
Los antecedentes en la relación entre la República Islámica de Irán e Israel
El 12 de junio, mientras esperaba el dictamen de mi examen de defensa de mi investigación doctoral sobre ideología de guerra en la República Islámica de Irán, recibí un mensaje: el aviso del ataque de Israel a Irán, “No es el regalo de titulación que esperaba” fue lo único que pude responder.
A pesar de las constantes menciones en los discursos y los ataques medidos, no era una guerra esperada. De hecho, Irán estaba en mesa de negociación con Estados Unidos, pero —como ha quedado claro— Netanyahu no es de fiar y nunca respeta acuerdos. La reacción fue sorpresa, pero ambos regímenes llevaban décadas soñando con poder desplegar los ataques planeados sin importar la población civil —por demás comprobado que no es asunto de interés en Israel— ni la estabilidad internacional.
Pero ¿cómo llegamos hasta aquí?

Ambos son el enemigo definido fácil para el otro y ambos alimentan estos discursos, pues una amenaza clara siempre abona a la cohesión nacional y porque mantener el señalamiento del enemigo —y las amenazas— mantienen vigente el miedo. En cualquier grupo social, la amenaza de un agente externo crea unidad interna: desde hermanos que pelean sin parar, pero reaccionan sin ambages si en el parque alguien ataca a alguno; hasta la manida unidad nacional frente a una guerra o amenaza de ella.
La relación entre Israel y el Irán posrevolucionario ha sido intensa, pero ha tenido momentos álgidos, especialmente después de los periodos presidenciales de Mahmoud Ahmadineyad y su constante mención al programa nuclear. Por supuesto, desde la caída del régimen Pahlavi comenzó a tejerse este entramado, pues el shah era —por decir lo menos— amistoso con el sionismo y su Estado, pero Jomeini entendió la importancia de sumar a Palestina a sus discursos para abonar a la coherencia discursiva de la centralidad de la ummah; por ello, fundó el Día de Jerusalén que se conmemora el último viernes de Ramadán con el fin de refrendar el apoyo a Palestina en su lucha por la liberación.
Además, sólo como un guiño, Arafat fue el primer líder extranjero que visitó oficialmente Irán después del regreso de Jomeini. Sin embargo, Jomeini estuvo muy ocupado con el establecimiento del nuevo régimen y después con la guerra con Iraq, por lo que no concentró esfuerzos en los territorios palestinos. Después, los presidentes Rafsanyaní y Jatamí se abocaron a la reconstrucción económica, social y diplomática; pero fue hasta que Ahmadineyad tomó una postura discursiva agresiva y mecionó el programa nuclear iraní que el tema entró a la agenda pública internacional.

Israel, por su parte, asegura desde hace décadas que Irán está a semanas de construir la bomba nuclear, incluso ha usado dibujitos, pero la bomba no aparece y los especialistas aseguran que ni existe ni existen las intenciones de que exista, pero los discursos importan más que los reportes de especialistas.
Por supuesto, los discursos no se sostienen por sí mismos, por ello es por lo que ambos regímenes habían mantenido acciones y ataques “seguros”. La forma más conocida de hacerlo es la llamada guerra de proximidad, que implica un enfrentamiento de baja intensidad mediante países o grupos terceros apoyados por las potencias principales que, en este contexto, se tratan de Hamas, Hezbollah y, a partir del 2023, los Houthies en Yemen.
Estos tres grupos armados reciben apoyo económico, armamentístico, de entrenamiento de Irán, pero la relación es distinta: Hezbollah es una milicia en el sur del Líbano, la relación comenzó desde su fundación a inicios de los ochenta; Hamas es un ejército de liberación palestino que concentra su acción política en la Franja de Gaza y que recibe apoyo de Irán desde finales de los noventa, pero se consolidó a partir de 2007; los Houthies en Yemen son un grupo armado revolucionario que se opone al régimen aliado con Saudí y Occidente, la relación con Irán también es larga y se intensificó a partir de los movimientos sociales conocidos como las Primaveras árabes.

La trascendencia de Hezbollah y Hamas en la relación Irán-Israel es constante, mientras que los Houthies cobraron importancia al ser la única organización armada que activamente atacaba a Israel durante el primer año del genocidio en Gaza. Algunas sobreinterpretaciones señalaban a Irán como la fuente principal de las estrategias, pero me parece importante recordar la posibilidad de autonomía de ciertas organizaciones, a pesar de los apoyos y las relaciones con grupos o regímenes mayores.
Hezbollah y Hamas tienen entre sus principales misiones evitar el avance de Israel en sus territorios y defender a su población de los constantes ataques del ejército israelí, aunque también se asume que buscan debilitar al Estadio sionista, no hay mucho que puedan hacer contra el ejército más armado de la región. Sin embargo, son un constante recordatorio cotidiano de que no puede haber normalidad en un territorio ocupado. Son irrupciones violentas en el devenir de un Estado que pretende olvidar que ocupa un territorio y cuya población obvia o apoya los esfuerzos por la eliminación de la nación nativa.
Además de que casi todas las acciones de ambas organizaciones son reacciones a ofensivas israelíes. Es decir, los famosos ataques que llegan a todas las portadas de los medios internacionales son la respuesta a ataques israelíes que no reciben atención mediática porque toda ofensiva de las IDF (Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés) se presenta como defensa, mientras que las consecuencias de sus ataques se presumen como actos de violencia infundada.

La relación de la República Islámica de Irán con estas tres organizaciones es parte de las acciones de la Fuerza Quds (FQ) de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria. La FQ se concentra en cuidar los intereses regionales de la República Islámica, tiene varias subdivisiones cuya estructura y despliegues son clasificados; pero varias de sus acciones son conocidas y otras públicas. Por ejemplo, la FQ, con Ghassem Soleimani a la cabeza, lideró la estrategia para derrotar a DAESH.
Por su parte, Israel no tiene aliados regionales, las acciones han sido directas. Casi siempre mediante el servicio secreto que se infiltra dentro de las fronteras, algunas de las más mencionadas son los ataques terroristas contra científicos nucleares iraníes dentro del territorio. Irán, por supuesto, no tardó en usarlo para fortalecer su discurso y, entre otros esfuerzos, Ebrahim Hatamikia dirigió una película que aborda el tema (Bodygard 2016), pues los discursos en torno al programa nuclear son centrales para ambos regímenes.
De nuevo, el programa nuclear iraní ha estado en la agenda israelí desde la caída del régimen Pahlavi —las primeras afirmaciones de que Irán estaba a punto de construir la bomba ocurrieron en los ochenta— y ha buscado llevarlo a la agenda internacional sin mucho éxito, hasta los periodos presidenciales de Ahmadineyad gracias a sus constantes menciones, aunadas a la abierta posición contraria a Occidente del presidente.

Entonces, estos actos han confirmado que son Estados hostiles uno con el otro, y es por eso que los discursos que los señalan como amenaza o culpables de la desestabilidad interna son populares y recurridos. Irán llama a Israel “el pequeño Satán” —como complemento al “gran Satán”, nombre con el que Jomeini se refería a Estados Unidos— por la señalada operatividad de las acciones violentas orquestadas desde EUA, pero también desde la autonomía que le otorga su poderío militar y de inteligencia ha llevado a cabo una variedad de acciones violentas y terroristas en territorio iraní que abonan al fortalecimiento de los discursos del régimen, al miedo a los ataques, a la manida intención de los enemigos de la República Islámica de destruir Irán en la totalidad.
Por el otro lado, Israel usa la amenaza iraní como justificación para mantener e intensificar el genocidio contra el pueblo palestino, pues acusa a Irán de estar detrás de toda acción o, como ocurrió en junio de 2025, para distraer de las acciones en campo porque Irán es un enemigo popular que abona a la cohesión al interior. Irán es mucho más un discurso para la realidad israelí, pues sus ataques armamentísticos son sólo como respuesta a operaciones israelíes, pero la sola insinuación de acciones iraníes tiene una respuesta positiva en la opinión pública dentro de Israel, capta la agenda pública y permite que Netanyahu y sus aliados actúen con libertad.
Desde hace casi tres años, las dinámicas regionales han cambiado porque Israel ha atacado sin límite a todo aquel que interpreta o señala como amenaza; pero ya ha dejado de lado la justificación del 7 de octubre de 2023 porque no hay nada que respalde los horrores que está perpetrando en Gaza, no hay alma que alcance para entender cómo vemos en tiempo real el exterminio cruel de un pueblo y lo dejamos pasar, ni siquiera en Israel donde cada vez es más evidente el descontento y la oposición a los líderes. Por ello, han buscado ampliar las acciones y distraer de Gaza: con el ataque a la embajada iraní en Damasco, con los ataques en el sur del Líbano, con medidos ataques al territorio iraní, el enemigo más popular. Todo siempre medido, todas las acciones con consecuencias esperadas. Hasta el 12 de junio.
