Como mencioné alguna vez por acá, el contenido religioso presente en las publicaciones de los hablantes árabes en la app de siempre es casi cosa de todos los días. A final de cuentas, el aprendizaje de su lengua está estrechamente ligado a los pasajes del Corán. Es como si para aprender gramática española fuera necesario analizar oraciones y fragmentos completos de la Biblia. Esto, aunado a una serie de condiciones que ponen al Islam en primer plano, nos ayuda a entender por qué las enseñanzas del profeta tienen un peso rotundo en la cosmovisión de una amplia mayoría de hablantes de árabe.

Hace unos meses fue el Eid Mubarak, la celebración musulmana más importante en todo el año. Mi feed se llenó de imágenes de comida, felicitaciones, incluso ciertas congregaciones en templos (portando los asistentes sus respectivas mascarillas). El ambiente era muy parecido al de las fiestas de fin de año para los occidentales, lo cual pone de manifiesto que, como se planteaba en uno de los cuentos del Decamerón, judaísmo, cristianismo e Islam son como tres anillos idénticos que un rey decidió mandar a forjar al ser incapaz de elegir a sólo uno de sus vástagos para portar el que fuera el “original”. Es imposible, por lo tanto, saber cuál de estas religiones (o cualquiera) es más legítima que la otra; aún más, comparten tantas características que cuesta trabajo entender de dónde surgen tantos problemas entre ellas. “Porque así son los yahoos”, podría responder Gulliver desde su establo.

Los occidentales suelen criticar el “fanatismo” de los musulmanes, siempre metiendo a todos los creyentes de esta religión en el mismo saco, como si no hubiera gente “devota” al extremo en este lado del mundo. Y lo que es peor, pasando por alto actos de terrorismo anti-islámico, como el perpetrado por el noruego Anders Breivik en 2011, o gestos de intolerancia como una marcha islamofóbica ocurrida en Malmo, Suecia hace algunas semanas (y eso que hablamos del “primer mundo”). El chiste es no entendernos y buscar conflicto por la razón que sea.

Será mi falta de conocimiento de la religión, o el exotismo que viene intrínseco en mis gafas occidentales, pero noto un cariz distinto en la religiosidad musulmana al compararla con la mochez católica mexicana (mi referente más inmediato). Cuando la señorita J —una omaní muy activa en los foros de la app— habla de las recomendaciones que da a sus hermanos pequeños para hacer ejercicios de reflexión y oración percibo una sinceridad que no acostumbro ver en las mujeres más pías a mi alrededor. J se confiesa en las redes muy comprometida con su fe, compartiendo con el resto de usuarios cómo ésta la ha acercado a otros creyentes. En alguna ocasión, publicó en un post un breve relato de cómo se encontró con unas mujeres extranjeras al acudir a un evento religioso. Las separaba la lengua, pero las unía la fe. A partir de entonces, J comenzó a dedicar parte de su tiempo al estudio del urdu (idioma hablado por las aludidas), previendo que podría tener más encuentros de ese tipo y, en dado caso, ser capaz de hablar más detalladamente sobre sus creencias.

Insisto en que mi mirada se compone de los atisbos que las redes me permiten, echar breves ojeadas a fenómenos que no comprendo, ni busco comprender, simplemente me fascina contemplarlos. No sé si la señorita J es tan religiosa como lo manifiesta en sus publicaciones. Lo que sí agradezco de ellas es la posibilidad de tener otra perspectiva respecto a hechos que vemos o los medios de acá nos muestran en tonos oscuros. J ha escrito que su fe es producto de su educación y convencimiento personal, y que la vive y celebra de ese modo. Por ello, un acontecimiento como la reciente vuelta de la basílica de Santa Sofía en Estambul a mezquita en funciones fue motivo de un post alegre por parte de J, ya que esto significaba que más gente podría practicar su religión en un espacio tan simbólico como ése. Basta mirar un par de periódicos occidentales para notar la contrastante lectura de este acto por los de acá como un gesto populista y ajeno a la civilidad y tolerancia.

Como cualquier religión, el Islam tiene gradaciones que dependen de la variedad que se practique, el país y el acercamiento de cada individuo hacia la religión. Debido a lo anterior, su incidencia en la vida cotidiana también varía. Hay un aura de sorpresa por parte de los occidentales al momento de visitar algún país de mayoría musulmana y ser testigos del rezo diario, momento en el cual, según ciertas personas que lo han visto, “todo parece detenerse”. Con mi maestro MK tuve una prueba de la incidencia de la religión en la rutina, pues durante el tiempo del Ramadán, un mes de ayuno y oración, fue necesario cambiar el horario de nuestras sesiones. “Está fuera de mis manos. Es simplemente imposible encontrarnos en ese horario”.

El efecto de ciertas visiones de este credo genera otras complejidades al referirnos a las actividades de esparcimiento, siendo la música el rubro que me interesa resaltar ahora. Si bien hay ejemplos de música devocional apreciada por los creyentes como una manifestación más de su fe, hay otras corrientes que la censuran como un medio pecaminoso. En la serie documental Next Music Station (un viaje musical por distintos países del mundo árabe), la cantante e intérprete del oud Jameela Saad invitaba a la gente más ortodoxa a no pensar en la música como algo malo, ya que se podía disfrutar de ella sin ofender a la divinidad. Muchos usuarios de la app aman la música, como el yemení Soui; mi único contacto con él fueron los corazones que le dejaba a cada video musical que compartía en el foro. Una vez más, especulo. ¿Será que nuestra coincidencia en gustos era casi total, o el puro hecho de que mis elecciones le abrían los oídos a nuevas formas de armonía y melodía, distintas a las que encontraba a su alrededor, motivaba su aprecio? Quizá era puro amor por la música en sí, como fuera y de dónde viniera. Los corazones y Soui desaparecieron de mi radar, sin haber tenido oportunidad de preguntárselo.

Aunque yo fui educado bajo el catolicismo (como un alto porcentaje de los mexicanos), no soy un férreo practicante. Por muchos años vi la religiosidad como algo divertido e infantil; sin embargo, en algún punto me di cuenta de que es mejor tener aunque sea delgados hilos ligándome a una fe a carecer de ella por completo. Creer es un asunto serio que tiendo a ver con distancia; por eso me admira cuando alguien percibe la fe como una certeza, no como una posibilidad… y esto no es fanatismo. Aún así, al estar parado en este terreno siento la arena moverse incesantemente bajo mis pies.