Nota aclaratoria: las reflexiones emitidas en este texto son de carácter empírico, carecen completamente de sustento académico y no buscan ser tomadas de ese modo.

“¿Por qué quieres aprender árabe?”, preguntan muchos de mis interlocutores cuando nos encontramos en aquella aplicación que me recomendó no sé quién hace no sé cuánto tiempo. En dicha app uno da información sobre las lenguas que domina (o cree dominar) y las que quiere aprender. De acuerdo con esos datos, el algoritmo mágico te pone en contacto con gente interesada en aprender la lengua que dominas, ya que a su vez ellos son hablantes del idioma que buscas aprender o perfeccionar.

Como parte de mis combinaciones puse el idioma “árabe”, lo cual me ha permitido echar una mirada ‒más bien un “atisbo”‒, a una cultura que me ha parecido fascinante desde la infancia. Volviendo a la pregunta inicial, suelo responder que el árabe es una especie de raíz un tanto ignorada del español, dado que los siglos de dominio en el sur de la península ibérica dejaron más que bellos edificios y comida condimentada. Lo que no acostumbro confesar es que cuando era niño mi afición combinada por los cómics y la geografía me llevó a crear un equipo de superhéroes y superheroínas encargado de defender la península arábiga. Política aparte, la sola idea de pensar en esa región como escenario para las batallas épicas estilo Marvel (siempre Marvel) me sigue pareciendo hermosa.

Como comúnmente sucede al abrir una cuenta en este tipo de apps, la finalidad principal se va diluyendo cuando uno empieza a ponerle atención a otras cosas que la interacción con seres humanos trae consigo. Sí, he aprendido árabe (de lo cual quizá hable después), pero también he tenido la oportunidad de apreciar de primera mano algunas instantáneas de un mundo al que no solemos acercarnos si no es para relacionarlo con “atraso”, terrorismo, fanatismo o misoginia. En este escrito me referiré en específico al último punto.

La aplicación tiene dos formas principales en las que se puede interactuar. Por un lado, hay un foro (tipo Facebook) donde los usuarios publican imágenes, material de estudio, videos o comentarios de cualquier índole. Por otro lado, hay un espacio para tener conversaciones privadas con algún usuario o usuarios en especial, ya que también existe la opción de formar grupos (tipo WhatsApp). Lo primero que salta a la vista al examinar el foro es la presencia de un número equilibrado de participantes activos que marcaron “árabe” como su lengua materna en lo que a género se refiere: hombres y mujeres al parejo comparten posts sin aparente restricción alguna. En el contenido de dichas publicaciones tampoco suele haber una evidente distinción de género: tanto mujeres como hombres muestran fotos de paisajes, comida, memes… lo que uno encuentra en cualquier otra red social. Sin embargo, sí es de destacar la presencia de posts relacionados con el islam y fragmentos del Corán, recalcando una vez más que tanto hombres como mujeres se refieren al tema, sin que uno pueda distinguir si el fervor religioso está más presente en un género que en el otro.

La diferencia de géneros puede notarse, no obstante, en las interacciones. El foro suele ser el lugar donde alguien solicita ayuda a los usuarios para pasar a una conversación privada. Más de una vez he encontrado posts de chicas árabes pidiendo ser contactadas por otras chicas, ya que se sentirían intimidadas teniendo pláticas con gente del género opuesto. A pesar de lo anterior, tampoco es raro que las chicas árabes sean quienes inicien una charla privada, probablemente (como todos) al amparo del anonimato de la World Wide Web. Si bien no siempre hay certeza de quién está del otro lado, he tenido charlas que me parecen reveladoras con jóvenes y mujeres árabes.

En una ocasión respondí al mensaje de una joven saudí, estudiante de comunicación en Jeddah. En una plática sobre libros y escritura surgió el tema de sus vacaciones de verano. Me comentó que tenía un largo periodo de descanso escolar, por lo que yo le recomendé que buscara un empleo. Sin dar muchos detalles, me respondió que lo había intentado en la universidad donde estudiaba, pero no había tenido mayor éxito. Por alguna razón, noté que era un tema sensible y por ello no insistí. Más adelante me dijo que le gustaba mucho escribir, así que la animé a iniciar un blog con el fin de practicar y hacerse un hábito. “No me siento preparada, quizá después”, fue su respuesta. De nuevo, pude percibir que su respuesta era incompleta; podría ser solo mi imaginación, su juventud o una timidez intrínseca. Podría ser solo eso…

Otra charla, otra chica saudí. En esta ocasión ella me preguntaba sobre México y yo acerca del Reino de Arabia Saudita. Eventualmente llegamos al punto que (creo yo) le interesaba en realidad: ¿es México tan inseguro como lo pintan en los noticieros y las redes? Es difícil responder porque uno piensa “sí, pero aquí una mujer puede salir en shorts a la calle (en teoría, al menos)”. Atiné a decir que existe el riesgo de ser violentado o violentada, sin que eso quiera decir que “va a suceder”. “Es más seguro aquí”, fue su respuesta, sin dudas ni matices. “Sí, pero aquí una mujer puede subirse al Metro en minifalda (en teoría, al menos)”; me tragué mis pensamientos que trataban de defender lo indefendible. Ser más “libres”. Estar más seguras… otra conversación inconclusa.

Un ajuste más que debemos hacer a nuestro lente occidental (los portamos de nacimiento, nos gusten o no) se refiere a la simplista idea del “mundo árabe”. No es lo mismo ser hombre o mujer en Qatar o los Emiratos Árabes que en Egipto, o Marruecos, o Sudán. Así, llegamos a MK, un joven con el que he alcanzado un acuerdo de fair trade: clases de árabe a cambio de clases de español. Dado que su español es mejor que mi árabe, MK me pide que tengamos conversaciones más fluidas para que él pueda notar sus errores sobre la marcha. Debido a lo anterior, hemos platicado sobre el clima, música, idiomas y, en nuestra charla más reciente, aficiones.

En nuestro intercambio yo le cuento de lo que le gusta hacer a la gente por acá, y le digo que muchas aficiones son compartidas por mujeres y hombres. Después de pensar un rato, MK dice tajante: “Aquí las mujeres no hacen nada, se la pasan en la casa”. MK mismo notó su tono determinante y quizá sintió un poco de miedo (yo sí lo sentí). Me explica que las mujeres no se aficionan al deporte ni lo practican, no suelen hacer actividades sociales; incluso, cuando van de vacaciones a la playa, los hombres nadan mientras ellas los miran desde la orilla. “A mí no me gusta eso”, remata MK; “A mí tampoco”, pienso yo.

MK vive en Mauritania, un país situado al noroeste de África, al sur de Marruecos. Desde hace unos años está bajo el yugo de un régimen militar, lo cual me ayuda a entender varias de las cosas que me cuenta MK. En la calle, la mayor parte de los ciudadanos visten ropa tradicional, mientras que en la escuela los alumnos portan el uniforme militar. A pesar de lo que pudiera pensarse, MK no me transmite que exista algún tipo de descontento social por esa situación, incluso sabiendo a través de las redes que en otros países las condiciones son muy distintas. Le cuento que mi abuela es una gran aficionada al futbol, y le parece sorprendente, impensable en su contexto. Por un segundo pienso que si MK fuera mujer quizá ni siquiera tendría acceso a internet, o al menos no podría abrir una cuenta en una red social. De nuevo, estas son mis especulaciones, preguntas que no me atrevo a formular, al menos no por ahora.

Estereotipos, realidades, contextos que varían de país a país. A pesar de los contrastes, he podido encontrar en la app a la que me he referido todo este tiempo respuestas en “bloque” de los árabes (asumiéndose como una cultura unificada) ante lo que sus integrantes consideran la “ignorancia occidental”. Recuerdo en particular un video (cuyo vínculo no pude encontrar ahora) donde mujeres y hombres hacen un número musical a la Broadway con letra en inglés (énfasis en los destinatarios) en el que cantan sobre los estereotipos y realidades de su cultura. Resaltó especialmente la parte en la que la cantante principal alude en un principio al rol de la mujer sojuzgada e inculta, afirmando a continuación que las mujeres árabes son independientes y tienen estudios superiores. Es evidente que el video busca que los occidentales recalibremos nuestras gafas oscurecidas por la distancia y la incomprensión; sin embargo, la postura del video no deja de ser igualmente simplista al no mostrar las diversas realidades de las cuales solo podemos tener atisbos desde fuera. Dejo aquí más dudas que certezas, más silencio, páginas incompletas que tal vez nunca se llenen. Mientras la fascinación persista, eso no importa en realidad.