Una de las experiencias más gratificantes y satisfactorias del 2019 fue participar en un encuentro muy distinto de todos los eventos literarios que se hacen en este país.

En cuanto recibí la carta invitación supe que estaba ante una forma diferente de construir espacios. Supe que estaba siendo invitada a un lugar cálido, profesional y justo.

Les platicaré paso a paso por qué este evento tuvo enorme trascendencia sobre la vida de sus participantes y sobre todo sobre las futuras dinámicas de los festivales, lecturas y otros acontecimientos de coincidencia literaria; cómo fue que cada una de las prácticas que armaron este esfuerzo fueron de una luminosidad y subversión inéditas. Pero antes de continuar quisiera hacer una pausa para desarrollar brevemente las implicaciones de la palabra subversión, que últimamente ha sido desposeída de su significado y potencia.

Subvertir, término latino que significa ‘dar la vuelta, trastocar, alterar el orden establecido’.

En el mundo literario mexicano estamos acostumbrados a trabajar dentro de un sistema jerárquico, legitimado por medios hegemónicos e instituciones donde pocas veces se remunera el trabajo hecho, por lo que la autogestión es subversiva per se.

Parece casi imposible desarrollar proyectos sin firmas, sin sellos gubernamentales o de algún sector institucional, y sin que pase por toda una tortuosa gestión para “bajar el recurso”, es aún más extravagante pensar en hacerlos en colectivo bajo formas horizontales y cooperativas que no impliquen competencias, concursos y descalificación; pero como toda estructura, tiene sus fisuras y tal como en una edificación las fisuras son espacios por donde se filtra la luz, Escritoras y Cuidados, pensado y gestionado por Alejandra Eme Vázquez, Gabriela Damián y Brenda Navarro ha sido la grieta que dejó pasar luz a la CASUL, un hermoso espacio de la UNAM que siempre había sido habitado bajo las reglas no escritas de la organización convencional.

¿Cómo organizar dos días de un encuentro sobre cuidados, invitar a decenas de escritoras y además proporcionarles comida, paga y la posibilidad de vender libros y producción en esta ciudad donde los escritores casi siempre acabamos pagando por hacer lecturas?

Es una realidad triste la de la escritura, la precariedad laboral que se vive. El trabajo literario no es asumido como trabajo. Esto está más marcado aún con las mujeres. Las escritoras pagamos doble, siempre. La falta de remuneración. La falta de reconocimiento. El ejercer un oficio a sabiendas de que no proporciona herramientas materiales para seguirlo ejerciendo. La invisibilización de los colegas y de las propias instituciones.

¿Cómo apropiarse de esta problemática para usarla a favor de nosotras? Parece que las organizadoras se plantearon esta pregunta y a partir de aquí decidieron dejar muy claro que sí es posible adueñarse del destino literario femenino. Hablar de cuidados ejerciendo cuidados. Esa era la solución, esa fue también la apuesta.

Desde el momento en que el proyecto nació se abrió una campaña para fondear con donaciones de las personas interesadas en asistir, estas donaciones, a su vez, serían recompensadas con libros o producción de las autoras. Con los fondos recaudados se pagaría también la comida, el café y el té que nos sostendrían durante las horas del encuentro. Y no era cualquier té o cualquier café o un refrigerio regular, sino los productos más elaborados, pan artesanal, bocadillos, sabores nuevos. Toda una red tejida en torno a la literatura, que sostiene en términos metafóricos y reales el quehacer de las mujeres artistas.

Este 2020 se repetirá esta experiencia y la red se seguirá fortaleciendo y expandiendo, porque la escritura femenina teje como araña, poliniza campos y hace brotar hojas inusitadas en sus apuestas.

Para saber más sobre este encuentro, síganlas en Twitter en:

@ellascuidan