Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las cosas prácticas, reales, tangibles

Bertold Brecht

Alarmada y, por ello, interesada en entender cómo se maneja la guerra informativa que se ha dado en las redes sociales ‒en particular en Facebook‒ contra el manejo de la pandemia por parte del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador y, particularmente contra el subsecretario de Salud, el epidemiólogo Hugo López-Gatell, me dediqué a hacer una serie de notas sobre lo que iba encontrando en este contaminado mar de la información. Lo que sigue es una invitación a pensar en ello con profundidad, pues encuentro muy superficial responsabilizar a los usuarios de propagar fake news por no verificar las fuentes, en tanto esta maniobra retórica exime de responsabilidad a quienes crean estos montajes alejados de la realidad y normaliza esta práctica política repugnante y criminal. Por esa razón, abordaré el asunto desde la perspectiva de la verdad, dado que lo que está en juego, cuando hablamos de información mediática, es que los medios de comunicación cumplan con la obligación ética que tienen de que la información que publican sea genuina.

Empezaré así por plantear mi concepción de la verdad en el discurso, y posteriormente propondré una distinción entre dos tipos de discurso que se identifican con las dos formas de información confrontadas.

Lo verdadero y lo falso. La verdad y la mentira

Comienzo con esta distinción porque me parece fundamental entender que hay un sentido de “verdad” científico que se deriva de la lógica, y según el cual, el valor veritativo de lo verdadero sería aquello que se afirma que es un hecho del mundo, de acuerdo con evidencia empírica. De donde, el valor veritativo de lo falso sería lo que no es el caso, pero no por ello se trataría de un sinsentido, es decir, de algo imposible lógicamente.

Es importante no perder de vista que la verdad científica, a pesar de ser objetiva, pues se basa en observación empírica, no es una certeza inamovible, ya que siempre tiene un carácter hipotético y otras evidencias podrían refutarla. En esto se basa precisamente el progreso científico.

Ahora bien, si la verdad científica no depende del sujeto que la enuncia, puesto que es objetiva, existe una verdad que sí depende de quien la enuncia, en tanto se podría afirmar como verdadero algo que no lo es. Me explico. Podría darse el caso de que alguien dijera algo que sinceramente cree que es verdad, pero fuera refutado y demostrado que no es verdad; en este caso, no estaríamos ante un problema ético, sino ante un error. Sin embargo, habría otro caso en el que, quien profiere esa “verdad”, en realidad sabe que no lo es, y lo que intenta con ello es conseguir un propósito particular a través de un engaño. En este caso sí estaríamos ante una responsabilidad moral que podría sancionarse de acuerdo con el daño que haya ocasionado. Este tipo de verdad fue retomada por Foucault en sus últimos cursos que trataron sobre lo que él llamó en inglés Fearless Speech, y que se ha traducido al español como “Coraje y verdad”. El concepto parte de la palabra griega parresía que aparece en boca de Sócrates en el diálogo de Gorgias, y que literalmente significa decir todo lo que se piensa. Su sentido político se afinca en el hecho de que en la asamblea griega, si bien se tenía el derecho a tomar la palabra (isegoría), también existía la obligación de ser sincero (parresía), con lo cual se impedía la posibilidad de manipular al auditorio.

Por su parte, Hannah Arendt distinguió entre verdad y opinión, partiendo también del diálogo platónico de Gorgias, y plantea que la diferencia entre ambas radica en que si la verdad es una construcción dialógica, fundada en la reflexión, la opinión es retórica porque su objetivo es persuadir al auditorio de que el orador es quien dice, porque conoce, la verdad. Sócrates señala en el Gorgias que esta verdad es moralista porque quien la enuncia se asume como el único propietario de la verdad, de modo que su enunciación es monológica y contraria a la reflexión filosófica, pues se trata de una verdad falaz que adapta los hechos a su conveniencia y además, debido a que domina las creencias de su auditorio, es más persuasivo que quien intenta modificar esas ideas, puesto que, además, relativiza las verdades factuales para restarles valor y presentarlas como una opinión más.

Con relación al periodismo, Arendt señala que la libertad de opinión es una farsa, a menos que se garantice que la información es veraz. La dificultad más importante tendría que ver con el hecho de que la verdad factual no es más evidente que la opinión y, de ahí, el manipulador puede tratar la verdad fáctica como otra opinión.

Me parece que este mecanismo retórico se ajusta perfectamente a lo que sucede en el caso de la información sobre la pandemia, pues si bien la información que el gobierno da diariamente es científica (factual), su manejo mediático la reduce a una mera opinión, equivalente a la que posiciona en su contra. No perdamos de vista que la escena en que discurre este enfrentamiento incluye a un tercero, que es a quien se dirigen los medios de comunicación, en este caso la red social de Facebook, y cuya meta es la de construir una opinión pública sobre la situación que vivimos y la manera en que debemos actuar.

El discurso de la muerte y el discurso de la vida

Así como hemos distinguido entre una verdad lógica, en donde hay una correlación entre lenguaje y hechos del mundo, y una ética que compromete al enunciador con una disposición a ser sincero -reitero, no a no equivocarse-, distinguiré dos tipos de discurso a los que he denominado discurso de la vida y discurso de la muerte, en donde la diferencia estriba, en un sentido general, en que la información se centre, ya sea en la sobrevivencia personal o en la solidaridad colectiva, lo cual conduciría a una actitud fatalista o a una esperanzadora, respectivamente. Carlos Monedero, el importante historiador y activista español, señala en ese sentido que el miedo conduce a una actitud egoísta, de mera supervivencia, que se caracteriza, en consecuencia, por ser monologante; a diferencia de la esperanza que es siempre una voz colectiva y, por lo tanto, dialogante porque busca el bien común. Monedero añade que el discurso del miedo es fascista porque impide la fraternidad y, por lo tanto, la libertad. Nos reduce a una condición animal que impide la reflexión, así como la confianza en que superaremos la crisis juntos, como lo demuestra el hecho de que todas las pandemias se hayan superado mediante acciones colectivas y no personales a lo largo de la historia de la humanidad.

En este caso, encuentro apropiado hablar de vida y muerte porque la emergencia es sanitaria y la amenaza compromete al cuerpo, que puede enfermar o incluso morir por un virus que es un elemento natural. No olvidemos, sin embargo, que hay teorías conspirativas que plantean que el virus que provoca la covid19 fue creado en un laboratorio y las acusaciones responsabilizan tanto a China como a Estados Unidos, lo cual sería un ejemplo de que a pesar de la imposibilidad para demostrar la verdad de estos dichos, eso no impide que sean atractivos porque se basan en la creencia de que las potencias mundiales, al estar inmersas en una guerra económica, serían capaces de hacer algo así.

La distinción discursiva que propongo también se conecta con lo que ha propuesto Luis Gabriel Rojas, quien hace dos años presentó un interesante trabajo en el seminario de la  Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso, sede México, donde planteaba que López Obrador y Calderón tenían dos discursos políticos opuestos. El primero, centrado en el amor ‒recordemos que durante la campaña AMLO habló de su interés en construir una República amorosa‒; al contrario de Calderón quien, durante su gestión, le declaró la guerra al narco y habló de enemigos externos e internos a los que quería eliminar de su horizonte. La propuesta de López Obrador no se reduciría a la empatía hacia los pobres, sino que partiría de una imaginación moral que se convierte en acción política cuando invita a pensar juntos en un futuro posible y luchar por alcanzarlo. Como podemos ver, el discurso de la guerra coincide con el de la muerte y el del miedo; mientras que el del amor se correspondería con la vida, la acción colectiva y la esperanza.

La escena discursiva

Desde el inicio de la pandemia, a principios de año, la Secretaria de Salud empezó a trabajar en un protocolo para el manejo de la pandemia en México con un equipo de epidemiólogos y científicos encabezados por el Dr. Hugo López-Gatell, quien ha informado diariamente, desde el mes de febrero, sobre el avance de los contagios y las muertes. En muy poco tiempo se convirtió en un fenómeno mediático por un enorme carisma, ganado a partir de una destacada capacidad para comunicar tesis científicas y su bonhomía, que le ha permitido manejar con elegancia los ataques permanentes de la derecha golpista. El informativo diario tomó el modelo de la conferencia de prensa de López Obrador ‒“la mañanera”, como es mejor conocida‒, de modo que los ataques comienzan con las preguntas de los reporteros, en las que domina el tono de la sospecha y de la acusación, en virtud de que, si bien gobierna la izquierda, el poder económico todavía sigue en manos de empresarios y medios de comunicación al servicio de intereses contrarios al gobierno. La distorsión de la información en los medios suele ser aclarada por el subsecretario de salud; sin embargo, en muchos casos se le acusa de no respetar la libertad de expresión cuando desmiente alguna afirmación en circulación. En este punto, vale la pena recordar el trabajo de Viktor Klemperer sobre la manipulación de la lengua alemana que llevaron a cabo los nazis, donde muestra cómo muchos conceptos fundados en la cultura alemana se desviaron hacia fines particulares, en un proceso de apropiación de la lengua que tenía importantes efectos en el cambio de la visión del mundo. Tal es el caso de héroe, una palabra que en Alemania tenía una profunda importancia cultural que se arraigaba en el Romanticismo, y que los nazis empezaron a usar en la prensa y en los discursos políticos para calificar como héroes a quienes asesinaban judíos y comunistas. Algo parecido sucede en México con el concepto de libertad de expresión, que se vacía de sentido cuando se reduce a la libertad para decir cualquier cosa, esto es, la libertad para dar opiniones donde se agazapan mentiras disfrazadas de un lenguaje que imita al científico. También forma parte de este nuevo vocabulario el término polarización, que se usa para referirse a las denuncias que hace el gobierno del golpeteo constante de la oposición. Estos nuevos significados tienen la función de presentar a la oposición como defensora de la democracia, lo cual es posible porque, como señala Klemperer: “Cuando dos personas usan la misma expresión, no necesariamente han de partir de la misma intención” (LTI. La lengua del Tercer Reich, 229).

Vale la pena señalar que este montaje de falsas verdades lo facilita la propia condición de un nuevo virus, cuyo comportamiento todavía es enigmático, ya que existe la posibilidad de no tener síntomas y estar contagiado; de tenerlos, pero no ser más grave que una gripe común o de requerir hasta un respirador o poder llegar incluso a morir; una amplia gama de posibilidades que permiten introducir muchas informaciones alarmistas y, sobre todo, generar desconfianza en las instituciones a cargo de la emergencia.  

Este discurso, que he denominado “de la muerte”, se caracteriza básicamente por ser fatalista. De ahí se desprende que no haga ninguna propuesta que colabore para la superación del problema o para su comprensión; por el contrario, en lugar de ello, se asume el derecho a exigir, dando por sentado que el gobierno miente y es irresponsable, por lo que será el culpable de que muera gente. Sus exigencias se basan, precisamente, en debates internacionales sobre la eficacia del cubrebocas o la importancia de sacar pruebas para detectar a los asintomáticos, amén de apelar a medidas represivas como el toque de queda.

Por su parte, el discurso “de la vida” apela a la esperanza en que lo superaremos colectivamente y, en lugar de usar medidas coercitivas, expresa su confianza en la civilidad ciudadana y persuade a cumplir la cuarentena en casa, sin perder de vista que hay personas que no pueden hacerlo y para quienes pide empatía, por parte de aquellos que cuentan con la capacidad económica para hacerlo. En cuanto al disenso, acepta el derecho a decir lo que se piensa y se invita a expresarlo con honradez. Propone y expone diariamente su plan de trabajo, así como el progreso de la epidemia, en una conferencia de prensa en la que solicita a los medios de comunicación que ayuden a aclarar las confusiones y dudas que la gente tenga. Al usar un lenguaje científico, no postula una certeza, sino que se mueve en el ámbito de la probabilidad estadística y expone las hipótesis que se desprenden de un estudio matemático del posible comportamiento de la curva pandémica.

No hay duda de que una dificultad adicional que enfrenta, la ya de por sí titánica tarea gubernamental, tiene que ver con el hecho de que es la primera vez que el gobierno deja en manos de los científicos el manejo de la información, que es una manera de no politizar este trabajo, cuando el ciudadano común ha estado acostumbrado a una retórica mediática que, como ya se dijo, no trabaja para la verdad sino para imponer intereses particulares. Es necesario, por eso, insistir en que la democracia no puede existir sin que se reconozca nuestro derecho a conocer la verdad factual y la obligación de discutirla con honestidad.

Referencias

Arendt, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Ocho ensayos sobre la verdad política, Partido de la Revolución Democrática, México, 2018.

Foucault, Michel. Coraje y verdad, trad. Felisa Santos, en: Tomás Abraham (Ed.), El último Foucault, Sudamericana, Buenos Aires, 2003.

Monedero, Carlos, El Chamuco [entrevista], 27 de abril de 2020.https://youtu.be/dqQsHrxLaIw

Víctor Klemperer. LTI La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, Minúscula, Barcelona, 2001.