¿Quién no ha pensado alguna vez en su vida como una sitcom, un drama o hasta una serie policiaca? Yo sí, tal vez por eso entiendo que, de tener la oferta sobre la mesa, hasta los personajes más inesperados quieran su propia telenovela. En el auge actual por las bioseries y las biopics cada vez parece importar menos quién es el objeto de tal producto audiovisual, con tal de que genere vistas y conversación en las redes. ¿Te cae que alguien pidió una serie de 8 capítulos sobre la vida de Fito Páez? No, pero existe y fue vista. Por su parte, las celebridades en buena medida ceden los derechos de sus nombres y parte de sus biografías porque les da oportunidad de ser los súper héroes, el centro de atención por encima de su música o actuaciones memorables.

Para estas fechas, los algoritmos de Netflix y Spotify me conocen mejor que mi madre. ¿Qué me sabe el maldito sistema de streaming de la N para poner como recomendación principal, apenas estrenada, la bioserie sobre el pornstar Rocco Siffredi? Podría explorar aquí un poco mi historial con el streamer, pero eso es casi tan sagrado como el secreto de confesión entre el algoritmo y yo. Dejémoslo en que la gran N sabía que terminaría por añadir Supersex a mi lista y, unas pocas horas más tarde, empezaría a devorarme sus siete episodios.

Volviendo a la reflexión del principio; ¿por qué podría merecer Rocco Siffredi su propia serie? Más allá del “¿por qué no?” sugerido arriba, hay que reconocer la aportación del buen Rocco al cine para adultos. En un mundo porno de finales de los ochenta donde los únicos requisitos para los actores eran ser capaces de mantener una erección frente a la cámara y tener miembros viriles por encima del promedio, surge un sujeto que, además de cumplir con las condiciones anteriores, es guapo. “Podrías ser modelo y no dedicarte a esto”, le dice una de sus parejas a Siffredi en medio de una pelea. Eso mismo pensé yo cuando vi su foto en un top 10 de estrellas porno en un artículo de relleno de una revista musical hace unos 20 años. La notoriedad de su físico, así como la intensidad e incluso violencia de sus escenas llevaron a Rocco a convertirse en estrella, director y dueño de su propia productora de entretenimiento adulto. Por otro lado, si su colega Nacho Vidal tuvo su propia bioserie hace un par de años (con relativo éxito), Netflix seguro pensó en los réditos potenciales de poner el foco sobre Siffredi.

Y la serie, ¿qué tal? Ahí es donde la cosa se pone fea. Partamos del hecho de que, al final de cada capítulo, se nos aclara que esta historia es una “libre adaptación” sobre la vida real de Rocco. Siendo honestos, todas las creaciones de este tipo lo son; sin embargo, el énfasis en este hecho siembra la duda sobre qué tanto el protagonista nos está contando la historia de su vida y qué tanto quiso sentirse Remi, María Mercedes o Juan Camaney (o los tres fusionamos en uno) y vendérnosla así. La trama, a mi modo de ver, gira en torno a dos polos que no terminan por ser del todo cohesivos.

1. Rocco, el underdog

Es típico de las biopics y bioseries poner al protagonista como alguien nacido para perder, alguien que termina por superar las adversidades y llega a la cima viniendo desde abajo. Supersex no es distinta: nuestro protagonista es un niño desfavorecido en un contexto de violencia y falta de la atención deseada por parte de sus padres, especialmente de una madre más al pendiente de otros dos hermanos que de él. Sí, psicólogos, hay mucho Edipo aquí. De acuerdo con la historia, Rocco va siguiendo los pasos de su hermano mayor Tomaso de su pueblo italiano a París, ruta que también lo perfilaba a también volverse un criminal. No obstante, tal destino, un Rocco adolescente entonces descubrió el sexo, actividad que se convertiría en su oficio y lo llevaría a salir del hoyo.

Si suena familiar es porque está historia ya nos la sabemos, con la diferencia de que el elemento “transformativo” son las facultades de Rocco para ser un performer icónico en el cine porno. De ahí que la trama caiga en un cliché tras otro para que terminemos por compadecer al pobre protagonista, constantemente lidiando con los “fantasmas de su pasado” que no le permiten reconciliarse consigo mismo y encontrar el amor. ¿Melodrama baratón? Definitivamente, además alimentado por la subtrama del ya nombrado Tomaso y la cuñada Lucía, cuyo único fin es lograr el desbordamiento emocional completo. ¡Cómo sufres, Roquitoo! Pero eres dios, a pesar de los pesares.

2. Rocco, el dios del sexo

Nunca mejor aplicada ni más pertinente la máxima: cuando el drama se pone aburrido, ponle sexo. A final de cuentas, eso es lo que quizás lleva a la mayoría de los espectadores a darle unas cuantas horas de su vida a este producto audiovisual. Se agradece que la serie no desmerezca en este rubro: es explícita en desnudos masculinos y femeninos, en prácticas sadomasoquistas, en simulaciones de escenas filmadas por el Rocco real. No queda mucho a la imaginación y, dado el oficio de nuestro protagonista, no podía esperarse menos; esto hace que, es importante resaltarlo, la serie no sea apta para cualquier paladar; no la recomiendo, por ejemplo, para verla con los suegros en la sobremesa una tarde de domingo.

Hablando de cómo aparece el sexo en la serie, me remito al otro polo de este análisis: si el melodrama es hiperbólico, la representación del sexo, salvo contados infortunios iniciáticos de un inexperto Rocco, también lo es: el sexo siempre resulta híper-seductor, híper-placentero, híper-deseable. Parafraseando al hermano mayor del protagonista, Rocco es “la v…” (¡cuántas veces se usa esta palabrita al correr de los capítulos!).

Cabe apuntar aquí que, a pesar de la apología del falo que se hace constantemente en la serie, si hay momentos en los que se cuestiona si las co-actrices de Siffredi disfrutan tanto como él. Tras filmar una escena particularmente violenta, su cuñada le pregunta a Rocco si su compañera estuvo de acuerdo con lo sucedido, si no pensaba que habría de sentirse humillada. Aunque en ese momento el protagonista afirma que ambos son adultos teniendo relaciones sexuales extremas de manera consensuada, se abre una rendija para la reflexión sobre el porno hecho por hombres y para hombres con el fin, ante todo, de resaltar el dominio de un género sobre el otro. Momentos como este no abundan, pero si permiten que la serie no se limite al ego del pornstar, la gratificación del sexo explícito o el melodrama predecible y chafa.

Sin más miramientos, venga la pregunta: ¿está “de la v….” la serie de Rocco? (prometo que es la última vez que ocupó en este texto esta palabrita incómoda). Digamos que ser demasiado larga sí puede constituir un problema. Como lo dije anteriormente, hay mucho tiempo desperdiciado en pasajes melodramáticos anodinos, incoherentes y aburridos que sólo tienen el fin de hacer que un episodio llegué a la marca de minutos deseada; del mismo modo, algunas escenas sexuales son una excusa más para mostrar piel cuando no hay demasiado qué contar. Al final —como suele suceder cuando el protagonista de la bioserie aún vive y tiene las manos metidas en el proyecto— el Rocco que vemos en esta semi-ficción (más lo segundo que lo primero) es el Rocco que él quiere mostrar: un Spider-Man del sexo sufridor como Peter Parker, patán como Don Draper (mucho menos carismático, eso sí) en camino hacia la redención. Por mi parte, pienso que Siffredi se merecía una mejor serie que ésta avalada por él mismo. Capricho cumplido, Súper Rocco.