“Cancelar” es sinónimo de fin, fin de una promesa o de algo que ya está en curso. Fin de una promesa cuando te cancelan una cita con alguien que tenías muchas ganas de conocer o cuando el concierto de tu cantante favorita no ocurre (gracias, Fiona Apple); en otros casos, te cancelan la tarjeta de crédito con la cual pagabas tus cervezas o el programa de televisión que veías todos los jueves en la noche (en la era pre-Netflix, por supuesto).

En tiempos recientes, el término “cancelar” ha comenzado a aplicarse a personas, situaciones, lugares, obras y hasta caricaturas. ¿Con que fin? Terminar la difusión de sus películas, canciones, hacerlos perder su popularidad o sus trabajos actuales; en una palabra, acabarlos. ¿Cómo y por qué sucede esto? Veamos algunos ejemplos para ir desentrañando el proceso de la “cancelación” hoy día.

Todo comienza con una denuncia, por lo general en alguna red social, y en particular Twitter parece ser la favorita para lanzar dardos envenenados a quien se pretende cancelar. Como suele suceder en las redes, un balazo en segundo se vuelve dos, tres, cien, mil. El cancelado eventualmente verá llenarse su feed no sólo en la red donde recibió el ataque, sino también en cualquier plataforma donde tenga una cuenta activa. Lo que viene después depende de la gravedad de las acusaciones, su número y fiabilidad, la popularidad de quien es expuesto, e incluso de su sagacidad para manejar la crisis, ya que en las redes hay turbas siempre furiosas, pero algo vanas, que sólo buscan alguien a quien clavarle una estaca, olvidándose rápidamente del denunciado si la causa pierde fuerza paulatinamente. De inicio, llegará un aluvión de tiros que podría amainar con el paso de los días. En otros casos, sin embargo, la marca sobre la frente del cancelado puede ser indeleble.

Ahora, ¿por qué cancelar a alguien? Aquí es donde la cosa se empieza a complicar. El tema más recurrente de las cancelaciones corresponde a denuncias por abuso sexual o acoso. A partir del movimiento #MeToo se ha dado una oleada de tweets y posts que en casos específicos han derivado en procesos legales. Es imposible no referirnos al origen de este movimiento: las acusaciones de abuso sexual y acoso contra el productor de cine Harvey Weinstein, para quien la cancelación no sólo representó el fin de su carrera, sino también un juicio que terminó por llevarlo a prisión, donde al parecer permanecerá por lo que le queda de vida. Un ejemplo similar es el de Kevin Spacey, reconocido actor acusado de haber abusado y acosado a hombres menores y mayores de edad. Spacey ha logrado permanecer lejos de la cárcel y ha hecho varios intentos por hacer cambiar la opinión pública respecto a él a través de apariciones esporádicas en eventos culturales y videos montados en YouTube, sin que éstos parezcan tener efecto en la decisión de productores y directores de no volver a contratarlo.

El resto de este texto podría llenarse de ejemplos en el mismo tenor, dado que el acoso sexual y la violencia de género son fibras sensibles en este momento histórico. Sin embargo, me concentraré en otros casos donde la cancelación está motivada por otras razones (más adelante regresaremos al tema). Las redes son muy susceptibles a cualquier acto que manifieste ofensa deliberada o falta de tacto hacia gente en condiciones desiguales a las del autor del tweet. Los comentarios, por ejemplo, de J.K. Rowling sobre las diferencias entre las “mujeres que menstrúan” y las que no —es decir, las trans— trajeron consigo un intento de cancelación que, la verdad sea dicha, no parece haber repercutido en los millones de la autora. Menos afortunada fue la actriz Gina Carano, responsable de una serie de mensajes “insensibles” respecto al holocausto, los cuales permanecieron poco tiempo publicados, el suficiente para que un par de capturas de pantalla se volvieran vírales. ¿Qué vino después? Adiós a su rol en la exitosa serie The Mandalorian, adiós a un posible spin-off donde sería protagonista, adiós a una carrera apenas en ciernes (al menos por ahora).

En lo mencionado hasta aquí nos referimos a hechos consumados: la evidencia indica que Weinstein y Spacey sí son depredadores sexuales que Rowling no está muy dispuesta a compartir el sanitario con una “mujer que no menstrúa”, y que a Carano le hacen falta unas buenas clases de historia. Sin embargo, hay denuncias que yo ubicaría en “áreas grises”; es decir, hechos que no implican abuso u ofensa deliberada. Me refiero a lo sucedido con Aziz Ansari, un comediante estadounidense expuesto como abusador por una mujer con la que tuvo sexo. Tras el llamado inicial, la denunciante aclaró que la relación sexual sí fue consensuada, pero que no estaba muy convencida de hacerlo y al final se arrepintió. Otro hecho que pone el caso de Ansari en una categoría distinta al común de los abusadores es lo poco habituales que resultan las denuncias aisladas: la primera trae consigo varias más; el aludido, no obstante, sólo fue señalado por esa persona y por ese suceso particular. A pesar de la falta de claridad en el asunto, la reputación de Ansari sí recibió un golpe severo del cual le ha tomado tiempo recuperarse ligeramente, sin llegar al éxito que tuvo a mediados de la década pasada, justo antes de la denuncia.

Casos como el de Ansari revelan el lado furibundo de las redes, para el cual no hay lugar al beneficio de la duda. A los habitantes de los medios (personas y obras) se les exige ser hipercorrectos y haberlo sido siempre, pues no faltará el memorioso que guarde un tweet añejo y lo saque a la luz para exponer a alguien. Eso ocurrió con el director de cine James Gunn, quien recibió la estocada mientras estaba en la cima del éxito después de dirigir las dos cintas de Guardianes de la Galaxia y tener varios proyectos en puerta. Fue algún memorioso de las redes el que trajo a colación publicaciones de chistes racistas y de mal gusto hechas por Gunn varios años antes, tweets borrados. ¿Consecuencia? Disney retiró a Gunn de la silla de director para la tercera parte de Guardianes (chamba que ya recuperó) y, como de costumbre, la lluvia temporal de ofensas y descrédito.

Lo único que puedo decir respecto al caso de Gunn es que muchos debemos agradecer la no pertenencia al negocio del entretenimiento, ya que las redes son precisamente el receptáculo ideal de nuestras alegrías, tristezas, frustraciones, ocurrencias y demás; dada la cercanía de un aparato electrónico en todo momento, un “chistecito” inapropiado que nos puede parecer digno de compartirse en un instante determinado es puesto por nosotros mismos a los ojos de mirones presentes y futuros que bien podrían no tener nuestro mismo talante y decidir que merecemos ser cancelados. Por cierto, la hipercorreción siempre debe responder a los valores actuales, como si ya se hubiera llegado al punto perfecto de la escala moral bajo la cual todo fenómeno pasado y presente debe ser medido. Vaya vanidad.

Para mí, la pregunta es inevitable: ¿realmente la cancelación nos hace una mejor sociedad? Sin duda esta “cultura” (como varios la llaman) ha ayudado a exponer a los Weinsteins, Spaceys o —citando un ejemplo reciente— Roemers del mundo; no obstante, también se ha vuelto juez implacable y ejecutor de sentencias instantáneo, castigando por igual al asesino, al violador, al que robó por hambre o al que fue acusado sin fundamento, sólo por chingar. En lo que averiguan, el puro acto de ser acusado puede traer desenlaces fatales, como el suicidio del escritor y músico Armando Vega-Gil, para quien una denuncia anónima en un sitio poco fiable fue detonador de su trágico fin. Por otro lado, encender las antorchas de la cancelación a diestra y siniestra suele mostrar la gran ignorancia de la turba. ¿No ver más caricaturas de Pepe LePew? Pero si es precisamente el mejor ejemplo de por qué está mal ser un acosador. No sé ustedes, pero a mí siempre me pareció un personaje desagradable —y apestoso— al que nunca se me antojó imitar; recuerdo más la cara de terror de la gatita perseguida que los requiebros estúpidos del oloroso Pepe. El hecho de que se represente el acoso con humor en un dibujo animado no lo justifica ni “normaliza”, al contrario, hace que el rechazo sea más potente. Sí vamos a leer hacia atrás, hay que saber leer de inicio.

Con esto llego a la filósofa contemporánea Taylor Swift y el título de una de sus obras: “you need to relax”. Hay muchas razones para estar enojados y hay gente con la que debemos (o deberíamos) estar furiosos. No descarguemos nuestra ira contra cualquier actor venido a menos que emite comentarios racistas en una conversación privada, es estéril y pasajero. La rabia canalizada y dirigida a quienes son las verdaderas causas del malestar sí puede llevarnos a forjar una sociedad crítica, lo otro son sólo nuestras ganas primitivas de bailar alrededor del fuego con una colección de cabezas ensartadas en trinches ardientes.