Helvia siempre encuentra pretextos lógicos para entrar en mundos que no lo son, para descubrir la puerta de laberintos que, de conducir a alguna parte, conducen a otra dimensión. Ella es así, tiene ese don del que no siempre es consciente.

Manú Dornbierer, “Avigdor”

Manú Dornbierer es la última autora viva de la generación que antecedió e impulsó la escritura de la imaginación fantástica en México durante la década de los setenta en el siglo XX.

Nacida en la Ciudad de México en 1932, y aún activa en su labor periodística, Manú forma parte de esa genealogía a la que nos hemos referido a lo largo de múltiples conversaciones dedicadas a la ficción especulativa durante el último año para señalar el ejercicio de la escritura no mimética en nuestro país como parte de una tradición que se ha gestado durante años y cuyos rastros e indicios hemos seguido para enriquecer nuestra lectura y retroalimentar nuestra escritura.

Si bien ha dedicado la mayor parte de su vida al periodismo enfocado en la crítica social y política, así como a la crónica de los diversos viajes que ha emprendido por el mundo, en su producción literaria hay un par de obras muy significativas para la tradición fantástica y de ciencia ficción mexicana: el libro de cuentos Después de Samarkanda, publicado en 1970 por L. Boro Editor, y reeditado como La Grieta y otros cuentos en 1978 por editorial Diana (constantemente reeditado desde entonces), y la novela Memorias de un delfín, publicado en 2009 por Libros del Sol, proyecto editorial de la propia Manú.

En las historias que configuran La Grieta. Cuentos en otras dimensiones (Libros del Sol, 2012), que es la edición que yo tengo e incluye cinco textos que no estaban en la versión original, es notable la naturalidad con la que Manú se mueve entre umbrales dimensionales, extraterrestres, nodos temporales, objetos mágicos, animales ominosos, fantasmas, transmigraciones y reencarnaciones, viajes interestelares, distopías, ucronías e incluso guiños a las prácticas espiritistas.

Manú Dornbierer aborda estos elementos en cada uno de sus cuentos con la intención ‒intuyo‒ de construir un mundo particular para los personajes que los habitan, armando así una especie de breve mapamundi en donde se pueden recorrer distintas rutas hacia paisajes y atmósferas muy diferentes entre sí, pero con un cielo en común: la imaginación como fuente primigenia y exploración posible.

Aunque hoy en día vivimos un auge de polifonías en torno a la ficción especulativa escrita por mujeres en Hispanoamérica, habría que tomar en cuenta que Manú trabajó estos cuentos en una época en la que la literatura fantástica y la ciencia ficción se consideraban meros productos de entretenimiento, o que no cumplían con el rigor y el compromiso social que entonces se consideraba era el deber de la literatura con nuestro país: representar fielmente el contexto social, histórico y político de la comunidad, asuntos que bien pueden tratarse, como Manú lo ha demostrado, a través de la crónica y el periodismo.

No tengo el gusto de conocer a Manú en persona, pero he vislumbrado, por medio de este libro, una parte de ella con la que me identifico: esa evidente decisión de tratar temas de lo fantástico y la ciencia ficción sin recurrir a lugares comunes, aventurándose a explorar aspectos poco trabajados hasta entonces dentro de la tradición canónica literaria de la época (y aun ahora), proponiendo de manera abierta y clara una voz escritural que no busca imitar o trasladar las estampas de lo real a lo literario, aunque sí utiliza, como toda historia de imaginación, un referente real para transgredirlo y transformarlo en una nueva versión de sí. Por ello la mayoría de sus historias transcurren o se detonan en espacios cotidianos como la calle, la casa, la oficina, la playa, un salón de té, un cuarto de hotel, o el zócalo de la Ciudad de México, a excepción de aquellos que son particularmente tratados en un ámbito ajeno a lo que conocemos, como el abstracto lugar en que habitan las almas; el planeta al que es enviada una colonia de sesenta humanos para reconstruir la civilización humana dado el inminente fin de la Tierra;  o la ciudad extraterrestre en la que reaparece la gente que es abducida por una grieta, esa grieta que da título al libro y que se ha convertido en un ícono de quienes sabemos, como también lo proponía Cortázar, que basta un resquicio ominoso entre las paredes que nos abrigan o el suelo que nos sostiene para que quepa la posibilidad de romper y transformar esto que consideramos tan inamovible y seguro como lo es cada acto de la vida cotidiana.  

Un aspecto recurrente en los cuentos de Manú donde predomina la ciencia ficción es la crítica hacia la sociedad consumista, dedicada a la autodestrucción y la contaminación de su entorno y a una constante imposición de lo humano sobre el resto de las especies, lo que lleva al desastre ecológico que estamos viviendo actualmente y ante lo cual la autora propone, como última esperanza, la colonización de un nuevo planeta donde la característica humana que prevalezca sea el arte y no la rigidez que sustenta la idea de productividad y eficiencia material y ordenada.

Acompañadas de un humor a veces bastante negro, estas historias resultan incisivas y potentes también en el trasfondo reflexivo, sobre todo en “La verdadera historia de la muerte de un planeta”, donde describe los excesos de la experimentación con ratones de laboratorio y los fascinantes, aunque terribles, resultados de la exploración científica desmedida al someterlos a sustancias provenientes de diversos rincones del Sistema Solar:

La desagradable pero tranquilizadora apariencia de los ratones que, contra viento y marea, había permanecido fiel a la escueta descripción del diccionario, empezó a variar a medida que las materias inoculables se hacían más exóticas. Podían verse en los parques zoológicos ratones con picos enormes o con alas metálicas; otros, recubiertos de algo parecido a la seda bruta; otros, erizados de púas vegetales… Aparecieron en el mercado, desde luego a altos precios, ratones petrificados aún vivos, ratones milpatas, ratones de todos colores, ratones luminosos. (p.63)

En este cuento, así como en “Las almas”, “El desarme” y “Un planeta sin arte” es notoria la visión de Manú para detectar los principales puntos débiles de la historia de la humanidad y exponerlos mediante espacios y tiempos indeterminados que funcionan como alegoría o como espejo para mostrar, desde su primera publicación en 1970, y luego a lo largo de cuatro décadas en sus diversas reediciones, un futuro que está a punto de rebasarnos 51 años después de haber sido proyectado, haciéndonos reconsiderar la idea de que quizá la ayuda alienígena no nos vendría nada mal para aprender otras formas de sobrevivir sin destruirlo todo, teniendo también en cuenta las resonancias de La dimensión desconocida o Encuentros cercanos del tercer tipo, que hacen sus cameos en algunas de estas páginas.

La grieta. Cuentos en otras dimensiones está estructurado de tal forma que se van intercalando las historias dedicadas a la ciencia ficción con las que abordan lo fantástico, proponiendo, como lo dice el título, una dimensión para cada cuento. Por eso, al terminar uno e iniciar el siguiente, ya sea siguiendo el orden propuesto o al azar, nos invade una sensación de que estamos entrando a un ecosistema con todas las características atmosféricas para que los seres que ahí habitan puedan existir a lo largo de las páginas que les fueron conferidas. Entonces podemos encontrarnos con personas con algún vínculo familiar o amoroso que coexisten en el mismo sitio, pero provienen de tiempos distintos ‒y viceversa‒ gracias a un objeto-umbral o a la percepción extrasensorial que permite ver fantasmas; también podemos asistir a una sesión de trance mental inducido por deliciosos postres y la intervención de máquinas extraterrestres; asomarnos a un jardín que empieza a ser invadido por felinos inquietantes, e incluso revisitar a Dorian Grey para averiguar lo que hubiera sido de su vida sin el conocido pacto para dotarlo de la eterna juventud.

Cada dimensión narrativa de este libro ofrece un hallazgo distinto para lectores propensos a lo angustioso, lo siniestro, lo extraño y lo onírico en compañía de la exploración cósmica; elementos que han nutrido el imaginario de quienes agradecemos profundamente el impulso que la escritura de Manú Dornbierer ha dado a nuestras propias búsquedas para que el camino de la literatura fantástica y de ciencia ficción siga expandiéndose en México y otros países de habla hispana.