
Scrollenado en Instagram me encontré con un video en el que Pepe Mujica se presenta ante un grupo de jóvenes brasileños que lo esperan con mucho ánimo y gran emoción en medio de un escenario selvático. Al bajar de la camioneta que lo transporta y escuchar sus primeras palabras se pueden advertir las lágrimas y los gritos de “¡te amo, Pepe!”. Esto verdaderamente me enterneció y quise seguir viendo el video. Mujica saluda lentamente con su bastón en la mano, dice que está sobre los noventa y sabe que está cerca de llegar al final de su vida, llena de lucha y sueños por un mundo diferente al lado de su compañera, quien está sentada a un lado de él en esta reunión. La gente produce un ligero alarido ante esta deferencia. Pepe declara finalmente el mensaje que le trae a este grupo de jóvenes, un sencillo cúmulo de sabiduría adquirida con la experiencia y los años: inevitablemente cometemos errores a lo largo de nuestra vida, pero lo más importante es saber reconocerlos y atrevernos a decir de manera abierta que nos equivocamos, que, cito, “la cagamos”.
Este 2025 cumplo veinte años como egresado y licenciado en filosofía; 19 de haber comenzado a dar clases. Al inicio yo era casi tan joven como les estudiantes que tenía a mi cargo y, no dudo en decirlo, la cagué mucho. Poco a poco fui haciéndome de herramientas y la experiencia me fue dando las tablas para ir con más seguridad en este camino, pero no he dejado de cagarla y sé que no dejaré de hacerlo. Cada día que salgo de mi casa, durante el recorrido me voy preparando mental y emocionalmente para lo que viene: el encuentro con personas jóvenes que están viviendo sus vidas con sueños, frustraciones, dolores, alegrías, tristezas, éxitos, deseos, anhelos, etc., al igual que yo. Esto es algo que he aprendido con el tiempo, pese a su obviedad, y me ha llevado a concluir que por más que me prepare y planee las clases, constantemente debo improvisar y, por consiguiente, cometiendo errores. Algunas ocasiones he convertido el regreso a casa en un tormento de arrepentimientos después de clases. Lo que no debo perder de vista es que, entre esos errores, también hay muchos aciertos y que, la mayoría de las veces, lo que llamo “errores” son sólo mis inseguridades y proyecciones.
Durante estos años he ido adaptándome a las circunstancias que se van presentando: los cambios de generación, las diferencias de pensamiento, el uso de las redes sociales, la visibilización cada vez mayor de la diversidad y la necesidad de adaptar el lenguaje y los espacios para que todes quepamos en este mundo. Como buen Cáncer (la astrología es un legado que debo a mis estudiantes), mi sensibilidad exacerbada me hace pensar que ya soy muy viejo para elles, que cualquier día de estos me van a “funar”, y me angustio. Trato de mantenerme actual, seguirles el paso para estar al día de lo que les importa y del mundo que elles viven y al que elles se encaminan a protagonizar, de una u otra manera. Mi intención detrás de todo esto es seguir teniendo la capacidad de comunicarme con elles, que mis palabras les digan algo que pueda sentir conectado con su vida, pero últimamente siento que no lo estoy haciendo tan bien y he estado sospechando, otra vez, que se debe a la edad. ¡Ayuraaa, Pepe Mujicaaa!
Hace poco terminé de ver Cobra Kai, la serie que retoma la popular y antaña saga del Karate Kid. Después de padecer los primeros dos o tres capítulos que parecían producidos por el equipo de La Rosa de Guadalupe, algo que me pareció recurrente en cada una de las cinco temporadas que siguieron a la primera, cuando estaba a punto de abandonarla, nuevamente, me enganché con las escenas de combate y, sobre todo, las disputas entre los personajes. La efectividad de esta serie, creo, se debe justo a la marcada polarización de sus personajes y la manera en que los sesentones senseis (maestros) de cada dojo (escuela) representan cada bando: la agresividad frente a la imperturbabilidad, la violencia contra la paz; el ataque frente a la defensa. Reconozco que no se trata de nada nuevo ni es una producción del otro mundo, pero creo que en esta falta de pretensión encuentro lo que me agrada de ella: se trata de entretenimiento, como en las telenovelas de Thalía, nada más. Algo similar me sucedió viendo la última serie en la que participa Sylvester Stallone, otro personaje que está bordeando los ochenta años y sigue siendo efectivo cuando se trata de entretener.
De vuelta al punto, hace casi cinco años cuando comencé a ver la primera temporada, yo aún pertenecía a una escuela de kung fu y veía representados los mismos conflictos, las actitudes arrogantes, los malos tratos y problemáticas típicas de toda comunidad artemarcialista. La pandemia se llevó esos momentos y ahora veo a distancia cómo todas esas situaciones respondían a una premisa que se mantiene a lo largo de toda la serie: los estudiantes son el reflejo de sus maestros y, ni modo, los maestros se equivocan mucho, arrastrando de paso a sus alumnos con ellos. Una gran lección que puedo extraer de la última temporada de Cobra Kai es la misma de Pepe Mujica: todos cometemos errores y podemos aprender a reconocerlos y a admitirlos frente a quienes hemos perjudicado al cometerlos. Pero la otra gran lección consiste en que los alumnos pueden ser muy capaces de darse cuenta de los errores de sus maestros y aprender de ellos. Los maestros debemos aprender a confiar en que los estudiantes pueden ser mejores que nosotros y aprender de ellos también.
Johnny Lawrence, Daniel Larusso, Rocky, personajes que representan la masculinidad imperante entre los ochenta y los noventa, se están retirando del mundo del entretenimiento dejándonos el resto de su legado: esto fue lo que aprendimos en nuestros años de éxito, hay que saber perder, lo cual significa reconocer nuestros errores para aprender de ellos. El mundo ha cambiado y la figura del “rudo” ya no es considerada la mejor en estos tiempos; es momento de decir adiós y reconocer que ha habido errores en esa representación del “hombre”, no sin antes también mostrar aquello que vale la pena rescatar de ese personaje. Entonces, como última entrega, nos comparten aquello que en su momento formó parte de la vida y el éxito de las generaciones que se emocionaron, aplaudieron en el cine y se inspiraron de las hazañas de esos héroes que perdían entregando su corazón con pasión y vehemencia hasta el final. Aquellos personajes que no sabían darse por vencidos sin que por ello tuvieran que renunciar a su valor e integridad, porque sabían que aún perdiendo habrían ganado mucho al aprender de sus errores: valió la pena el esfuerzo.

A últimas fechas he estado muy preocupado queriendo encontrar la forma de transmitir este legado a los estudiantes que ahora tengo y a quienes vendrán. Temo que esté desfasado o que este mundo ya no les permita soñar con eso ahora porque les exige ser perfectos en su imagen, tanto estética como moralmente hablando, pues deben ser políticamente correctos, ya que, de lo contrario, la “funa”, el acoso, la desaprobación, el rechazo y el odio se volcarán en su contra. ¡Qué difícil época para ser joven! ¡Y qué difícil ser maestro cuando el mundo ya no es el mismo en el que tú aprendiste!
En medio de este momento de confusión y desconcierto, Mujica me ha regresado la ilusión de que se puede tocar el corazón de los jóvenes con un mensaje sencillo, con o sin impactantes patadas voladoras, con o sin victorias apabullantes y carreras exitosas, sencillamente con autenticidad y honestidad: sé que la voy a cagar, pero, discúlpenme, yo estoy aprendiendo al igual que ustedes y con ustedes, les invito a confiar en nosotros y a que hagamos valer la pena el esfuerzo puesto en ese proceso. Gracias.