I. partamos de una obviedad y asumamos que hagamos lo que hagamos no vamos a cambiar el mundo

II. el mundo, este mundo, es ya un desierto cubierto de tierra yerma donde lo único que crece es el dolor y la rabia y el desasosiego, los huesos y los cráneos y los brazos rotos y las piernas destrozadas y los cuerpos mutilados arrojados al mar u olvidados en playas y descampados. éste mundo está perdido. debemos dar por perdido el mundo

III. y por mundo me refiero precisamente a éste. aquí el demostrativo es importante porque nos ancla en un espacio y un tiempo. quiere decir que es este mundo está perdido y no otro, que este planeta, que esté presente, que esta realidad que ya es una con el capital, que no se distingue del capital, como lo ha dicho Santiago López Petit, una realidad sin afuera

IV. ¿qué puede el arte, entonces? ¿qué puede el teatro frente a esta realidad? muy poco, como ya lo ha intuido Rabih Mrouè, realmente muy poco

V. tenemos que asumir esa poquedad, esa cortedad en la capacidad del teatro y el arte para hacer frente a la realidad; y luego asumir su miseria, sus carencias, sus faltas y su cobardía, su pusilanimidad, su nadería, eso, su nadería, su habilidad para devenir nada, para devenir despojo y resto y ruina

VI. debemos tener presente lo que ha dicho ya Raúl Zurita: que la poesía y el arte y el teatro son las ruinas de las ruinas de la historia, el testimonio del fracaso de este mundo, lo que queda después de su temblor

VII. por lo tanto nosotrxs no hacemos discursos, nada de eso. apenas articulamos balbuceos repletos de silencios y lagunas y caídas y fallas; al final (y esto se lo robo a Angélica Liddell) lo que hacemos es la manifestación del fracaso del lenguaje y del mundo, y del mundo del lenguaje, y del lenguaje del mundo

VIII. trabajamos para la ruina desde la ruina; trabajamos con los despojos de la historia, con la ceniza de la historia, con la basura que la historia ha arrojado a las huestes del olvido

IX. está entonces el desierto donde todxs vivimos, y en sus periferias la ruina del mundo que es la cultura toda

X. y aún así necesitamos protegernos del desierto, ponernos a cubierto, necesitamos un lugar donde guarecernos de la angustia que nos llueve, protegernos de la noche, de la larga noche de un planeta agotado, de un mundo colapsado, de un futuro mutilado, de una realidad forjada en la tristeza a golpe de milicias, como piensa Rubén Ortiz, y no de encanto político

XI. necesitamos insistir en la vida y construir un refugio con lo que tenemos a la mano. y eso que tenemos son las ruinas y los restos del mundo. es lo único que tenemos, pero también es lo único que necesitamos. porque la vida en la que debemos insistir no es esta, es otra muy diferente de la cual apenas hemos escuchado rumores

XII. el trabajo del arte, del teatro y la poesía es, entonces, devenir casa donde sea posible ampararnos, un hogar hecho de las ruinas del mundo donde podamos recostarnos a pensar si es posible forjarnos otra realidad a base de pactos de vida, como diría Rafa Mondragón, y no de pactos de muerte

XIII. debemos hacer de las ruinas nuestro hogar, construir un hogar con los despojos de la historia para protegernos de la intemperie del desierto. levantar las paredes con la rabia, pintarlas con el desasosiego, hacernos el techo con el dolor que nos provoca tener que vivir en éste presente, el dolor por tener que vivir ésta vida

XIV. aquí una imagen robada a Josep Maria Esquirol: una casa con las puertas y las ventanas abiertas siempre para que el aire circule y el sol penetre, para llenarla de plantas y jardines y flores y podamos recibir a quien regresa cansadx de haber caminado el desierto. una casa para sentarnos a la mesa, lxs vivxs al lado de lxs muertxs, y donde la caricia y la cercanía se vuelvan el lenguaje común, el único lenguaje posible

XV. y otra imagen, ahora de Cristina Rivera Garza y Daniela Rea y Marina Garcés: una casa doliente, una casa para lo (im)posible, una casa para la piedad, una casa para la escucha, una casa para la esperanza, una casa que sea una balsa, una casa inacabada, una casa donde esperar la buena muerte y el bien morir, una casa que no olvide que tiene por cimiento la vergüenza de quienes han sobrevivido, una casa para el silencio y la compañía que huela a café y a sangre y a vino y a sudor y a flores y a muerte

XVI. donde pongo casa, pongo también teatro o escritura o arte, es igual

XVII. y en el dintel de la puerta, esta frase robada de un poema de Antonio Calera-Grobet: «antes del fin de éste, que lo tengan seguro, tú y yo, escribiremos otro mundo”

XVIII. entonces tenemos que dejar de pensar como artistas y empezar a pensar como carpinterxs, albañiles y jardinerxs. pero también como enfermerxs, como curanderxs y parteras. construir y acompañar. ese será nuestro trabajo desde ahora: acompañarnos mientras morimos y vemos caer este mundo. acompañarnos, también, mientras vivimos y nos sentimos desear otro mundo

XIX. pero ese mundo que hemos de escribir será eso, sólo un deseo que vamos a arrojar y olvidar entre las ruinas. porque ya lo dijimos, nosotrxs no podremos construirlo, solo imaginarlo y pensar que alguien más podrá, que algo más podrá

XX. y esa vida otra será la única obra de arte. porque en ese mundo nuevo (donde han de caber muchos, como ha sido el deseo de nuestrxs compas zapatistas) el arte ya no será necesario. el único arte será el bien vivir y el bien morir

XXI. al final, nuestra única labor será hacernos a un lado y atestiguar cómo otrxs lo queman todo, cómo las mujeres, cómo lxs indígenas, cómo lxs migrantes y demás cuerpos subalternos y racializados y feminizados, lo queman todo. hacernos a un lado y atestiguar y escuchar y acompañar y acoger. esa será nuestra labor, nuestra única labor posible