Fauda, la serie israelí de Netflix, se ha hecho popular en varias partes del mundo y ha generado polémica en Israel y los territorios palestinos sobre la forma en que retrata las dinámicas entre israelíes, tanto judíos como árabes, y los palestinos que viven en los territorios ocupados por Israel durante la guerra de 1967. Más allá de dicha polémica la serie tiene una conexión con los kurdos del Medio Oriente, especialmente con la historia de los judíos del Kurdistán iraquí.

Idan Amedi, quien interpreta al personaje Sagi en Fauda, es uno de los más de doscientos mil kurdos judíos ciudadanos israelíes. El actor y cantante, que accediera a la fama en Israel al obtener el segundo lugar en la versión del 2010 del show de talentos Kochav Nolad, es ahora también famoso en la región kurda de Irak y ha dado entrevistas a medios internacionales en los cuales expone con orgullo su judaísmo y su pertenencia al pueblo kurdo.

La historia de Amedi ha levantado interés en un tema que ha permanecido bastante marginal en los estudios kurdos y en los estudios judaicos: los judíos del Kurdistán. Esta reflexión se centrará en su historia, dinámicas y características culturales propias.

En 2006 se publicó el libro de Wadie Jwaideh, Kurdish National Movement. Its Origins and Development, obra central para entender la historia y nacionalismo kurdos. En las más de cuatrocientas páginas de esta magistral publicación solo se menciona en tres momentos a los kurdos judíos. El caso de Jwaideh no es excepcional, pues historiadores como Paul Johnson o Simon Schama han dedicado apenas algunas páginas al caso de los judíos del Kurdistán. Llama la atención que incluso publicaciones especializadas en el mundo judío mizrahí como el libro editado por Zion-Zohar, Sephardic & Mizrahi Jewry, no mencionen el caso de una comunidad judía milenaria que incluso tiene presencia en Jerusalén muchos años antes de la creación del Estado de Israel.

Una mención aparte es el libro The Jews of the Middle East and North África in Modern Times, editado por Simon, Laskier y Reguer, en el cual se analizan ampliamente a las comunidades judías del Kurdistán iraquí y se narra el proceso de arabización que experimentaron las comunidades judías de la zona mismo que fue resistido y evitado por los judeo-kurdos.

Si bien la razón de la marginación de las comunidades judías del Kurdistán en los estudios kurdos y judíos trasciende los límites de esta reflexión, baste decir que es el caso de una minoría subsumida e invisibilizada por procesos y definiciones identitarios recogidos y perpetuados por la academia que han llevado, por un lado, a pensar al judaísmo de Medio Oriente exclusivamente a partir de los términos sefaradí y mizrahí y, por otro, a dimensionar a los kurdos meramente como un grupo étnico musulmán, lo que ha resultado en un oscurecimiento de las diferencias internas en dichas comunidades.[i]

Las comunidades judeo-kurdas son muy antiguas, posiblemente originadas en los tiempos del exilio judío en Babilonia, por lo que los kurdos judíos hayan desarrollado y mantenido leyendas y mitos sobre su origen, así como tradiciones y costumbres propias que los diferenciaban y diferencian de las comunidades judías no kurdas en el Medio Oriente.

Flavio Josefo, el prolífico y polémico historiador judío/romano, afirma en sus escritos que durante la época del Segundo Templo judío existió el reino de Abiabene ubicado en el actual Kurdistán y cuya capital Erbil (Arbala, Irbil o Hewlêr en kurdo) era una vibrante metrópolis en la cual el judaísmo estaba presente, pues muchos de sus habitantes, junto al rey Monobaz y su madre Helena (mencionados ambos en el Talmud Babilonia), se convirtieron al judaísmo durante la primera mitad del siglo I. Muchos kurdos judíos actuales afirman descender de este reino.

Siguiendo con las referencias históricas al judaísmo en el Kurdistán, el famoso viajero Benjamín de Tudela en el siglo XII viajó por la región y visitó el Kurdistán alrededor del año 1170 en donde, afirma, encontró más de cien comunidades judías de habla aramáica. Otro viajero, también llamado Benjamín, llegó a las tierras kurdas en 1849 y dejó constancia en sus libros de viaje que las tribus asirias (los nestorianos) mantenían ciertas costumbres judías lo que llamó su atención.

En las referencias que Benjamín de Tudela dejó sobre el Kurdistán y sus judíos destaca la mención a un tal David Alroi de quien se dice lideró una rebelión contra los persas e intentó llevar a los judíos de la zona de regreso a Jerusalén. Si bien es cierto que hay que tener cuidado en validar todo lo descrito por viajeros como Benjamín de Tudela es innegable que para inicios del siglo I D.C ya había presencia judía importante y bien establecida en lo que hoy es el norte de Irak e incluso la ciudad de Mosul se beneficiaba por el comercio generado por sus judíos. Las comunidades judías del Kurdistán se verían incrementadas con la llegada de algunos judíos originarios de la actual Siria que, huyendo de los cruzados cristianos, encontraron refugio en las tierras kurdas.

Un caso interesante que merece ser contado es el de la tanaita (sabia rabínica) Asenat Barazani, destacada líder religiosa de los judíos kurdos. Hija del rabino Samuel Barzani del Kurdsitán, vivió de 1590 a 1670 y fue famosa en su tiempo al ser una lectora de la Torah, Cábala y Halajá y porque, al morir su esposo, Jacob Mizrahi rabino de Amadiya, tomó el liderazgo y administración de la yeshiva de dicha ciudad. Hasta del día de hoy los poemas escritos por Asenat son un ejemplo de hebreo moderno escrito por mujeres. Asenat Barazani escribió una famosa interpretación del Libro de los Proverbios. 

A partir del siglo XVII se inicia el proceso migratorio de los judíos del Kurdistán hacia la zona de Palestina, misma que en ese momento estaba bajo control otomano. El asentamiento de la gran mayoría de ellos se dio en Jerusalén y en la ciudad de Safed, en donde se asentaron un grupo de rabinos.

Para 1895 muchos judeo kurdos se establecieron en carpas temporales en la zona de “Shaarei Rahamim” (Puertas de Misericordia) en el barrio de Nahlaot mismo que estaba formado por algunas casas pequeñas a las afueras de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Esos barrios, que serían la semilla de la cual surgiría la moderna Jerusalén, albergaban a judíos de grupos étnicos diferenciados y con relaciones tribales y geográficas particulares así como costumbres culturales, culinarias y rituales propias.

Ahí, en esos barrios de carpas se asentaron principalmente judíos llegados del Yemen, Irán, Siria, los llamados Urfalim (originarios de la ciudad de Urfa en el sur de la actual Turquía) y también los judíos del Kurdistán. Algunas fuentes hablan de que más de treinta mil judíos kurdos vivían en esa zona antes de la creación del Estado de Israel. Hay una leyenda que circula entre los kurdos judíos que habla de que Teodor Herzl, en una de sus visitas a la Palestina otomana, se encontró con los kurdos judíos, quienes lo ayudaron a cargar sus maletas y cajas de pertenencias hasta la casa de un amigo de Herzl con el cual se hospedaba el líder sionista.[ii]

Durante la segunda mitad del siglo XX y especialmente después de la creación del Estado de Israel, la vida para los judíos del Medio Oriente fue un infierno. En Irak se publicó en 1950 una serie de leyes que cancelaban la ciudadanía a los judíos, se les confiscaban bienes y propiedades individuales y colectivas, se vandalizaban sinagogas y cementerios y se encarcelaba y torturaba a judíos acusados de “sionistas”.

Con la ayuda de instituciones como el Comité Conjunto Judío de Distribución de Estados Unidos más de 120 mil judíos de Irak, incluidos judíos kurdos, llegaron a Israel en las operaciones “Ezra” y “Nehemías” dejando en el Kurdistán su historia milenaria y a poco más de 400 familias judías que aún viven en la zona.

La presencia kurda en Jerusalén se manifiesta en el nombre de algunas de sus calles, por ejemplo la calle Barashi fue nombrada así en honor a Yitzhak Barashi, un rabino nacido en Kurdistán que luchó en la Guerra de Independencia de Israel en 1948. Muchas de las calles del barrio Nahlaot comparten esta característica.

Cada Sukkot los judíos kurdos de Israel festejan el festival Saharane, el cual históricamente se celebraba por la llegada de la primavera. Este festival tiene muchas similitudes con el Newroz, el año nuevo de origen zoroastriano muy apreciado para los kurdos y que en los últimos años ha sido apropiado por países como Irán, Azerbaiyán como parte de su cultura nacional.

En Israel, el festival Saharane llega a convocar a más de quince mil personas en algunos casos. En universidades y centros culturales se llevan a cabo bailes y cantos que mantienen unificada a la comunidad judía kurda en Israel.

Además de sus tradiciones, festivales y música particular los judíos kurdos han destacado en la sociedad, cultura y política de Israel. Ejemplo de lo anterior es Itzik Kala, cantante en hebreo, kurdo y aramáico que ha grabado más de treinta discos, o Moshe Barazani, miembro del Olei Hagardom, un movimiento clandestino de resistencia pre estatal que fue ejecutado por los británicos durante el Mandato de Palestina.

La aparición de organizaciones kurdo-israelíes como la Kurdish-Israeli Friendship Association o la Jewish Coalition for Kurdistan nos muestran una comunidad integrada al Estado de Israel que sigue siendo orgullosa de sus tradiciones propias. La figura de Idan Amedi ha servido para llevar luz e interés a una parte del mundo judío y kurdo que ha sido marginado e invisibilizado más allá de las fronteras de Israel.


[i] Las diferentes religiones practicadas por los kurdos (zoroastrismo, judaísmo, mazdeísmo, islam y cristianismo) son analizadas en el artículo de Manuel Martorell “La huella de Zaratustra” en “Estos son los kurdos. Análisis de una nación” compilado por Manuel Férez.

[ii] Actualmente leo los diarios de Herzl para confirmar esta leyenda.