Un incesante caer de estrellas en la nada de José Eugenio Sánchez, en su primera edición, desde Madrid y en concreto desde Vaso Roto Editores, nos obsequia un compendio de poemas que ha seleccionado cuidadosamente y con mucha sensibilidad.

Publicado en el verano de 2024, este incesante caer de estrellas,que es una especie de mesa de sorpresas poéticas de tan solo 66 páginas, viene no solo a refrendar la poesía directa, subversiva, intensa, política e irreverente propia del estilo único del autor, sino que va más allá de visualizarla, persuadirla y de sentirla desde ese caer de estrellas que parecieran no terminar de caer nunca, o bien, caen a un vacío extraordinario tal que no podremos salir fácilmente de él y si lo logramos, no regresaremos nunca siendo los mismos.

Los poemas están distribuidos en una suerte de cinco salas semánticamente conectadas al propio campo del poema, del libro; de su escaparate se extiende a la memoria y es obvio que todo va conectando orgánicamente con su lector: el autor honra ese acto de leer poesía, homenajea a la biblioteca como la protagonista que resguarda al libro y además nos recuerda al bello universo de las novedades, así como las ferias y las fiestas que lo hacen visible y le otorgan reconocimiento, así que todos y todas lo queremos leer, ¡devorar!

Este espacio semántico se percibe fantástico, exquisito, exuberante: bello. Otra vez es la explicación más elegante, pero también sutil de la cuidadosa y susceptible estructura del compendio poético:

la biblioteca de las nebulosas

    Reconocemos una cierta unicidad cósmica con el libro, de nuevo: la fragilidad en una realidad compleja, llena de basura, de escombros, malas noticias y callosidad descomunal para luego convertir toda esa fruición en una performática flor rosada, exquisita, pero que nos sorprende vibrando en su calidad (o cualidad) de belleza muerta desde antes de ser y de florecer, porque sí, re-imaginamos ese jarrón roto, vidrio o porcelana, azul o bello o traslúcido, no importa –porque es ese mismo que hemos salido a estrellar antes–. Hay siempre algo que no nos gusta y porque es más compleja la respuesta compasiva a todo, mejor rompemos, evitamos. Vamos a la nada. El autor nos hace desdibujarnos siempre ante el poema: rompemos: corrompemos en lugar de componer. En el fondo somos ese deseo de nunca tener que resolver. Simplemente somos ese jarrón roto.

    Es en estas páginas donde el autor nos confronta desde la poética con una realidad fragmentada, moribunda y al mismo tiempo rozagante donde es mejor la presentación comparativa de unas piernas largas como carreteras, que la confesión directa de una calentura vibrante desde el enfoque puesto siempre en el sexo, pero es en el amor también desde la desesperanza y la –a veces– insoportable solitud. José Eugenio nos lleva gentilmente a esa entidad llamada sexo, no como pornografía sino como la naturaleza humana que somos, y nos lo impone sabiendo que ese picor nos provoca y además nos gusta. Lo aborda sin filtros y de frente. Además, y por fortuna, nos ofrece esas ricuras seductoras sin abandonar nunca la riqueza en el lenguaje, extensión lingüística que el genio de la pluma emplea magistralmente bien. Nos obsequia la transparencia absoluta de las palabras.

    El autor nos persuade en lo más básico de la observación de su mundo para volver a situarnos en esa tan buscada y necia aparente normalidad que ya no existe. Ahora bien: ¿cómo es posible que nos confronte con la fractura del eco, con la insistencia de pertenecer al modo oscuro y vacío de la sombra o nos sitúa en el suelo inservible, pero a la vez lo reconocemos sublime?

    El poeta nos lleva aún más lejos: nos reta a pensar en que nunca hemos podido robar el incendio, ¿quién se lo quiere robar si no para quemarse, o extinguirse? nos hace partícipes de habitar lo que no nos pertenece y, al contrario, encarnamos absolutos el acto de caer y de entrar a esa nada. Nos impone los vacíos absolutos.

    en las gavetas del acervo de los códices del hielo

    El poeta nos regala la posibilidad de bailar en medio de la prohibición, nos impone coreografías en la andanada y nos condena a pertenecer/permanecer en la moribunda e infinita ignorancia sobre las libertades políticas. Nos remarca esa ignorancia geopolítica y mítica acerca de personajes, zonas y desperfectos: nos obsequia la memoria fantástica que habita, al menos en mi historia personal, a una Nadia libre y tangible y nostálgica y hermosa. Esa Nadia perfecta pero huyente y convertida al otro candor de las varias batallas, porque solo inteligente y traidora a la vez, ella se fuga y llega, cínica a otras realidades más amables: impone bailarinas tanto como estrellas de un cielo cayendo, y entonces la poética aquí cobra dimensiones performáticas entre la moda y las banderas recalcitrantes llenas de politiquerías y de la insistente nada. Me confronta porque, además, y por si fuera poco, también he sido yo esa nadia: la gimnasta soñadora de apenas once años, creyente y libre y porfiada intentando llegar a un mundo aparte. A una adolescencia donde justo se adolece. Este joven poeta nos hace mirarnos a nosotros mismos hacia atrás.

    José Eugenio intenta en la horrendez, lo fancy y lo bello de la implacabilidad: ante todo, el genio poeta nos repite una y otra vez el tamaño de nuestra ignorancia porque el ignorante ante los demás es capaz de todo para pertenecer, para presumir, para figurar, y se trate o no de ir a la guerra o a la paz, el poema sale triunfante porque por su misma condición orgánica es libre y nos libera.

    enciclopedia de la memoria de los elefantes

    Ay, aquí el poeta nos asilencia, o en todo caso nos sienta flagrantemente ante la caca básica e insoportable de la reina: nos expone ante ese personaje que invariablemente es humana y es olorosa: finalmente nos confronta ante el privilegio y la tremenda humanidad que somos. Pero temblamos ante las verdades que la poesía nos expone. El poeta evidencia a los héroes como esos seres atemporales y a pesar de ello, han de llegar tarde. Pienso en lo privilegiadas que son las moscas. Aunque asquerosas, son los seres vivos más libres y adornados en la nada, pues caen irremediablemente a la nada de nosotros. Las moscas nos enseñan que son prácticamente el todo que nos falta: ellas mueren al siguiente día: pero el poeta dice que un muerto genera vida y el vivo, en efecto, la extermina.

    Es cierto. Esa idea poética es perfecta.

    los fascículos del interior de un iglú que se está derritiendo

    No puedo dejar de comentar que el poeta es un genio al describir esa manera fiel de descender del universo de partículas que iluminan su galaxia, desde el mismo momento en que a ese ser le ve mover su boca. Manejar el lenguaje de tal forma que para subir hay que descender primero a la olla hirviendo y comprender que desde ese lugar la vida surge con un sentido esperanzador. Y es que es cierto, a la inspiración no le cabía más amor.

    Las más bellas masacres de la mesa de novedades

    Al poeta parece no importunarle el lenguaje de la ironía y del atrevimiento circunstancial de una violencia silenciada que una y otra vez nos dosifican nuestros gobiernos y los grupos de poder. Al poeta parece gustarle provocar con un discurso sobreelogiado por las artes acerca de la frontalidad con que podemos o no abordar nuestra realidad criminal en este país, que como hace algunos años ya, José Eugenio atinadamente promulgó tantas veces en muchos foros a muchos públicos en varias plataformas y otros soportes performático/textuales que este país cayendo a pedazos, y es donde la ironía y el sarcasmo cobran totalmente el sentido del personaje performático cayendo también como a pedazos tal como las estrellas en esa nada que nos lleva al vacío. Nos recuerda una vez más que la poesía nos salva siempre.

    cauda (del libro: colofón y parte final de un cometa brillante, seductor y poético en la galaxia de la nada)

    El poeta nos somete a la premisa y sin duda a un imaginario del ser naciente y pensante y que a manera de colofón literario podemos escribir: todos somos hank y somos anne y joe y la hamburguesa con papas fritas y la mosca más libre del universo entero para poder descubrirnos entre todas las estrellas en la galaxia y en la que sigue.

    Aquí ya no es relevante si su referente es hank, o jagger o richards o la propia nadia o virginia woolf, o jack boner, o cage o la señora francesa. No es trascendente tampoco si son baladas de rock and roll o de protesta, si hay partido de fut o hay hamburguesas a las brasas.

    En todo caso, es vital la fascinación poética entre y de la memoria en el mismo sino del amor, de la lujuria, la locura y la gran melodía celestial en la que nos convierte el libro. Pero en todo caso sin convertirnos a eso, nos lo muestra en su gran espejo porque ya lo somos en medio de la podredumbre y del caos y de la vendimia funesta de lo más espeluznante.

    Hasta no ver lo más hermoso dentro de todo lo más terrible, sin escapar de admirar la manera en que el poeta nos conmociona con puras minúsculas y sin atropellados puntos ni comas ni exclamaciones. Esas ya las advertimos al entender su humanidad y organicidad dancística en el texto. Entendemos naturalmente los racimos de pétalos y espinas acarameladas que ofrece a todo mejor postor. Agradecemos el gesto fortuito del performer y le aplaudimos hasta las lágrimas por la existencia de todo este caer radiante de estrellas.

    Así es: un incesante caer de estrellas en la nada es un libro de refrescante poesía que todos debemos leer: dejarlo en el buró un rato para charlar, regresar a él, disfrutar sin prisas, sin tropiezos, sin fastidio ni quebranto. El libro es interesante, inteligente y subversivo: sublime, bello, valiente, épico, fuerte, estruendoso, escandaloso, cachondo. Se antoja todo: se antoja comérselo a puños: –si no es que ya nos lo comimos– y diluirlo entre los brazos para sentirlo bien bonito en su musicalidad, en el tintinar de cada una de las palabras en los rincones de sus líneas, que son de un lenguaje supremo, limpio, exuberante, candoroso, crudo también, real y que te deja pensando por horas, días y semanas: años luz.