El pasado 21 de abril Tania Carrera e Isaura Leonardo presentaron, junto a María Cob/Rosario Loperena su libro de poemas Leche de bugmbilia, en el marco de la Feria del Libro y de la Rosa 2024 de la Universidad Nacional Autónoma de México. Publicamos la lectura que hizo nuestra coeditora Isaura Leonardo como acercamiento a este poemario autopublicado que celebramos desde Jeronimomx_

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La primera imagen que tengo de la bugambilia es el té que mi madre usaba para curarme las vías respiratorias. En la unidad habitacional donde vivo crecen arbustos de esta flor y caen sobre el camino. Mi infancia guarda recuerdos sabor a té de bugambilia. Fui, como María Cob:

…alimentada por seres femeninos

que libaron durante generaciones

flores prehistóricas en sus pesados vuelos

entre malaquita y dióxido

formaciones claustrofóbicas y cielos estalactas.

Leche de bugambilia comienza como una pangea en la flor que se abre paso por las eras geológicas. Una flor que da luz al mundo:

Flores crudas antes de la tierra maciza y articulada

capullos que abrieron en rugido

raíces abisales de información nueva.

Y nos ofrece la polaroid de una flor que se hunde en la tierra y gira arrojando sus luces más cegadoras. Leche de bugambilia es un té para curar que sana con conjuros, pero también con monstruos: lo verde, lo azul, lo negro. Lo doloroso, lo rebosante, lo amoroso, lo ruidoso. Un libro de amor y duelo. Una vuelta, no sin heridas, al vientre materno, al linaje y sus cicatrices:

¡Asómate a mirar tu linaje!

Cuando miré dentro del tambo, vi eso que sólo existe al fondo

infinito de los ojos.

Ya no hubo un después.

Como la mordida pedagógica o la crisis curativa, estos poemas, sus texturas y sonidos, sus colores, sus múltiples estímulos nos sacuden amorosamente, nos quiebran para crear el mundo, sin promesas. María Cob viaja en el centro de la flor, primigenia, sagrada y pop para decirnos como Catherine Malabou en La plasticidad en el atardecer de la escritura, de “la imposible posibilidad de escribir la presencia” (p. 33).

Imposibilidad, negatividad, plasticidad. En un primer acercamiento a este concepto, Malabou la define así: …la plasticidad era una estructura de transformación y de destrucción de la presencia y del presente» (p. 30). 

La advertencia de María Cob, como la de Hades a Orfeo o el ángel a la mujer de Lot es intuición de esta primera intuición de Malabou. Dice Cob:

No voltees,

voltear quiebra en dos los meridianos,

voltear hace pedazos el presente.

La voz poética de María Cob intuye que voltear cambiará el espacio, lo abrirá tanto que el cuerpo no será suficiente: “La escritura es lo que no tiene final a pesar de la cortedad del cuerpo” […] “Esto que ve mi cuerpo / la palabra no lo alcanza”.

Y entonces, revelación no de la explosión de la presencia, sino de su deconstucción, como dice Malabou cuando recalibra su propio concepto:

“…la deconstrucción de la presencia no sobreviene a la presencia desde fuera, como un acontecimiento o un accidente que podría afectarla tardíamente, sino que las fisuras que acabo de evocar se encuentran en ella desde el origen. Así, la fuerza dislocante de la deconstrucción se encuentra siempre localizada en la arquitectura que deconstruye. […] La deconstrucción no hace explotar la presencia estrictamente hablado, sino que aniquila el concepto mismo revelando su fisura originaria. […] ¿Cómo podría en efecto una separación —vacío, hendidura, corte— ser plástica?” (p. 32).

María Cob quiere aferrarse al presente, sabedora de que una huella, un vacío, una dislocación nos acecha y no podemos evitarla:

La vuelta del recuerdo que ya es un acto,

un loop descompuesto que desentona en el presente,

un loop que se rompe para poder hacer presente.

                      […]

 El presente es delicioso y se derrite rápido

Leche de bugambilia es esta huella que no puede asirse y queda al descubierto, una herida plástica.