0.- Oktiábr’

De regreso a octubre… un mes que suele imaginarse vinculado a la política. Claro, cada mes deberíamos emparentarlo a ella, del mismo modo en que arrastramos con el deber —casi nunca cumplido— de conmemorar a la madre cada día del año, incluso si esta celebración se reviste de cierta banalidad festiva. Pero el de octubre (oктябрь-oktiábr’ en ruso)sigue siendo el mes de la Gran Revolución, no hay que olvidarlo, misma que aleccionó con un buen riatazo a quienes pensaban que era imposible que los sistemas se modificaran de manera radical, más allá de todas las contradicciones y los tropiezos que tal cosa implicó. Por eso en este periodo de treinta y un días: “banderas rojas, banderas negras, de lienzo blanco en” (el) “corazón”, como dicen los Redonditos de Ricota en su gran estrofa de “Juguetes perdidos”. Porque no es únicamente la lógica de los desposeídos la simbolizada en el cambio de regímenes, sino la de aquellos que hemos tratado de ser doblegados por la fuerza del significado, que en su intento de imposición desvela normalmente impericia para reconocer formas cambiantes, mutaciones. El 2, el de octubre, está también en la memoria de estos días de chubascos e iras contenidas. Porque la idea de mundo se derrite como una flor en un océano de fuego, acercándose peligrosamente al autoritarismo de los imbéciles. Nombres en la punta de nuestro desprecio como los de Trump, Netanyahu, Bukele, Orbán, Bolsonaro, Meloni o Milei: la perseverancia de un mal que parecería irremplazable, y que tiene al menos la capacidad para sorprender sobre su caradurez, su pantomima, su oligofrenia tendiente al fascismo. Pero adaptación es soportar la enfermedad, trascenderla y convertirla en fuerza de vida. Y la inteligencia colectiva sabe hacerlo, siendo mucho más poderosa que cualquier narcisista que crea ser dueño del destino, en una inmensidad en la que su cuerpecito está reducido —como el de todas, todes y todos— proporcionalmente al 1 en1026 de la masa supuesta del universo.Es decir, prácticamente a la invisibilidad: menos de una milmillonésima de una milmillonésima de una milmillonésima parte del cosmos. Luego, el reverso de esa versión, en su oscuridad, nos devuelve al sueño de la vida como ilusión observable. Y eso es bueno, porque lo que más detestan los conservadores es el desacato ante la fijación de su “gran razón de existencia”, de la seguridad sobre sus prerrogativas. Así que no dejemos de disentir, para al menos hacer rabiar a aquellos malos payasos que intentan decidir el destino de seres igual de parciales que ellos, por más dominantes que parezcan ser sus resoluciones. Aunque la mejor manera de llevarlo a cabo sea, por lo pronto, en el resguardo que haga posible seguir soñado, a pesar del ruido de las bombas. Porque, aun en la segregación y el individualismo feroz, los rayos del sol colectivo penetrarán cualquier escombro.

1.- Navigare necesse est

Sabíamos lo que pasaría con la Global Sumud Flotilla, claro. Cuando supe de ella, celebré a quienes habían sido capaces de asumir con temeridad tal aventura, el último lugar del corazón donde se esconde la dignidad en frágiles cuerpos que, sin embargo, se embarcan para ponerse a disposición de la política y sus oficios de muerte. Lo celebré, a costa de lo que era claro que podría pasar: la intercepción y el regreso, en el mejor de los casos, o el encarcelamiento en el peor, como un juego de ida y no seguro retorno, pendiendo de la cerrazón de aquello que desea ser el Nuevo Orden. Por eso, intrepidez, pues ello nos ha acercado como colectividades internacionales a un mal que ahora es más tangible. Un pequeño gesto, entonces, que lleva un mensaje sobre lo que es posible que los sensibles hagamos, además de estar quejándonos detrás de nuestras pantallas. Y, un conflicto heredado que nos habría parecido antes interno y lejano se transforma, por un gesto de fragilidad combinado con audacia, en lo que es: el renovado modelo para objetivar prácticas vejatorias sobre el derecho de los pueblos a habitar no solo sus territorios, sino sus propios imaginarios. Laboratorio de la impunidad y la sinrazón, la amenaza es doble. El límite de lo visible se encuentra en nuestra conciencia, obligada a resistir a la operación de los reguladores electrónicos de la experiencia. Ante ello, un acto primigenio, realizado siempre por muchas culturas del mundo: zarpar. Y de ese modo no quedarse en silencio, acatando la lejanía y el horror operativo en su geografía. La Global Sumud Flotilla, con semejante provocación, ocupa el argumento de los poderes de facto que, al menos de esa manera no la tendrán tan fácil. De esa y muchas otras formas que se nos ocurran. Por eso la frase que Plutarco refiere en los labios del general romano Pompeyo para implantar valor a sus marinos ante una tormenta, con la que intentaba salvar un todo que comprometía más que lo individual luego de aseverar que “navegar es necesario”, culmina de esa inquietante manera: “…vivere non est necesse”.

2.- Lex Ashton en el pequeño paraíso

No es posible no comprenderlo, pero no por ello habremos de admitirlo: la soledad en tiempos digitales cada vez se aleja más del viejo aislamiento romántico. El exceso, la infinita exposición de todo y todos no deja espacio para la reflexión pausada.

Pero, he de decirlo: a mí el CCH Sur me salvó la vida, colocándome al borde del riesgo y de la existencia presentada de tajo, sin consideraciones, tentándome hacia el abismo. Y salté, a pesar de todas las heridas que prometía provocar en mí, salté. Por eso siempre agradecí tal osadía; que un espacio que parecía ser el último en la tierra tuviera a la gente precisa para enseñarme a romperme la cara con alegría, en aquellas tardes entre los árboles y la roca volcánica que colmaban cada suceso de misterio. La posibilidad de la existencia en un espacio no del todo vigilado se convirtió, por un breve lapso, en una zona temporal autónoma en la que la camaradería y el amor me recibieron del otro lado. En ello iba la vida entera, instantes de liberación suficientes, porque asomarme a ese éxtasis me hizo seguir deseándolo cuando desapareció. ¿Juventud? No, nada de eso. Yo volví a la sensación muchas veces, ante cualquier encrucijada: más allá de la queja por haberla perdido, siempre hice lo necesario para que volviera a mí. Eso, ese sobresalto que te hace capaz de no olvidar nunca me volvió a rescatar una y otra vez, en el entendimiento de la potencia de un aliento de vida que corría paralelo a toda función. Ahí los viejos espíritus se alimentaron, y los animales tomaron poderes que se sostenían en el vacío. Y yo bebí de esa mezcla de hierbas y jugos eternales hasta hacerme adicto. ¿Qué me salvó en los momentos en los que todo me fue arrebatado? Saber que ese viejo bosque seguía ahí, en cada sitio, que siempre era posible liberarse en su interior.

Extraño interludio ahora, entonces. El día que ocurrió lo del asesinato en el CCH Sur (22 de septiembre), yo me encontraba leyendo poesía en el CCH Azcapotzalco, invitado por amigos que organizaban un festival cultural en varios de sus planteles. Coincidencia extraña, porque yo llevaba, no años, sino décadas sin pisar esos lugares. De hecho, no conocía el Azcapo, por lo que me sorprendí de la similitud que guardaba con el Sur de mis memorias. Sin las subidas y bajadas, pero esa misma emoción airada entre el sol y la penumbra de las tardes. Las lecturas del panel poético habían sido, quizá por ello, especiales. Cada uno de los poetas nos ofrecimos al sacrificio de la escucha, el delirio de lo declamatorio. Terminada la ronda, me asombré aún más por las preguntas de lxs estudiantes, sus rostros sagaces, sobrecogidos ante gente de distintas generaciones que habíamos espetado nuestros delirios de comprensión dudosa. Y me conmoví por la belleza de tal instante, la oportunidad de carearme con las dubitaciones y problemas que circulan las mentes de una generación que la tiene cada vez más difícil, enfrentada a la hipervisibilidad y al protagonismo en las redes, los conflictos de los poderes expuestos en su degradación e impudicia. Recordé, a la vez, un fragmento de Deleuze en su célebre entrevista-abecedario:

Que beban, se droguen, lo que quieran, no somos policías, ni padres, no soy yo quien debe impedírselos. Pero hacer todo para que no se derrumben. En el momento en que hay riesgo, yo no lo soporto. […] Sobre todo el caso de un joven, no soporto que un joven se quiebre, no es soportable. Un viejo que se quiebra, que se suicide, él tuvo su vida, pero un joven que se quiebra por estupidez, por imprudencia […] Es verdad que el papel de las personas, en ese momento, es intentar salvar a los muchachos, hasta donde se pueda. […] Y salvarlos no significa hacer que sigan el camino correcto, sino impedirles que se quiebren. Es eso lo que quiero.

Se han dicho ya mil cosas acerca del caso de Lex Ashton, el asesino de la guadaña que atacó a otro estudiante y luego se arrojó a un vacío, del que nadie iba a rescatarlo, en un intento de suicidio que solo le fracturó las piernas. Sus mensajes de odio, el atolladero emocional del que era parte, las ideas de desamparo y confusión ante un mundo que le arrebata la fuerza y la convicción a miles de seres que apenas ingresan a las razones de la sin razón, a la competencia desleal y a las verdades a medias. Arrinconados en esa soledad negra que en exceso conduce al delirio y al desamparo de ideas y dudosas fuentes para solucionar semejante orfandad, en el territorio más complejo, que es el de la sexualidad y la aceptación. Triste, como se ha dicho, porque ahí ¿cómo intervenir? ¿Quién tiene la receta, que no sea un largo proceso, seguimiento y acompañamiento que no pida la adaptación obligada a aquello que es el origen de su mal —lo que siempre es vejatorio—, sino la comprensión de los secretos motivos? En él y seres como él, eso parecería insalvable, porque el camino mediante el cual se han tomado ciertas decisiones no puede desandarse. La muerte es la muerte. Pero ello no define el entero, sino su peligro. Si yo me salvé, y vi los mismos gestos de posibilidad en otras y otros seres, los de una generación distinta en el mismo lugar y día en el que otros también pueden condenarse, habrá que pensar en la cercanía que hay entre paraíso e infierno, sus condiciones mediadas por la complejidad de la mente y sus espíritus flotantes. Luego, es fácil intuirlo: este caso señala una insuficiencia que difícilmente los moralistas o amantes del orden podrán comprender si siguen montados en sus chatas razones sobre el deber y el precepto, y olvidan las raíces del corazón sufriente del mundo.

3.- La cultura de los artistas y de los que intentan ver por ellos (una nota sobre el Consejo de Cultura de la CDMX)

Política es regular lo que se sabe. No equivale a mentir, pero tampoco a las razones positivas sobre aquello que se supone de manera directa. Implica graduar la forma para que se cuele donde uno percibe que es posible. Y acá una pregunta cabe cuando se habla de las necesidades del goce en una cultura en común: ¿es dable ponerse de acuerdo sobre el objeto de una observación? Mi primera demora para responder es que todo significado se construye colectivamente, y que para poder tener una razón compartida acerca de aquello que se observa, se necesita haber ingerido la misma droga que afecte las interpretaciones. Yo, en estos casos, siempre acudo a Karl R. Popper, que a su vez llama a un cisne negro para refutar lo que todos los cisnes blancos dicen de sí mismos y del mundo. Con eso, dice, es suficiente para demostrar que toda definición es falseable, según una óptica disidente. No hay idea del mundo posible, si no tiene esa condición. Y aquello proviene de diferencias tangibles. De las culturas y sus versiones de la existencia. ¿Hablar de fomento a la cultura? ¿De cuál cultura? En la mayoría de los casos en que he recibido una respuesta, se imagina que se comprende el término por descontado, como si todos compartiéramos una concepción que parecería obvia. Es como decir: casi todo, pero no todo… lo que no está mal, hasta que nos percatamos de que eso es casi… como no decir nada. Si bien toda definición implica un principio de autoridad, que fija un objetivo en su significación, dejando afuera aquello que supuestamente no puede ser contenido, cuando se hace hincapié en sus aplicaciones es que asoman los primeros conflictos. Porque las sombras de una fijación llana de cultura, presentada con oropeles de salvamento al origen de algo, pero encerrada dentro de su propio círculo de trascendencia, opacan a todo aquello que no se sincronice con ello. En ese sentido, nunca diría yo cultura, sin pronunciar de inmediato la palabra ideología. ¿Se puede presentir por qué digo esto? Porque creo que esa es la discusión que debería prevalecer en los integrantes de algo que lleva por nombre “Consejo de Fomento y Desarrollo Cultural”, más allá de ningún estatuto orgánico o definición internacional tendiente a convertir a la cultura en parte del mercado o encaminarla hacia un “desarrollo sustentable” de los sistemas económicos —uno de los principios básicos por los que se ha realizado el Mondiacult en Barcelona este año— lo cual solo mantendría los pilares de sistemas que, por su propia naturaleza depredadora, han creado lo no-sustentable. Luego, en el interior de un Consejo como éste, tal tipo de reflexiones no pueden estorbar, antes que darle sentido a las razones por las cuales se solicitan apoyos o espacios dedicados a oficios “culturales” diversos.

            Frente a esto, vale mucho la pena leer el Manifiesto del Laboratorio Nómada, que fue producto de la reunión y discusión de más de 60 personas de América Latina y España para discutir la gestión de políticas culturales en nuestras regiones como alternativa crítica al Mondiacult.

4.- Rey del terror

Amanece con los muertos

te deseo buena suerte

El mes de los muertos. La conciencia del límite siempre amenaza con aminorar la potencia, limitar el recorrido. Pero la noción de lo finito obedece a una serie de condiciones de la materia. Lo que nuestro cuerpo es incapaz de traspasar, depende de una cualidad. El agua, sin ir más lejos, se comporta de modos distintos según su configuración química, y ahí donde existe un pequeño intersticio, ella ya está del otro lado. En esta conciencia del límite humano, hay mucho de juicio moral sobre la frontera. Para estos días de cambios y transmutaciones otoñales, no priva el terror a las desavenencias que ya conocíamos con precisión, sino su comprensión y transfiguración hacia lo que abre brecha. Los de El mató a un policía motorizado lo dicen muy bien:

Rey del terror

Salón de espejos

No tengas miedo, nena

Es hora del nuevo despertar