
Por Gillian Frank
[Traducción de Juanfran Maldonado*]
10 de noviembre de 2015
Un anuncio que se emitió con frecuencia en Houston el mes pasado mostraba a un hombre atacando a una niña en un cubículo de baño. Su objetivo era convencer a los votantes de los peligros del Decreto de Igualdad de Derechos de Houston, conocida como HERO, que protegía de la discriminación a 15 clases de personas, entre ellas la población LGBT. Los detractores de HERO calumniaron a las personas trans, calificándolas de depredadoras sexuales y describieron el Decreto que las protegería como una «ley de baños». De este modo, reformularon una pregunta de referéndum sobre derechos civiles, transformándola en una pregunta sobre permitir a depredadores sexuales masculinos abusar de les niñes en los baños de mujeres. Esta estrategia fue terriblemente eficaz. El 3 de noviembre, los votantes de Houston rechazaron la ley antidiscriminación de la ciudad por un margen de 61-39%.
La idea conservadora de que las protecciones garantizadas por los derechos civiles ponen en peligro sexual a mujeres y niñes en los baños públicos no es nueva. De hecho, el pensamiento sexual conservador ha estado puesto en el W.C. desde la década de 1940. Durante la Segunda Guerra Mundial, los conservadores empezaron a utilizar la idea de que la igualdad social de las personas afroamericanas supondría un peligro sexual para las mujeres blancas en los baños. En las décadas posteriores, los conservadores utilizaron este tropo para negar las reivindicaciones de derechos civiles de las mujeres y las minorías sexuales. Situar el rechazo de Houston a HERO dentro de la historia de discriminación contra las minorías raciales, las minorías sexuales y las mujeres, revela una pauta más amplia: Cuando grupos previamente marginados han exigido acceso a los servicios públicos, los conservadores responden con verborrea de excusado para paralizar sus aspiraciones de igualdad social.

Desde la Segunda Guerra Mundial, los baños públicos han ocupado un lugar central en las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos por la integración racial en el lugar de trabajo y en las escuelas. Integrar estos espacios en el sur de Estados Unidos significaba acabar con las leyes de Jim Crow que ordenaban, entre otras cosas, baños públicos separados para negros y blancos. Los blancos defendieron estos espacios segregados con violencia. Y, con diversos grados de cinismo, los segregacionistas a menudo interpretaban las exigencias de igualdad racial como exigencias (de hombres negros) de contacto sexual interracial con mujeres blancas. En 1941, cuando el Presidente Franklin D. Roosevelt firmó la Orden Ejecutiva 8802, que prohibía «la discriminación en el trabajo a los trabajadores de las industrias de defensa o del gobierno», el gobierno creó el Comité de Prácticas de Empleo Justas (FEPC) para hacer cumplir esta orden. La historiadora Eileen Boris ha demostrado cómo los Demócratas del Sur lucharon contra la FEPC, considerándola un intento de «imponer la igualdad social sobre el Sur» y conducir a, en palabras de un senador de Georgia, «la igualdad social y la mezcla y amalgama de las razas».
Mientras que los segregacionistas afirmaban frecuentemente que la integración racial garantizaría a los hombres negros el acceso sexual a mujeres blancas, las mujeres blancas también hacían hincapié en que el contacto con mujeres negras en los baños las infectaría con enfermedades venéreas. Las mujeres blancas se negaron a compartir los baños con las mujeres negras en todo el Sur y también en lugares como Detroit, que se había poblado de sureños blancos y negros durante los años de la guerra. Alegando que la integración racial con personas negras les haría contraer sífilis al compartir asientos y toallas en los baños públicos, las mujeres blancas protagonizaron numerosas huelgas y paros para resistirse a las políticas de la FEPC. Sin duda, sus colegas negras sufrieron acoso e intimidación a lo largo de estos conflictos. Como señala Boris, «el W.C. y el cuarto de baño, lugares destinados a las funciones corporales más privadas, se convirtieron en lugares de conflicto; su integración simbolizaba crudamente la igualdad social».
Ideas similares se pusieron en juego ante una audiencia nacional durante el conflicto de 1954 sobre la integración de Central High en Little Rock, Arkansas. También en este caso las mujeres blancas equipararon la amenaza de la igualdad social con la enfermedad sexual. Una estudiante blanca informó: «Muchas de las chicas no quieren usar los baños en Central, simplemente porque los usan las chicas ‘negras'». De nuevo, la creencia entre las mujeres blancas de que contraerían enfermedades venéreas por compartir los baños públicos con estudiantes negras era frecuente. La historiadora Phoebe Godfrey resumió la dinámica racial, de género y sexual en juego: los conflictos en torno a los baños «tenían sus raíces en creencias sobre la vulnerabilidad de la feminidad sureña ante la negritud, que por su mera presencia tenía el poder de contaminar, simbolizando una amenaza sexual independientemente del género».

En la década de 1970, los conservadores trasladaron esa imagen cargada racial y sexualmente de los baños, de su oposición a las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos, a los debates sobre la Enmienda para la Igualdad de Derechos (ERA). Los activistas anti-ERA afirmaban que una de sus consecuencias serían los baños mixtos; en este caso, aplicaron códigos raciales ampliamente compartidos (con la discusión antiderechos civiles), sobre todo en su idea de que la integración de los baños por sexos provocaría la violencia sexual de los negros contra las mujeres y los niños blancos. Un folleto con viñetas distribuido por la organización anti-ERA de Phyllis Schlafly, Eagle Forum, planteaba una pregunta destinada a incitar comparaciones negativas entre la ERA y el Movimiento de los Derechos Civiles: «¿Quiere usted que los sexos estén totalmente integrados como las razas?». Al referirse a la ERA como una medida que permitía la «mezcla de sexos», la literatura en su contra apelaba a los discursos antimestizaje y antiintegración.
Las implicaciones de esta retórica se manifestaron en la correspondencia y las conversaciones privadas: «No quiero compartir un baño público con hombres hippies blancos o negros», escribió una mujer floridana en 1973 a un senador del estado de Florida. En Carolina del Norte, una legisladora escuchó a un colega declarar: «¡No voy a permitir que mi mujer esté en el baño con un negro grandote!«. La intersección de raza, género y sexualidad era evidente para los defensores de la ERA, incluido el asistente legislativo del gobernador de Florida. Este asistente trató de explicar estas raíces raciales en una carta a un oponente de la ERA: «Muchos detractores de la Enmienda de Igualdad de Derechos han utilizado la idea de un baño ‘integrado’ para ilustrar su temor a la Enmienda propuesta. Esta idea procede del caso Brown v. Board of Education de 1954″.
Junto con los temores conservadores a la anarquía racial y de género en los baños, estaba muy extendida la preocupación por que los homosexuales tuvieran sexo en los baños públicos. En el período de posguerra, la policía vigilaba estos lugares de cruising, conocidos como tearooms, y detenía y publicaba regularmente los nombres de hombres que ejercían, de forma consensuada, prácticas sexuales anónimas en espacios públicos. Entre las personas detenidas por esta vigilancia se encontró Walter Jenkins, jefe de gabinete del presidente Lyndon Johnson, cuya detención en 1964 fue noticia internacional. Puesto que la policía, las autoridades médicas y los medios de comunicación solían presentar a los homosexuales como pederastas, los baños públicos llegaron a considerarse lugares de peligro sexual para les niñes pequeñes. En 1954, un fiscal de distrito de Massachusetts preparó un folleto «para proteger a los niños contra los delitos de perversión sexual» que contenía consejos para les niñes como: «Nunca esperes ni juegues cerca de los baños. Siempre sal inmediatamente«. El folleto circuló por todo el país y la policía del condado de Dade (Florida) lo distribuyó a 80.000 escolares sólo en 1954. Estas mismas ideas también circularon ampliamente a través de la película antigay Boys Beware (1959), que un antiguo fiscal del estado de Florida intentó proyectar en todos las secundarias del condado de Dade durante la década de 1960.
La historia antigay de Florida, que se superpone con la oposición conservadora a la ERA y a los derechos civiles de los afroamericanos, es crucial para entender lo que ocurrió en Houston la semana pasada. En la década de 1950, el Comité de Investigación Legislativa de Florida (FLIC) intentó neutralizar el Movimiento por los Derechos Civiles de los Afroamericanos y mantener la segregación Jim Crow en el estado. En la década de 1960, también se centró en la homosexualidad y los grupos de defensa de los derechos de los homosexuales. El FLIC supervisó la caza de brujas anti homosexual en los campus universitarios de todo el estado, al tiempo que trataba de obstaculizar los esfuerzos de la NAACP por los derechos civiles. Su informe de 1964, Homosexualidad y ciudadanía en Florida, alertaba sobre la amenaza de los homosexuales en los baños públicos. El informe advertía que los homosexuales no sólo frecuentaban los baños, sino que también «representaban una amenaza para la salud y el bienestar moral de una parte considerable de nuestra población, en particular de nuestros jóvenes». Los homosexuales eran más peligrosos que los pederastas, afirmaba el FLIC, porque las víctimas de los pederastas suelen recuperarse «de los golpes mentales y físicos que sufren». Los homosexuales, sin embargo, «buscan al niño en el momento de su despertar sexual normal… para ‘atraer’ al joven, para engancharlo a la homosexualidad».
En 1977, cuando la cantante y celebridad de Florida Anita Bryant lanzó su infame campaña Save Our Children (Salvemos a nuestros hijos, o SOC), gran parte de la maquinaria retórica que calumniaba a los homosexuales ya había sido puesta en marcha por las campañas anti-ERA y anti-derechos civiles, así como por dos décadas de activismo antigay patrocinado por el Estado. El SOC elaboró estas mismas ideas, bajando el volumen al tono racista y acentuando la preocupación por el género y la sexualidad. La campaña de Bryant también cambió la geografía de la amenaza sexual, haciendo hincapié en el aula y no en el baño. A continuación impulsó estas ideas en un referéndum local en el condado de Dade, Florida, sobre un decreto que prohibía la discriminación basada en «preferencias sexuales o afectivas» en los ámbitos de la vivienda, los espacios públicos y el empleo. A lo largo de la campaña, el SOC insistió en el mensaje de que un decreto a favor de los derechos civiles significaba que los homosexuales podrían corromper o abusar de les niñes en las escuelas. Es más, afirmaban que el decreto significaba que si los profesores varones «se presentaran en clase con un vestido, ese comportamiento sexual travestido ni siquiera podría ser reprendido por el director de la escuela, ¡porque tal reprimenda violaría la ‘preferencia sexual o afectiva’ del profesor!». Al caracterizar un decreto de derechos civiles como una defensa a favor de que los homosexuales abusaran de niñes, la campaña del SOC convenció fácilmente a los votantes de Florida, que lo rechazaron por un margen de 69%-31%.

Los conservadores reconocieron una estrategia ganadora y aplicaron con éxito el mismo modelo a los referendos municipales celebrados en todo Estados Unidos a finales de la década de 1970. Desde la década de 1990, una retórica similar de protección sexual de la infancia –aunque dejando fuera el tema del baño– impulsó las iniciativas legislativas conservadoras para prohibir el matrimonio homosexual. Recientemente, la Propuesta 8 en California y la Pregunta 1 en Maine pusieron de manifiesto cómo los conservadores siguen equiparando la oposición al matrimonio homosexual con salvar a los niños del peligro sexual. Todo esto nos lleva a Houston. Durante el referéndum de 2015, los conservadores de Houston recurrieron a la iconografía sexual y de baños que ha sido fundamental para el repudio conservador de los derechos civiles de las minorías durante casi 75 años.
A diferencia de la mayoría de los demás espacios públicos de la sociedad, la mayoría de los estadounidenses esperan que los baños públicos estén segregados por sexos. La semana pasada, los conservadores de Houston utilizaron esta expectativa generalizada para avivar el miedo a las personas trans, a quienes que demonizan como pedófilas. Igual que en anteriores conflictos por los derechos civiles, el discurso conservador sobre los baños en Houston presentó una imagen invertida de las relaciones de poder. Retrataba a los miembros de los grupos sociales dominantes como físicamente vulnerables en los espacios públicos e imaginaba a los grupos marginados como poderosos y amenazantes.
Los conservadores replantearon las exigencias de protección de los derechos civiles de las personas trans como exigencias de delincuentes sexuales por el acceso sexual a les niñes. La retórica de la protección de la infancia distrajo así a los votantes del significado del activismo trans y de la discriminación sistémica que sufren las personas trans. Aunque no ha habido ningún reporte de incidentes de violencia por parte de personas trans contra mujeres o niñes en baños públicos, la violencia contra las personas trans en los baños públicos abunda. El estudio de Jodi L. Herman de 2012 tipifica la investigación sobre esta cuestión. Herman descubrió que 68% de las personas trans encuestadas habían sufrido acoso verbal, a 18% se les había denegado el acceso y 9% habían sufrido agresiones físicas al intentar utilizar baños públicos segregados por sexos. La violencia en los baños es sintomática de las formas más amplias de discriminación que sufren las personas trans con alarmante regularidad. La historia del discurso conservador sobre los baños revela que las normas que rigen el acceso y el uso de los baños públicos tienen tanto que ver con nuestras funciones corporales como con la creación de límites que ha definido la raza, el género y las relaciones sexuales en la sociedad estadounidense moderna.

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*Encontré este artículo en Slate Magazine y me pareció pertinente traducirlo al español, dada la ola de transfobia desatada recientemente por la agresión cometida contra una mujer trans en los baños de la Cineteca Nacional en la Ciudad de México (traducido el 14 de septiembre 2023).
Este artículo apareció originalmente en Notches: (re)marks on the history of sexuality, un blog dedicado a promover conversaciones críticas sobre la historia del sexo y la sexualidad por medio de temas, periodos y regiones. Más información sobre la historia de la sexualidad en Notchesblog.com