En su crónica «Dos aventuras de la dramaturgia subvencionada», Jorge Ibargüengoitia narra los usos y las costumbres que las instituciones públicas tenían hacia los artistas en los años cincuenta y setenta del siglo pasado. Las subvenciones pasaban por un entrampado de decisiones políticas, oportunismos y caprichos que dejaban muchas veces a los artistas no palaciegos con la obra terminada y a medio pagar. Luego de describir la invitación de Salvador Novo (director del Departamento de Teatro del INBA) a escribir bajo el pretexto de un aniversario de la Independencia y, 17 años más tarde, la de José Solé (en el mismo puesto que Novo) para un ciclo de dramaturgos mexicanos, el escritor remata: “Esta segunda aventura de la dramaturgia subvencionada, fue menos traumática que la primera, pero más estéril y exactamente igual de innecesaria y ridícula”.
Por mi parte, recuerdo la primera vez que concursé para recursos públicos, en 1993 o 1994, en una convocatoria del Seguro Social que funcionó como “programa piloto”, digamos, de las convocatorias del actual FONCA. Recuerdo estar en los camerinos del teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM, donde era asistente de Ludwik Margules, cuando pasó por allí un teatrero funcionario que se me acercó con la clásica “tengo una noticia buena y una mala”. “La buena, dijo, es que al jurado le gustó tu proyecto. La mala es que Olga Harmony tuvo la última palabra y dijo que el proyecto era bueno, pero que nadie te conocía, así que no te dieron el apoyo”. Hicimos la obra con 5,000 pesos de entonces, rogando que nada se rompiera y que las lámparas no se fundieran, pero aprendimos cómo funcionaban las cosas.
Es justo decir que con el FONCA las cosas son distintas. No sé si mejores o peores, porque la mayoría de la gente sigue haciendo lo que hace con 5,000 pesos y rogando que nada se rompa. Pero al menos hay otras formas, aunque los usos y las costumbres hayan cambiado muy lentamente. La discrecionalidad de las decisiones para otorgar subvenciones no cambió mucho mientras los jurados fueron elegidos por la cabeza del FONCA y las prerrogativas cortesanas favorecieron en gran medida a una minoría. Conforme las y los artistas han podido darse a escuchar, muchas formas parecen mejorar, pero lo que es evidente es que las condiciones de trabajo en general no mejoran.
Esto se debe en parte a que las convocatorias son solo parte de un problema más grande que tiene que ver con derechos a condiciones dignas de trabajo y de vida, así como a que los apoyos siguen supeditados a los vientos políticos. En todo caso, mientras los artistas seguimos poniendo el grito en el cielo en donde nadie nos escucha, los recursos para las artes se van en megaproyectos “innecesarios y ridículos” y somos incapaces de encontrar acuerdos entre nosotrxs. Me ha parecido que todavía no valoramos de manera suficiente lo que hacemos cuando somos jurados. Más allá de recibir un dinero por la chamba, más allá de sumar puntos al mercado de prestigio, cuando somos jurados estamos cerca de los espacios en que se toman las decisiones y nosotrxs mismxs tomamos una función que puede influir en el sentido de las cosas.
La última vez que fui jurado en el área de interdisciplina en el FONCA, se les ocurrió incluir como jurado a un “agente cultural”. Así, cada vez que discutíamos un caso, ella iniciaba “yo no sé mucho de arte, pero creo que…” y cargaba los dados hacia artistas que hacían algo “social” (lo que sea que eso signifique). Al ver la votación final, no pude sino objetar el proceso. El área de interdisciplina era una victoria del gremio y remitía a prácticas artísticas muy complejas que no se suscribían solo a “lo social”; casi tuve que dar una clase, pero con ese conocimiento, la votación dio un giro más acorde con la esencia del área. Al igual que siempre, hubo decisiones que me gustaron menos que otras, pero al menos se había debatido con argumentos.
Bien, el asunto es peliagudo y lo platicamos poco, creo yo. Hace un año sugerí a un grupo de trabajo hacer un “Manual de buenas prácticas para jurados”, pero me alcanzó el coronavirus y luego el hilo interminable de tareas para llegar a fin de mes. Ahora traigo aquí un borrador, inacabado como debe ser, cuya intención es dialogar un poquito más acerca de las cosas comunes.
Manual de buenas prácticas para jurados
1. Recuerda que un proyecto no es una hoja de papel o un archivo digital. Es el desarrollo de una idea alrededor de la cual convergen saberes, deseos, trayectorias de vida, políticas públicas y un montón de cosas más que no caben en una hoja de papel o un archivo digital.
2. Ninguna cláusula es más importante que alcanzar a captar esa idea germinal. No eres un burócrata, eres, momentáneamente, un servidor público especializado. No le debes fidelidad ciega a la institución o al programa que te convocan.
3. Recuerda que tus pares son tus iguales siempre. En estas circunstancias no eres o vales más que ellxs.
4. El conocimiento cercano o la admiración a unx artista, no puede entrar dentro de los criterios de evaluación.
5. Estas haciendo un servicio público, no generando cuotas para grupos.
6. Es válido que no conozcas nuevas o viejas corrientes artísticas a las que se adscriben los proyectos, pero tu ignorancia no puede ser un criterio de evaluación. Hay más bien una oportunidad para que sepas algo que no sabías. Preguntar por lo que no sabes está bien y alimenta el diálogo.
7. ¿Cómo podrían tus decisiones incrementar el bien común?
8. Puedes (y debes) opinar sobre criterios, reglas o cláusulas del procedimiento que te parezca que atentan contra el bien común. Si puedes generar sugerencias, mejor aún. Los procedimientos siempre pueden mejorar y este es el mejor momento para aportar dudas y saberes.
9. Busca encontrar y dialogar con tus cojuradxs, criterios de solidaridad y apoyo común antes que criterios de competencia. Aun cuando las convocatorias estén diseñadas dentro de criterios de competencia.
10. Hoy eres jurado, mañana te evaluarán a ti; en medio de eso, ¿cómo puedes organizarte con tus pares para establecer un diálogo y una agenda para mejorar las condiciones de trabajo?
Como todo manual de buenas prácticas, este es un manual ético y político más que técnico, pero existen muchas maneras de abordaje. En diferentes talleres donde problematizamos la situación laboral del gremio, el manual nos ha funcionado también como herramienta para pensar en común e imaginar formas de incidencia. Ojalá que pudiéramos multiplicar herramientas como esta que siempre aportan nuevos puntos de entrada y de salida a los asuntos que nos interesan, y también socializarlas para comprender mejor que los posibles existen y son legión.