I. 

Entre 1970 y 1976, Enrique Cuenca y Eduardo Manzano protagonizaron “Los Polivoces”[1], uno de los programas de comedia más exitosos de la televisión mexicana. Conformado por un conjunto de sketches donde la dupla encarnaba a un conjunto de personajes que invariablemente exponían alguno o varios de los rasgos puntuales característicos de los distintos modos de relación vigentes en el México moderno y, dado que todos los personajes funcionaban en pares, la propuesta permitía que los públicos observaran, identificaran / reconocieran y cuestionaran, las conductas que prevalecían de forma específica en cada una de las dinámicas planteadas, en escenarios relacionales profundamente cotidianos, que lograban resonar con la realidad de los telespectadores.

Así, “Mostachón” y el “Wash & Wear” encarnaban a un par de amigos de infancia cuyas circunstancias de vida los habían colocado en puntos distintos y distantes de la pirámide social, hecho “Mostachón” asumía y el “Wash & Wear” permitía (aunque no siempre de buen modo), que el primero sobajara, explotara, y violentara económica y emocionalmente al segundo; “Doña Paz” y “Don Laureano” retrataban a una pareja norteña cuyo principal drama giraba en torno la disfunción comunicativa propia del amor romántico y malentendidos derivados pues, invariablemente, ella (berrinchuda, celosa y totalmente dependiente) esperaba que él adivinara y resolviera sus necesidades afectivas por medio de gestos, palabras o regalos, e invariablemente, él (machista, castrado emocionalmente y eterno proveedor auto asumido por tradición cultural) movía cielo, mar y tierra para encarnar al príncipe azul que intuía, Paz necesitaba, y él procuraba ser a su muy particular estilo, y aunque todos los nudos existentes entre la pareja se resolvían del mejor modo románticamente posible, el desgaste psicológico y emocional inscrito en el proceso, era casi insoportable.

El éxito de la serie fue tan intenso e inmediato, que el mismo año de su lanzamiento televisivo, Editorial América decidió publicar una serie de historietas llamada “Los Polivoces, Vida y Movidas del Muñecazo de Oro Gordolfo Gelatino”; ésta giraba en torno a varios de los personajes encarnados por Cuenca y Manzano en la serie de televisión, aunque la estelaridad recaía -evidentemente- en dos personajes, en los que merece concentrar la atención: “Doña Naborita Gelatino” y “Gordolfo Gelatino”, su hijo.

II.

Híbrido paródico de Rodolfo Valentino y Mauricio Garcés, Gordolfo es un señor de cuarenta y pocos años biológicos, hijo de Doña Naborita, una aparentemente encantadora madrecita de edad avanzada que, por motivos ajenos al telespectador, es madre autónoma (“soltera” dirían entonces). Viven juntos, en un pequeño apartamento de la vecindad donde ella trabaja como portera, y la trama entre estos dos personajes se detona a partir del millón de peripecias laborales que hace Doña Naborita para sostener económicamente a su hijo, un dandi de ocasión cuya mayor virtud es -de acuerdo a su madre y a él mismo- su guapura inigualable, y que, para efectos psicológicos de los personajes, es motivo suficiente para explotar económica y emocionalmente a su madre, de forma consciente e inconsciente. Ella no sólo tolera la situación, sino que estimula la continuidad de esta constantemente, adulando a su vástago de manera incesante y castrando cualquier atisbo de autonomía emocional, pues confunde la importancia del garantizar adecuadamente las necesidades reales de desarrollo de los hijos, con el satisfacer de forma infinita las necesidades ficticias y los deseos más estrafalarios de su hijo. El resultado final, entre risas y carcajadas, es la consolidación de un eterno niño profundamente herido evolucionado en un narcisista de alto calibre, y una mujer también profundamente herida, intentando sanar su propia historia entregándose ciega y exclusivamente al ejercicio del rol de madre mexican style, es decir: de forma abnegada, masoquista y románticamente amorosa.

Gordolfo encarna de los pies a la cabeza el corolario de falsos valores y auténticos defectos del ser hijo, ser varón, ser adulto, y ser hijo varón adulto mexicano. Gordolfo es el desborde perfumado del narcisismo, la vis más llevadera del machismo más violento, y es también -precisamente por eso- la más clara representación de los peligros psicológicos, identitarios, sociales y de género inscritos en las pautas sociológicas y afectivas que delinean el modelo institucionalizado de crianza en el México del siglo XX, mismo que encuentra en la herencia cultural novohispana, la medida exacta del arquetipo moral necesario para cocinar el caldo de cultivo idóneo para la consolidación y naturalización de la verticalidad, la jerarquización y el sometimiento, como rasgos fundacionales del prototipo moderno mexicano de organización social y relacional. 

Naborita Gelatino es el culmen más grotesco de la posibilidad mexicana de maternidad abnegada. Además de trabajar como portera en la vecindad donde vive con el “hijazo de su vidaza”[2], Naborita lava y plancha ajeno, y vende gelatinas, para sostener del modo más digno posible a su querubín (en realidad, bodoque), cuya inminente adultez le es imposible ver / se niega a reconocer, de modo tal que construye toda, absolutamente toda su vida con Gordolfo como piedra angular de su existencia, aunque eso implique, desde luego, pasar por encima de ella misma.

En el programa, el vínculo tóxico existente entre los personajes es expuesto a un grado demencial, de modo tal que resulta imposible no verlo, cuestionarlo y enjuiciarlo, porque es absolutamente incómodo, aunque no totalmente disonante en términos culturales, y por eso engancha narrativamente[3].  

III.

En un país donde las pautas de género marcaban para las niñas al matrimonio, la procreación y la dedicación absoluta a la crianza como el único trinomio posible de plenitud y felicidad de su futuro “ser mujer”; y donde esas mismas pautas permitían para los varones el ejercicio socialmente bien visto de un machismo aparentemente light (“será lo que sea pero es un buen hijo” as in “la explota pero por lo menos no le pega”), y donde el amor romántico en sus múltiples posibilidades ha sido utilizado por las instituciones Estatal y Católica como una de sus principales monedas discursivas de inserción sociológica para garantizar la perpetuidad del modelo familiar patriarcal y heteronormado, en tanto estrategia cultural infalible de administración, dominación y organización social, Doña Naborita y Gordolfo no sólo encajan bien, sino que se explican a sí mismos.

La perversidad del vínculo entre esta madre y su hijo se funda, sí en la encarnación de los roles y licencias de género arriba expuestos, pero también en el manejo psicológico y la resolución práctica que elige Naborita de las supuestas faltas morales y sociales inscritas en su condición de ejercicio de la maternidad (madre autónoma en un contexto hetero patriarcal, que intenta expiar a cualquier precio más que a toda costa, las culpas que le genera el criar en solitario, para evitar los dolores propios del multifacético impacto que, ella imagina, tendrá en su hijo la ausencia del padre), sin darse cuenta de que es precisamente ese capullo de falso bienestar que ella crea, sí con mucho amor de madre -hoy, evidentemente, romántico- pero también con todo el miedo y la culpa del mundo que le genera el “¿qué dirán?”, lo que genera el fermento idóneo para que Gordolfo germine en la infancia y adolescencia los traumas personales, dolores sociológicos y estrategias psicológicas de cobro afectivo suficientes, que después, conscientemente, cultivará y reproducirá a voluntad en su vida adulta, para enmascarar y sobrellevar las discapacidades afectivas e incapacidades sociales que marcarán su línea relacional con el género opuesto, durante su vida adulta[4], que bien podrían haberse sanado a tiempo, si las pautas contextuales de crianza y las decisiones de vida de ambos, hubieran sido diferentes.

Gordolfo no es un zángano, es un minusválido emocional perfectamente funcional en un país donde a las jefecitas se les explota un día sí y otro también, pero el diez de mayo se les lleva un pastel para que aguanten con más gusto o menos queja las ene mil violencias patriarcales, relacionales, afectivas, y económicas que les esperan del once de mayo en adelante, hasta su cumpleaños o Navidades. No, Naborita no es una madre ejemplar y abnegada, es una mujer que se olvidó de ser ella misma además de ser madre, en un país donde la victimización y re victimización del ejercicio autónomo de la maternidad implican un costo social altísimo, cuyas cuotas morales, psicológicas, existenciales, laborales y emocionales impuestas, son prácticamente impagables, porque al final del día, en México se piensa que el criar -por los motivos que sea- “sola” es -juran- una cruz que hay que aprender a amar y cargar. ¡Ahí, madre! [5]

IV.

No hay Gordolfo sin Naborita, y no hay Naborita sin Gordolfo, pero tampoco hay Gordolfo & Naborita sin un entorno social y cultural que lo permita y lo estimule. Ojo ahí, porque de esta última nadie sale ilesx.

Diga NO a los modos de relación fundados en la negociación y no en el acuerdo; a los modelos relacionales fundados en la jerarquización y/o en la radicalización del género porque, aunque lo nieguen, fortalecen el arraigo de la primera como pauta de vinculación, y a las relaciones utilitarias, porque son oportunistas y no son recíprocas. Diga SÍ al ejercicio consciente del autocuidado en todos sus niveles; al asumir la autogestión asistida, la sanación e integración de todas las heridas de infancia y de vida que le siguen saboteando el entramado de sus múltiples relaciones, incluida -desde luego- la que tiene con Usted mismx. Diga SÍ al desmantelamiento del amor romántico. Diga SÍ al desecho de las culpas y las cuotas sociales y morales de ser quien es, y de vivir la vida que decide vivir cada día; y diga SÍ a la aceptación de las responsabilidades inscritas en esas elecciones de vida.

Exija y luche siempre por el establecimiento de pautas sociales e institucionales favorables a la atención de la salud mental (normalicemos la terapia como un espacio de sanación psicológica y emocional, y no como un modelo privilegiado de desahogo privado del berrinche). Exija y luche siempre por el nombrar, reconocer, respetar, aceptar e integrar, modelos / posibilidades de crianza alternos a los hegemónicamente impuestos; a la no discriminación por motivos de género (cualquiera de ellos). Exija y luche siempre por el empoderamiento integral de todas las infancias desde lugares mucho más reales, dignos y efectivos que los propuestos por los juegos tradicionales de género y la normalización de las supuestas posibilidades / capacidades sensibles, físicas, intelectuales, relacionales, psicológicas y afectivas en ellos inscritas, cultural y quesque “naturalmente”, porque este país sigue hasta el copete de Gordolfos y Naboritas.

Feliz día comercial de la Madre en México, o no, porque eso de andar reduciendo la dicha y el gozo de la maternidad deseada y deseablemente consciente a una fecha, pos está bien chafa y patriarcal.


[1] “Los Polivoces” forman parte de la época dorada de la comedia televisiva en México (ca. 1955 – 1980), y al igual que joyas del calibre de “Chucherías”, “Los Beverly de Peralvillo”, “Mi secretaria” y “Hogar, dulce hogar”, encuentra su riqueza y su ricura en la genialidad absoluta de Mauricio Kleiff, guionista imprescindible del género en sus posibilidades televisivas y cinematográficas de ese periodo, y en la poco conocida capacidad creativa de Enrique Cuenca.

Donde Chespirito encontraba el momento para generar la risa “fácil” a punta de slapstickazos, Kleiff construía espacios para incidir de forma críticamente en los procesos de formación sociológica de los televidentes. Todas sus obras constituyen puntos cruciales de cuestionamiento y confrontación de la realidad, del régimen político, o de las pautas cívicas de conducta que permeaban en la sociedad mexicana de esas décadas. 

[2] Apelativo con el que constantemente se refiere el personaje de Doña Naborita a su hijo.

[3] El éxito de estos personajes fue tal, que ambos fueron llevados a la pantalla grande a través de “¡Ahí, madre!” (Oro Films, 1970), bajo la dirección de Rafael Baledón. La película se estrenó el 12 de noviembre de ese año y fue un jit absoluto entre los públicos mexicanos. El guion, curiosamente, no corrió a cargo de Mauricio Kleiff y Enrique Cuenca, sino del propio Baledón y de Roberto Gómez Bolaños, hecho que explica la superficialidad general del argumento y que, en modo alguno, corresponde o le hace justicia a la propuesta original de Kleiff y Cuenca, en términos críticos.

[4] En varios episodios de la serie el telespectador puede observar a Gordolfo implementar las mismas estrategias de seducción narcisista y ejercicio de las violencias económica y psicológica que utiliza con su madre, con cuanto posible prospecto de pareja se le atraviesa en el camino / cae en sus redes de seducción narcisista.

[5] Frase utilizada por Gordolfo Gelatino como respuesta para “agradecer”, reforzar y estimular los halagos verbales o físicos que recibe de su madre.