I’m a stranger killing an Arab

The Cure

Extranjero, así me siento cada vez que veo los trazos curvos y ligados de las grafías árabes. Aun sabiendo cómo mutan las marcas del fonema según su posición en la palabra, cómo acomodar los lunares sencillos, dobles o triples por encima o por debajo de la línea, aún teniendo una noción rudimentaria de cómo hacer sonar la frase en su conjunto, no he dejado de sentirme como un asesino que masacra la lengua cada que trata de escribir una oración, o peor, cada vez que trato de pronunciarla. Por supuesto, hay otras escrituras que desconozco como la del chino, el ruso o el tailandés (por mencionar algunas), pero la del árabe es la única de la cual sé suficiente como para atreverme a decir algo coherente; el resultado de mis intentos son como las descargas desordenadas de una bayoneta que tira por tirar, a ver dónde atina.

La extrañeza empieza desde la dirección de las líneas. Tras toda una vida escribiendo de izquierda a derecha, de pronto descubres que hay “otro sentido”. Si acaso existe un vínculo entre cómo escribimos y cómo pensamos, esta sería una invitación abierta a pensar “al revés”, o mejor dicho, los occidentales nunca hemos pensado “al derecho”, dada la antigüedad del alfabeto árabe en comparación con el que usamos nosotros. Escribir, pensar en sentido contrario, es como querer manejar un auto inglés (con el asiento del conductor a la derecha) en las calles de la Ciudad de México. Se puede, por supuesto, tras varios incidentes viales más o menos graves como “curva de aprendizaje”.

Pero la dificultad no acaba ahí. Me atrevo a decir que habituarse a este cambio de sentido toma un par de paseos accidentados. El siguiente reto es identificar qué fonema representa cada símbolo, lo cual sería más sencillo si solo existiera una grafía por sonido. Sin embargo, las letras en árabe se escriben distinto según se encuentren al inicio de la palabra, en medio de otras dos letras o al final. Por lo tanto, no basta reconocer veintitantos signos como en nuestro alfabeto, sino qué hay que ubicar más de un símbolo para cada fonema. Viendo el vaso medio lleno, hay que decir que los trazos principales son constantes y las variaciones del fonema se dan principalmente por la posición de los puntos por encima o debajo. En árabe no es lo mismo tener un lunar en la barbilla o por encima de los labios, no es lo mismo si vienen solos, en pares o en tríos. Confundir b y n, h y j, r y z es cosa de todos los días para el principiante.

Ahora, ¿a qué suenan esos trazos que, para este punto, ya empiezan a tener un cierto grado de familiaridad? Comencemos nuestra rutina de ejercicios para la garganta. ¿Cómo concebir, de entrada, que la h (muda en español) tenga tres fonemas primos, cuya diferencia radica en qué tan aspirada sea su pronunciación? ¿Cómo pensar en más de una s, t, d o k? Podría pensarse que tal detalle en la pronunciación podría ser un rasgo distintivo de los hablantes nativos y que los extranjeros tenemos la posibilidad de pronunciar todo según nuestra cosmovisión fonética. Sin embargo, esto no es así. Un maestro hace varios años resaltaba la importancia de pronunciar correctamente, enfatizando la similitud entre “corazón” y “perro”, cuya única diferencia es el sonido k del principio. “Te doy mi corazón”, “te doy mi perro”, “te doy mi perro corazón”, “te doy mi corazón, perro”.

أعطيك كلبي / أعطيك كلب قلبي / أعطيك قلبي ، كلبي

Y así llegamos al cenit del extrañamiento, al menos para mí. Todo lo anterior no se compara con el máximo reto de ajustarse a la lengua árabe: las vocales. Existen tres sonidos vocálicos (a, i, u) que pueden hallarse como vocales largas con símbolos similares a los de las consonantes, o como vocales breves que se escriben como nuestros “acentos” por encima o por debajo de la línea. El asunto aquí no es tanto la diferencia entre pronunciar una a breve y una a larga (concepto que si bien no existe como tal en español, sí se ocupa en la práctica), sino que las vocales breves NO SUELEN ESCRIBIRSE en el árabe moderno. ¿Por qué? Se lo he preguntado a varios compañeros de estudio, hablantes nativos, y nadie ha podido darme razón al respecto. En árabe clásico y para los aprendices, como rasgo de buena voluntad, sí suele incluirse este tipo de anotaciones, pero estas no son habituales en la actualidad, solo cuando puede existir confusión en alguna palabra. ¿Y cómo no va a haber confusión si dichas vocales invisibles tienen un peso enorme en la forma gramatical de las palabras?

Los versados en la lengua marcan que el número de raíces que forman palabras en árabe no es muy amplio. De hecho, tales raíces se componen en su mayoría por tres letras (“radicales”, también se les puede llamar). Las variaciones entre adjetivos, verbos o sustantivos se dan por las modificaciones que puede sufrir la palabra añadiéndole vocales largas, sufijos, prefijos o modificando alguna de estas vocales no escritas. ¿Y cómo van a saber la diferencia si estos “acentos” no se escriben? El contexto del vocablo, práctica, intuición de hablante nativo. A los extranjeros nos queda aprender con estas letras invisibles conscientes de que desaparecerán algún día de nuestra práctica, como la andadera que usan los bebés hasta que son capaces de caminar erguidos. Creo que tomará un buen rato antes de que siquiera sea capaz de mantenerme en pie por más de 5 segundos.

Lo anterior me recuerda a algo que me dijo una profesora inglesa respecto al español: “Ustedes pronuncian todo”. Si hay un símbolo escrito en la palabra, le damos sonido. En árabe, no sólo se debe hacer sonar a las vocales invisibles, sino que también hay ocasiones en que las letras escritas no se pronuncian. Me refiero en específico al artículo ال (al), muy presente en varios vocablos del español heredados de los años de dominio en España. Este artículo puede hacerse sonar completo, parcialmente o quedar omitido según su posición en la frase y según la letra de inicio de la palabra que antecede. El sol y la luna rigen el alfabeto árabe, y si la letra es “solar” el sonido l no suena; lo opuesto ocurre si la letra es “lunar”. Las notaciones del árabe son, por lo tanto, partituras que requieren del conocimiento detallado del intérprete, dado que hacer sonar la simple marca en el papel produce aberraciones sonoras, no la musicalidad hipnótica de la lengua.

Así, hipnótica, suena la voz de mi guía/colega/alumno MK al otro lado del Atlántico, tratando de dar orden a mi caos. Él corrige las oraciones que le envío y las lee en voz alta para mí a través de mensajes de voz para que pueda relacionar la escritura y el sonido. Es paciente y me reitera constantemente que algún día dejaré de masacrar su lengua (no en esos términos, claro está) para acercarme a algo parecido a la “fluidez”. Le prometí que algún día tendríamos una conversación en árabe como las que acostumbramos tener en español. Por fortuna él es joven y —como ya lo dije— paciente, porque eso va a tardar.