En la más reciente visita de Silvia Rivera Cusicanqui a México, la socióloga boliviana señaló que en América Latina no estamos en condiciones de hablar de pensamiento “decolonial” ni “poscolonial”, puesto que no hemos trascendido la colonización per se, que se extiende incluso hacia los marcos conceptuales de quienes teorizan la colonización. La palabra decolonial, dijo, es una tendencia, una moda que, de hecho, nos viene como una continuidad del pensamiento colonial en su instrumentalización académica. Entonces, no queda sino seguir el camino anticolonial.

En La colonización de la voz: la literatura moderna, Nueva España, el náhuatl (México, Axolotl Editorxs, 2018), Heriberto Yépez revisa el origen de la “literatura mexicana” y para ello llega hasta la literatura de la Colonia, el lugar preciso y el tiempo exacto en el que la apropiación colonial de la voz y los cuerpos de los habitantes nativos extiende su brazo a la escritura y finca su identidad elitista y europeizante. Este libro es un ejercicio de lectura anticolonial de esa literatura que se considera germinal de la identidad mexicana.

Reproducimos con autorización de Axolotl Editorxs y Heriberto Yépez un capítulo de La colonización de la voz: la literatura moderna, Nueva España, el náhuatl (pp. 53-63). Por el formato de nuestra publicación debimos cambiar las notas que en el libro aparecen al pie de página al final del texto, respetamos, sin embargo, la secuencia numérica.

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LA LITERATURA COLONIAL Y LA INVENCIÓN DE LA “POESÍA AZTECA”

Una vez expuesto cómo el archivo colonial se forma dividiendo al indio salvaje del indio noble, de la voz-otra condenable y la voz-otra elevada que vemos desde Olmos y Sahagún, pasando por Sor Juana y Sigüenza, me gustaría revisar cómo se construyó posteriormente ya en la modernidad tardía, pero bajo estas bases literarias e intelectuales (incluso académicas) coloniales, la idea de una “literatura de la Nueva España” e incluso de la llamada “literatura indígena”.

Por una parte, si revisamos “historias” de la literatura colonial producidas desde la crítica literaria mexicana podemos ver que esta noción y archivo, construido principalmente desde los siglos XIX y XX, se caracteriza por conjuntar fuentes de diversa índole, desde las Cartas de relación de Hernán Cortés hasta Fernando de Alva Ixtlixóchitl. Esta reunión que conjuga desde documentos expresamente colonizadores (como los llamados Cronistas de Indias) hasta poetas podría ser históricamente precisa (al mostrar la continuidad del discurso militar-misionero con el discurso estético-literario) de no ser porque se realiza desde una noción despolitizada y reaccionaria acerca dela “literatura”, donde se termina estetizando la violencia colonial. Así, por ejemplo, José Joaquín Blanco escribe en su Lector Novohispano de 1996:

En este volumen, además de las obras fundadoras de los cronistas, el lector encontrará no sólo encomios de virreyes y celebraciones de santos, sino motines, piratas, pulque, maíz, mariguana, fiestas de indios, discusiones sobre los sacrificios humanos; habrá pleitos de indianos contra gachupines… Hay seis o siete grandes obras: Cortés, Bernal, Motolinía, Sahagún, sor Juana, Clavijero, fray Servando, que por ningún motivo pueden considerarse inferiores a las mayores de las grandes literaturas mundiales de su tiempo… (28-30)

Para Blanco, estos escritores son una “minoría… luchando a contracorriente” (una expresión que en la mezcla general resulta imposible de siquiera discutir). Nótese la manera problemáticamente ornamental en que los mundos indígenas son enumerados por Blanco entre mercancías y presuntos espectáculos. Blanco normaliza la cosificación y violencia contra los indígenas; incluso llega a atribuir el proceso colonizador a la acción de los propios indígenas.20

Pareciera que estas visiones de la literatura novohispana desde la literatura mexicana finisecular hegemónica (los libros de Blanco han sido editados por el sello editorial de Nexos y Aguilar Camín, el grupo apoyado directamente por Carlos Salinas de Gortari) buscaban contrarrestar lecturas políticas como la de Ángel Rama.21

En este tipo de visiones panorámicas de la literatura colonial novohispana, la operación crítica ha fallado porque en lugar de leer políticamente la literatura se ha leído literariamente la política. Así la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España del soldado cronista Bernal Díaz del Castillo y Grandeza mexicana del poeta Bernardo de Balbuena quedan inscritos en un mismo ámbito literario. Ahora bien, si invertimos esta lectura, la forma en que se ha organizado la historia literaria colonial- moderna en México resulta sumamente iluminadora de la continuidad entre el cetro y la pluma, entre colonización y Cultura. Así es como, entonces, la reunión bajo un mismo volumen de la Historia eclesiástica indiana de fray Jerónimo de Mendieta y la Verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón pierde su base de supuesto valor cultural-estético y cobra (involuntariamente), en cambio, su contexto hegemónico común.

Por otra parte, un segundo resultado, más bien paralelo del paradigma que se desarrolló para entender qué es “literatura” en relación con el periodo colonial, fue la construcción del ámbito de la “literatura indígena”. Esta construcción ocurrió en relación directa con la visión de Sahagún: se mantuvo fuera de lo “literario” aquello que él excluyó (el habla nahua popular y sacrílega)22 y se reiteró su programa ennoblecedor.

Así en Poesía indígena de la altiplanicie de 1940, Ángel María Garibay fundamentalmente ratificó el corpus sahaguniano junto a los Cantares (circulados en el siglo XIX) como el núcleo de la poética nahua. No obstante, Garibay entonces comenzaba advirtiendo “Atentado a la etimología es hablar de una literatura azteca” y prefiere hablar de una “producción poética y de elocuencia popular” (VII), aunque más bien pronto identifica esta producción con las élites nahuas, describiendo este corpus como “canto colectivo, casi siempre acompañado por la danza… canto de poetas ante un concurso, más bien de persona de las clases superiores que del pueblo…” (VIII). Como regla, se reconoce como poeta nahua a figuras comparables al propio literato eurocéntrico colonial-moderno.

Esta es la razón de que gradualmente la figura de Nezahualcóyotl se haya vuelto emblemática de este modelo, aunque, obviamente, la figura de un poeta individual es un trasplante europeo y la construcción de la figura del “poeta” nahua, en general, haya sido acrítica y finalmente insostenible.23 Aunque, claro está, ya está consagrada en el imaginario cultural.

Pero ya en Panorama literario de los pueblos nahuas de 1963, Garibay se desdijo y aceptó “literatura” como un concepto válido para describir este corpus: “Existe una literatura en lengua náhuatl. Ella puede dividirse en dos etapas. Una que antecede a la conquista española… La otra etapa, auxiliada por el alfabeto y la imprenta, que se extiende desde la caída de Tenochtitlán —1521— hasta medio siglo XVIII” (162). En realidad, la etapa previa a la Conquista se ha construido con base en el archivamiento alfabético e impreso colonial sahaguniano y posterior. Este colonización de las poéticas nahuas tuvo como resultado, por ejemplo, que se encumbrara como representativo y superior el género de los llamados Huehuehtlahtolli (a veces traducido como “discursos de los ancianos”, otras como “antigua palabra”), una colección de consejos de los mayores para jóvenes a modo de género disciplinario, recogido-formado originalmente por fray Andrés de Olmos hacia 1535:

Y ama, agradece, respeta, teme, ve con temor, obedece, haz lo que quiere el corazón de la madre, del padre, porque es su don, porque es su merecimiento, porque es su dádiva, porque a ellos les corresponde el servicio, la obediencia, el respeto. Porque no podrá estar en pie, no podrá vivir aquel que no obedezca (Huehuehtlahtolli. Testimonios… 283 y 285)

Tanto la poesía noble (los Cantares) como los “discursos de los ancianos” (los Huehuehtlahtolli) son canonizados por el proceso colonizador para embellecer el control de la voz-otra.24 Se les forma como los géneros literarios representativos de la “literatura indígena” prehispánica, a pesar de que no sólo representen expresiones de las élites sino que incluso han sido textualmente manipulados por los españoles, como el propio León-Portilla afirma, sin que le parezca grave:

Todo este rico universo de ideas, expresado en un lenguaje henchido de metáforas, “antigua palabra”, noble y pulida, al ser conocido por algunos frailes como Andrés de Olmos, Bartolomé de las Casas, Bernardino de Sahagún y Juan Baptista, comenzó a ser objeto de nuevas formas de valoración y aprecio. Tan llenas de sabiduría les parecieron estas pláticas que decidieron no sólo conservarlas como testimonio digno de recordación de la antigua cultura sino que quisieron aprovecharlas, introduciendo en ellas… algunos cambios de palabras y determinadas interpolaciones (“Estudio introductorio”44)

La llamada “literatura” indígena del periodo prehispánico y colonial, entonces, tiene muchos aspectos de una invención realizada por los misioneros y posteriormente certificada por la academia y crítica literarias de los siglos XIX y, sobre todo, XX. Se eligieron y editaron estos textos hasta el grado de que ya es imposible distinguir la producción nativa original de la manipulación-apropiación española (como sucede asimismo con los Coloquios). El criterio general de la colonización de la voz-otra indígena es elevar como su archivo más significativo y valioso aquel que sea más afín a la empresa colonial, sea la voz noble (vencida y monoteísta) de Nezahualcóyotl o la voz dulcemente represiva de los “antiguos ancianos” (reescritos). En la crítica y academia, los archivos del náhuatl colonial han sido valorados sistemáticamente para avanzar la agenda política reaccionaria de diversos grupos que heredaron el poder intelectual colonial.25

Bajo el rubro “literatura indígena” en realidad se ha creado una falsa alteridad. Tanto las fuentes canonizadas como la perspectiva que se utiliza para mediarlas, reflejan el proyecto de mantener la voz-otra presuntamente literaria-nahua como un relato complementario (y no radicalmente opuesto) al discurso europeo. Para validar este discurso (y las instituciones que mantiene), fue necesaria la invención del concepto de “literatura indígena” que ya se ha canonizado y que seguramente será muy difícil deconstruir, abolir o superar.

20 J. J. Blanco dice en La literatura en la Nueva España. Conquista y Nuevo Mundo: “Los indios se cristianizaron y castellanizaron a sí mismos a lo largo de la Colonia, del siglo XIX y aun en la actualidad, y con gran fortuna, inventiva, estética, cultura y política; su obra maestra, su gran triunfo fue, desde luego, la Virgen de Guadalupe” (252).

21 También Álvaro Enrigue en Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería, de 2013 nos deja ver que sectores dominantes de la literatura mexicana persisten en su lectura pro-criolla para contrarrestar la crítica de Rama. Así presenta su obra: “Ésta no es la historia de unos oprimidos que al final recibieron reconocimiento, sino la de los que se impusieron a contracorriente gracias al dominio de un lenguaje. Es la historia de los que inventaron a América tal como la imaginamos gracias a esa forma involuntaria y hermosa de la propaganda que es la literatura” (11). La coincidencia entre el vocabulario y fines literarios y el de los conquistadores no es accidental; se trata de la apuesta de Enrigue en esta y otras obras suyas. Aún en el siglo XXI es frecuente que los críticos y escritores mexicanos se declaren implícita o explícitamente (como en el caso de Enrigue) orgullosos continuadores de la empresa colonial.

22 Como hemos podido ver una y otra vez, lo “literario” es constituido en contraposición al habla popular. Dice Garibay: “La mesura en el hablar ha sido en todo pueblo y cultura, más en las primitivas, indicio de elevación humana” (Historia de la literatura náhuatl 412). El habla que respeta a las autoridades es universalizada como medida civilizatoria y criterio, por lo tanto, de valía cultural y estética.

23 Dice Jongsoo Lee: “individual authorship was an invention of Europeanized colonial chroniclers and modern scholars who relied on uncritical readings of these colonial sources” (131) y en lo que toca a los textos mismos, asegura “I would argue that the songs, whose writing and performance were controlled by this ruling class, reflects its worldview and promote the dominant ideology” (155).

24 Decía Garibay de los Huehuehtlahtolli: “es la parte más original ciertamente, que al lado de los Cantares da la verdadera muestra del pensamiento y de la expresión idiomática” (Panorama literario de los pueblos nahuas 113). La parte “más original” y “verdadera” termina siendo aquella reescrita y falsificada por los escribas misioneros.

25 El influyente historiador James Lockhart, por ejemplo, para contrarrestar la influencia de León-Portilla, fundamenta su visión del náhuatl en lo que llama el corpus “mundano” compuesto principalmente de testamentos. Esta visión no es menos colonizadora que la de León-Portilla. Lockhart, en realidad, busca prescindir del náhuatl pre-hispánico para así definir al náhuatl en general mediante términos y contextos exclusivamente ya coloniales. Por distintos bandos, los archivos del náhuatl han sido capturados por políticas de bases fuertemente colonialistas tanto en la academia de México como en la de Estados Unidos. Para conocer la evaluación de Lockhart acerca de las fuentes literarias del náhuatl véase Nahuas and Spaniards 141-157; The Nahuas After the Conquest 392-401 y Nahuatl as written 140-151.

*Para conseguir uno de los pocos ejemplares que quedan de esta edición, pueden visitar: https://axolotleditorxs.wordpress.com/