El juego desde luego, no sirve para nada:

lo sagrado no sirve para nada,

el amor y el placer no sirven para nada,

¡lo imaginario no sirve para nada!

No es en absoluto una revolución concebida

mediante conceptos racionales de Occidente

como el mundo cambia o cambiará,

sino gracias al surgimiento de lo inútil,

de lo gratuito y del inmenso flujo del juego.

C. Baudelaire

El gesto para designar el hambre es muy parecido al que se usa para decir yo.

En mímica, el hambre y el yo desaparecen entre los movimientos de los dedos. Son casi idénticos.

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¿Cuál fue el afecto que detonó la primera palabra?

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Comer es un acto que respira en dos sentidos, el de la necesidad y el de la muerte. Dos sentidos que convergen en un solo rostro.

Para saciar la necesidad de comer es indispensable dar muerte, pero no es posible vivir sin necesidad.

Es esta la paradoja.

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Los dioses no sienten necesidad de comer. No conocen el hambre.

He ahí su condición de dioses.

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Para el hombre el habla sirvió para saciarse. Pero el hombre nunca se sacia.

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La serpiente en un gesto, señaló la manzana. Y con ella, la necesidad.

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En el jardín no hubo frío. No hubo sed. No hubo movimiento.

La serpiente se arrastró y con su fricción sobre la tierra dio forma a lo humano.

El ondular de su conjunto escamoso anunciaba la inestabilidad del hombre.

La búsqueda del hombre.

Búsqueda de alimento y de sentido.

Ella señaló el vacío. Vacío en la boca del estómago y vacío que sólo se siente en lo intangible de la carne.

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La serpiente llenó la lengua de veneno con su lengua. Un veneno: fármaco, sustancia que intoxica. Sustancia que cura, embriaga, enferma, engendra o mata de igual modo.

El habla es aquello del espíritu que arrastra, que se arrastra, que cae y se estrella por la fuerza, por gravedad por impotencia, y que da forma a lo invisible, que escribe y moldea los cuerpos, que los mueve.

El habla se eleva cuando su peso apunta afuera: el habla sublimada.

Aquello que sembró la serpiente entró por el oído. Luego por la boca.

Colocó una semilla dentro de la oreja de una mujer, la semilla se abrió, creció como una flor extraña e hizo brotar de su boca una pregunta.

Germinó una pregunta dentro de la boca, luego fue lanzada y ahí cambió la historia.

El cascabeleo anunció el fruto y vino la caída. Ya caída convertida en vuelo.

Los oídos sin párpados son lo más vulnerable de los seres.

La boca es resistencia.

El cuerpo es caja frágil. Resonante.

Aquello que intoxica al cuerpo es algo que se come o que se escucha.

La enfermedad entra por los oídos o por la boca, de ella emanan también todos los contagios.

La palabra es viento que penetra, infecta o cura.

La palabra sostiene la existencia de los cuerpos: Música. Maldición. Conjuro. Rezo. Poesía.

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El castigo o recompensa de los hombres por seguir a la serpiente fue pender por siempre de un cáñamo invisible que divide la carencia.

La libertad es una cuerda para atravesar en puntas.

El albedrío es un trapecio solamente.

Algunos la injurian. Otros le agradecen.

Ella impuso seduciendo, la obligación de sentir lo hueco en la boca del estómago. Impuso la insatisfacción de los sentidos y del alma.

Ella, enrollada en el tronco del tiempo, dio origen a la vida.

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De Ananké a Satanás, el único paso es el miedo de los dioses a moverse. Es una cuestión política. El gobierno de los dioses se ha transformado con los años, es cada vez más una oficina burocrática.

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La serpiente emplumada es otra historia. Del sótano del mundo hacia las nubes, Quetzalcóatl trazó una ruta intrincada de mariposas en las vértebras humanas.

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La condena a Eva o a Perséfone, es una alusión a lo fecundo.

Una condena a lo fecundo. Una condena hacia la fertilidad.

Un don nunca pedido que se bendice y se reprocha al mismo tiempo: la vida.

Recibirla es algo que no pasa por la voluntad en ningún momento.

Es regalo o maldición. Es una plegaria en-contra.

 ¿A quién le gusta que lo hayan desplazado de un lugar colmado hasta lo ciego?

La serpiente es la metáfora también de un estadío de la psiquis: el nacimiento, la mutación del cuerpo, la caída de la piel, la coloración infame, una metamorfosis que sólo puede pertenecer a lo siniestro. A lo sin orden, que sólo puede conducir hacia el destierro. El cambio continuo.

El miedo que infunde lo inestable.

Es natural que la serpiente esté del lado demoniaco. Del lado contrario.

Probablemente si los humanos hubieran sospechado de qué trataba su presencia, hubiera sido ignorada. (Seguramente no).

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Ella provocó la risa de los dioses al verse susceptibles al engaño.

Ellos, omnipotentes e infalibles se descubrieron envueltos por la red fina del deseo.

De ahí, les imponen a los hombres un destino latigueado por los caprichos de su necesidad. La necesidad que impone el deseo. La necesidad de alimentar el cuerpo. Los hombres sólo padecen.

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Ella enseñó a los hombres el movimiento de las bocas.

La contradicción : el punto donde existe lo que es y lo que no es.

La intersección. La simultaneidad.

La belleza y el horror de esa coordenada.

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Hablar es expeler.

Hablar es salir de los confines de la carne en forma de otro cuerpo, de un fruto,

de un cuerpo hecho de aire que es la voz.

Su contrario: comer.

Comer siempre es un adentro, siempre es por y para henchir un órgano interior,

para bañar y nutrir el funcionamiento de un conjunto que para vivir, ingiere.

Hablar, como comer, es cacería.

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Es la ruptura provocada por la falla, la cuerda que hace girar el mundo.

Es la pequeña abertura donde se inserta el germen de la vida, la grieta entre los labios.

Una carcajada. La mordida.

Ingerir para luego pronunciarlo. Esparcirlo.

Morder para conocer el mundo. Morder para dejar un daño en el mundo.

Morder para hacer sangrar el orden del mundo.

Morder porque no hay otra manera de estar en el mundo.

Roer el lenguaje lentamente.

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