Esta casa ya no es nuestra

es una entidad flotante

como la economía

como un rezo

sus ladrillos claman

Banco Internacional

Sus tuberías sollozan

BITAL

La herrería berrea

Hache Ese Be Cé

se murmullan 

como la economía

como un rezo

La voz dulce de papá

pausada

nos invita a unirnos

en un rezo

por nuestra economía

«Padre nuestro…» 

Les doy la espalda

Grito :dónde está dios:

en la economía

en el rezo

mamá llora

ese cuarto infantil dejó de serlo

un cuarto de los cuatro 

hermanos reunidos

las dos camas dejan su tufo Serfin

Nacional Financiera

Bancomer

Todo simétrico todo científico

Pero la fe

La fe

aquí es muy fuerte

dios con nosotros

no conmigo

La espalda de papá

La cérvix correosa

extraviada busca

el pan nuestro de cada día

pero es mamá

una columna

el sustento el pie de casa

y también una ausencia

Los andamios

los cimientos

nuestra propia simiente

degradada

como la economía

como un rezo

Cambiamos la voz nocturna de papá

que nos leía El Quijote

Quijote de cómic

por la angustiosa oración

«Que no nos desalojen»

Los brazos abiertos

Las manos en cuenco

Para recibir

El don divino

de vivir un día más

en esta economía

en un rezo

en un retazo

en esta economía

en un rezo tomado

Banco Internacional

BITAL

Hache Ese Be Cé

Ruta 27

Papá tomaba el 27

Colonia Jalisco

Visitaba al maestro Marez

—cabello chino, cano

Ojos claros casi ciegos

atlético tonificado

sin alguna falange

Marez 

se quedó con las máquinas 

huelga

las banderas rojinegras

en la fábrica

le dieron la razón

Papá salía a vender muebles

Soñaba —sueña—

Con los tráileres rebosantes de 

mercancía del metal

doblado de las junturas

soldadas

la calidad eterna

A la tarde regresa a casa

polvoriento y más delgado.

La caída de la casa Villalobos

Deben ser las ocho, ocho y media y mis papás nos reúnen en el cuarto de mis hermanos menores. Mi papá usa su voz modulada, como de locutor, para que se escuche lo más tranquila posible: «La situación en la fábrica está muy difícil. Les pido que nos unamos en oración para que salgamos pronto de esto». 

A la muerte de mi abuelo, mi papá pidió un crédito para renovar la tecnología de la fábrica de muebles metálicos que conducía. No previó que la entrada de la competencia de distintas calidades resquebrajaría el mercado y luego, ya en el «Error de Diciembre», que las tasas de interés se dispararían hasta volverse impagables. Para acceder al préstamo, puso como aval las escrituras de la casa en la que vivimos. Sí, estábamos por perder la casa que con muchos aprietos mis papás habían construido.

En ese cuarto infantil terminó mi infancia. También mi fe en un poder superior: ¿por qué, si dios es amor y todo lo puede, nos va a dejar sin casa?, pensé en ese momento.

—¡Para qué ponernos a rezar si nadie nos va a regresar la casa! Creo haberles gritado.

De posible desalojo pasamos al modo de supervivencia: mis papás todo el día fuera de casa –que se fue degradando casi imperceptiblemente hasta ser casi una ruina—, los hijos con problemas en la escuela.

Lo único que nos quedaba era el club. El Club Guadalajara que mis papás se negaron a dejar de pagar así no tuviéramos comida en la mesa. Había veces que por poco no nos dejaban entrar a las instalaciones de la calle Colomos, en el barrio de Providencia

Yo prefería pasar las tardes ahí o en las casas de mis amigos. Ya adolescente, me quedaba a dormir con ellos, que algunos tenían cable y veíamos Mtv y las horas interminables de rock en inglés que traducía nuestra furia y nuestro descontento.

Ahora ni el club de las Chivas ni Mtv existen. Los únicos supervivientes de esa época fuimos nosotros.