En nombre de la seguridad nacional miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal, la de los desaparecidos; palabra, triste privilegio argentino, que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.
-Ernesto Sabato (1984)
“No tiene entidad, no está… ni muerto, ni vivo, está desaparecido”. Con estas palabras el general dictador argentino Jorge Rafael Videla definió, esa mañana de 1979, a los detenidos políticos que una vez “chupados” por “patotas” de las fuerzas armadas argentinas desaparecían del sistema de justicia, entonces tomado por la Junta militar que gobernaba Argentina.
Ni vivos ni muertos, sin entidad. Y así habrían quedado de no ser por la tozuda voluntad de madres y abuelas que, organizadas, deambularon por parroquias, comisarías, ministerios y plazas: están, desaparecidos, pero están interpósita persona: le faltan a alguien, alguien los reclama, la presencia de este que pide por aquel es médium de “los fantasmas” de quienes desaparecen, y el Estado debía responder.
Volvamos a México, año 2020. Al día de hoy, según cifras que brinda el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, se registran más de setenta y tres mil personas desaparecidas en el contexto de la violencia del crimen organizado y la “guerra” que contra este inició a finales de 2006 el entonces presidente Felipe Calderón. Al menos, la cifra real quizá nunca se sepa. Setenta y tres mil personas pasaron a habitar la “tétrica y fantasmal” categoría de desaparecidas, ante una aparente indolencia de las instituciones de justicia de nuestro país y de la sociedad en general. Es comprensible, son demasiadas cifras: feminicidios, personas en pobreza extrema, niños huérfanos, muertos por Covid-19… Y sin embargo, aquí, junto a nosotros, “un mundo de personas desaparecidas”, como dice Josefina de León, buscadora y fundadora de la Red de Desaparecidos de Tamaulipas, cuya hija, Cynthia Mabel Pantoja de León, desapareció en abril de 2012 tras salir de la casa de unos amigos a donde había ido a departir.
Un mundo de personas desaparecidas…
Es precisamente Josefina de León con quien las periodistas Celia Guerrero y Mayela Sánchez inician, junto con Perifónicas y Bajo Tierra, la vida de un podcast necesario, sin importar si nos encontramos o no en medio de una pandemia, acaso urgente: “El agua hablará”. En esta emisión vía internet se dará cuenta de las historias de búsqueda de personas desaparecidas, en cuerpos de agua. Por años mujeres y hombres de todo el país se han autoeducado en búsqueda forense y hallazgo de restos en fosas clandestinas en todo tipo de suelo. De Guerrero a Sinaloa han recorrido por tierra terrenos abandonados, laderas, baldíos, tiraderos siguiendo pistas y rumores… hasta que la búsqueda los ha llevado al agua.
Treinta y cinco minutos y doce segundos les toma a Celia Guerrero y Mayela Sánchez presentar a Josefina de León y la búsqueda que ella ha organizado en la Presa Vicente Guerrero, en Padilla, Tamaulipas, a donde la ha conducido la pesquisa de sus compañeros. Ni siquiera busca a su hija, esta vez acompaña a un familiar que tiene la sospecha de que su “desaparecido” está bajo el agua, porque se rumoró que allí lanzaban cadáveres enmallados y amarrados a tabiques. Entonces, una periodista acompaña a la brigada de funcionarios, buscadores y peritos que se disponen a buscar aguas adentro. Si en tierra las dificultades técnicas y la negligencia burocrática han entorpecido una y otra vez la búsqueda, y han orillado a familiares a especializarse en el rastreo de cadáveres, restos humanos e indicios, en agua las cosas se complican aún más. Es la primera vez que Josefina de León busca en agua; deberá aprender, volver “como al principio”, dice ella al borde del llanto, cuando tuvo que aprender a rastrear por tierra a su hija Cynthia, y con ella a los miles de desaparecidos.
Si los drones son los ojos de los rastreadores en campo, las cámaras de pozo lo son en agua, y los funcionarios de la fiscalía estatal apenas están capacitados para usarlas. Un día toman algo, al día siguiente la cámara se apaga, luego abandonan el “indicio” por meses; no gestionan los permisos para transitar en propiedad privada, tardan horas en comenzar. El clima es enemigo de la búsqueda, las condiciones del agua son en extremo susceptibles de modificarse, así que el tiempo apremia. Josefina de León lo sabe y se desespera. Acude entonces a solicitar el auxilio de quienes mejor saben buscar en agua: arqueólogos subacuáticos, quienes tras la insistencia de Josefina aceptan ayudarles en tiempos libres… ¡ocho meses después del hallazgo del primer indicio!
Al traer a colación la dictadura cívico-militar argentina se pensaría que el caso de México es diferente, y es verdad. El Estado no desaparece sistemáticamente, como lo hiciera la Junta militar, a militantes de izquierda y otros actores político-sociales. Estos desaparecidos son “levantados” por cárteles, provienen de extracción varia y, en general, nada tienen que ver con la actividad delictiva… pero es verdad que en ocasiones fuerzas de seguridad del Estado participan de estos levantamientos (tal como se ha documentado hasta el cansancio) o las autoridades no actúan en consecuencia ante las denuncias. La negligencia en la capacitación de la burocracia del sistema de justicia mexicano ha contribuido, sin duda, a que la lista de personas desaparecidas se engrose año con año. Ni qué decir de la respuesta de búsqueda y localización. A estas alturas hay más expertos entre los familiares de personas desaparecidas que en las fiscalías… “hasta ellos han aprendido qué hacer” en tierra, dice “El agua hablará”.
En este momento dudo de si las autoridades, funcionarios y funcionarias de justicia, saben de la responsabilidad que guardan para con las familias. Desconozco si cuando, allá en 2006, se lanzó el grito de guerra con el narco se contempló que esto podría ocurrir, que legiones de personas resultarían borradas, como tragadas por la tierra… y el agua. Dudo que comprendan el alcance de este delito (que alcanza ya cifras de genocidio) y que comprendan cuál es su obligación de respuesta ante ello. Pero más grave todavía: dudo de que la sociedad mexicana comprenda la dimensión de esta herida, de esta gravísima situación.
Para cuando despertemos de la pandemia por coronavirus, cuando los setenta y tres mil desaparecidos se desborden de la tierra y del agua, entonces veremos ese mundo de personas desaparecidas, “¿a qué hora pasó todo esto?”, se pregunta Josefina de León. Estábamos dormidos, quizá, viviendo un mundo paralelo. Cuando la escucho decir que piensa “ponerme en pelotas en el congreso” para salir en las noticias de todo el país y del mundo, algo me arde en los ojos. Deberíamos, desde hace mucho tiempo, estar con ellos y ellas, palas en mano, con drones y cámaras, lámparas, lanchas y sogas, levantando las piedras y metiendo las manos al agua como los arqueólogos subacuáticos para encontrar a Cynthia, a Yosimar, a Diego… Y ayudar así a las y los buscadores de personas, que ya no pueden más de cansancio, de dolor.
El podcast “El agua hablará” está disponible en esta liga: http://www.bajotierramedia.com/
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