Así como se recuerda la lluvia

en medio del desierto,

así yo pienso

en los pasos

de aquellos

elefantes en China,

que

un día

comenzaron un éxodo

en medio de arrozales

asfalto, policías y drones.

Los medios no dieron explicación,

se centraron en hablar sobre

lo curioso,

lo económico,

lo apocalíptico,

lo espectacular,

pero nadie reparaba en el porqué.

La noticia,

de haberse publicado antes,

cuando mi padre vivía,

hubiera formado parte de la colección de notas

que me gustaba recortar.

Mi padre

al llegar a casa

(después de casi 3 horas

de recorrido

de su trabajo a la casa

de su casa a su trabajo,

todos los días,

de lunes a viernes

por más de 33 años)

dejando el periódico en la mesa

me hubiera dicho con su voz entusiasta:

hay una noticia que te puede interesar.

Yo,

(expectante)

hubiera tomado el periódico

y corrido a leer,

a pensar,

a pesar el peso del lenguaje

y pensar en los elefantes.

En ese tiempo

(ahora lejano)

de los elefantes sabía

de su prodigiosa memoria,

de sus cementerios,

de sus matriarcados,

de sus orejas

de su ternura.

Desconocía

su gregariedad,

su comunicación infrasónica

Y de su termorregulación por medio de las orejas.

En ese tiempo

(ahora opaco)

hubiera pensando

en ese paseo

como una aventura,

como una animal travesura.

Ahora,

pienso en ese éxodo

y recuerdo a

sus ancestros,

los elefantes cartagineses

que acompañaron a Aníbal

a cruzar los Alpes y los Pirineos

en la segunda Guerra Púnica.

Ahora

pienso en

los 40, 000 mil músculos

de su trompa,

en sus complejos cerebros

en sus ritos funerarios

y no puedo dejar

de pensar,

entre lágrimas 

(estampidas)

que esos elefantes asiáticos,

van a algún lugar

de la inmensa China

(9.597 millones de km²)

a presentar sus honores

su respeto,

a sus muertos.

Ahora,

en los tiempos

cuando el sol hace arder 

el pavimento,

cuando el viento

colapsa espectaculares,

cuando la lluvia

 anega calles,

o cuando absorto

miro a la ventana

y pienso en mi padre,

también pienso en el panteón de los paquidermos:

pienso en Ganesha

y en sus mil nombres,

pienso en Hanno

el elefante blanco

del Papa León X,

pienso en Castor y Pollux,

elefantes hermanos

devorados

durante las hambrunas en el sitio de París,

pienso en Topsy,

electrocutada

injustamente,

pienso en Red Eldridge

colgada

también injustamente

(malditos),

pienso en la señorita Djeck

asesinada

en Ginebra, Suiza,  

en 1837

a cañonazos

(doblemente malditos).

Pienso en Tyke

que tras huir

en medio de un espectáculo

fue abatida por policías de Honolulú.

AMÉN

Pero,

así como nuestros muertos existen,

también existimos nosotros,

los sobrevivientes,

aquellos que,

como Tuffy,

montados en un monorriel,

suspendidos,

espantados,

nos arrojamos al vacío

cantando,

barritando,

caminado,

pidiendo librar,

la abrupta caída.