Son pasadas las 11:00 p. m. y bajo del transporte público, que me deja a tres cuadras de la casa: ya «entuzé» el «celular bueno» y puse a la mano «el viejito», en la bolsa del chaleco llevo «un cambio» por si me roban o talonean, saco el juego de llaves y lo acomodo entre mis dedos para usarlas como arma de defensa, a veces traigo el gas pimienta pero a veces se me olvida; cruzo la calle y empiezo a caminar. Voy contando mis pasos, muy alerta mirando el entorno; doy como sesenta pasos y escucho que un automóvil da la vuelta en la esquina a mis espaldas, me empiezo a orillar, la calle está vacía, el auto no acelera, si acaso disminuye la velocidad y entonces comienza la angustia… Trato de seguir a mi paso, volteo y miro de reojo, no se ve nada más que la silueta de un hombre desconocido, mi corazón late fuerte y trato de mantener la coordinación y cadencia de mis pasos avanzando por debajo de la acera… A veces, cuando viene uno en contra flujo y hay un punto ciego recurro a lo siguiente: me escondo entre los autos, me oculto tras la lámina para que cuando pasen junto a mí no me vean; si no hay autos, expongo y hago sonar las llaves que traigo en la mano y me aproximo a una puerta fingiendo que llegué a mi domicilio y me voy a meter… Pero cuando viene una motoneta con dos «chakas» o un grupo de individuos a pie es la perdición de mis trastornados nervios, se me vienen todas las imágenes que he visto, voluntaria e involuntariamente, de las compañeras agredidas, «encontradas muertas», violadas, mutiladas, tiradas como basura con las posturas más indolentes jamás imaginadas, les pido a mis imaginarios y posibles agresores que si me llevan, al menos me tiren en la calle, en un baldío o vertedero para que alguien me encuentre para que mi familia me lleve a casa, aunque sea un despojo… A esta altura ya me duele el pecho y la sangre bombea a toda prisa o acaso se paraliza, sacudo mi cabeza y me digo «ponte chingona, fíjate bien que vas a hacer si es que te agreden, te tiras al piso, peleas, muerdes y pateas, si te desafanas corres, gritas muy fuerte aunque nadie salga, aunque sea que se asomen”… ¿Y si mí cuerpo no responde? ¿Y si el miedo gana y me desarma? ¿Y si solo me dan fuerzas pa llorar y pensar «ya valió verga»? ¿Y si no opongo resistencia?… Chale, también de eso me culparán, de ser débil y no luchar, y me van a vapulear, y ya no voy a estar o no voy a saber, pero a la primera que condenaran será a la jefa, que por la edad, que por dejarme ser, que por las prendas que traía, que porque estaba peda, que porque las amistades que tenía, que porque quién sabe qué hice o dije o quién sabe con qué hombre me acostaba, porque lo puta se me notaba… Ya casi llego, estoy a media cuadra, empiezo a recuperar fuerzas y valor, ahí viene otro auto, moto, patrulla, individuo, ¡apúrate, Magaly! Sería patético que te arrebataran de la puerta de la casa, no hay luz, no hay gente, no hay sonidos, solo sombras desdibujadas acosándome en los rincones más inhóspitos de una calle solitaria… ¿Por qué cuando una mujer no está, por qué cuando desaparecen no se crea un hoyo negro o un hueco en la realidad-matrix de este sistema fallido? ¿Por qué no vuelven nuestras hermanas? ¿Por qué nos las matan?… Entro a la casa, cierro la puerta y todas aquellas que no hemos podido tomar un taxi o un Uber, por marginales, por periferia, por precarizadas con nuestros salarios de miseria, respiramos al unísono aliviadas repitiendo la frase que se ha vuelto conjuro: «¡¡¡Ya chingué!!! Solo por hoy llegué viva a la casa…».