DESTELLOS SOBRE LA NOCHE OSCURA

El dolor es el agujón de la actividad, y en ésta sentimos ante todo nuestro vivir; sin él se produciría la ausencia de la vida.

KANT

[…] los que más han hablado de su “genio” han sido aquellos que, sin lograr jamás liberarse de su temperamento, supieron darle la más espiritual, la más imponente, universal e incluso en ocasiones la más cósmica de las expresiones

(como es el caso de Schopenhauer).

NIETZSCHE

¿Porque una estrella me es desfavorable tengo que declararla fuego fatuo?

HEINE

I

En la persona y en la obra de Arthur Schopenhauer se aúnan características de la figura tradicional del filósofo con las peculiaridades de un pensador revolucionario que, llevando hasta sus últimas consecuencias los problemas heredados, se posesiona de ellos abriendo nuevas sendas para la filosofía. ¿Qué es la filosofía? Esta pregunta es despejada por Schopenhauer, en primer lugar, desde la tendencia íntima que debe acatar el filósofo al pensar sobre y para sí mismo, y, en segundo lugar, desde las exigencias que debe cumplir al confrontarse objetivamente con el mundo.

El filósofo es el que, partiendo de lo inmediatamente dado a su conciencia, y suspendiendo hasta donde sea posible sus intereses individuales y los requerimientos de su voluntad, esto es, invirtiendo el esfuerzo normal de los seres humanos en el bienestar propio, porfía por constituirse en sujeto puro del conocimiento, y se empeña por un logro plenamente objetivo: atravesando reflexivamente la presencia, e identificando  y representando las ideas de las que participan las cosas particulares, se avista la esencia única del mundo coincidiendo con nuestro ímpetu más cercano dado inmediatamente a nuestra conciencia. Desde su constitución como sujeto puro del conocimiento, las exigencias del filósofo se definen en las tareas de formular las preguntas fundamentales, problematizar lo que aparece como evidente y, dejando de lado toda finalidad personal, atenerse en su reflexión a los datos intuitivos dados a su propia conciencia.1 Éste es el presupuesto fundamental de la filosofía de Schopenhauer.

Circunscribirse a lo dado concita la emergencia de la reflexión alimentada desde una voluntad “desprovista de conciencia2 que, en la forma filosófica que la alumbra, se descubre como la esencia única del mundo. Acatando la precedencia   de lo dado sobre lo pensado, se generan los conceptos que, abstractamente, dan forma al contenido y construyen la verdad apoyándose en la intuición. Llevando hasta sus últimas con- secuencias esta manera de proceder, Schopenhauer pretende quebrantar la dirección natural del intelecto y emanciparlo en la mera consideración de la existencia en general.

La naturaleza como determinación del intelecto es la búsqueda y el examen de los objetos de un querer individualizado, así como del camino para su obtención. El filosofar comienza con el abandono de dicho comienzo y supone por consiguiente una ociosa meditación sobre la existencia en general. El intelecto comparece allí como separado de toda voluntad, esto es, en cuanto intelecto puro, una condición que no le resulta nada natural. El intelecto sólo está hecho y definido para conocer las relaciones de los fenómenos al servicio del querer individualizado, cuyos objetos son esas manifestaciones. Al filosofar es aplicado a una cosa para la que no está hecho ni calculado, cual es la existencia en general y en sí. 3

Dentro del mundo reflexionado por la filosofía de Schopenhauer, el intelecto humano está subordinado a lo que la voluntad dispone para la satisfacción de las necesidades vitales. La obediencia a las demandas de la voluntad individualizada en el cuerpo se suspende extraordinariamente en los individuos cuyo intelecto desarrolla una potencia excesiva. Esta liberación acontece en los creadores de las obras artísticas, poéticas y filosóficas. Así, Schopenhauer mantiene y continúa la consideración tradicional del filósofo como un buscador desinteresado de la verdad, y de la filosofía como el  lugar de alojamiento de la verdad. “Todo el mundo, y todo lo que hay en él, está lleno de deseo y en la mayoría de los casos       de un deseo bajo, vulgar, vil; tan sólo un lugar puede quedar libre de él y quedar abierto únicamente al conocimiento, y al conocimiento de las relaciones más importantes y decisivas de todas: es la filosofía.”4 Estas consideraciones las asumió en su propia filosofía con ímpetu dogmático, carente de todo cuestionamiento crítico. No obstante, exaltando la verdad encontrada hasta sus últimas consecuencias, afrontándola sin pretender mitigar lo aniquilante que encierra, Schopenhauer se levanta como un pensador que rompe la autocomplacencia imperante en la tradición moderna, abriendo en su reflexión la preeminencia de lo sombrío. Arremetiendo agresivamente contra su época, él pretendió haber cumplido la aspiración ancestral de la filosofía por alzarse como la única poseedora de la verdad. Antecedido por algunos precursores —Anaximandro, Heráclito, Empédocles y, sobre todo, Platón entre los antiguos; Descartes, Malebranche, Berkeley, Locke, Spinoza y, sobre todo, Kant, entre los modernos— Schopenhauer no resistió la tentación de la locura de levantar el velo de Isis: lo  que ha sido, lo que es y lo que será, sin dejar de permanecer en su misterio, se descifra en su obra.

Renunciando a someter a crítica la voluntad de verdad, Schopenhauer no pretende proponer —examinar, desarrollar, cuestionar, experimentar— una verdad propia, sino haber descubierto la verdad sobre el mundo. Desde esta convicción, omitiendo el afán desinteresado del filósofo, no escatimó recursos literarios para fijar una ampulosa autoconciencia personal sobre su genio y su obra. El orgullo por su lograda construcción filosófica sólo parece igualarse por la soberbia que lo invade desde la convicción de haberse impuesto sobre sus contemporáneos mayores: Fichte, Schelling y Hegel. Transponiendo estas notas distintivas de su carácter personal hasta la exageración mayúscula en la autovaloración de su obra, el pensamiento único de Schopenhauer lleva la insociabilidad de los sistemas filosóficos hasta la destrucción de todo aquel que ose disputarle la posesión de la verdad. “Así pues, mientras las obras poéticas pacen pacíficamente unas al lado de las otras, como los corderos, las filosóficas son animales de rapiña desde su nacimiento e incluso en su furia destructiva se asemejan a los escorpiones, a las arañas y a algunas larvas de insectos, que atacan con preferencia a los de su propia especie.”5 No deja de ser sintomático de la verdad que se descubre en ella  el que la filosofía de Schopenhauer, enaltecida por su autor como producto de la consideración desinteresada del mundo, se conduzca con otros resultados de esa noble aspiración, de la misma manera en que, en la naturaleza, se comportan ciertas especies en las que la voluntad de vivir impone su afirmación como un impulso de destrucción de los individuos entre sí. Los productos espirituales no sólo no son ajenos a la esencia de la vida que se manifiesta en los bajos fondos de la existencia, sino que llevan el impulso de esa esencia a formas espirituales que la vuelven más transparente.

II

Enemigo acérrimo de su época y, por tanto, íntimamente arraigado en ella, Schopenhauer es el autor de un libro —El mundo como voluntad y representación— en cuyo esfuerzo por captar inmediatamente la esencia de la totalidad, resuenan ecos del romanticismo. Se conserva el siguiente fragmento epistolar, escrito a su madre Johanna el 8 de septiembre de 1811, es decir, cuando apenas tenía 23 años de edad.

La filosofía es un elevado puerto alpino; a él conduce únicamente un sendero abrupto que transcurre entre piedras agudas y espinas punzantes; es solitario, y en cuanto más se asciende, más desierto se torna. Quien por él transita no conocerá el miedo, abandonará todo tras de sí y, con perseverancia, tendrá que abrirse paso a través de la fría nieve. A menudo se detendrá de súbito ante el abismo y observará el verde valle allá en lo profundo: entonces el vértigo se apoderará de él amenazándolo con arrastrarlo hacia abajo, pero deberá dominarlo, si es necesario, incluso clavando a las rocas con su propia sangre las plantas de los pies. A cambio pronto verá el mundo debajo de sí: ante su vista se esfumarán los desiertos y los pantanos, las desigualdades parecen igualarse y las notas disonantes no le estorbarán más allá arriba; el orbe entero se extenderá ante su mirada. Él mismo se mantendrá siempre inmerso en el puro y frío aire alpino y podrá saludar al sol cuando a sus pies aún se extienda la noche oscura.6

Schopenhauer se mantuvo leal a este heroísmo filosófico, pero —aunque lo entrevió en algunos— careció de la fuerza trágica para, con todo el conflicto de sus fuerzas, afirmar la vida. Para él, más allá del delito de haber nacido, no hay nada más funesto que la vida misma.

La fatalidad que se cierne sobre la vida, la frágil pero apoteósica resistencia de una existencia libre que, asida a su propia necesidad, traza su angustiante destino, el nihilismo, la precariedad de la existencia humana designada por un ansia ciega, la consideración del arte como una expresión privilegiada de las atenazantes ideas de la vida, son algunas de las desgarraduras sobre las que algunos pensadores, poetas y artistas esparcieron sus variadas y zozobrantes meditaciones, hasta componer la “contradicción, disonancia y conflicto interno del espíritu romántico”.7 Los caracteres sombríos del mundo anegaron la conciencia y la obra de algunos románticos del sentimiento de un Weltschmerz irreductible: “la introspección, misantropía y búsqueda de la soledad, el anhelo infinito del alma, así como la insatisfacción perpetua, el ennui y la resultante melancolía, el asco de la vida y el intento de huir […]”.8 Inmerso en este mundo, Schopenhauer —junto a su exaltación de la moral resignada ante lo funesto de la vida— destacó por el acento propio que le dio al descubrimiento de que, por detrás de la conciencia y el espíritu, se afana una muchedumbre de impulsos inconscientes y, por tanto, renuentes a su identificación con la razón.

Subordinando lo intelectual a lo afectivo,9 Schopenhauer rebaja al sujeto moderno a un lugar secundario en el mundo, en donde impera una voluntad inconscientemente libre, insaciable e inexorable. El lugar donde esa esencia irreductible porfía con tanta insistencia hasta abrir una frágil conciencia de ella, y, por tanto, el lugar donde puede descubrirse esta verdad, es el ser humano. “La voluntad es lo más primordial y es absolutamente libre, al ser la cosa en sí. Uno es lo que quiere y lo que sea esto se lo muestra el espejo de la voluntad, el mundo cognoscible y la vida.”10 “Toda mi filosofía se deja compendiar en este aserto: el mundo es el autoconocimiento de la voluntad.”11 Testificando que este autoconocimiento de la voluntad nunca es absoluto, Schopenhauer se aferra a esta verdad y la explora hasta abismarse en su propio desfondamiento: la voluntad es el fondo en el que, al descender y profundizar en sus insondables oscuridades, más vacío de nada se oculta.

Schopenhauer consideró que su vida —esa singular individuación de la funesta vida cuyo sufrimiento no parece tener otro sentido metafísico que el descubierto en su libro— estaba justificada con la escritura de El mundo como voluntad y representación.12 Sin embargo, consideraba también que el resto de sus obras, tanto las previas como las posteriores a su obra cumbre, eran imprescindibles para una comprensión cabal de su filosofía. Carlot Goofried Beck nos recuerda estas palabras del filósofo: “Tienes que leer todas mis obras; no perderte ni una sola línea de ellas; nunca me he repetido, sino que he procurado observar el mismo objeto desde las más diversas perspectivas; y siempre he procurado facilitar a mis lectores la comprensión de los conceptos metafísicos más difíciles mediante la mayor claridad posible y a menudo también mediante el uso de metáforas.”13 A partir de aquí —y asumiendo que Schopenhauer sí se repite—, proponemos una lectura de su filosofía desde la obra ensayística y fragmentaria —Parerga y Paralipómena, Sobre la voluntad en la naturaleza, Escritos inéditos de juventud y Manuscritos berlineses—, así como desde algunas de sus lecciones —Lecciones sobre metafísica de lo bello y Metafísica de las costumbres—, sin descuidar algunas señales proporcionadas en su correspondencia —Epistolario de Weimar y Cartas desde la obstinación—. En estas obras, su autor muestra la gestación de su pensamiento único y, sobre todo, lleva a cabo exploraciones diversas de lo que él defendió como la verdad fundamental.

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Cfr. Arthur Schopenhauer, Parerga y Paralipómena (Escritos filosóficos sobre diversos temas), trad. de José Rafael Hernández Arias, Luis Fernando Moreno Claros y Agustín Izquierdo, Madrid, Valdemar, 2009, pp. 539-540.

2 A. Schopenhauer, Manuscritos berlineses. Sentencias y aforismos, trad. de Roberto R. Aramayo, Valencia, Pre-textos, 1996, p. 221.

3 Ibid., p. 131.

4 Schopenhauer, Parerga y Paralipómena, p. 216.

5 Ibid., p. 541.

6 A. Schopenhauer, Epistolario de Weimar (1806-1819), trad. de Luis Fernando Moreno Claros, Madrid, Valdemar, 1999, p. 156.

7 H. G. Schenk, El espíritu de los románticos europeos, trad. de Juan José Utrilla, México, fCE, 1983, p. 18.

8 Ibid., p. 166.

9 “El tema central de El mundo como voluntad y representación —su ‘pensa- miento único’, dice el propio Schopenhauer— es la idea de una subordinación de todas las funciones de la representación a las funciones de la voluntad, es decir, una prefiguración de la idea genealógica del condicionamiento de todo pensamiento consciente por motivaciones inconscientes (Marx, Nietzsche y Freud).” (Clément Rosset, Escritos sobre Schopenhauer, trad. de Rafael del Hierro Oliva, Valencia, Pre-textos, 2005, p. 125).

10  A. Schopenhauer, Metafísica de las costumbres, trad. de Roberto R. Aramayo, Madrid, Trotta, 2001, p. 166.

11 A. Schopenhauer, Escritos inéditos de juventud. Sentencias y aforismos ii, trad. de Roberto R. Aramayo, Valencia, Pre-textos, 1999, p. 134,

12 En una carta del 20 de abril de 1822, dirigida a Friedrich Gotthilf Osann, lo dice tajantemente: “Yo he vivido con el propósito de escribir mi libro. Es por ello que el noventa y nueve por ciento de lo que quería y debía hacer en el mundo ya está hecho y asegurado. El resto son asuntos secundarios; por consiguiente, mi persona y mi destino lo son también” (A. Schopenhauer, Cartas desde la obstinación, trad. de Eduardo Charpenel Elorduy, México, Los libros de Homero, 2008, pp. 88-89).

13 Conversaciones con Arthur Schopenhauer. Testimonios sobre la vida y la obra del filósofo pesimista, introducción, selección, notas y traducción de Luis Fernando Moreno Claros, Barcelona, Acantilado, 2016, p. 254.

*Fragmento del libro: La voluntad y su sombra. Un ensayo sobre Schopenhauer de Crescenciano Grave, editado por la UNAM.