La ternura es una sensación salvaje. Lastima. Es honda y remueve las aristas puntiagudas del ser. Acolcha. Mirar al otro con ternura es verlo expuesto frente al mundo. Arrastra. Remueve los espacios del cuerpo propio para llegar al fondo.
La ternura lleva inevitablemente al miedo. Miedo por el otro. A que sea lastimado.
A ya no poder mirarlo. A perderlo. Miedo a deshacerlo con la mirada.
Miedo a que la mirada se deshaga en ello.
La ternura, si fuera un sabor, sería algo parecido al malvavisco.
Pasa eso en la imaginación: una sustancia esponjosa se derrite dentro del cuerpo.
La ternura es lo terso del tacto del otro que nos ha permitido tocarlo.
Que nos ha permitido mirarlo de ese modo. Un voto de confianza.
Un llamado. Una carta de supervivencia:
Mira mi rostro. Mira mis ojos. No me temas. No me mates. Seamos.
La ternura es un camino para comprender, una vía de acceso al significado: asociar la vida a la vida misma y no al lenguaje que la precede.
Es un modo de acercar aquello que aún entendemos por naturaleza, llevarlo a la punta de la lengua para luego pronunciarlo.
La ternura como nube, mueve de lugar, desplaza, riega, nubla otras emociones.
¿Qué pasaría dentro de un malentendido si nunca interviniera la ternura?
Hay una invitación en lo tierno. Una invitación a caer. Una invitación para navegar en una barca con aquello que se mira. Para bajar la guardia. Para ser guardián también de ese momento. Es un cambio de ritmo. Una configuración nueva dentro de la boca.
¿Cómo puedo decir(te) la ternura que me causas?
Lo más que alcanzo a hacer para decirlo es una onomatopeya.
Se contorsiona la cara en una mueca triste, risueña.
Una mueca compuesta. Yuxtapuesta (ninguna emoción es una sola emoción).
¿Cómo puedo decir lo que me causa ver el amor de un animal o el nacimiento de una flor en cámara ultrarrápida o escuchar los pensamientos de un niño? ¿O leer ciertos textos donde un ser humano me dice lo que ha sentido, lo que le ha pasado?
¿Cómo puedo hacer(te) llegar en palabras la ternura? ¿O explicar(te) de qué trata?
Quizás esos gestos de la boca, esos ruidos que intentan ser melódicos, ese balbuceo adulto, ese cambio de postura del lenguaje, la dulcificación de la ruta, un ir para otro lugar que no es el del sentido, que es el de lo abierto propio de lo humano.
Todo está abierto más allá del lenguaje. O, el lenguaje es la apertura infinita.
Cosmos. Vacío. Vértigo.
Acompañarnos en ese viaje hacia lo incierto, coincidir en la gesticulación, coincidir en el sonido: balbucear nos puede llevar a la vastedad de esa llanura: el principio de la lengua es un cachorro aprendiendo a caminar.
Sin ternura no podría elaborarse el duelo. No podría situarse la tristeza, sería todo pura rabia. La ternura es una inmersión dentro el océano del habla, se sumerge la memoria, resguarda también a la memoria. Dibuja finamente los recuerdos.
Es también una brújula, traza lejanía para la ira hasta cansarla, hasta rendirla.
La ternura desnuda el pensamiento, expone lo que somos frente al símbolo, nos hace ser de nuevo pequeños que se asombran por los procesos de lo vivo.
Ternura es una palabra cobija. Una palabra brote. Una palabra abuela.
Queremos cubrir la visión que nos provoca ternura con una tela suave y también queremos ser cubiertos por ella. La vulnerabilidad del mundo, de uno mismo, es poco soportable.
Detrás de ciertas escenas hay tensión, elementos contrarios en un punto abren una fisura y se asoma la ternura con todos sus destellos.
Hace unos días, en el metro, un payaso. No venía trabajando. Viajaba como yo.
Iba absorto en la pantalla de celular, como yo. Su disfraz era tan perfecto, limpio, reluciente, almidonado, los zapatos enormes: artefactos naranjas lustrosos con agujetas fluorescentes. Observé cada uno de sus movimientos, su piel que se veía muy joven detrás del maquillaje blanco, la nariz afilada bajo la bola roja, y la mirada que anhelaba algo grande, estoy segura de que venía soñando despierto, anhelando, como yo, algo grande, rebasado por el peso del diario, por la peluca verde limón, por el horario, como yo, que voy escribiendo mientras viajo, como él, que hace mímica de noche.
El anhelo. Y mi ternura estalló.
Ternura es identificación también. El resquicio entre la potencia y la posibilidad.
Entre las fuerzas que posee el cuerpo enfrentado a las fuerzas del mundo (que siempre lo arrasan), y la certeza de que el mundo perderá frente al cuerpo en algún punto de la historia.
Las fuerzas del mundo caerán rendidas frente al cuerpo aunque sea por un instante invisible. Sin una finalidad, sin utilitarismo, sin mediciones, sin testigos para hablar el retrato, caerán como la estrella que está naciendo ahora sin que ningún ser con ojos pueda dar cuenta de ello.
Ese punto brillante donde la lógica del mundo perderá frente a la potencia de los cuerpos, frente a sus deseos es la revolución. Esa que ningún aparato podrá registrar.
La ternura camina sobre la cuerda floja de nuestros nervios.
Es una emoción sutil, bien delineada: no es conmiseración, no es lástima,
no es tristeza, no es asombro, tampoco es devoción, ni piedad ni enamoramiento.
Es una fuerza humana absolutamente frágil.
La ternura puede ser también una falla del lenguaje. Un glitch.
En medio del enojo, la ternura. En medio del rencor, la ternura. En medio del terror, también. Un nacimiento. En medio de lo negro algo nace. Un error.
Una metáfora. Un nuevo destino.
La ternura es el devenir triunfante de lo vivo sobre lo que está negado en el mundo para todos: ser suave y resistir.
Yollotototl*
Los antiguos pensaban que sobre el corazón duerme un ave.
Pensaban que es la entidad anímica del ser.
El ave a veces se va, a veces vuelve, a veces no, como el alma: pasea cuando el susto, no regresa cuando la muerte; pero también mientras hacemos el amor, en la embriaguez, cuando soñamos. Quiero pensar que cuando escribimos… también.
Esta sustancia que se separa del cuerpo material es de igual modo el combustible del movimiento y la creación. Es el aliento, el calor, el olor y el brillo, los colores y el tono de la voz.
A diferencia de la visión occidental moderna, esta alma no es una sola y no está en un solo lugar. Es lo que entendemos por espíritu, mente, psiquis, pensamiento, pero también por voluntad, esencia, respiración, lenguaje.
Si bien pensaban que esta entidad se encontraba en el músculo cardiaco, es común que hubiera varios corazones dentro del cuerpo, es decir varias residencias anímicas: la mollera, el hígado, los riñones, la sangre.
Sabían igualmente que las almas se desprenden en forma de animal.
Animales que aúllan o ladran, acompañan el destino con sus voces.
La complejidad de esta concepción anatómica-filosófica no cabe en nuestras palabras. Así como casi nada cabe en nuestras palabras y sin embargo son el mundo. Y mutan.
Esta escritura ensayará mensualmente con lo desafinado que vive en el pecho, explorará la noche junto con los animales que escapan del cuerpo y traen emociones nuevas en los hocicos, intentará descifrar el regreso del sueño a la palabra.