Creado por el mismísimo Rómulo, según el mito, el primer calendario romano solo duraba 304 días, pues el llamado “tiempo muerto” se usaba para los ritos de purificación, por lo cual no se cuantificaba. Entonces setiembre aún era el séptimo mes. Fue con el conteo impuesto por Julio César (el juliano) que fue trasladado a la novena posición. Un siete que ahora es nueve. Extraña inversión numérica, prestidigitación de la historia. De nuestra boca sale esa cifra, pero nunca recordamos que estamos colocando la ficha en una casilla que no le corresponde. No, al menos, en el territorio de tal significación. Así la ciencia cabalística de los nombres: más allá del precepto, el significante se impone por la fuerza de los acontecimientos. Digámosle eso, entonces, a la Tierra, el Viento y el Fuego. O a los del grupo Earth, Wind & Fire, fieles funkeros inventores de palabras: Ba-dee-ya, bailando en septiembre. En medio de un pasón psicodélico-televisivo aparecen uniformados con sus telas satinadas —setenteras— para recordarnos que en ese periodo los sueños dorados eran días brillantes. Será que al mes se le atribuyen características transicionales: el comienzo del otoño en el hemisferio norte, y el de la primavera en el sur. Muchos deseos independentistas están en ese registro, quizá porque desde esa posición terrenal se mira con recelo el tiempo perdido, y se percibe que el ciclo anual comienza a llegar a su fin. Ba-du-da, ba-du-da, ba-du-da, ba-du. ¿Do you remember?

1.- ¿Una vez más el mito de los “niños” héroes? (13 de septiembre)

Sí, pues ni modo que la nación deje de celebrar sus hitos. Pero… yo aún guardo el pequeño saco que mi madre adaptó para que me disfrazara de Juan Escutia y asistiera obligado a las celebraciones patrias en el colegio. El gorro de cartón se ha perdido. Pero el saquito viejo de mi padre, preparado para parecer una casaca, está aún en mi armario juntando polvo y moho. No me sentía ridículo vestido de algo que a mis nueve o diez años apenas comprendía. Tampoco estaba orgulloso. Había ya un presentimiento, seguramente, de que toda esa parafernalia educativa estaba hecha de artificio, o al menos de verdades mal relatadas. Bastaba observar las violencias y contradicciones habidas en un instituto que además de ser mexicano, era administrado por conquistadores. ¿Buena educación? No lo creo. Repetición de la crueldad ejercida sobre los cuerpos dóciles de los niños. Las letras manchadas en sangre y, como cereza del pastel, la fábula de un engendro envuelto en una bandera, cayendo en picada para estrellarse contra las rocas, a un lado de los baños de Moctezuma. Toda mitología patria debe ser reservada para cumplir su función alentadora, lo entiendo. Solo que cuando sus historias son tan mal contadas, tampoco es que tengamos la obligación. Sobre todo, si sabemos cómo el Estado suele tejer, crochet a crochet, su gran carpetota de historia divinizada para lograr legitimidad. Cuentan por ahí que el mito obedece a una estrategia oficialista para calmar los ánimos cuando en 1947 el presidente Harry S. Truman, en su visita a México, depositó una ofrenda en memoria de sus soldados caídos. La buena gente se encendió, claro. Y para mesurar las crecientes quejas, siendo Miguel Alemán presidente, apareció a los pocos días en los diarios la noticia de que se habían localizado seis cráneos a las orillas del cerro de Chapultepec. No se investigó demasiado: se reconoció que pertenecían a aquellos de los que hablaba la historia oficial como los niños defensores del honor de nuestro lábaro patrio. Mmm… no los sé Rick… ¿Contrapropuesta? Si se trata de resistir los ánimos belicistas e imperiales de países hegemónicos, formarnos, hacer células bárbaras, defender más allá del precepto lo que verdaderamente nos une.

2.- No te su1cide5, o… ¿sí te es muy necesario? (10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio)

¿Vieron cómo lo escribí? Si, por ejemplo, seguimos la lógica profunda de algo así —del porqué estamos obligados a autocensurarnos según el nuevo manual de Carreño de redes sociales— podremos encontrar buenas razones para ponerle fin a nuestros días. Así que, si alguien ya está muy harto de la mentira, ¿quién soy yo para juzgar su dolor? En todo caso diré que, para encontrar fines que justifiquen el quedarse, se necesita ser muy técnico. Porque un día como el que se conmemora el 10 de septiembre para concienciar la importancia de prevenir que la gente le ponga fin a sus días, quizá no le sirva a quien ya haya entrado en la espiral descendente de depresión y desesperanza. Yo enmudezco ante ello, en realidad, pues es algo que no se puede tratar superficialmente. Durhkeim, en uno de los primeros libros en abordar el tema, decía que eran las sociedades católicas en las que la gente se quitaba menos la vida. No es difícil imaginar la lógica de tales afirmaciones, pues no se concentraba en la noción acendrada de la culpa, sino tan solo en la complejidad de una redención frente a un gigante divino y moralmente hiperdimensionado que a la vez juega las fichas de un pariente cercano: diosito. Un sociólogo conservador y positivista como él no llegó a plantear el problema de la doble moral, razón por la cual en los hogares católicos el quitarse la vida sigue siendo un tema tabú no cuantificable. Por eso, insisto, no se puede juzgar a la ligera. A veces por eso prefiero juntarme con gente afín a los linderos, pues es ahí donde el equívoco de lo vivo se carea con lo endeble de sus razones, que sin embargo pueden ser suficientes para resistir el vértigo del absurdo. Camus por eso me parece un tipo sensato: el suicidio es a-lógico, porque es una claudicación a la construcción de sentido. El sello final es asumir que no hay respuesta. No al menos una que no pueda ser objetada. Se trata de un exceso de racionalidad cuya integridad revienta cuando se toca el límite. El famoso mito de Sísifo es una contestación que funciona en su parcialidad, porque asume un eterno ciclo ante el absurdo: ir de arriba a abajo, de abajo a arriba empujando una roca inexplicable… Yo, en todo caso, no le recomendaría a un pre-suicida que fuera al Centro de Salud: un antro en plena colonia Roma que tiene estalactitas hechas de sudor en el techo y en el que te regalan Sabritones caseros colocados en un enorme bote de plástico. Tampoco que bailara las canciones violentas que ahí se programan, ni que se ligara a alguien para llorar a la par mientras se penetran o dejan penetrar mutuamente. Porque, ¿quién sabe? En una de esas no se corta las venas.

3.- No a las dobles caras. Condena radical al golpe de Estado y a la dictadura militar comenzada en Chile el 11 de septiembre

Tomar el poder es un acto de irrupción para suplantar unas políticas por otras contrarias. Eso es obvio. Pero hay que decirlo, porque hay que agregar que no todo intento de ese tipo es similar. Vivir en una nación es hacerlo bajo el mando de su régimen, surgido en la pugna de distintos impulsos. Y su legitimidad depende de muchos factores. Unos son ideológicos, por supuesto, pero también hay otros que son violentos e impuestos por la fuerza. Para relativizarlo habrá, primero, que colocarlo desde una óptica ideológica, imputando a todos aquellas tentativas de ese tipo ligadas a conceptos como el orden extremo y el control, las costumbres “correctas” y, sobre todo, el manejo de los aparatos económicos del Estado por una elite conservadora. Ahí no debe haber duda, porque si la hay, se está en el bando contrario. Y es que conocemos las tristes historias. Por ejemplo, la del 11 de septiembre de 1973 en Chile, cuando se llevó a cabo la conocida intervención militar operada por las Fuerzas Armadas con el fin de derrocar la administración lidereada por Salvador Allende y su partido Unidad Popular. El Palacio de La Moneda, sede del gobierno en el que él se encontraba, fue tomado y acechado hasta el límite con tanquetas y aviones militares. Al saber que las tropas disidentes habían entrado al edificio, el presidente decidió suicidarse, luego de dejar un mensaje estremecedor transmitido por la radio: […] “Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente.” Duele el ánimo cuando se reconstruyen las consecuencias de aquello. Pero ¿se sabe todo? ¿Dónde están, por ejemplo, los cuerpos de los más de 3,000 desaparecidos? ¿Por qué no se sabe hasta ahora? Por eso muchas veces la fijación obsesiva de estos hitos históricos no tiende al recuerdo, paradójicamente, sino a algo que se parece a un olvido dosificado. Lo que habrá que hacer con estas conmemoraciones es deshilvanarlas, colocarlas en otros registros, vernos en su espejo aquí y allá. Por los mismos años los operativos antiguerrilla también desaparecían gente acá en México. Y de ello también falta mucho por saber. Por supuesto, las condiciones históricas nunca son las mismas. Pero el sentido de observar más allá del recuento puntual es entender por qué existe la posibilidad de una crueldad radical, basada en una supremacía que se desbarata entre los dedos solo acercarse un poco a ella. Tomar el poder ¿para qué? Hay que preguntárnoslo siempre. Y no dejar que las respuestas simplonas ocupen mucho espacio, antes de insistir en el verdadero sentido de la cuestión: ¿qué hay detrás de un sector de la humanidad que se imagina moralmente preparado para decidir sobre los otros? Lo que nos toca a quienes no buscamos se representantes, sino presentarnos, es establecer los dispositivos políticos suficientes para que quien pueda hacerlo, lo haga no buscando su beneficio personal, o el de unos cuantos.

4.- Día Internacional de la Paz el 21 de septiembre

Otra vez las Naciones Unidas con sus malas bromas. Las “condenas enérgicas” y los “motivos humanitarios”, ya sabemos para qué sirven. Se pueden citar muchos ejemplos de este contrasentido. Uno de ellos es su ejército, llamado los “Cascos azules”, cuyo cometido es ese, justamente: “preservar la paz”. Ya ahí comenzamos mal, porque en ello se ve que no hay palabra más ideologizada que esa, más tergiversada. Paz, sí, pero ¿según quién y cómo? Hay una famosa frase romana que he usado para muchas otras cosas ya: si vis pacem, para bellum, que quiere decir, “si ves paz, prepara la guerra”. Acá la vuelvo a copiar, porque en condiciones de disputa política y territorial, hablar de paz puede advertirnos que sus circunstancias dependerán siempre de la violencia a ejercer estratégicamente para que sea posible. La función de la política puede, de hecho, imaginarse como base para procurar un equilibrio hacia tal ideal. Pero dicho equilibro pasará siempre por la parcialidad de quien emite su necesidad. No debería sorprendernos, pues, que las yuxtaposiciones generen conflicto, sino que haya quienes, ocultos tras esa máscara positiva, deseen convencernos de que no poseen las intenciones contrarias. ¿Imaginamos el papel que, por ejemplo, aquellas “fuerzas de paz” de la ONU pueden provocar en conflictos como los del Congo, Sudán del Sur, Mali o República Centroafricana? No puedes posicionar a un ejército y luego imaginar que su mediación no pase como una cierta amenaza para las facciones que defienden interpretaciones sesgadas sobre el ejercicio del poder. O ¿cómo explicarnos los tibios reclamos del Consejo de Seguridad de la ONU ante el conflicto árabe-israelí? Se le llama tapar el sol con un dedo, para que veamos que hacen el intento. Así pues, la neutralidad es una quimera que nos vende el moralista que se imagina a sí mismo como el origen y custodio de la ley. Y es que no puede creerse en una paz vendida como valor universal, cuando se percibe que la ruptura violenta ha tenido motivaciones para la preservación de pequeños grupos amenazados. Ese es el origen de la crítica de la violencia realizada por Walter Benjamin: tanto el derecho natural como el positivo se parecen en que son incapaces de revisar las motivaciones ideológicas de la violencia. Y, por tanto, de las complejidades de su pacificación. Un problema nada sencillo. Para plantearlo rápidamente, lo pongo así: no se puede intentar meter las manos en el motor y suponer que los dedos no se mancharán de aceite. Mejor dejar tranquilas —en paz— a las palomas, y concentrarnos en las especificidades de cada conflicto.

PD.- No subestimemos a los famosos en “La Casa de los Pendexox” (así les decían en un meme)

Ya había hablado de ello en la entrega de agosto, pero ese suplicio sigue ahora en septiembre porque, por supuesto, exprimirán la jerga hasta que haya salido toda la mugre de ella. Se me ocurrió hacer entonces este postcriptum, pues en una cena con amigos, dije que habría que tener cuidado con la faceta política de bodrios como el de la Casa de los Famosos, pues si personajes del tipo de Reagan, Milei o Zelenski, bufones mediáticos salidos de la pantalla, consiguieron ser representantes de sus países, ¿qué impide que las derechas nos quieran endilgar en un futuro a alguno de los cretinos que ahí aparecen? Ya hicieron algo parecido con Peña Nieto, el peor parapeto en la historia de la política-ficción, según mi modesta lectura. No necesariamente entonces pensemos en algún conejillo de Indias específico de ese programa, pero sí en algún engendro parecido con la suficiente aceptación mediatizada construida por canales similares. Con Xóchitl Gálvez les salió muy mal —afortunadamente—, pero lo seguirán intentando. Ahí ya tenemos a otro personaje por el estilo: Eduardo Verástegui, ungido de gracia célibe closetera y divinizada de guiños fachos. Cuidado, pues, con los fabricantes de trivialidades comunicacionales si toman fuerza de nuevo para penetrar las conciencias de los ciudadanos. Así nos insertaron también décadas de saqueo y corrupción. Solo que ahora el sondeo de opinión está algoritmizado, no se nos olvide. Y es algo más que contabilidad de likes. Recomendación: sal a platicar con gente verdadera.