Rock y letras es una columna mensual donde se habla sobre cultura pop. Aquí hay lugar para rock, death metal, cumbias, películas, series y quizá una que otra desviación hacia arte y política, siempre tratando de conservar una mirada inquisitiva y curiosa hacia ese complejo de fenómenos varios que llamamos entretenimiento.


A mediados de los sesenta, Roger Daltrey de The Who cerraba la primera estrofa de “My Generation” con una frase emblemática: “Hope I die before I get old”. Es posible interpretar esta línea como un alegato por la persistencia de un espíritu juvenil a pesar del paso del tiempo, aunque también puede tomarse de forma más literal como la identificación del rock con la juventud y la rebeldía, la inexperiencia y el atrevimiento que la caracterizan. El hecho concreto es que ya pasaron seis décadas de aquello, y los Who (o la mitad que queda de ellos) tuvieron que comerse un poco sus palabras al interpretar este clásico en las giras que, hasta hace muy poco aún, los ponían frente a un público que también cantaba este verso con un cierto sabor a contradicción en la lengua.

Problemas semánticos aparte, los rockeros y las rockeras que logran llegar a la tercera edad —como el resto de los seres humanos— enfrentan problemas de salud relacionados con un esperado deterioro corporal. Aunado a lo anterior, es importante mencionar que el estilo de vida de un rockstar implica malcomer, desvelos, movimiento constante y (hay que decirlo) exceso de reventones, alcohol y drogas. Esto, irremediablemente, impacta sus capacidades como performers ante las audiencias. En muchos casos, los rockers en plenitud no tocarán sus instrumentos tan rápido, bailarán al mismo ritmo o llegarán a las notas más altas como lo hicieron antaño.

Para ilustrar tomo tres ejemplos. El guitarrista Eric Clapton recibió el apodo “mano lenta” en los sesenta precisamente como un apunte irónico a su capacidad de tocar el guitarra más rápido que nadie. En tiempos recientes, hay información de que diversos daños físicos lo hacen corresponder a dicho sobrenombre sin ironía. El segundo caso es la gran Debbie Harry, quien se presentara con Blondie hace unos seis años en la Arena Ciudad de México; tal show se caracterizó por un par de momentos en los que la cantante tuvo que parar el tema en turno dado que la altura de la CDMX le impedía respirar adecuadamente, mucho menos cantar. Por último, recuerdo escuchar en la radio que la última actuación de Phil Collins en la capital mexicana fue decepcionante. La merma física de Collins y las modificaciones en los temas para que él pudiera interpretarlos (ajustes en los tonos, moderación en el ritmo) los volvía irreconocibles.

Como espectador (lo digo específicamente en el caso de Blondie, ya que este sí me tocó presenciarlo) es triste ver a uno de tus artistas favoritos expuesto de esa manera. Los fanáticos solemos ser comprensivos y perdonar casi todo, pero eso no quita que uno vaya con ganas de ver a sus ídolos en su punto más alto, y más bien los encuentra aquejados por los embates de la edad frente a miles de personas: “lo que queda de…”.

Considerando las dificultades para un adulto mayor que implica esta sucesión de viajes, entrevistas y conciertos, surge una pregunta fundamental: ¿por qué? ¿Acaso las leyendas del rock no tienen suficientes fondos como para necesitar de giras para completar el gasto? Es interesante descubrir que el motivador principal de varios no es la lana, sino el hábito de seguir activos haciendo lo mismo que han hecho por décadas: hay algo en las luces, los aplausos, la emoción de los espectadores que los llena y que no quieren perder del todo. Por otro lado, existen casos muy famosos de artistas emproblemados económicamente que encuentran en las presentaciones en vivo el medio para capitalizarse y salir a flote. Ya en sus setentas, por ejemplo, Leonard Cohen accedió a hacer un tour mundial tras enterarse de que buena parte de su fortuna había sido malversada por un colaborador fraudulento; Billy Joel, lo mismo.

Mención aparte merece el concierto de despedida de Ozzy Osbourne. Días antes de morir, se organizó un largo y multitudinario evento para celebrar la vida y la carrera del icono del hard rock. Bandas de distintas épocas (pero sobre todo del “recuerdo”) formaron parte del cartel. La cereza del pastel fue ver al propio Ozzy junto a miembros originales de Black Sabbath interpretar las canciones que lo volvieron legendario. La presentación quedó lejos de ser apoteósica: toda la energía del príncipe parecía concentrarse en los balbuceos que sonaban a algo parecido a las rolas de Sabbath. El espectáculo fue decadente, digno de un funeral, según el creador de contenido Javibi. Mientras él aprecia el gesto, yo vuelvo a preguntar: ¿por qué? ¿Era realmente necesario ver a Ozzy en esas condiciones? ¿No sería mejor conservar recuerdos del cantante en sus mejores años? ¿No fue este show un modo de exprimirle al viejito hasta el último aliento?

Antes de que se me acuse de “viejista”, hago mención de intérpretes que siguen dando actuaciones memorables por lo que son, no por lo que fueron: Paul McCartney, Sting, Stevie Nicks, Chrissie Hynde; en otros géneros podemos incluir a los Buena Vista Social Club o al crooner Tony Bennett, quienes tocaron puntos muy altos en sus carreras ya entrados incluso en la “cuarta edad”. A pesar de esto, no dejó de pensar en David Bowie, el cual decidiera abandonar las giras posteriores a sufrir un ataque cardiaco en pleno escenario. No llegaba a los sesenta todavía. A partir de entonces Bowie solo hizo presentaciones breves en colaboración con otros artistas. Si bien su carrera musical prosiguió (vendrían dos excelentes discos en los 2010), las últimas imágenes que tenemos de Bowie en concierto lo muestran poderoso, en pleno uso de sus talentos vocales, histriónicos y musicales. Prefiero conservar esa visión —aunque sea únicamente en formatos digitales— a habérmelo topado como parte de un cartel nostálgico ofreciendo un performance dinamitado por la senectud y sus malestares. Lamentablemente, nuestra cruel memoria acostumbra quedarse con lo último y no lo mejor de estos grandes.