Las protestas en Irán desatadas por el asesinato de Mahsa Yina Amini han captado la atención mundial y algo de solidaridad. La gente iraní ‒dentro y fuera del país‒ pide que el tema siga vivo en el resto del mundo para que, de alguna manera, el conocimiento o la sensibilidad internacional mantengan cierta presión sobre el gobierno de la República Islámica.

Por supuesto, el actual movimiento social en Irán no es el primero desde la instauración de la República Islámica; por nombrar algunos, están: las protestas contra esta misma instauración, aquellas contra el velo en 1979, las muchas protestas de opositores en los primeros años, los movimientos estudiantiles en 1999, el Movimiento Verde de 2009, las protestas de 2018 por el alza en los precios… Cada una más álgida que la anterior, pues las inconformidades se van sumando, el cansancio se incrementa, la falta de soluciones aumenta, la necesidad de cambio se acumula y la respuesta del gobierno es, por decir lo menos, deficiente.

Esta reacción deficiente del gobierno comienza desde los discursos que deslegitiman el descontento y señalan como otredad a los manifestantes. Aunado a esto, la represión y el uso de armamento incrementan el enojo de la población, pues ante cualquier atisbo de organización social o protesta el régimen responde con represiones violentas de los cuerpos militares y policiacos, incluso aquellos que juraron defender al “pueblo”, como los basiyíes.

Mahsa Amini

Narges Bajoghli abunda, en Iran Reframed, en cómo los basiyíes de los inicios de la organización, los que fundaron un grupo de seguridad para proteger a los oprimidos y defender al “pueblo”, no se identifican con las personas ahora afiliadas al grupo: no sólo no defienden a los oprimidos, sino que ellos oprimen al pueblo. Bajoghli describe cómo, en 2009, durante el Movimiento Verde, se encargaron de golpear, perseguir y asesinar a quienes se manifestaban contra el fraude electoral. Es decir, hace trece años las fuerzas armadas de la República Islámica ya habían dejado en claro que sus intereses eran proteger el poder y no a la población.

Otro cuerpo gubernamental que también se ha mostrado alejado de los intereses de la población es la llamada Policía de la Moral, cuya principal motivación es la vigilancia del correcto seguimiento de las reglas sociales islámicas. La vigilancia sobre la modestia de la vestimenta de las mujeres parece ser su principal misión, pero también lo es la regulación de las relaciones sociales, en especial aquellas entre hombres y mujeres; el control sobre las celebraciones y asegurar que estas no salgan de los límites permitidos. Y que bajo ninguna circunstancia ocurran fiestas fuera de la norma ‒es decir, lo que interpretan como fiestas occidentales u occidentalizadas, con bebidas alcohólicas, baile, convivencias no regulares e inmorales entre personas de distinto sexo‒, incluso cuidan que la música que escuchan las personas iraníes no sea inmoral o contraria a los valores de la República Islámica. Esta obvia intervención en la vida privada y en las decisiones individuales de las personas va en contra de su propio desarrollo, por lo que la Policía de la Moral es muy poco popular en Irán.

Como es evidente en estas atribuciones, la República Islámica interpreta la islamización como hacerla visible, no tanto por convencimiento y convicción, sino por imponer una forma específica de vivir el Islam y en la islamidad. La élite masculina en el poder ha encontrado que el mejor medio para esta visibilidad es el cuerpo de las mujeres, por ello, la única regla islámica en realidad obligatoria es la vestimenta modesta y el velo de las mujeres. No es obligatorio orar cinco veces al día, no es obligatorio ayunar en Ramadán, no es obligatorio hacer la peregrinación a la Meca… claro, realizar puntualmente alguna o todas estas acciones otorga cierta superioridad moral o hasta reconocimiento oficial y acceso a algunos puestos de poder tácita o explícitamente exclusivos para personas que cubran cierto perfil alineado con los intereses del régimen, pero nada es obligatorio, excepto la vestimenta de las mujeres.

Roxanne Varzi, en Warring Souls, por su parte, analiza cómo es que la República Islámica usa el cuerpo de las mujeres para hacer visible la islamización del país, pues el velo obligatorio es una forma de hacer muy evidentes los discursos. Si la mitad de la población tiene un código de vestimenta que se asume como el código islámico mismo, no es para cubrir a las mujeres, sino para simbolizar la islamización del espacio público. Es decir, los cuerpos vestidos a la manera islámica son instrumentos de visibilización del control sobre los sujetos y su regulación incluso en lo que debería ser elección individual.

Esto es, la forma de vestir se suele asumir como una decisión individual, pero si un gobierno impone un relativo uniforme, es una intervención en la vida privada. Las mujeres iraníes no son libres de decidir por sí mismas, sino que son hombres que usan políticamente sus cuerpos para mostrar su poder y demostrar sus discursos. La imposición del uso del velo no es el Islam, sino una élite de hombres con poder objetivizando a las mujeres con intenciones políticas.

La obligatoriedad del velo no es la única inconformidad de la población iraní, de hecho, muchos grupos y organizaciones se han unido a las protestas para apoyar los reclamos de libertad de las mujeres y para sumar sus propias demandas. Además de exigir su parte del canto más popular en las protestas: “zan, zendegi, azadi” (زن، زندگی، ازادی) “mujeres, vida, libertad”. El respeto a la vida y la libertad no es exclusivo de las mujeres en la República Islámica, ya que, contrario a otros movimientos en los que la urgencia es atender un problema específico de un sector de la población, en el Irán del 2022, la gran mayoría de la población necesita vida y libertad. Es por ello por lo que en muchas marchas dentro y fuera de Irán también suelen cantar “azadi, azadi, azadi”, (ازادی، ازادی، ازادی) “libertad, libertad, libertad”, uno de los principales reclamos de la población iraní.

Esto se relaciona con el antes mencionado desinterés por la población que también es visible en el historial de violencia de las personas en el poder. Por ejemplo, el actual presidente, Ebrahim Raisi, formó parte del comité de la muerte que asesinó a cientos (o miles) de opositores en 1988 —justo antes de que se aceptara la Resolución 598 y el inicio del armisticio de la guerra contra Iraq, pues sabían que al eliminar la presencia del enemigo externo ya no podrían reprimir ni justificar las acciones contra los opositores que se interpretaban como los enemigos internos‒ entre otros cargos de similar honorabilidad.

Aunado a este currículum espectacular, debo agregar que está entre los nombres más mencionados para suceder a Alí Jameneí, el actual líder supremo, por lo que sus acciones se enfocan en mantener la estabilidad de la República Islámica (a cualquier costo) y en cooptar a los sectores conservadores, el bastión del régimen.

Desde que Raisi llegó a la presidencia, ha llevado a cabo varias acciones que hacen evidente su posición política y sus deseos por que esa posición política sea visible, una de las más importantes en la cotidianidad es el endurecimiento de la regulación de la vestimenta de las mujeres, lo que desató las actuales protestas. Aunque, de nuevo, no es la única. De hecho, debido a este endurecimiento de políticas represoras que coartan las libertades y los derechos de las personas es que las inconformidades aumentaron, y que la población ha salido a las calles a demostrar su desacuerdo con las políticas del gobierno.

Sin embargo, lo que ha captado la atención internacional es la violenta respuesta, el uso de armamento militar, el aprisionamiento de gran cantidad de personas y el cruel asesinato de otras. Aunque, debido al monopolio de los medios de comunicación, a los cortes de internet y a la manipulación de la información es muy difícil saber realmente lo que está sucediendo. Sabemos de la represión y la violencia por los videos e informes civiles, pero es casi imposible tener certezas de la cantidad de prisioneros y asesinados, mucho menos de las causas de muerte o de las causas por las que son llevados a prisión.

Solo algunos casos logran captar la atención mediática y las presiones obligan a dar explicaciones o, en algunos casos, evitan actos brutales. Como ocurrió con la escaladora Elnaz Rekabi que, tras la osadía de competir en Corea sin el velo reglamentario, desapareció dos días y volvió a Irán, donde declaró que todo fue por un error de logística; hay quienes aseguran que la popularidad de su acto evitó que tuviera un final como el de Nika Shakarami. 

Las acciones en torno a la seguridad del régimen no están solo en la reacción sobredimensionada, sino también en la prevención y vigilancia. Poseen sistemas de videovigilancia con reconocimiento de rostros, esta es la razón por la que la mayoría de la gente usa cubrebocas en las protestas, no es por miedo a la pandemia, sino al régimen que podría usar las grabaciones para señalarles de espías y conspiradores contra la República Islámica.

Por esta razón, el primer consejo que un profesor iraní me dio cuando supo que yo tenía planeada una estancia de investigación en Irán de octubre de 2022 a enero de 2023 fue “no vayas a protestas ni por curiosidad ni porque estabas por el barrio. Aléjate siempre de las protestas porque su CCTV tiene reconocimiento de rostros y te puede poner en una situación de riesgo”. Evidentemente, no pude hacer el viaje porque, como otro querido profesor me señaló, además de los riesgos de acudir a un país con protestas y represiones, mi tema de investigación (mujeres en el cine de la Guerra Irán-Iraq) es muy delicado y podrían con facilidad acusarme de espionaje, además de que ya existen antecedentes de ciudadanos mexicanos que eran espías estadounidenses en Irán.

Elnaz Rekabi

La paranoia del régimen por ataques de Estados Unidos o Israel no es del todo infundada porque la República Islámica es uno de sus principales enemigos o, al menos, uno de los más nombrados, y hay eventos anteriores como el asesinato de científicos nucleares o el asesinato de Qasem Soleimani, pero no es justificable que pretendan acusar a cualquier potencia extranjera por las protestas ante el asesinato de una joven a manos de un cuerpo policiaco.

Por otro lado, muchas organizaciones han tratado de instrumentalizar estos movimientos con el pretexto de que no hay un liderazgo claro, pues lo que vemos ahora es la población iraní contra el régimen. Entonces, los grupos nostálgicos de la monarquía Pahlaví o los Muyahedin-e Jalk, sin mencionar a los enemigos internacionales de la República Islámica, han tratado de usar el movimiento social a su favor e infiltrar sus intereses. Sin embargo, yo, desde mi posición, no tengo claro si la intención de las protestas sea una revolución, pues, aunque se ha repetido en varias ocasiones “marg bar diktator” (مرگ بر دیکتاتور) “muerte al dictador”, sólo he visto un video en el que gritan “enghelab” (انقلاب) “revolución”.

Lo único claro es la urgencia por cambios, por acceso a derechos y libertad. La población iraní está cansada de su opresión con el pretexto de los enemigos de la Revolución, de la defensa de los mártires, del cuidado de cierta idea del Islam. La población iraní quiere que ese gran monumento que se suele tomar como símbolo de la capital, la bory-e Azadi (برج آزادی) Torre Libertad, no solo lleve el nombre, sino que sea realmente un símbolo de su libertad.

Para terminar, quiero mencionar el complejo de salvadores blancos que ha exacerbado fueras de las fronteras de Irán y que ha sido el pretexto perfecto para la islamofobia, la iranofobia, la asumida superioridad moral porque aquí no hay Policía de la Moral o cualquier pretexto para denostar a todo un país, una nación, una cultura, una otredad.

La lucha en Irán es contra una élite masculina que restringe el acceso a derechos y libertades de la población, usa el cuerpo de las mujeres como objeto político, interviene las vidas y decisiones privadas de la población y la asesina, arguyendo que lo hacen por una religión; pero no es la religión, sino su interpretación y adaptación de ella.

Lo que sucede hoy en Irán no es por culpa del Islam, la cultura iraní, el velo ni cualquier razón insulsa que se asume sin mayor análisis, conocimiento ni entendimiento, y sí por muchos prejuicios. Lo que sucede actualmente en Irán es por causa de las élites que desean conservar el poder y el statu quo a cualquier precio sin entender que la realidad, la sociedad, las necesidades y los contextos evolucionan.