Liliana aparece en la portada. Es una fotografía frontal. Aunque su figura está colocada hacia la esquina inferior izquierda del espacio de la portada vertical, es el elemento esencial junto con la tipografía en mayúsculas y de colores fríos. La toma es casual, parece espontánea, pero sin duda es de aquellas fotos que no conseguimos evitar que alguien capture de nosotras cuando estamos solas ante el acto fotográfico. Es mucho peso a veces, ni modo. O quizá este es solo un fragmento de una fotografía con un marco más grande, con otras personas.
Su mirada no nos mira; sin embargo, le sonríe a ese otro escenario –a su derecha–que no está dentro de este marco de la foto. Esa otredad que goza de ella, de su guiño, de su tiempo y su asentimiento. ¡Oh!, su arracada es solo una, marcando la ausencia de la otra por el fondo negro. Los anteojos increíbles, con un leve reflejo de flash que no logro descifrar en ellos. Con suerte a veces podemos descubrir al fotógrafo a través de ese espejo. Me ha pasado. La camisa y su color me remitieron a mi propia época, somos coetáneas, me descubrí en ella. Sus manos apenas salen al ras inferior del libro, su mano izquierda incluso no logra salir completa, qué enigma. Son manos firmes, seguras pero a la vez en movimiento, como titubeantes sosteniendo la figurilla negra que tampoco logro identificar qué es. La veo a ella delante de ese gran fondo: la noche, que es de parque, que es de ciudad. Ahí está la estudiante llena de libertad y de sueños. Su sonrisa sí nos ve, la vemos. Genuina.
¿Qué mundo de qué Liliana estamos viendo de frente?
Esta primera edición de El invencible verano de Liliana, impresa el pasado mes de abril de 2021 en Ciudad de México, estuvo a cargo de Penguin Random House; en la portada aparece la imagen de Liliana, hermana menor y única de quien escribe el libro: Cristina Rivera Garza.
El libro se estructura por once capítulos que van apareciendo consecutivamente en números romanos, además de las notas finales; el índice se desarrolla de una manera orgánica y en cada título se observa un gesto de la autora como la pieza clave que nos permite acercarnos con sutileza al enigma de cada fragmento, y de este modo poco a poco se va desentramando la historia. En el transitar de las páginas identificamos la narrativa impecable y respetuosa de una historia de feminicidio, pero narrada desde ese otro espacio-tiempo, el de la hermana de la víctima a treinta años de distancia de los hechos. Y notamos que en treinta años ya no somos los mismos como sociedad, ya no somos las mismas. Durante la lectura noto que esta estructura va tomando vida propia.
El invencible verano de Liliana ha sido escrito desde una postura emancipadora. Es una escritura no normativa. La voz de Cristina para mí aquí (como en textos anteriores) es una voz insumisa, directa y con tal claridad que reconocemos cuando en contraportada ella declara: “Este libro es para celebrar su paso por la tierra y para decirle que, claro que sí, lo vamos a tirar. Al patriarcado lo vamos a tirar”.
A lo largo de todo el texto se descubre una voz crítica hacia la escritura dominante y hacia el discurso hegemónico. Cabe aquí la reflexión de que ahora contamos con más formas de nombrar al simple y justificado piropo callejero de antaño y renombrarlo como lo que realmente es: acoso en la vía pública. Ahora podemos llamarle por su nombre al feminicidio para nunca más llamarlo crimen pasional.
4 de octubre de 1969-16 de julio de 1990
Liliana Rivera Garza no puede enmarcarse solo en una estadística más, ni dentro de una fecha de nacimiento y muerte: debe enunciarse y recordarse de principio a fin su vida luminosa, porque la tuvo veinte años de su paso sobre la tierra.
Comencé a leer este libro el 16 de julio del 2021. Avanzo en las páginas y leo que ocurrió justamente ese día. El feminicidio de Liliana había ocurrido el 16 de julio de hace treintaiún años. La piel se me eriza.
El invencible verano de Liliana es en sí mismo resultante de muchas más escrituras creativas anteriores, reflejadas en sus novelas y ensayos, en libros que la anteceden, como Autobiografía del algodón, o aún más anterior, Los muertos indóciles, que van dejando en claro la agencia contundente –que su formación de historiadora y socióloga le confieren con gran rigor investigativo– con la que nombra con precisión a cosas, experiencias, dudas, especulación, conflictos subvertidos, intuidos o identificados en el texto, etcétera.
Notamos que hay voces ahí, incluida la de la autora, sin máscaras y tan cercanas que nos muestran una intimidad, una amorosidad y una honestidad testimonial tremendas, desde las memorias familiares hasta las investigaciones, como extractos de las entrevistas a las personas más cercanas a Liliana, o la inclusión de documentos, dibujos y gráficas escaneados y de la representación misma de las frases epistolares. Este cúmulo de historias recuperadas y concatenadas también se encuentran mediadas durante todo el libro, en voz de la autora, y de una manera sociológicamente pertinente aquí por una lectura alternativa que da luz a este fenómeno del feminicidio, pero en concreto del comportamiento del hombre feminicida, que hace referencia a Rachel Louise Snyder y su libro No Visible Bruises (traducido al español como Sin marcas visibles), pues ella hace un análisis sustentado en el terrorismo íntimo de pareja, identificado en una macabra o torcida relación que existe entre el amor romántico y la violencia de género.
Texto documental
Cristina va decidiendo en qué parte de este ir insertando con total pertinencia el recordatorio de Rachel Louise Snyder como un marco de referencia para así no olvidarnos tampoco de que hay inmersa en la historia una problemática sociológica. El texto documental conlleva, gracias a todos estos elementos metodológicos y las evidencias materiales que contiene toda su investigación, a la toma de las distintas decisiones para que la novela sea en sí misma una ofrenda, un homenaje, un recordatorio, algo más que un documento: un resultado de treinta años de reflexión autobiográfica, incluso desde su mirada testimonial y no solo en función de ser la hermana, o la hija, o una mujer feminista y sorora, una ciudadana, sino además desde su mirada y su talante de escritora que trabaja con rigor y recurre a las herramientas propias de un real investigador de casos per se, manejando pasajes, cuidando el tono, vertiendo el léxico apropiado, los números precisos del expediente, acudiendo a los términos legales, a las adecuaciones jurídicas y nos lleva con la estructura narrativa a viajar hacia aquellas oficinas repositorias de ese inevitable expediente, y todo lo anterior nos conduce a reconocer la importancia de la pluma de Rivera Garza porque en ella hay una intención vindicativa y política que sin duda nos trastoca, nos inspira y nos conmueve hasta las lágrimas y queremos sucumbir en el abrazo más grande.
Nombrar para no olvidar
Como parte de su posición política, Cristina Rivera Garza nos lo deletrea además con nombre y apellidos: Ángel González Ramos, el sujeto presunto responsable del feminicidio de su hermana Liliana, si se quiere desde una idea de denuncia documental, o desde una denuncia simbólica. No en vano en la página 273 integra la reproducción del retrato fotocopiado del feminicida al que la justicia buscaba con una orden de aprehensión por todo el país días después del feminicidio.
Hay muchas Lilianas por las cuales exigir justicia. Y hay muchos feminicidas que impunemente van por el mundo libres, que no han pagado por su crimen, miren que conocemos de cerca la palabra IMPUNIDAD que habita cómodamente en Ciudad Juárez desde hace casi tres décadas. Desconozco si en este caso su nombre fue denunciado, o mejor dicho, pronunciado públicamente, quizá hasta ahora. Pero Cristina repite en varias ocasiones su nombre y apellidos. Que no se olvide.
Quisiera agregar además que, sobre todo, me parece que este texto increíblemente bien realizado, sublime en su estructura y en la poesía de sus palabras para su fruición a pesar del horror y el dolor del que trata me remite a una frase escrita varias décadas antes por Simone de Beauvoir sobre el documental SHOAH (1985) de Claude Lanzmann, y dice más o menos así traducida al español: «Debo agregar que nunca hubiera imaginado tal combinación de belleza y horror. Es cierto que uno no ayuda a ocultar al otro. No se trata de esteticismo; más bien, resalta el horror con tal ingenio y austeridad que sabemos que estamos ante una gran obra. Una obra maestra».
Nota uno
Termino estas líneas en estos primeros cinco días de este octubre y recuerdo que Liliana nació el 4 de octubre de 1969, me resuenan ambas fechas de su vida, pero puedo decir que me encuentro agradecida profundamente por la existencia de este objeto-documento-libro-memoria amorosa y rigurosamente tejida por su hermana, su hermana mayor. Sin duda su caso, su nombre, no quedó en una estadística más.
El invencible verano de Liliana no solo es un homenaje a la vida luminosa de ella en sus veinte años vividos con libertad, con dudas y con certezas, sino que es además un recordatorio de que la epidemia del feminicidio está aquí incluso hoy, pero que hoy a diferencia de los noventa, ya existe un vocabulario de género y marcos legales que protegen un poco más a las víctimas primarias y secundarias. Falta mucho por lograr, sobre todo hace falta la justicia para todas, pero ahora la certeza es que ya se pueden nombrar las cosas por su nombre. Las manifestaciones de las mujeres en el espacio público hoy nos van enseñando estas conquistas.
Nota dos
Mi madre, ayer que hablábamos vía virtual, me decía con la convicción que le concede toda su experiencia vivida en esta zona geográfica de Chihuahua en cuanto a los cambios de estación tan marcados, que: “Siempre hay un verano en octubre”. Y yo salto de emoción al escuchar en su voz la frase que buscaba para darle nombre a este texto que termino de escribir hoy y que aún no resolvía cómo nombrar incluso ayer. Agradezco por este invencible verano de Liliana, por la vida de Liliana, por Cristina, por sus padres y porque ahora en octubre, su octubre, nuestro octubre, ese verano en este octubre y todos los octubres seguirá siendo invencible.
Ciudad Juárez, 6 de octubre de 2021