
0.- Cambio de planes
Bitácora viene del francés bitacle que quiere decir “casa pequeña” o “habitáculo”. En los barcos la palabra designaba un reducido armario colocado en la cubierta, junto o debajo del timón, donde se guardaban materiales para la navegación, como la brújula o un cuaderno donde se anotaban cosas referentes a los oficios marítimos. Por extensión, el término designa ahora cualquier tipo de soporte en el cual se lleven a cabo notas para dar cuenta de diversos sucesos. Creo, sin embargo, que eso sigue teniendo cierta relación con aquella función guía a través de los mares, lo que le diferencia del diario simple. Hay en la bitácora algo técnico, distinto de un relato de los días, que es aplicable a la posibilidad o al porvenir, pero no como mero cálculo temporal o mecánico, pues en ella es posible realizar acotaciones atemporales varias: las aves que vuelan junto a la proa o las maneras en las que las poblaciones visitadas en las costas nombran el mar, por ejemplo. También, por supuesto, el relato de las condiciones de la tripulación que nos acompaña. Sus situaciones de vida, sus creencias ante las nuestras.
Algo así es lo que he realizado a lo largo de un año en este pequeño espacio llamado “Qué no hacer en…”, concentrado en un recuento de sucesos y eventos mensuales, colocando siempre contrariedades acerca de aquello que se vende como meramente informacional y positivo en el intercambio de manifestaciones culturales. Festividades o días conmemorativos, conciertos o rituales, afinidades y sus negociaciones, etc. Si bien el “armario” es reducido y sometido a mis caprichos discursivos, se ha asemejado más a un gabinete de curiosidades en el que el rumbo depende de las salpicaduras del mes entrante. Su razón propulsora ha sido, básicamente, el divertimento. Sin embargo, me propongo a partir de esta entrega un ligero cambio debido a dos razones.
La primera tiene que ver con una intensidad mayor, similar a la anterior, pero asumida de manera general en el territorio mismo de la cultura, y no ya en la “eventitis” de todo y nada. Aunque en el fondo de aquellas intenciones estaba ya algo a lo que me he dedicado a revisar en otros espacios, las ideas detrás de lo que se “debe” hacer o no en las manifestaciones de los grupos y sus culturas son lo que en realidad me interesa. Las “mentiras” o “verdades”, digamos, que se perciben como tales para que aquello sostenido en la superestructura de las relaciones sociales funcione: su techo ideológico, pues.
La otra razón es más particular, debido a que una serie de entronques y encomiendas me han puesto en un contexto crítico en el que, habrá que ver, será importante situarse alrededor de estos temas de manera más definitiva. ¿Cuáles? No solo el acceso a la cultura vista así, como un lugar común del discurso contrapuesto ingenuamente a la política, sino de qué clase de “cultura” estamos hablando y, sobre todo, para satisfacer qué intenciones desde las ideas y los movimientos de quienes le gestionan y/o consumen. Y para ello, una bitácora que aporte desde lo breve y lo modesto un par de posturas, y no mucho más. Vamos a ver. La organización es más o menos la misma, aunque en lugar de mirar solo hacia adelante los sucesos del mes venidero, revisará también lo que en el anterior ha surgido. La generación no espontánea del caos, además del orden de lo venidero. Su nuevo título, entonces, será “Cultura y miseria. Notas en mi bitácora de que(no)haceres”.

1.- La mercancía del pasado
En un libro llamado Cultura y simulacro, Jean Baudrillard lanza el siguiente dardo:
Toda nuestra cultura lineal y acumulativa se derrumbaría si no fuéramos capaces de preservar la «mercancía» del pasado al sacarla a la luz.
Habla del capitalismo, por supuesto. Sobre su principio material que puede estar cobijado bajo los mitos históricos. No se apartaría a las momias de sus sarcófagos si no fuese con la intención de incorporarlas a la modernidad como chivos expiatorios de un “nuevo sentido”. El pasado apuntala el significado del presente, lo hace plausible en su circulación.
Lapidario, Baudrillard quizá será recordado como impulsor de un pensamiento que daba sus últimos pataleos en el entronque de dos siglos. A inclinaciones de tal naturaleza yo las considero síntomas no resolutivos. Son un descanso en la escalera en la cual se vacila, antes de seguir subiendo —o bajando—, acerca de lo que acontece. No son filosofía antes que poética del desastre. No están destinados a componer nada, o al menos no de manera directa. Son disparos que despiertan un poco del letargo, sin la pretensión de arreglar el mundo desde su trinchera.
¿Participar del simulacro, uno de los conceptos fundamentales del autor, tiene sentido luego de saber de lo que se trata? Sin pudor, pienso que sí, si tal cosa al menos modifica las condiciones materiales de aquellos que no tienen nada, esos que han sido excluidos de la “cultura” entendida como privilegio de unos que se imaginan iluminados, no siéndolo tanto o, a veces, nada. Tampoco desde la convicción absoluta —esa actitud metafísica del pasado—, porque tal cosa hace que sea difícil, o incluso imposible, diferenciar entre algo a lo que antes se le llamaba “bien” o “mal”. El juego por eso es peligroso, pues de él dependen existencias varias. El problema no es con las mitologías, entonces, sino si provocan el disfrute o el sufrimiento (y una cantidad inconmensurable de grises para el embellecimiento terrible de lo vivo).
Tres conmemoraciones en estos términos, sin comentarios, que pintan el julio venidero: el fusilamiento del emperador Maximiliano, que se llevó a cabo el 9 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas. Otra más, de vital importancia: la nacionalización de Ferrocarriles Nacionales el 24 de junio de 1937. Y un pilón: la llamada Noche Triste el 30 de junio de 1520. Verso, reverso, perverso.
Y a otras cosas, mariposas.

2.- La anti-marcha LGBTQ+
Diversidad entonces, sí, pero ¿a qué costo? El problema de un discurso tan abierto es que provoca cerraduras invisibles. El 28 de junio se celebra la ya tradicional marcha en muchos lados, y ante fenómenos así siempre cabe la duda sobre la flagrante apertura del mercado impulsado por un discurso que, montado sobre la idea del carnaval, busca derechos aislados para convertirlos en baratijas. Porque toda problemática es contextual y depende de ambientes políticos y sociales complejos. Cualquier celebración colectiva, por mucho que haya comenzado por el lado de la protesta, puede muy bien ser refuncionalizada para lo clientelar. Y ante ello el mero rechazo no sirve de mucho. Un contra-dispositivo eficaz, frente al dispositivo, está hecho de estrategias no frontales. Hay, por ahí, un comité llamado la contramarcha del Orgullo LGBT+ que se elabora como disidencia ante la buena onda de marcas de condones y chichifos disfrazados del Tío Sam. Ese el dardo que Baudrillard lanza acerca de la linealidad acumulativa. Por eso nunca viene mal para ello toda conciencia negativa, por mucho que les moleste a los estandarizados pensadores de la tradición. La contramarcha está organizada por el colectivo Hola, Amigue, cuyos principios giran en contra del llamado pinkwashing, o lavado de la imagen rosa positiva y emprendedora. Y sí, de acuerdo: es imposible lavar nada en la sociedad contemporánea, si no se pasa por la revisión de violencias como las LGBTIfóbicas, que prefiguran otros rechazos desde el colonialismo o la tolerancia ante genocidios como los de la Franja de Gaza. ¿Qué orgullo puede haber luego de ello, que no pase antes por la rabia?

3.- Las elecciones judiciales como moneda democrática
De que me pregunten a que no me pregunten, prefiero lo primero. Que no se confunda mi contrariedad. Una de las ilusiones ciudadanas, si se lleva con tesón por una mayoría, puede cambiar el rumbo de muchas vidas, para bien o para mal. A veces, en la elección de “salvadores patrios”, se lleva al poder a tiranos, y otras también a hombres sencillos que cuando son puestos en la cima representan mejoras sustanciales para la existencia de muchas comunidades. La moneda, al final, se encuentra siempre en el aire, aunque cargada por los discursos y sus influencias. De eso va ese mal menor llamado “democracia”. Nietzsche, por ejemplo, hace la diferencia entre seres simples y excepcionales, lo que cancelaría de tajo la igualdad que Rousseau sostiene como derecho natural para esa premisa democrática. Eso implica una contradicción base que el capitalismo actual no soluciona, ni desea solucionar. Porque su estructura es viable solo gracias a ello. Pero nunca nada es dicotómico si se le observa con detenimiento. Una moneda de más de dos caras. A pesar de todo, la fuerza de las organizaciones continúa más allá de su fijación, pues en la multiplicidad es posible adelantarse para sacarnos de aquello que parece ya cerrado. ¿Contradicciones? Mil y una. Y, sin embargo, la historia, su mentalidad múltiple, avanza. Esa es responsabilidad de un Leviatán descrito por Hobbes, temido por ser el “rey de todos los soberbios”. Si la elección popular es vilipendiada, manipulada, retorcida, tergiversada, aun así, aquella es capaz de zafarse de la petulancia de quienes dicen saber qué es lo que mejor le conviene a la mayoría. Por eso haber sido elegido por una serie de votos, debe implicar menos un premio y más un mandato. La reciente elección Judicial llevada a cabo el 1° de junio es un hito en nuestra historia justo por ello: les ha quitado a jueces corruptos y corrompidos la batuta. Porque los pueblos tienen un límite, que es mejor que se quede en las urnas. ¿Imaginamos qué responderían, si les preguntásemos sobre ello, los fantasmas de los aristócratas crueles e ignorantes que fueron despojados de sus joyas y puestos de rodillas ante los patíbulos que la Revolución Francesa legó a los desposeídos?

4.- Represión en el Multifloro Alicia: mucha policía militar enrarecida
Ahí estaban las fotos de militares con sus armas largas, recargados sobre la imagen del Gato de Cheshire, cuando el 30 de mayo intentaron clausurar un concierto de Fermín Muguruza, el cantante vasco fundador de los grupos Kortatu y Negu Gorriak de marcado discurso político. Una de las hipótesis es que tal golpeo deseaba desacreditar la elección de ministros a la Suprema Corte de Justicia del 1º de junio. Nacho Pineda, uno de los socios del proyecto que lleva años al frente del foro, lo documentó en un video lanzado a redes donde relató una conversación con los miembros de la Guardia Nacional que estaban intentando entrar al local, lo cual habría provocado un zafarrancho. Ya sabemos mucho sobre la cerrazón en el precariato mental militarizado: a fuerza de golpeo social y manipulación ideológica todo criterio ahí se pauperiza. Entonces, para negociar con un policía o un militar, se está recorriendo en realidad un sistema entero de aleccionamiento que es difícil modificar si no se toca su ADN. Y es que no se trata de individualizar o parcializar la culpa a uno solo de los aparatos. El problema acá es sistémico desde su dimensión cultural. ¿Cuál cultura? ¿Para quién? Gramsci, desde su perspectiva acerca de las supremacías hegemónicas, habla de las relaciones de poder que determinan una confrontación cultural dada por las desigualdades. Pero los factores en una sociedad compleja son muchos y variados, porque dentro de los mismos organismos dominantes existen conflictos originados por la repartición del mando y sus beneficios. ¿Quiénes son responsables de esta muestra de autoritarismo? No va a ser fácil saberlo. Y la razón de ello es que, en el juego de equilibrios y desequilibrios, es muy probable que toda la cadena de mando resulte, de una o varias maneras, involucrada. Lo que es cierto es que esto estuvo orquestado pues, según declaraciones del mismo Nacho Pineda, la policía militarizada llegó acompañada de medios televisivos. Entonces, si esto está recorriendo los pasadizos internos de la representación centralista del Estado, nos toca exigir su esclarecimiento y, sobre todo, garantías para que los sectores dedicados al trabajo cultural puedan sentirse acompañados en su labor y no, además de ya de por sí pauperizados, ahora acosados.

5.- Dimes y diretes en el performance: el caso de la Congelada de Uva
Curiosamente de los temas, parecería ser el más puntilloso. Declarar cualquier cosa acerca de la perversidad en época de versiones para el deber ser es peligroso. Porque si bien ningún victimario del sentido desea ser la víctima, todxs se acusan mutuamente de haber sido afectados. Yo, muy alejado ya del performance al que alguna vez intenté acercarme, reconozco que tomé distancia de él debido a que, al menos acá en México, su actividad se soporta muchas veces sobre el chismorreo y la renuncia a cualquier argumentación. Doble moral que intercambia privilegios desde la convencionalidad, para defender algo que debería ser radicalmente no convencional. Y puede entenderse, debido a que es en el acto extremo, violento ya de por sí gracias a que está más allá de los significados lineales, donde encuentra su forma, su autonomía. Pero, hay que comer. Y para ello lo único que lleva pan a la boca —aquellos brioches de María Antonieta, hablando de guillotinas— es la normalización de las maneras, su intercambio. Entonces, más allá de solo repartir culpas, acá hago una nota en el claroscuro de la cultura de la represión. El, por donde se le vea, justo reclamo a la Congelada de Uva —personaje representativo de la escena undrground del arte del México de finales del siglo XX—, fue levantado por Xitlalli Treviño: durante una acción llevada a cabo en el 2023 ella denunció una agresión sexual en una pieza que, justamente, intentaba hablar de violencia de género. Y la Congelada, asistente al evento, por alguna razón se sintió con derecho de confrontarla en ese extraño e irrepresentable espacio liminal del arte de acción, que tanto se ha mencionado en este caso. Tal invasión a su cuerpo se realizó en la complejidad de los fetiches del acto irresoluble, ampliamente mitificado y sobredimensionado por la indisciplinada “disciplina” performática. Libre albedrío asumido ahí como derecho: mientras Xitlalli estaba esposada, fue sometida, insultada y obligada a probar su propio excremento. Delicatessen avant garde, la prácticamente nula justificación de la Congelada fue que lo que Xitlalli deseaba era foco, y que debido a que se atrevió a provocarla a ella, diva de lo escatológico, era merecedora de semejante castigo. Luego, el mes pasado explotó la bomba de dimes y diretes… Y una pregunta que puede hacerse es si es esta la discusión cultural que merecemos. Pero la respuesta a ello no puede ser inmediata. Sí y no. Sí, en tanto aquello toca los límites del arte y sus estratagemas para la mediación entre un mundo nombrado y moralizado, y otro que subyace más allá de las leyes y su permisividad. No, o no solamente sobre ello, porque más allá de lo anecdótico, y del absoluto derecho que tienen los afectados para quejarse sobre violencias y afectaciones a sus derechos individuales, la discusión debe rebasar una pelea de cuchillos. El tema, me parece, es si el arte y la cultura puede pensarse solo desde formas ya convencionales, hábitos representacionales una y otra y otra vez puestos en marcha. Porque quizá la defensa de una soberanía común para nombrar el mundo, no solo se encuentra en las prácticas realizadas por los artistas. Los espacios en los que se nombra o renombra el sentido de las cosas deben ser atendidos con la misma potencia por todas y todos. El mundo no es un lugar habitable y seguro, salvo si nos atenemos a leyes que deban ser cumplidas. Pero la realidad, por ejemplo, de miles de ciudadanos desplazados, ya sea por la guerra o la violencia, implica la expansión de tales argumentos. Y las razones para que ese exceso humano sea representado mediante la violencia excede las razones comunes que suelen esgrimirse. En ese sentido, recuerdo acá una célebre cita de Bataille: «La literatura está desinteresadamente al lado del Mal, pero tiene como objetivo último el Bien».
