
En 1984 mis esfuerzos de libertad eran normalizados por las tareas escolares. En tardes agolpadas, lentas, nos sentábamos los tres hermanos en la mesa buscando respuestas matemáticas, históricas, naturales, añorando un espacio libre en la sala o en el parque. La tele estaba apagada y la luz, silente, porosa, entraba por la ventana. Nuestro canario amarillo nos cantaba de repente acompañándonos en el pesar, apostado en una jaula al lado de una de las ventanas que daba al cubo de luz del departamento, nuestra médula espinal hogareña, lumínica. De ahí corrían todas las tardes pausadas, a la espera de cerrar los cuadernos y así poder escaparnos, pero en las fracciones decimales el tiempo mezquino no nos daba ninguna oportunidad.
Las noticias se agitaban como alas de paloma en segundo plano, podría ser que llegaran por la radio o por el televisor, pero a veces se escuchaban tan lejanas; nuestros intereses infantiles eran precarios en lo social, aunque la violencia ya era omnipresente en el espectro familiar. Sabíamos que podríamos encontrarla solamente en las calles sin nombre, pues vivíamos aún en una manifiesta burbuja hogareña, cálida, todavía sin mancillarse. Recuerdo entonces el bombardeo constante de las noticias que nos invitaban a ver las competiciones de los Juegos Olímpicos en Los Ángeles, aunque también pienso que podría haberme quedado callado, atento, al escuchar que el periodista Manuel Buendía era asesinado en Reforma e Insurgentes, muy cerca de su oficina, el 30 de mayo de 1984, pero la noticia se perdió en las cajas del cuarto de servicio, como una fotografía sin colgar en la casa.
“Tras 15 meses de trabajos de investigación (por parte del fiscal Miguel Ángel García Domínguez), se obtuvieron las primeras pruebas y testimonios que permitieron solicitar las órdenes de captura contra José Antonio Zorrilla Pérez(hasta 1989), director de la DFS.”[1]
En ese entonces, al igual que ahora, habitábamos en un Distrito Federal convulso, neurótico, un monstruo de mil cabezas aún sin Metrobús y, claro, sin bicicletas como opción para desprenderse. No existía la gentrificación nómada yanqui, estábamos en un “paraíso” muy priista, pero en ese día de mayo el calor de las masas y el caos frenético habitual debieron detenerse ante las cinco balas que le dispararon por la espalda a este periodista que escribía su habitual columna «Red Privada» en el periódico Excélsior, donde abría la conversación con párrafos acerca de la CIA, de la ultraderecha mexicana, de la corrupción y del narcotráfico.[2]
“Él decía que los dos males del periodismo eran: la mediocridad y la solemnidad, entonces, también le metía ahí tintes de humor negro y por otro lado la valentía de publicar y que al final se sacrificó por lo que escribió”. Manuel Alcalá[3]

Con la muerte de Buendía, la libertad de prensa ya ultrajada por décadas, cavaba sin mucha prisa las comisuras de su lecho de muerte y empezaba a vivir de las rentas de la utopía colectiva. Dadas las circunstancias y como una broma del infortunio, la novela 1984 de George Orwell no tendría ningún empacho en colocarse en una de las esquinas de la dictadura perfecta[4] de nuestro país.
«El que controla el pasado —decía el slogan del Partido—, controla también el futuro», Winston Smith, personaje principal de 1984[5].
Y lo pienso, cómo puedo colocar una obra maestra de la literatura a la par de nuestra construcción social mexa, llena de tantos claroscuros en un año como 1984. De antemano, se trataría de una aberración hipotética, porque la obra es un pretexto magistral para que Orwell diera cuenta de lo que sucedía en la Alemania nazi, y señalar con ello la construcción y hechura de un Estado fascista y totalitario. ¿Cómo? Sí, el México de ese entonces se edificaba en la “libertad” y la “democracia”, con personajes tan surreales como Topo Gigio, que nos invitaba a dormir, pero, por favor, Orwell, debiste estar en México y recorrerlo con cierto escarnio durante los años ochenta, cuando ya éramos una máquina muy configurada, corrupta al más, aceitada en sus hilos más delgados por el cinismo del Estado mexicano, creciendo como una mancha hermanada en la descomposición, muy difusa, invisible, que recorría cada uno de los engranajes de las instituciones para endiosar la corrupción como un quehacer lleno de lo que somos: “humanidad”. Sí, de nuestro legado apostólico y romano, legitimando su proceder en: —así somos, ¿y qué?, si no, ya sabes que te puedes ir a la chingada[6]—.
En este mundo múltiple de instintos, las morales son expresión de jerarquías localmente delimitadas, de modo que el hombre no es destruido por sus contradicciones. Así, un instinto se instituye en amo mientras que su contrario, debilitado, refinado, obra como impulso que provee el estímulo para la actividad. Friedrich Nietzsche[7]

Sin prejuicios entre lo bueno y lo malo, escuchábamos La Pantera, estación de radio en el 590 am, mientras recorríamos Insurgentes; los autobuses Ruta 100 delimitaban nuestro pesar configurándose en una doble fila eterna y, así, sudábamos en medio del malestar sabatino, sí, aunque tuviéramos las ventanas abiertas del automóvil blanco Dart K. Al lado, el cine Manacar mostraba en la marquesina: Indiana Jones y el Templo de la Perdición. En el ambiente sonoro del auto, la amplitud modulada me ofrecía una batería en redoble marcial que me sacaba de contexto y me colocaba con Adam Clayton, baterista de U2 y, de pronto, ya estaba en un espacio que no reconocía pero que terminaba por aceptar. “The Edge” aparecía entre partituras celtas y eléctricas, me atrapaba, era quien acompañaba a la voz combativa de Bono:
“The trenches dug within our hearts
And mothers, children, brothers, sisters torn apart
Sunday, Bloody Sunday”
Sin saberlo, del otro lado del océano Atlántico ocurría, en Brighton, Inglaterra, el viernes 12 de octubre de 1984, un atentado por parte del grupo separatista Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés) en contra de Margaret Thatcher. La noticia rompía la primera plana del Excélsior; frustrado, veía que no tenía antecedentes de cómo el odio podría ir compactado en una bomba de tiempo, colocada debajo de la bañera de la habitación 639 del Gran Hotel de esa ciudad… tic-tac, una máquina precisa, calibrada en los ideales de los irlandeses católicos, cansados por centurias del oprobio inglés por un decreto de fe protestante desde 1534[8]. A partir de desavenencias religiosas, la Iglesia siempre ha de batir banderas conquistadoras, arteras en muchos poblados, países, en continentes enteros, y mi niñez aún era distante de los conflictos de los seres humanos, en los que se reconocen como el enemigo a través de los territorios limítrofes, en la pertenencia ancestral, en las tribus, en los intereses de adultos, de reyes.
“Hubo gritos, fuego, un revuelo absoluto, cuerpos volando por el aire y ella salió completamente ilesa por la puerta principal del edificio. El IRA había intentado asesinarla y había fallado pero aquel día cambiaría la historia de Reino Unido para siempre.”[9]
Mi feudo en ese entonces era pequeño, yo y una certeza sin arraigos, sin competencia; me costaba compartir mis ideas casi anómalas con otros, mi espejo era la ventana donde podía ver la esquina de Amores y Av. Coyoacán. Ahí, en mi universo personal observaba por algunos minutos a la gente pasar en su costumbre, sin preguntas; los automóviles, avanzaban como fantasmas, uno a uno despareciendo en la cornisa. Sin pensarlo mucho, de manera inconsciente, mi reinado era saberme solo y así lo construí, sin conflictos, sin pasado ni futuro, en pleno presente. Sin saberlo, estaba aprendiendo a apreciar el tiempo, el mío. Y en algún punto, lograba “aterrizar”, escuchaba las voces de mis hermanos que jugaban, y ya aturdido de mi soliloquio, la idea de hermandad podía empujarme a construir castillos con ellos, sin recelos y sin conquistas de por medio.
“Oh no, not me
I never lost control
You’re face to face
With the man who sold the world”
David Bowie
[1] Fabiola Vázquez (14 de julio de 2021). “¿Quién fue Manuel Buendía, el periodista cuyo asesinato inspira la nueva serie de Netflix?”, El Heraldo de México.
[2] Jesús Baldenea (21 de mayo de 2025) Quién fue Manuel Buendía, el periodista que fue asesinado tras destapar vínculos del narco con el poder, Infobae.
[3] Verónica Santamaría (17 de julio, 2021). “Red Privada, el legado periodístico de Manuel Buendía”, Animal Político.
[4] Ariadna García (13 de abril de 2025). “La ‘dictadura perfecta’ de Vargas Llosa: una crítica que marcó un debate”, La Silla Rota.
[5] George Orwell (s. f.). 1984. Edición digital González, pos. 38.
[6] Octavio Paz ([1960] 1991). El Laberinto de la Soledad, FCE.
[7] Friedrich Nietzsche (1888). Nachgelassene Fragmente, p. 425, citado en
Diego Sánchez Meca (2003). Introducción a Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Diego Sánchez Meca, ed., José Luis López y López de Lizaga, trad., Madrid, Tecnos, p. 31.
[8] Mark Cartwright (29 de abril de 2021). “La conspiración de la pólvora”, María Josefa Barreiro Arpón, trad., World History Encyclopedia.
[9] Loreto Sánchez Seoane (18 de septiembre de 2024). “Cuando el IRA intentó matar a Thatcher y ella salió andando de la explosión”, El Independiente.