Charles Darwin llama evolución a las transformaciones físicas que experimentan los seres vivos para adaptarse a las condiciones que los rodean. Si bien Darwin solo se refería a los cambios que le permiten al ser la subsistencia en ambientes probablemente hostiles, los engreídos humanos han hecho de la palabra evolución un sinónimo de mejorar. De ahí que en las monografías que solíamos comprar en la pape sobre la “Teoría de la evolución” se nos mostraba una imagen con una sucesión de homínidos de izquierda a derecha cada uno más erecto que el anterior hasta llegar a un caucásico ente parado muy derechito en la extrema derecha: el homo sapiens, culmen del proceso evolutivo en el planeta Tierra.

La idea de “mejorar” con el tiempo ha repercutido en la consideración de que la “evolución” es un concepto aplicable a las ciencias, la tecnología, los comportamientos humanos e incluso los valores, dándole el carácter de positiva en cada caso. Mi reflexión ahora se acerca más a la “evolución social”. Hace algunas semanas me preguntaba en este espacio por qué se buscaba juzgar los fenómenos culturales de décadas, siglos y milenios anteriores bajo las leyes de la moral actual, como si los valores de esta época ya hubieran llegado a un punto de perfección que les permite censurar y exigirle a todo lo anterior corresponder con ideales de corrección que, aun llevando años formándose, tienen a lo mucho unos diez años siendo una suerte de normativa cada vez más imperante e imperativa. ¿Acaso nuestro rasero moral es más “evolucionado” y por eso podemos decir que lo pasado es “primitivo” y, por ende, peor?

Retomando de nuevo el texto arriba citado, me parece un acto de absoluta vanidad pensar que los valores actuales son perfectos y dignos de imponerse sobre las prácticas y los modos de vivir anteriores. Si nos remitimos de nuevo a Darwin, la evolución corresponde a un proceso de adaptación a los cambios que permite a las especies subsistir en su entorno, lidiar con amenazas a su alrededor a las cuales son más vulnerables; estas modificaciones, sin embargo, también pueden hacerlas más sensibles en otros aspectos, lo que también las pone en riesgo. Pensar que los valores actuales son “perfectos” no nos permite ver que ciertas áreas de la actividad humana han sido vulnerados por la hipercorrección.

Por un lado, me refiero a esos términos que han adquirido popularidad en meses recientes como “generación de cristal” o “generación mazapán”. No es que coincida del todo con tales calificativos, pero las redes sociales cada día nos dan un nuevo ejemplo de algo o alguien atacado por ser ofensivo, insensible, homo o transfóbico, racista, misógino, solo por mencionar algunos adjetivos que ayudan a atizar el fuego. Como lo dije antes, las redes ayudan a exponer a gente que realmente cometió o comete crímenes, pero esta práctica ha llegado al extremo de bombardear a cualquier inocentón que se ponga enfrente.

¿Por qué me parece que la denuncia a diestra y siniestra de las redes nos vuelve más vulnerables? Lo platicaba el otro día en una zoomcharla con zoomcervezas; quienes vivimos una época donde no se contaba con este medio de exposición eventualmente aprendimos a defendernos por nosotros mismos y responder ante el abuso a veces con fuerza, otras con humor (como me enseñó mi padre): nos curtimos.[i] Por supuesto, con esto no pienso en casos de bullying extremo y abuso, hablo del cabuleo regular tan típico en mi infancia y adolescencia por parte de amigos, maestros e incluso la misma familia. No era agradable ni cómodo, pero a mí y a muchos otros nos dio herramientas para defendernos y para lidiar con otras dificultades inherentes a la vida. Como sucede también en el aspecto biológico, el contacto con agentes tóxicos en cierta medida genera defensas para que el cuerpo sea más resistente al responder contra amenazas.

Otro campo que sufre los embates de la hipercorrección es el humor. Admito que los chistes machistas, clasistas, racistas, xenofóbicos y LGBTfóbicos me siguen causando gracia, aun con la conciencia de que ya no se pueden compartir con la desfachatez con que lo hacía el buen Polo Polo. Más de un cómico ha caído en el alto tribunal de las redes por un chiste que, por lo demás, nos recuerda que la desigualdad prevalece: no por echarle tweets incendiarios por montones al autor de una broma más o menos machista se dan pasos en la erradicación de esta práctica nefasta. Más bien es al revés, el día en que esos chistes desaparezcan será porque la desigualdad ha dejado de existir y la gente ya no ve las bromas como graciosas u ofensivas, sino como algo que no hace reír, como cuando te cuentan un chiste “de físicos” o “de médicos” que te deja mudo al no compartir el contexto.

Lo mejor de todo es que el humor incorrecto existe y está más vivo que nunca. ¿Cómo? A través de los memes. Ahí sí se puede dar rienda suelta a la discriminación latente en nuestra sociedad, o al menos yo no he visto campañas de cancelación que pretendan abolir los memes heteropatriarcales blancos que nos recuerdan todo el trabajo que a esta sociedad le falta por hacer. En su anonimidad, los memes permiten abordar directa y desvergonzadamente cualquier asunto espinoso sin temor a represalias. Cancelar al memero no tendría mucho sentido, ya que eventualmente resurgiría con otro nombre para compartir su ingenio y, en no pocas ocasiones, su mala leche. Es por eso que, mientras más incorrecto el meme, mejor, pero si algún humorista célebre dice lo mismo en un show o un tweet, va a la hoguera. Así la risa en los tiempos del “humor mazapán”.

Una cosa más: ¿por qué pensar, como de costumbre, que la evolución está en Occidente? Al referirme a las monografías sobre la teoría de Darwin hice un énfasis en el hombre del extremo derecho como un “caucásico bien derechito”. Si el hombre occidental representa el punto más alto de la evolución, entonces los valores importantes para las sociedades construidas por ellos también deberán ser los que primen. Cabe decir aquí que estos valores no son universales y no son siquiera punto de discusión en una buena parte del mundo. “Son culturas atrasadas”, alguien osará decir. Ante tal aseveración me viene el recuerdo de que, hace unos días, el aún flamante presidente de los EE.UU., Joe Biden, habló del pensamiento “Neanderthal’ de sus opositores republicanos, quienes apenas hace unos meses tenían el poder concentrado en ese espécimen anaranjado a quien llamaremos aquí “Neanderthal mayor”. Nación “avanzada”, dicen.

No, damas y caballeros, la escala de valores actual no va en progresiva mejora con respecto a la de décadas o siglos anteriores. Los occidentales de nuestro presente parecen estar interesados —al menos en el discurso— en conformar una sociedad igualitaria, por lo cual me congratulo; sin embargo, esto no quiere decir que en veinte o treinta años la tirada sea volver a la moral de la década de 1950 porque la de los 2020 no resultó como esperábamos. Eso implicaría que la banda ochentera de synth-pop Devo tenía razón al elegir por nombre una forma abreviada de la palabra devolution. Este término apunta a que la especie humana está yéndose para atrás en lugar de ir hacia adelante. Recordemos también el inicio de la novela Guía del viajero intergaláctico de Douglas Adams, donde una civilización alienígena decide salvar a la especie más evolucionada del planeta Tierra antes de su destrucción: los delfines.

https://www.youtube.com/watch?v=jadvt7CbH1o


[i] Nótese que aquí tampoco uso el término “generación de cemento”, exagerado y ridículo.