1.- LA ILUSIÓN DEL TRABAJO IDEAL

 

This quasi-object, when being passed,

makes the collective, if it stops,

it makes the individual

Michel Serres[1]

Trabajar en una oficina vale, siempre se justifica pero no por ello dignifica, eso solamente sucede en las calles, porque la dignidad no cabe en espacios cerrados, sea una prisión, un cubículo universitario, la habitación en un hospital, o ese espacio entre metros y centímetros (en una empresa, una firma, una “secretaria de” dependiente del Estado) que, aún siendo personalizado devela un aislamiento o desamparo, por más que digan que se está poco tiempo “ahí”, al excusar esa presencia a partir de horarios flexibles, o porque se trabaja por turnos, de esos que por necesidad y no por gusto se doblan, o porque solamente se va tres días, y además se estudia.

La dignidad regresa no cuando se dividen claramente las actividades de acuerdo a las capacidades, esa es la superficie al discutir sobre el trabajo; ahora bien, el punto aquí es debatir o polemizar acerca de nuestras prioridades, pero sí los altos índices de desempleo, el desprecio de los oficios y la desigualdad salarial son desplazados de la discusión por la anhelada ascensión en la pirámide corporativa, o la actitud ostentosa que rodea al cuánto y por qué se gana más por estar detrás de una pantalla, frente a una computadora, en un cubículo, en una reunión, recabando datos y reportando presupuestos y gastos en Excel, que lo que sucede en el campo o en una fábrica o que se debería trabajar en y por condiciones igualitarias y humanitarias reales, entonces el gran mérito de estos espacios es la apertura a debates y discusión.

Bajo la ilusión de que sí existe un trabajo ideal, donde las actividades que se realicen se disfruten, o generen algún placer y/o regocijo, diversas generaciones se han involucrado en el campo laboral, posiblemente éstas han sido las menos, ya que la realidad, misma que siempre ha sido cruel, ha obligado a la mayoría a aceptar, o a conformarse, con el fin del ensueño, o someramente con su cuestionamiento, se trabaja para sobrevivir, para medio vivir, para recibir “algo” y con “eso” que se ha recibido pagar gastos, impuestos, lujos, pretensiones, ropa y calzado, alimentos, techo, educación, salud, y unos tragos también.

No siempre esto es posible, o real, el ejemplo se sostendría sí, y sólo sí, el individuo trabajara para sí mismo y no tuviera ninguna responsabilidad para con los demás, pero eso no sucede –no es real ni es posible- en la sociedad mexicana, dónde la familia ha sido uno de los referentes primigenios, se trabaja para ésta, para su subsistencia, para que cada uno de sus integrantes viva en condiciones dignas, o suficientes, para en algún momento acceder a otras y diversas actividades (deportes o entretenimiento), o conocimientos (arte, música u ocio en general), como dice el sentido común de los familiares, se trata de “darle a los hijos aquello que ellos –los padres, los abuelos, sus otros hermanos- no tuvieron”.

Trabajar para ayudar a la familia, o para ya no depender de la misma, son las prerrogativas de la odisea laboral, en ocasiones siendo objetos de explotación, e involucrándose desde temprana edad, los infantes, adolescentes y adultos jóvenes se ven inmersos en una serie de actividades que les retribuyan monetariamente, confiriéndoles estatus entre sus pares, o reconocimiento de sus padres, y recibir a cambio del tiempo invertido una incierta libertad de acciones, mejor dicho, asume obligaciones, se trabaja para producir, se trabaja para ser útil, se trabaja para retribuir, se trabaja porque se tiene que trabajar.

 

 

Y pueden ser boleros, o empacadores, o cargadores, o vendedores, dependientes en una tienda, o en un autoservicio, en una papelería, en una farmacia, en un puesto de revistas y de periódicos, pueden ser, como tal vez lo fueron sus padres, obreros o en un contexto no urbano, agricultores o recolectores; trabajar es aquella actividad que se impone a los demás si es que se pretende valorarlos como seres sociales.

Es la actividad y no la persona la que importa, se es lo que se hace, mejor dicho, el vínculo con la sociedad, con la aceptación social, depende de las actividades que se realicen y que vuelvan permanente esa necesidad mutua de reconocimiento de aquel (o aquellos) individuo(s) que contribuye(n) al mantenimiento del orden y el progreso; y de una entidad –que se re-conoce como “sociedad”- misma que avala las diversas actividades que legitimarían un contrato entre las partes. El valor nunca ha sido un asunto personal, es la aceptación de nuestras responsabilidades colectiva.

Para los padres, para los contemporáneos, para cualquiera sin ninguna relación con nosotros pero interesados en sabernos iguales, la pregunta obligada a responder será “¿qué haces?”, o “¿a qué te dedicas?”, la primer pregunta implica un trabajo manual, la segunda sugiere la dedicación, la entrega, el compromiso, las horas que adquieren sentido a partir de esa actividad, así como la exigencia de un lugar reservado exclusivamente para la misma.

La diversidad en las respuestas varían a partir de la retórica al uso, pero la constante es la justificación del trabajo, de la producción, de la utilidad personificada, por ello, dar una respuesta que no les avalen será sancionada, recriminada, en el mejor de los casos satirizada. Aviso para los llamados “NiNis” (un acrónimo coloquial para referirse a ese grupo estático): Trabajar y/o estudiar sería una respuesta más que aceptable y aplaudida, no hacer ninguna de las dos, legitimaría el escarnio público y el desdén privado, la exclusión manifiesta y el destierro latente, la depuración parcial y en último caso, el exterminio total[2].

El valor asignado al trabajo, a tener empleo, a la producción, a la utilidad, orientó cada una de las actividades que se realizaban en solitario o colectivamente, y si bien es cierto que las clases campesinas y obreras han sido los referentes históricos y económicos para hablar del tema, las nuevas discusiones versan alrededor de esos personajes urbanos pintorescos que viven limitados en un espacio destinado donde hacen cuentas, revisan sus redes sociales, e intentan concertar citas que engrosen su agenda y currículum, porque ahora la gente solamente se reúne por trabajo, no por el gusto de hacerlo.

 

 

2.- LA POST-BUROCRACIA

The parasites arrive in a crowd, and they take no risk

Michel Serres

Los Godínez están en otro nivel, ahora ya son tema de conversación, sus vidas importan, sus relatos divierten, su procastinar entretiene, su descripción se reivindicó etnográfica, generando, a veces, preguntas sobre cómo y hasta cuándo estarán aquí, o quién de entre nuestras  amistades o familiares engrosa sus filas, eso es lo que se pretendió en las pasadas líneas, hablar más allá de sus corbatas de colores y de sus calcetines sin sobriedad, de sus horarios fijos y (sí es que la tuviesen) su identidad, de sus almuerzos compartidos y su supuesta enemistad hacia las autoridades, este grupo social re-conocido, quien fuera bastión último de la burocracia, ha abandonado la invisibilidad en la que se le colocó a través de los años; sus rutinas, cuya simpleza se asumió interesante a partir de la constante interrupción se complementaron con sus justificaciones sobre el cómo y por qué terminaron ahí, realizando actividades denigrantes que las hacen porque son buenos en éstas, pero que no les gusta hacerlas porque ellos estaban destinados a hacer algo más[5], o mejor, o de impacto, son éstas una variedad de autobiografías donde no simplemente exponen el sentir personal sino que describen el pensamiento social, el pensamiento que piensa la sociedad[6].

El de la sociedad mexicana en específico, la que se burla de sí misma pretendiendo ser crítica de lo que le sobra para no ser como las demás, a través de la parodia y el relajo, evidentes en el día a día, en específico, entre las 9am y las seis de la tarde incluyendo la hora de la comida y los “breaks” para ir a la tiendita o al OXXO, a la cafetería o al Starbucks, según sea la zona de la ciudad; y dónde su descripción, justificación y recuento, establece un vínculo entre quienes las relatan, las escuchan y quienes las replican al día siguiente. Así mientras el trabajo espera, la vida sigue, envuelta en la odisea en pos de la nueva caja de cigarros, el líquido amargo con crema(s) que lo esconden, la golosina (de chicos y grandes) o la torta de chilaquiles y/o tamal.

Las actividades y tareas diarias, por las cuales fueron contratados, y de las que se desprenden todos los regaños, llamadas al orden y exigencias de atención, son suspendidas por aquellas otras que se tornan parte del ensamblaje, porque cuando se va al trabajo no se va a trabajar sino a intercalar acciones mundanas –como sacar copias, vender Jaffra o Tupperware o quejarse del tráfico- con cuasi eruditas –como hablar con un “cliente”, “estar” en junta, o hacer un presupuesto en Excel-, el valor es contingente a la fecha de entrega, y el por qué de los aplazamientos, los retrasos y las prórrogas generan una complicidad que, para quienes añoran ser parte de ese colectivo, para pertenecer, para sobrevivir a la “explotación” laboral, los validan en pos de esa realidad, modus vivendi, estilo de vida.

Los Godínez emergieron de la apatía de las burocracias provenientes de los años cincuenta del pasado siglo, de la movilidad que se desprende de horarios fijos, horas extras y tareas pendientes, el Godínez es el aventurero contemporáneo, sobreviviente de los malos hábitos alimenticios, conquistador del transporte público, por ello son el último bastión que reivindica el ámbito laboral (porque para las actuales investigaciones los obreros y los campesinos ya son historia pasada).

Y lo saben, o se los han hecho creer, son tan importantes en la pirámide corporativa que lo celebran cada viernes posible, o cuando pagan, pero no sin antes dar el adelanto para la tanda, o de guardar para sus pasajes, o de saldar su cuenta en alguna cocina económica o cantina, empero economía doméstica aplicada a las empresas, y dónde todos saben quién le debe a quien. Bonitas costumbres que se aceptan de manera implícita al firmar un contrato coloquial, porque todos las hacen y porque pocas veces se explican, sólo se imitan, se esparcen cuál rumores, vienen junto con el gafete, ese personalizador que te hace igualito a todos, y que contrastan con todas esas ideas sobre el individualismo que se concibieron en la posmodernidad[7].

Y sí, tal vez algunos de los lectores se indignen cuando se ejemplifican las actividades que identifican a estos personajes, mi error, porque posiblemente estén ya desfasados, pero que puedo decir, mis únicos acercamientos a la vida de una oficina son, primero, lo que viví en mi infancia siendo hijo de dos burócratas que desde que recuerdo y hasta su jubilación y muerte, trabajaron en una dependencia del gobierno donde todo lo dicho es lo que pasaba, había un Don Señor que vendía dulces clandestinamente y los escondía en uno de los cajones de su escritorio, había una tal Sra. Lupita que vendía cosméticos y juntaba la tanda, y también se apersonaba un jefe de piso que ante su presencia todos se cuadraban, y que saludaba, daba órdenes y pedía documentos para firmar y que eran “importantes”. Personajes comunes, quienes seguramente existen hasta la fecha en toda oficina gubernamental, que se replican y se repiten, que fueron el terror de varios de sus subordinados, y quienes fueron los primeros en contar con aquel privilegio laboral, o la máxima aspiración del burócrata, esto es, un horario diferido, que implica –oficialmente- el llegar tarde y salir temprano, o no regresar a terminar sus actividades.

 

 

La segunda aproximación es actual, me encuentro con esta cada vez que tengo que realizar un trámite en el espacio universitario del cual soy partícipe, la reconozco en mi relación constante con las asistentes, secretarias les llamamos, quienes en el nombre adscriben la penitencia (para los otros), son las que viven en la secrecía, las guardianas de la información burocrática, ellas son las que realmente saben cómo funcionan las instituciones, a dónde hay que ir, quién es quien en la jerarquía, ellas son las que saben donde quedan las oficinas o el documento que falta, las que juegan con tu sentir, son, la personificación de un proceso, el paso a paso con cara amable y del ensayo constante de modales y cortesías, todo comienza con un “buenos días, vengo a…”, y ellas saben perfectamente porque estás ahí, así, con cara compungida o de regaño, porque vas a realizar un trámite extemporáneo, una solicitud, vas a preguntar por alguien más, y después de hacerlo, cierras esa interacción con un agradecimiento forzado, “gracias, buenas tardes”, porque a veces se extendió tanto que cambio el horario, pasa también en los bancos o en los supermercados, ahí no hay secretarias pero sí cajeros o cajeras, gente capacitada para enseñarte economía doméstica, finanzas de lo cotidiano, ahorros y descuentos, a sumar, restar y redondear, porque obviamente no sabemos cómo –ni queremos- hacerlo.

Oficinistas, secretarias, cajeros y cajeras, asistentes administrativos, asistentes para lo que sea, de investigación o de dirección, serán los intermediarios que dotan de realidad a la vida cotidiana, de quienes dependes para concluir tareas y actividades, registrar avances o retrocesos, la monotonía queda expuesta cuando nos excusamos o desmarcamos de la labor asignada, que se repite de lunes a viernes, a veces los sábados (pero sólo hasta el mediodía).

Ahora bien, un dato para dar contexto, según fue documentado, cuando Walter Benjamin se escribió –en 1938- con Gerhard Scholem[8], no solamente debatían sobre el judaísmo, o sobre religión en general, sobre el rencor y el impacto del capitalismo, también lo hicieron sobre Proust y sobre Kafka, y bueno sabemos de que van las intenciones sobre estos dos: el primero, precursor de la versión lúdica de la memoria colectiva; el segundo describió de manera magistral las consecuencias de la vida moderna, habla, según Benjamin, “de la experiencia del hombre moderno en la gran ciudad”, en El Proceso, o en El Castillo, clásicos de la literatura densa, queda retratado todo el aparato burocrático que se despliega durante buena parte del siglo XX, responsable de la lentitud del mismo, consecuencia de la nula asimilación de las nuevas formas de relacionarnos después de las guerras mundiales, la explotación en cualquiera de sus formas, del territorio por supuesto, de los géneros, de las clases sociales, de las razas.

En alguna ocasión, y en su etapa más lúcida, Hannah Arendt[9] advirtió lo siguiente: “cuánto más grande sea la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción de la violencia”, y sí, ya sucedió, y sin ser paranoico nos rebasó, o bueno, en el siglo XX la burocracia se impuso, junto con ésta la estratificación social, el clasismo y el racismo, la xenofobia.

 

Y para regresar un poco a la discusión, todo eso impactó en el ámbito laboral, la brecha salarial es un ejemplo de esto, los altos índices de desempleo también, el despliegue de otros escenarios e iniciativas en busca de sustento, por caso el outsourcing (o subcontratación), o el volverse responsable del tiempo propio, y de su obra, como lo hacen los que están inmersos en la experiencia free-lance, obviamente al distanciarse demasiado y generar una alternativa prescindieron o se les arrebataron las ventajas de aquel entorno laboral clásico.

Corrijo, nunca se les arrebató nada a los nuevos empleados, la decisión fue consciente, unas cosas por otras, quid pro quo, mayores ingresos por no estar sindicalizado, impuestos estandarizados por deducibles de impuestos, recibos de honorarios por cheques de salarios, tiempo libre por prima vacacional, los nuevos empleados no tiene ni tendrán aguinaldo, ni vales de despensa, ni tarjeta para checar entradas/salidas, pobres de ellos. Lo que perdieron, de lo que se desprendieron, fue del espacio cerrado.

Esa referencia es parte de otra época, la de los inicios de la modernidad, lo cerrado limita las actividades y tareas a partir de la extrema vigilancia, desde el siglo XVII fue así y se desdibujaron y derrumbaron esos muros al final del XX; el encierro influyó en la arquitectura de los espacios laborales, comenzó con las prisiones y los hospitales, y continuó con las escuelas y fábricas, y hasta ahí el recuento histórico es por todos conocidos, se sabía que esos espacios eran necesarios y estos mismos controlaban a los individuos que ingresaban o se les obligaba a estar “ahí”, en estos, los colectivos asociados con esos espacios se desarmaban en pequeñas piezas de construcción, en legos humanos, en individuos que -ellos sí- eran explotados, despersonalizados, viviendo bajo coerción.

Ahora bien, la noción del trabajo cambió, los personajes en esa obra también, se integraron otros que desplazaron a los actores sociales primigenios, los obreros fueron puestos a un lado o quedaron fuera de foco, lo manual, artesanal, físico, pasó a un segundo plano cuando lo intelectual o informativo, lo administrativo, se impuso como la actividad con mayor relevancia en la sociedad moderna[10].

La vida de oficina despreció la jornada laboral, la única similitud fue que los horarios permanecieron, no son iguales pero son la norma a seguir, la producción está condicionada al tiempo asignado, que en las fábricas e industrias comienza desde las 7, en las escuelas a las 8, y en las oficinas desde las 9, y la salida, el fin de actividades, en la primer institución total se dobla por necesidad, en la segunda por castigo, pero en la última se justifica por orgullo y vanidad.

Los años de post-guerra generaron la burocracia, la necesidad de tener un subordinado, alguien a quien emplear para poner atención a cada una de las actividades que se realizaban en un horario específico, un individuo responsable y culpable del sello, de la firma, del folder con documentación precisa y cuasi secreta, alguien que hiciera el trabajo limpio, sucio o gris, la lista, el encargo, los pendientes, la transcripción, los olvidos que serán imperdonables en la ajetreada vida de oficina, como ejemplo tenemos a Barthebly, el entrañable personaje creado por Herman Melville:

“Al principio, Bartleby escribió extraordinariamente. Como si hubiera padecido un ayuno de algo que copiar, parecía hartarse con mis documentos. No se detenía para la digestión. Trabajaba día y noche, copiando, a la luz del día y a la luz de las velas. Yo, encantado con su aplicación, me hubiera encantado aún más si él hubiera sido un trabajador alegre. Pero escribía silenciosa, pálida, mecánicamente”.

 

La imagen es propia del siglo XIX, romántica y tediosa a la vez, llena de contemplación como el espíritu de la época lo requería, sobre ésta las personificaciones burócratas en el siglo XX, se enriquecieron con la puesta en femenino, para que no se diga que sólo los hombres lo son, las mujeres también engrosan el gremio burócrata, se instalan en los vacíos que los hombres dejaron al irse, de casa, de la fábrica, de la institución en turno, para hacer la guerra; y ellas salieron de casa, ingresaron a la fábrica, y aún así regresaban al hogar, y para cuando el hombre regresó envuelto con su embestidura de héroe, las mujeres se negaron a abandonar los nuevos espacios que habían conquistado. La sanción, ante semejante atrevimiento, la paga desigual, la censura de palabra y acción, el tope en el ascenso.

El siglo XX se impone así como el siglo de las desigualdades, y en el afán de hacerlas evidentes, éstas convergen en los espacios compartidos entre hombres y mujeres, cerrados, donde realizan las mismas actividades pero sólo pocos son gratificados, en consecuencia hay una constante disputa, una competencia entre géneros, ya sea para alcanzar lo que el otro tiene, ya sea para evitar ser desplazadas; y aunque esos espacios son los que ya hemos mencionado (hospitales, escuelas, prisiones, fábricas), a estos se integran otros, otro, la empresa desplazó a la fábrica[11], mejor dicho, la absorbió, delegó responsabilidades administrativas en una y materiales en otra, infraestructura material versus logística y organización, hasta la ubicación geopolítica es interesante, las fábricas permanecen desplazadas en la periferia y las oficinas se posicionan en el centro, o (por la cantidad de desechos generados) hay zonas de fábricas y las oficinas solicitan zonas exclusivas, y cual Olimpo, se ubican en las alturas; en las fábricas hay receso, los que habitan las oficinas aspiran al “brunch”. Lo cuestiona Barry Allen:

“People are difficult. They require a lot of focus. They, uh… they have, like, a rhythm that i haven´t quite been able to… Like brunch! Like, what is brunch? You wait in line for an hour for, essentially, lunch”.

Inmersos en el pensamiento institucional, es obligado que la asistencia quede registrada, pasa en la fábrica, en las escuelas y colegios, en la prisión implica una vigilancia extrema, pero con las empresas y oficinas, esto se va desdibujando, en dos momentos, el primero cuando se destinan algunos minutos para avisar que ya se llegó, o no, o que ya nos fuimos, “checar tarjeta” que se volvió así una frase coloquial, era llegar al lugar de trabajo y salirte del mismo lo más pronto posible, para hacer acto de presencia, para burlar a la autoridad, para pedir “paro” al que sí llegó a tiempo; y sí llegar tarde se volvió permisible, no llegar se hizo la norma, y antes de que la ausencia y el procastinar impacten significativamente en la producción, se crearon otras formas laborales, mismas que distinguen la época actual.

 

 

3.- LA GENERACIÓN (RE) ESPONTÁNEA

The position of the parasite is to be between

Michel Serres

Estas hacen referencia al segundo momento, la vigilancia que condensa y regula las actividades se desplaza a otras modalidades en el de registro y exigencia de avances (lógica free-lance), producción sintética (outsourcing o subcontratación), latente presencia (home-office o telepresencia), aunque debo confesar que las desconocía, no son parte de mis experiencias cotidianas, aunque posiblemente habrá una –la última- que me resulte algo simpática; a saber, fue iniciativa y responsabilidad de una alumna mía, Laura, quien me propuso discutir acerca de estas nuevas formas laborales, el mérito es sólo suyo, cuestionando la motivación y el sentido de pertenencia que de estas se desprende, ella las pensó así, desde una perspectiva desde la psicología del trabajo, éstas impactan en los individuos a partir de la incertidumbre, de los contratos, de las prestaciones, en la pasividad y actitud efímera del personal, nada de arraigo, nada de acostumbrarse a un solo trabajo, porque para sobrevivir, la exigencia es tener varios, y aparte se busca ser dueño de tu propio tiempo, espejismo que hace soportable estar inmerso en la citada incertidumbre.

Algo hay de debatible al hacer mención de lo insoportable, o al hablar de supervivencia, las cuales son lugares comunes, explicaciones aceptables porque serán las más sencillas de memorizar, así uno podría suponer que los Godínez –quienes se ven persuadidos, embelesados u obligados a participar de estas- son parte de una supuesta evolución de las especies laborales, aquellas que provienen de un estadio pasivo frente a la máquina de escribir y las libretas de taquimecanografía. Ellos, se levantaron de sus escritorios y fueron más allá de la sala de reuniones o la máquina de café.

Y entre la llamada pendiente y la llamada a contestar, difundieron las imágenes que sugieren las representaciones sobre la vida ocupada, se enfrentaron “al papeleo”, al tiempo límite, y domaron a la tecnología apersonada en las impresoras y las máquinas fotocopiadoras, el fax; pero eso fue antes cuando les dijeron que su labor era importante para progresar, ahora, las nuevas generaciones de funcionarios, oficinistas, trajeados, viven inmersos entre Tinder, Facebook, Happn y Whatsapp, Messenger ya ha sido superado, así fue como asumieron que sus interacciones virtuales serían la mejor compañía. Fue hasta después cuando se expusieron a las calles, demarcaron su territorio a partir de sus horarios de entrada/salida y regresaron a sus labores mundanas, o al hogar, después de vencer el tráfico opresor.

Y aún así, no hay trabajo insoportable, la vida no se va en ello, ternurita dan aquellos que se asumen como esclavos del poderoso tirano capitalista, no hay trabajo tan insoportable como para decidir, de un día para otro, de la mañana hacia la tarde, matar a sus jefes, The Doors fueron quienes hicieron la sugerencia, pero es Hollywood quien la volvió franquicia, poniendo bajo la lupa de la mofa tanto el acoso sexual, el nepotismo, el compadrazgo, el abuso de poder en general, y cuyo mayor aportación es la magnífica canción de The Heavy: “How You Like me Now”.

Ahora bien, la imagen que relaciona la supervivencia con la evolución es la de la adaptación, y aún cuando uno podría citar a Darwin o a Herbert Spencer, esa imagen se puede rastrear en Las Partículas Elementales, una novela de Michel Houellebecq, ensayista, periodista y provocador, acerca de las brechas generacionales, los cambios socio-políticos y culturales, la frustración y la revolución sexual, pero también hace una descripción sobre cómo los hippies devinieron en yuppies, todo esto sucedió al reconocer el impacto del poder adquisitivo, así se invirtieron los papeles, los hippies que tanto aborrecían a los trajeados terminaron formando parte de sus huestes.

 

 

Según la versión del politizado Houellebecq, los yuppies se asumían inferiores a los hippies, instintiva, anatómica y pudorosamente, ya que los cuerpos desnudos y el libre albedrío de estos últimos se verá opacado por el poder adquisitivo de los primeros: la(s) tarjeta(s) de crédito o débito, el zapato lustrado, o por el traje a la medida que (comprado -Houellebecq menciona a C & A- o en Sears & Roebuck, Suburbia, o en la calle de Coruña), omiten como conjunto a la líbido, el gozo de la naturaleza, la espontaneidad; aquí “el deseo” queda relegado, porque habrá que ahorrar para darse sus lujos, sus gustitos, y no hacer evidente la arrogancia al pretender pertenecer, por otra clase social.

Algo que, en primera instancia, es difícil de sancionar ya que, siguiendo con la narrativa del escritor francés, en los sesenta y setenta las diversas versiones de la liberación sexual impactaron sobre esa realidad occidental, fue así que las generaciones se quejaron contra esa automatización del trabajador, del neo-empleado, para posteriormente cuando se les bajó el efecto del LSD, cuando Javier Bátiz dejó de tocar, cuando Grateful Dead se volvió una institución musical[12], ellos hicieron lo propio, transmutaron, y se re-conocieron como yuppies.

Por ello se volvió atractivo trabajar en una oficina, archivando papeles, frente a una pantalla, por el outfit, la personalización del mismo, el intercambio de cumplidos, y la afición al mal café. ¿Corrupción de ideales o seducción del yo? Responder la pregunta es mera ociosidad.

Las nuevas formas laborales, las libertades en la asistencia y presencia, los micro turnos en un puesto para tener otros micro turnos en algún otro lugar, la sapencia freelance, los tiempos límites que marcan avances y entregas, confirman la transformación cultural del trabajo, personificada en esa generación re espontánea que les da sustento.

Proletarios, burócratas, yuppies, Godínez, creativos (dice un psicólogo social mexicano: “ser creativo es la capacidad de obedecer antes de que les den la orden”), pueden ser analizados como segmentos de población, nuevos pobres, o aspirantes a la estabilidad, o neo-críticos de radical incierta, como la resistencia ante la jubilación. Y cabe la posibilidad de rastrear una historia que los una, la del trabajo, la de la explotación o la desigualdad. Personalmente prefiero la de la empatía.

 

 

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[1] Serres, M. (1980). The Parasite. London. The John Hopkins University Press.

[2] Schmitt, J-C. (1978). “La Historia de los marginados”, en Le Goff, J., Chartier, R. y Revel, J. (ed.). La Nueva Historia. Bilbao. Mensajero. pp. 400-426.

[3] Aries, Ph. & Duby, G. (1984). Historia de la Vida Privada. La vida privada en el siglo XX. Barcelona. Taurus/Altea/Alfaguara. Vol. 9.

[4] Pollner, M. (2000). “La Máquina de hacer inferencias”, en Goffman, E., Sacks, H., Cicourel, A. & Pollner, M. (2000). Sociologías de la Situación. Madrid. La Piqueta.

[5] Goffman, E. (1956). Ritual de Interacción. Tiempo Nuevo. Buenos Aires. 1967

[6] Fernández, P. (2011). Lo que se siente pensar o la cultura como psicología. Madrid. Taurus.

[7] Gergen, K. (1991). El Yo Saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona. Paidós. 1997.

[8] Benjamin, W. (1969). Imaginación y Sociedad. Iluminaciones I. Madrid. Taurus. 1990.

[9] Arendt, H. (1969). Sobre la Violencia. Madrid. Alianza Editorial.

[10] Sloterdijk, P. (2000). Normas para el Parque Humano. Madrid. Siruela.

[11] Tirado, F. & Mora, M. (2004). Cyborgs y Extituciones: Nuevas formas para lo social. México. Universidad de Guadalajara.

[12] Hill, A. & Rifkin, G. (1999). Marketing Radical. Colombia. Norma.