazo. Eso dicen los testimonios:
Uno de los vecinos, José Carmona, narra que aunque lleva viviendo sólo 10 años en la Doctores, ha oído las historias sobre El Negro Durazo.
“Dicen que encerraban a los estudiantes en la parte de atrás de La Posada, para que no se escucharan los gritos por la anchura de las paredes”, cuenta.[4]

Todas esas historias formaban parte de aquellas calles defeñas ochenteras, cuando en los puestos de periódicos de cada esquina era como si existiera un tipo de contraespionaje. Había quienes, por un lado, jugaban a ser parte del Estado, acusando a algunos vecinos que pudieran no ser de su agrado, o incluso familiares[5], y por otro lado podían ser anarquistas en la charla, en el chisme subterráneo. Entre más sangrienta la historia, mayor era la exposición de los juglares, y es que el morbo a veces jugaba en contra de los delatores con los oficiales en turno, pues al dar el rondín éstos podrían acercarse y oler el miedo de los comerciantes, saber que cualquier error, palabra equivocada o malentendido les daría un pretexto para “llevárselos”, desaparecerlos por días y darles una calentadita para regresar como débiles apariciones, transparentes, víctimas de su propia narrativa, de su lengua viperina.
En particular recuerda una noche en la que los uniformados trajeron a “tres estudiantes. Dos de ellos quedaron muy mal. Fueron a dar al siquiátrico y a otro dicen que lo llevaron al campo militar”, afirma la mujer.
Explica que conocieron a los muchachos y que eran muy jóvenes: “Los vimos, eran de 17 años”.
Narra que durante esas noches de tortura “sacaban a los chavos y les ponían unas cosas como pasamontañas, pero con pico [en la parte de arriba], no sé, creo que hacían ritos satánicos”. [6]

Mientras tanto, la Posada del Sol, que aún se erige en un bloque completo de esta histórica colonia, se muestra como una fortaleza de la infamia, del abuso ilimitado del Negro Durazo y su rabia colosal, de la corrupción imbatible de aquellos años, intocable. Su tufo, su maldición oprobiosa alcanzaba, sin decir palabra, a los vecinos que andábamos en medio de las calles que formaban esas coordenadas nebulosas. Devenir de Comala, de nuestro Pedro Páramo personal, donde la pesadez del olvido en cada edificio de las calles de Guaymas, Morelia, Puebla, Colima, Dr. J. Navarro y Dr. Liceaga nos murmuraba que debíamos rezar por los nuevos fantasmas, las nuevas ausencias, y respirar costumbre, podredumbre mientras compramos quesadillas de picadillo en la Plaza Morelia donde en su momento se encontraba la Dirección Federal de Seguridad —centro clandestino de detención transitorio[7] en la Guerra Sucia—, intuyendo que cerca, muy cerca, rondaba la muerte, riéndose a carcajadas de las actuaciones de Chabelo y Alejandro Suárez en lo que era nuestro mercado de lágrimas. Sí, en ese chiste sin contar para nuestros muertos, nuestros desaparecidos de aquellos años, y por qué no, de los actuales. Millares de ausencias.
*Fotografías: Andrés Villela
[1] “Hoy es difícil concebir que el costo de un solo boleto alguien podía ver dos o más filmes del momento, pero por décadas fue posible”, Marco A. Villa, s. f., “Permanencia voluntaria y otras antiguas costumbres en el cine”, Relatos e historias en México. Disponible en: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/permanencia-voluntaria
[2] Moisés Castillo, 16 de abril de 2011, “¿Qué tan negro fue Durazo?”, Animal Político. Disponible en: https://animalpolitico.com/sociedad/que-tan-negro-fue-durazo
[3] Durante su infancia y adolescencia, el Negro vivió en la Colonia Roma, donde conoció y entabló una amistad con José López Portillo, que cambiaría su vida por completo. Juan Lagares, “Quién fue el Negro Durazo, el jefe de Policía mexicano que se jactaba de haber torturado al Che Guevara y a Fidel Castro”, Clarín. Disponible en: https://www.clarin.com/internacional/negro-durazo–jefe-policia-mexicano-jactaba-torturado-che-guevara-fidel-castro_0_jb-RaFWUb.html
[4] Miguel Ángel Teposteco, 26 de enero de 2020, Las historias de tortura de “El Negro Durazo”, El Universal. Disponible en: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mochilazo-en-el-tiempo/las-historias-de-tortura-de-el-negro-durazo
[5] “Estela recuerda que, por esos días, también ocurrió un incidente familiar: Armando tuvo una pelea con su yerno, Jorge Arias Ángel y su hija Rebeca, quienes también vivían en el departamentito con sus niños. Los hijos despertaron a Armando y éste enfureció. Les dio 15 días para abandonar la casa porque no lo dejaban dormir. A la madre no le gustó la pelea pues sabía que su yerno trabajaba como mandadero de un comandante de la policía”. Laura Sánchez Ley, 3 de noviembre de 2024, “Masacre en el río Tula. El crimen que involucró al ‘Negro’ Durazo y un botín millonario”, Milenio. Disponible en: https://www.milenio.com/policia/muerte-corrupcion-caso-rio-tula-1982
[6] Miguel Ángel Teposteco Rodríguez, art. cit.
[7] Véase: La Jornada, https://www.jornada.com.mx/2024/04/23/politica/012n3po y Segob, https://sitiosdememoria.segob.gob.mx/es/SitiosDeMemoria/Circuito_de_represion y https://sitiosdememoria.segob.gob.mx/es/SitiosDeMemoria/Direccion_Federal_de_Seguridad