Como ya todo el mundo sabe, en México, hace unos cuantos días el Partido Acción Nacional hizo un relanzamiento de su ¿marca? Honrando la tradición cocacolera que tan buenos frutos le rindió a su excandidato en el año 2000, esta facción política ha comenzado una nueva campaña de branding cuya mayor novedad, si no es que la única, es la imagen en su logo: acrónimo en letras itálicas azules en medio de dos arcos atravesados por una línea blanca. Queda claro que los líderes del partido están enfocados en aprender de sus errores y de los aciertos de sus adversarios, por lo que “menos es más”: austeridad ante todo (quiero imaginar que este logo significó una buena oportunidad para que alguna persona de prácticas profesionales que cursa el segundo semestre de Diseño Gráfico aplicara sus conocimientos de la clase de Semiótica I).

Patri-arcado, familia-cocacola y libertad-de-crédito, los tres pilares de la construcción del México de fin e inicio de milenio, diseñados desde las élites intelectuales de la tecnocracia priista dominante a partir de los años ochenta, y que no se cansó de sabotear al país, hasta que la gente ya no tuvo más remedio que mirar para otro lado. Ese cambio se supuso bajo la etiqueta de la “alternancia política” y fue el eslogan efectivo para la campaña de Vicente Fox, un personaje carismático que aparentaba ser una persona común debido a su lenguaje coloquial y pintoresco, aunado a su uso de botas vaqueras, jeans y camisas sin corbata, desabotonadas y arremangadas en sus mítines. La imagen funcionó y ganó la simpatía de los votantes que habían atravesado ya cuatro sexenios de devaluaciones y crisis económicas bajo el régimen tecnócrata priista.

A estas alturas ya no debe ser noticia que la tal alternancia en realidad fue pactada desde el inicio del gobierno de Zedillo con su entonces homólogo, Bill Clinton; otro personaje que también pretendía ser el cambio en su país, hasta que tocó los intereses de Phillip Morris y ellos le mandaron a hacer cunnilingus en la Casa Blanca. “Pero esa es otra historia”, decía la Nana Goya en un anuncio publicitario de aquellos mismos años finales de los noventa.

Como decía, la dichosa alternancia en el gobierno de México fue el costo del rescate financiero del infame “error de diciembre” de 1994, por enésima ocasión, a partir de un préstamo millonario de los EEUU, al más puro estilo del actual villano favorito argentino, Javier Milei. Endeudar un país latinoamericano parece ser el nombre de una asignatura o un doctorado en economía en Yale, Harvard, Chicago, el MIT, etc., ya que nuestros eminentes egresados (Jaime Serra Puche, Pedro Aspe, Herminio Blanco o Luis Ernesto Derbez) no dudaron en hacerlo mientras tuvieron que tomar decisiones en la administración pública. Los gobiernos de la alternancia panista, como buenas pick me, se alinearon a las condiciones económicas establecidas por sus antecesores y, a cambio de tantita aprobación, aceptaron recibir la carga de la papa caliente de esa deuda y del desastre económico de Zedillo, en el que sería, cual saga de Rápidos y furiosos, el siguiente episodio de rescate financiero: ¡sorpresa, nos gastamos sus ahorros y ahora tienen que pagar nuestras deudas!, aka Fobaproa.

Lo que más sorprende es que la gente parece no recordar nada de esto. Lo mismo las personas de entre 20 y 30 y tantos que las de 40 a 60 y tantos muestran su enojo con la ocupación extranjera en otras latitudes, o sobre la violencia desatada por los negocios del narcotráfico y otras actividades delictivas relacionadas, como la trata de personas, los secuestros, los mercados de órganos, etc. Y está muy bien que sintamos enojo y lo demostremos, que nos sintamos cansados de vivir amenazados y temerosos, pero no deberíamos olvidar las causas reales de este desastre de país y del Estado fallido en que sentimos que vivimos. Dichas causas están en los modelos neoliberales que desfachatadamente ensayaron en nuestra carne esos economistas políticos que pertenecen a una élite que hoy llora porque sienten que se les está quitando la oportunidad de estar al mando, y lo que les da miedo es que su descendencia pierda el estatus que por generaciones se han solapado mutuamente. “Chillan por nada”, se dice vulgarmente, ya que no tienen justificación sus peroratas ni sus rabietas mediáticas. Lo peor es que haya gente que les secunda, aun cuando no pertenece a dicha élite, pero, justo como las pick me, está empecinada en aparentar algo que no es con tal de sentirse aceptada. 

“Patria, familia y libertad”, el “nuevo” eslogan del panismo no es otra cosa que una coca dosmilera en envase retornable: el mismo plástico, el mismo daño al organismo, la misma cantaleta y la misma idea de que todos deberíamos querer el mismo modelo de vida que a ellos les gusta: la imagen de un país que canta el “Cielito lindo” con un sombrero de charro; la fantasía de una familia de anuncio de publicidad o de aparador; la promesa de que todo eso se consigue si sacas tu tarjeta de crédito e inviertes en tu afore. Detrás de estas tres ficciones, la idea es que si le apuestas al mercado, es decir, a las empresas transnacionales, vas a la segura y todos vamos a ganar. Hay que recordar que tenemos más de 40 años de experiencia de ver que no es cierto, que eso nunca funcionó y que cuando revives a los muertos, como en Frankenstein, la novela original de Mary Shelley, no la versión catequizada de Del Toro, estos viven consumidos por la culpa, pero eso no los detiene de hacer daño y matar en caso de sentirse impotentes. Esa fue la razón que los llevó a iniciar la guerra que hasta nuestros días se vive en la mayor parte del territorio mexicano.

Mejor harían los panistas en poner más cuidado dentro de su propia casa, comenzando por honrar las pérdidas de tantas personas en el estado de Guanajuato, su principal bastión político e ideológico, en lugar de pretender jugar a Dios consigo mismos, lo cual, supongo, en mi calidad de laico, debe ser bastante impío y herético. Que muestren algo de respeto por sus muertos y dejen a las momias donde están, que ahí están bien, con su fama y sus visitantes, siendo lo que son: un cuento inofensivo con atractivo turístico. Tal vez así, cuidando de sí mismos y de los otros, escuchando, acompañando, curando, empatizando y compadeciéndose de todo el daño que le han provocado a su propia gente, puedan recuperar su espíritu y, quizás, ya ni caso tenga que vuelvan a la absurda y sucia arena de la política o, mejor, vuelvan verdaderamente impulsados por la simpatía de su gente renovada. En fin, solo estoy suponiendo.