“… No imagino una filosofía ni
una investigación disociada
de su enseñanza.”
Jacques Derrida
Es inevitable que la filosofía se piense a sí misma. Su naturaleza crítica y cuestionadora permite que ella misma sea el objeto de sus reflexiones. Por otra parte, tomando algunas palabras de Jacques Derrida, la filosofía siempre ha estado ligada a su enseñanza, lo cual provoca otro problema: ¿qué se debe enseñar en filosofía? Este ejercicio de autocrítica, casi podríamos decir que de introspección, hace que la filosofía se mantenga en tensión consigo misma.
Claro que la crítica de la filosofía no está reservada para los filósofos de manera exclusiva. Todos aquellos que se sienten alejados de dicha disciplina son, con frecuencia, los más duros cuestionadores. A menudo lanzan la pregunta misil: ¿para qué sirve la filosofía? Es una pregunta que bien podría derrumbar bibliotecas sin encontrar una respuesta realmente satisfactoria. ¿Cómo explicarle a los demás que la filosofía se dedica a preguntar(se)? Es complicado porque no hay voluntad de explicar ni de entender. Entonces la sociedad decide tomar partido y siempre se inclina a favor de la productividad, cosa en la que la filosofía, aparentemente, no participa mucho.
Si la filosofía no produce, no es útil, no es rentable, ¿para qué la estudiamos? Esta vez recibimos una herida que podría ser mortal. Es probable que alguien haya utilizado su potencial filosófico para preguntarse sobre la enseñanza de la filosofía, no tanto para modificar un plan de estudios, sino para evaluar la oportunidad de sustituir algunas de esas clases por unas que permitan que los alumnos aprendan algo que les vaya a servir en la vida.
En el libro Du droit a la philosophie, que reúne varios ensayos y reflexiones en torno a la filosofía y su papel en la Francia de su época, Derrida se dedica a revisar las repercusiones que tiene la filosofía en la educación, la enseñanza de la filosofía, el derecho a la filosofía, además de analizar la situación en la que dicha disciplina se encontraba durante las décadas de los 70’s y 80’s.
¿Qué es la institución filosófica?
La Facultad de Filosofía es una de las figuras más importantes que ha adoptado la institución filosófica. Tras una crisis en la Alemania del s. XVIII, las actitudes en contra de la ilustración y el atropello de las políticas de Federico-Guillermo II, Kant ya había intentado poner a la Facultad de Filosofía como la Facultad madre, capaz de regular a las demás para hacer un lado la censura ejercida por el Rey hasta ese momento.
Mientras que Kant pretendía hacer de la Facultad una entidad dinámica, la Institución filosófica que hoy conocemos se ha configurado en la repetición. Derrida señala que los profesores de filosofía suelen ser repetidores. Así, no es gratuito que, en francés, al profesor de filosofía se le llame agrégé-répétiteur. Para Derrida, la palabra répétiteur será fundamental en el análisis de la función del cuerpo docente en la filosofía.
El repetidor estará condenado a repetir y enseñar a repetir. A partir de ello podría justificarse el hecho de que la enseñanza de la filosofía se reduzca a la impartición de la historia de la filosofía y no tanto la filosofía como una disciplina que se piensa.
En este sentido, el repetidor se convierte en guía de otros, de los alumnos en este caso, en el sistema de la repetición. Derrida dice que: “el aspirante pide al repetidor que lo inicie a un discurso”, el cual ya está dado, ya se encuentra delimitado por los intereses del sistema vigente. De esta manera, la filosofía se imparte a base de recetas en las cuales queda explicado: “qué hay que decir, qué no hay que decir, cómo hay qué o no hay qué decir” entre otras formulaciones que ya marcan el camino a seguir.
Basándose en dichas recetas, los programas de la enseñanza filosófica se construyen partiendo de lineamientos establecidos por los burócratas o administradores del órgano responsable de diseñarlos. En la elaboración de los programas interviene: “un poder no filosófico y no pedagógico” que determina: “de manera decisiva y absolutamente autoritaria el programa, los mecanismos de filtración y de codificación de toda la enseñanza”. De esta manera, el programa se convierte en un aparato monstruoso que legitima los modos en que opera la enseñanza, perpetúa la tradición y el sistema de cierta concepción sobre la filosofía. Así, tenemos que: “el poder controla el aparato de la enseñanza, no es ni para colocar al poder fuera del escenario pedagógico […] ni para dar a pensar o a soñar una enseñanza sin poder, liberada de todo poder exterior o superior a ella o de sus propios efectos de poder.”
Sabemos que la institución es aquello que dispone, que planea algo que debe realizarse. La institución filosófica se inserta en la Universidad que, a su vez, es una institución que goza de autonomía aún cuando es legitimada por el Estado. La autonomía podría ser difusa, puesto que muchas veces vemos una dirección sobre la que se organiza el proyecto universitario.
La relación entre el Estado, la universidad y la institución filosófica: el derecho a la filosofía
Derrida nos hace ver que los planes de estudios o el diseño curricular siempre está orientado hacia cierta ideología. La filosofía no escapa de esta orientación puesto que si bien es posible que no se enseñe esta disciplina, también es viable que se enseñen algunas teorías por encima de otras; algunos filósofos en vez de otros. Si revisáramos los planes de estudio de algunas universidades que imparten la licenciatura en Filosofía, esto cobraría mucho sentido al revisar el perfil de la institución académica en cuestión. Así, la relación entre el estado y la institución con lo filosófico puede ser tanto tensa como afable, pero no escapa a cuestionar el lugar que ocupa esa relación y lo que ha de provocar.
Por otra parte, al estado también le corresponde garantizar el derecho a la filosofía. En principio podría parecer un disparate pero como menciona Derrida, lo filosófico es: “la cosa más fácilmente compartida en el mundo. Nadie puede prohibir el acceso a ella. El momento en el que uno la desea, tiene el derecho a ella. Ese derecho está inscrito en la filosofía misma. El efecto de las instituciones puede ser el de recular, incluso limitar, este derecho desde afuera, pero no crearlo o inventarlo. Este derecho es, antes que nada, natural y no uno histórico o positivista.”
A lo largo de su vida, Jacques Derrida se involucró en los comités y agrupaciones dedicados a reivindicar la filosofía en Francia. Su participación fue clave en el Groupe de Recherche sur l’Enseignement de la Philosophie (Greph), así como en la creación del Collège International de Philosophie (Ciph) y la realización de los Etats-Généraux de la Philosophie.
Derrida, acompañado de Jean Luc Nancy y otros pensadores, se dedicó a revisar la situación de la filosofía en el sistema educativo francés. Durante el gobierno de Valéry Giscard d’Estaing, se presentó una reforma educativa, conocida como Reforma Haby en la que la filosofía perdía su espacio obligatorio dentro de la currícula para ser considerada como una asignatura opcional con 3 horas semanales de clase. A todas luces, la filosofía se había quedado fuera del camino, lo cual era inaceptable para la comunidad intelectual de Francia. No sólo había perdido horas de clase si no que había entrado a la categoría de las materias optativas cuyas repercusiones veremos más adelante.
Así, Derrida presenta las tendencias en Francia a reducir las clases de filosofía. Le queda claro que esto limitaría las posibilidades de que los jóvenes estudiantes del liceo puedan tener contacto con la filosofía. Esto también afecta la oferta de plazas para maestros de filosofía. Eventualmente, podría conducirnos a que la filosofía deje de ser una opción para los estudios universitarios. La situación en la que se encontraba ésta disciplina se convirtió en terreno fértil tanto para la creación de instituciones alternativas, por así decirlo, como para la gestación de grupos de investigación y discusión en torno al aspecto didáctico de la filosofía.
Con el antecedente del Greph, fundado en 1974, y la celebración de los Etats Généraux de la Philosophie, los días 16 y 17 de junio de 1979, que reunieron a poco más de 1,200 personas de diversas formaciones: estudiantes, profesores y personas ajenas a la vida académica, el College International du Philosophie (Ciph), fundado el 10 de octubre de 1983, fue el resultado de ciertos esfuerzos no sólo para preservar sino para extender la enseñanza de la filosofía. Su propósito es brindar un lugar para la investigación filosófica, la cual es prohibida, limitada o marginalizada en ciertas instituciones y facultades. Si bien se mantuvo cierto diálogo respecto al cambio en la currícula, el Ciph surge como una institución que no precisa el reconocimiento de una autoridad gubernamental, dando pie al goce de plena autonomía que le permite investigar temas que bajo la figura del Estado no podría siquiera considerar.
Libre de títulos y cuotas, el Colegio se ha mantenido activo desde hace 31 años. Apenas en 2013 celebraron tres décadas de actividad filosófica ininterrumpida. Su funcionamiento es posible gracias al trabajo voluntario de 50 directores de programa y el financiamiento, cada vez más limitado, que reciben del Estado a través de ciertos ministerios. Además de los cursos, también realizan debates, presentaciones de libros y conferencias. Cuenta con una publicación virtual, Rue Descartes, de acceso libre y gratuito, que se publica trimestralmente y procura mantenerse alejada del academicismo y el dogma. A la fecha, se ha mantenido como el referente de lo que debería ser una institución filosófica.
Como señala Derrida, la filosofía siempre ha estado relacionada a la práctica educativa hasta llegar a la configuración en la que hoy se ve insertada. Disociarla de la educación implicaría anular parte de su actividad principal: enseñar a los hombres que aún no saben que son libres.
* Texto publicado originalmente en registromx.net en 2014.