Sabina Spielrein, en un trabajo sustancioso y rico en ideas (1912), aunque por desdicha no del todo comprensible para mí, ha anticipado un buen fragmento de esta especulación. Designa allí al componente sádico de la pulsión sexual como «destructivo».

Nota 22 de Más allá del principio del placer

La reciente publicación de La destrucción como origen del devenir a cargo de la UNAM ‒con traducción de Florencia Molfino‒ despertó lecturas y conexiones que no había pensado hasta ahora. Pero para hablar de Sabina Spielrein debo contar primero una historia de sincronicidades. De Spielrein supe por una película, no la que Jesús Ramírez Bermúdez menciona en su introducción a este volumen, sino Te doy mi alma (Faenza, Italia, 2002). No fue la intensa relación que, se cuenta, sostuvo con Carl Jung lo que me hizo seguir las pistas, sino saber que sobrevivió a la internación psiquiátrica y a partir de la caída en la oscuridad de la psique desarrolló sus propios pensamientos psicoanalíticos. Las sincronicidades comenzaron poco después a engarzarse.  

Sincronicidad es, según Carl Jung, “la existencia de combinaciones de sucesos acausales” (Sincronicidad, p. 23), simultáneos, o “‘coincidencias’, que estaban tan significativamente relacionadas que su probabilidad de producirse era increíble” (Sincroncidad, p. 31). Cuando en la licenciatura de Letras Hispánicas me vi en el momento de elegir tema de tesis comencé a barajar la posibilidad de poner en relación a las vanguardias históricas con el proceso de adquisición del lenguaje en la infancia. Para mí la poesía de Vanguardia, o mejor dicho, los poetas de Vanguardia eran niños jugando con el lenguaje, como cuando aprendemos a hablar y conocer el mundo. Por esta razón me dispuse a leer a Piaget. Y he aquí el primer abalorio de mi collar de serendipias: Sabina Spielrein, como dice también la introducción, fue la psicoanalista de Jean Piaget y de alguna manera influyó su trabajo. Al final, por la falta de corpus y de dirección académica, cambié de tema, pero esta idea no me abandonó. Incluso en mi tesis sobre César Vallejo cité la carta en la que él le dice a su amigo Antenor Orrego que escribir Trilce fue como ser un niño llevándose la cuchara a las narices: destruir como un juego.

Para completar las sincronicidades está el caso del fascismo alemán. Y aquí viene lo que quiero compartirles, en un acto kamikaze (animado acaso por la mismísima pulsión de muerte). Leo al mismo tiempo a Sabina Spielrein, al filólogo alemán Klaus Theweleit y a la investigadora Claudia Koonz, iré de a poco. Hace tiempo que le sigo las pistas al filón patriarcal y de masculinidad militarizada que opera en el fascismo alemán, pero también indago en la actividad de las mujeres nazis, que las hubo. Así di con Klaus Theweleit, un filólogo alemán que en 1977 publicó, en dos volúmenes, el libro titulado Fantasías masculinas (Male Fantasies, en su traducción al inglés, en español no circula todavía). Bueno, este filólogo se dio a la tarea de leer todo documento escrito por soldados paramilitares nacionalistas y anticomunistas conocidos como Freikorps (cuerpos libres), que operaron desde el siglo XVIII y hasta principios del XX, y otros militares que hubieron participado del nazismo o se sintieron afines a él. [Sincronicidad de nuevo: los Freikorps operaban cuando Sabina Spielrein escribió el ensayo que nos convoca (1912) y en 1919 asesinaron con saña a Rosa Luxemburg.] Se trata de una especie de análisis que sugiere la continuidad de una dominación masculina sobre las mujeres y en el desarrollo de un imaginario femenino que alcanza su clímax destructivo en el fascismo. Es en esta revisión que Theweleit encuentra pautas que lo llevan a decir que cosas como el temor a la fragmentación, a las mujeres y a lo femenino, el abandono materno, el instinto de preservación y una relación entre acto sexual y violencia se juegan en la psique de hombres puestos al servicio de la muerte y la destrucción del fascismo alemán. El sadismo que Theweleit encuentra en las descripciones que estos hombres hacen de ciertas mujeres (judías, comunistas, prostitutas) lo obliga a sortear el asunto de la pulsión de muerte.

Klaus Theweleit, sin embargo, es crítico de la noción de pulsión de muerte y otros conceptos freudianos en su volumen primero:

Freud sorteó esta problemática, como señalamos, cuando formuló su segunda teoría del aparato psíquico. Aseguró su retirada inventando la noción de «pulsión de muerte», según la cual la agresividad humana ya no aparece como un modo específico de producción de la realidad, sino como un dato biológico de la especie.

En mi opinión, sin embargo, había eludido el «problema del fascismo» de manera mucho más eficazmente. ¿Cómo llegó a desarrollar sus teorías, como regla, sobre la base de los hijos varones? ¿Simplemente porque él mismo era un hombre? ¿Qué estaba diciendo en realidad cuando confesó «abiertamente», a finales de su vida, que no sabía mucho sobre la «sexualidad femenina»? A mi parecer, eso es menos un «comentario» sobre la «sexualidad femenina» como sobre el hecho de que consideraba la sexualidad «femenina» y «masculina» como dos fenómenos distintos. Como si la naturaleza de la sexualidad «masculina» o «femenina» tuviera alguna importancia real, en contraposición a la relación que existe entre ellas. (Male Fantasies, vol. 1, p. 221.Traducción mía)

Pero en el volumen 2 nos dice:

Me resisto a introducir complicadas discusiones sobre la «pulsión de muerte». Basta con señalar que los actos de mantenimiento del macho soldado se originan en los intentos de obtener experiencia de placer. Su objetivo es la última forma de descarga, es decir, la autoextinción. Los esfuerzos de los hombres pueden ser casi invariablemente infructuosos, pero el fracaso en sí mismo no los coloca en oposición al principio del placer; tampoco se deriva de algún otro «principio» antagónico al del placer. Una causa más probable del fracaso es la falta de cualquier base material adecuada en, alrededor o a través de estos cuerpos masculinos particulares durante su búsqueda del placer. Después de todo, ¿dónde puede localizarse la capacidad de placer en un cuerpo cuya periferia ha sido deserotizada, su interior encarcelado y objetivado como si fluyera con aguas sucias y peligrosas?”.

De alguna manera, estas personas parecían permitir que sus vidas fueran dirigidas abiertamente por las exigencias del «yo», y si el «yo» parecía empeñado en la destrucción, ¿no era posible percibir que contenía una «pulsión de muerte» que sólo era parcialmente inhibida por la cultura? [Male Fantasies, vol. 2., p. 78. Traducción mía]

Es decir, aunque Klaus Theweleit oscila entre usar y no usar como explicación reductible para la conducta de estos soldados a la pulsión de muerte, pienso que su investigación dialoga también, y quizá mucho mejor con “la destrucción como origen del devenir” de Sabina Spielrein. En primera instancia, esta lectura vendría a responder el reclamo de Theweleit de haber basado un principio solo en la sexualidad masculina, ya que Spielrein desarrolla su hipótesis de la destrucción como origen del devenir basada en sus experiencias con pacientes mujeres, además de fragmentos de Nietzsche y otras fuentes. Es cierto que no rompe la estructura binomial hombre/mujer aunque las fusione cuando habla de que Nietzsche, por ejemplo, se convirtió a sí mismo en hombre y mujer. A propósito de una cita de Jung, nos dice Sabina:

Cito a propósito las palabras de Jung en toda su extensión porque su observación sobre el temor desconocido implícito en la actividad erótica se corresponde muy bien con mis observaciones. Es más, resulta muy importante para mí que un hombre también sea consciente de que no se trata de un mero temor social. Jung contrapone claramente las representaciones de muerte a las sexuales. En mi experiencia con mujeres jóvenes, he encontrado que ante la primera aparición de la posibilidad de satisfacer el deseo, la sensación de ansiedad es normal y pasa al primer plano de las emociones reprimidas. [La destrucción como origen del devenir, pp. 27 y 28]

El diálogo entre estas dos obras es más intenso si atendemos a las interpretaciones que hace Klaus Theweleit de algunos soldados. Me permito un par de citas más, primero de Theweleit:

¿Qué pasa aquí con Hoss? Creo que lo que adquiere es un ego «sustituto»; hace la transición de la maquinaria de la tropa a la de la prisión y se reconstruye como un componente que funciona dentro de una nueva totalidad-máquina (en su calidad posterior de comandante de Auschwitz, su mayor preocupación era que el campo funcionara sin problemas y que cada individuo realizara las tareas que se le asignaban). A medida que su antiguo yo, el yo-soldado, se desmorona y perece, vuelve inevitablemente a la situación simbiótica [Male Fantasies, vol. 2, p. 229. Traducción mía]

Crucemos ahora esta apreciación del filólogo alemán con esta cita del ensayo que nos ocupa:

De este modo, la unidad de cada célula se destruye y, del producto de esta destrucción, se origina una nueva vida. […] El individuo debe poseer un poderoso deseo de esta nueva creación para poner su propia destrucción al servicio de la reproducción.” [La destrucción como origen del devenir, pp. 28 y 29,]

Palabras clave aparecen en este breve fragmento: reproducción y deseo, aunadas a devenir. Y aunque estoy segura de que me meto en un berenjenal psicoanalítico que no alcanzo a comprender, quisiera tener de cualquier manera la palabra reproducción en mente, pues la veremos operar en términos materiales/literales en la obsesión del fascismo alemán por la maternidad y en la eugenesia (una reproducción calculada según un plan de limpieza social). A partir de ahora necesitamos pensar no solo a los soldados de Theweleit, sino a este fascismo como movimiento masivo. El desarrollo de Sabina Spielrein arroja luz donde la pulsión de muerte de Freud, en apariencia, pone oscuridad. Y aquí el reclamo de Theweleit hacia Freud de no contemplar a la sexualidad femenina, y todavía más, el regaño de atribuirle género a la sexualidad se vuelve contra él: los soldados no fueron las únicas personas que formaron parte de este fenómeno que conocemos como fascismo alemán o nazismo. De hecho, este mismo fenómeno se asumió como un movimiento de índole colectivo comunitario que implicó en masa a las mujeres consideradas “arias”. Para decirlo en plata: nazis hubo mujeres. Algunas mataron. Y esto no hace al nazismo un fenómeno menos patriarcal, como veremos pronto.

Pienso, con Sabina Spielrein, al fascismo como el devenir de una persona que se autodestruye, poniendo su energía libidinal en este movimiento, y se convierte en otra persona que se “sabe” nueva, renovada. En un “yo” que además es colectivo. Volvamos al texto de Sabina Spielrein:

La asimilación da forma a una unidad entendida como un “yo” en lo que consideramos un “nosotros”. La disolución y la asimilación transforman la experiencia personal en una experiencia colectiva en la forma de obras de arte, de sueños o de simbolismos patológicos [La destrucción como origen del devenir, p. 79]

¿No nos dice este fragmento algo de la cultura estética y el fetichismo simbólico y objetual (de los objetos) del nazismo? Pienso en la Mutterkreuz (cruz a la madre alemana), cruz de oro, plata o bronce que se entregaba a las mujeres por el número de hijos e hijas que parían y criaban, o en la cruz de hierro al valor que se daba a los soldados. O en la esvástica misma. Toda una parafernalia de objetos y simbolismos “patológicos” dieron cuenta de estos procesos de disolución y asimilación de la experiencia personal en la colectiva, que sobrevive. El fetishismo nazi está más vivo que nunca.

Como la investigadora Claudia Koonz nos advierte en su investigación sobre mujeres en el nazismo, Mothers in the Fatherland. Women, the Family and Nazi Politics, el despliegue de la parafernalia nazi en desfiles, marchas y encuentros suscitó entre las mujeres adhesiones fervorosas (algunos de ellos tomados del ejercicio del sociólogo Theodore Abel, “Why I became nazi”, de 1936). Una vez en el poder, el nazismo pidió de las mujeres poner su individualidad al servicio de la colectividad, como un ego “masivo” en el que el “nosotros” impera sobre el “yo”. Dicho con Sabina Spielrein:

Los pensamientos se vuelven despersonalizados y “afectan” al paciente dado que provienen de profundidades ajenas al yo, de profundidades que quizás han transformado el “yo” en un “nosotros” o, quizás, en un “ellos”. [La destrucción como origen del devenir, p. 45]

Esta misma disolución del ego lo ve Adriana Cavarero en Horrorismo, nombrando la violencia contemporánea: “El ansia «de perder el propio yo» no podría tener una formulación más cínica y desacralizadora. Respecto a este tipo de literatura, «que propicia la desaparición extática del “yo” en un “nosotros” violento y orgánico” (Horrorismo, nombrando la violencia contemporánea, p. 89).

***

El Estado pedía de las mujeres consideradas para la reproducción el sacrificio de mantenerse en casa como esposas y madres que entregaran a sus hijos al Reich: “las cunas de Alemania son un ejército dormido”, decía la propaganda. ¿Pero qué les ofrecía? Según lo revelado por Claudia Koonz, la restitución de una sociedad conservadora tradicional en la que la mujeres ocupaban un papel “central” en el cuidado de la familia, aunque marginal en la vida pública.

Volvamos a los soldados Freikorps. Para Theweleit estos hombres no practican ningún tipo de amor por la muerte, sino un amor por la vida que pasa por la evidencia de la destrucción material de otros, el enemigo. Un preservar la especie desde la malignidad, y aquí es donde Sabina Spielrein embebe de Nietzsche. Los cuerpos muertos evidencian su propia supervivencia, si son de mujeres, mejor. Es decir, “la destrucción como origen del devenir”. Un devenir corrompido, ciertamente, o inesperado, hacia la agresividad. En Sabina Spielrein se lee mucho más la voluntad de poder nietzscheana y sus estados valetudinarios que la agresividad sádica. [No sé si los devenires puedan ser predicados morales.] Y ahora que escribo esto pienso en esa hipótesis sobre la poesía de Vanguardia como un devenir propiciado por una destrucción, la de la beligerancia de los poetas del Futurismo, por ejemplo, llevada hacia otro sitio, el de la creación. Esto, a su vez, me lleva a pensar en la destrucción que propone Spielrein como un arquetipo y no como una pulsión. Perdón si lo que digo es una herejía psicoanalítica.

Dice Spielrein sobre el temor a la actividad erótica: “sientes que tienes al enemigo dentro; su característico ardor te apremia, con inflexible urgencia, a hacer lo que no quieres hacer; sientes el fin, lo transitorio, delante de lo cual quizás vanamente intentes huir con destino a un futuro incierto”. [La destrucción como origen del devenir, p. 27] Y pienso en las mujeres nazis de las que nos cuenta Claudia Koonz: antifeministas, antiliberación sexual, promotoras del matrimonio con hijos, reducidas a su “capacidad” de procrear, parir y criar. Es posible que las mujeres del nazismo, en mayoría, no fueran lo agresivas y violentas que sus pares hombres, pero también formaron parte de este “devenir” masivo.

Ahora, de ninguna manera quiero restarle al trabajo de Theweleit su potencia al ver en este fenómeno un ejercicio patriarcal y de masculinidad intenso, infundiendo en sus soldados un temor a lo femenino entendido como una amenaza que comporta riesgo de muerte, y peor, de mutilación. De hecho, se diría que el lugar en el que el nazismo puso a las mujeres, como “máquinas de parir” y criar, hace parte de este mismo proceso. El nazismo se movió con las mujeres a base de estereotipos sexogenéricos que ayudaron a mantenerlas en una esfera separada del poder, aunque al servicio de las necesidades del movimiento siempre encuadradas en estereotipos sexogenéricos, aunque llegaron a matar (fue el caso de las enfermeras del plan Aktion T4). Aprovecho para decir que el mismo trato ha recibido Sabina Spielrein como personaje, si vemos, por ejemplo, el cartel de la película Te doy mi alma veremos que el eslogan de venta fue “Jung y Freud compartían la misma pasión: Sabina Spielrein”. Imagen fetiche de las fantasías masculinas.

Aunque en el fascismo se juegan otras variables de índole histórica, económica y política, me parece que, como lo vio el psicoanalista Wilhelm Reich en el ‘33, se trata de un movimiento sexual-político en el que además operan, como han visto muchos autores, aspectos del orden de lo inconsciente, y para ir más lejos, diría que en el terreno de lo arcano y ritual, dicho por el mismo Theweleit y por testimonios recogidos en el libro de Claudia Koonz. [Un ejemplo muy burdo sería la propia esvástica o las runas de las SS.]

Como no soy psicoanalista y estoy lejos de comprender a cabalidad los conceptos que de allí se toman, quizá aquí deba detener mi lectura entre Sabina Spielrein y el fascismo alemán; tal vez ni siquiera sea pertinente, pero leerla en diálogo con Theweleit y Claudia Koonz me resulta terriblemente coherente o quizá sea, de nuevo, una sincronicidad. La última sincronicidad de sincronicidades, la más macabra es que Spielrein fue asesinada por soldados nazis en 1942.

En todo caso me alegro de la oportunidad que Jesús Ramírez Bermúdez, la traductora Florencia Molfino y la UNAM me pusieron enfrente para dejar de tratar a Sabina Spielrein como un personaje, sacarla del terreno de las fantasías masculinas y comenzar a tratarla como la estudiosa, ensayista y psicoanalista que fue.

Referencias

Cavarero, Adriana. (2009). Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea. UAM-I/Anthropos.

Koonz, Claudia. Mothers in the Fatherland. Women, the Family and Nazi Politics. Routledge. Women’s History.

Spielrein, Sabina. (2021). La destrucción como origen del devenir. Trad. Florencia Molfino.UNAM. Pequeños Grandes Ensayos.

Theweleit, Klaus. (1987). Male Fantasies. 2 vols. Trad. Stephen Conway (en colaboración con Erica Carter y Chirs Turner). University of Minnesota Press.

*Una versión de este texto fue leído en el festival Aleph de la UNAM, en mayo de 2021 con motivo de la presentación del libro La destrucción como origen del devenir.