A la memoria de JGRC
No tendré jubilación
y mis hijas,
aún no concebidas,
no conocerán a las jirafas.
A pesar de ello,
en horas de oficina,
entre llamadas y reuniones eternas,
o cuando transite por las calles
entre luces rojas,
pienso que un día,
bajo las cobijas de tigre
y con una lámpara encendida,
sus largos cuellos
serán motivo de especulación.
Pasaremos noches enteras
pensando en sus manchas,
en la geografía de sus formas,
en su color amarillo parduzco,
en lo particular de sus lunares.
Los días soleados de asueto
miraremos al cielo,
y tratando de estirarnos cinco metros,
alzaremos las manos llenas de hojas acacias
ofrendando alimento.
Absortos, viendo las nubes
y el azul del cielo,
imaginaremos sus pequeños cuernos,
el rumiar de su boca,
el negro de su lengua
y,
cerrando los ojos,
escucharemos
su canto.
Las tardes de viento
subiremos a la azotea
y esparciremos semillas
para que recorran
los 12,314 kilómetros
que nos separan
del desierto de Chad.
Estaremos en silencio
durante 30 horas,
esperando noticias de África,
anunciando el milagroso
nacimiento de jirafas.
Por las noches,
vestido aún con la camisa de la empresa,
les contaré que los romanos,
aquellos antiguos dueños del mundo,
pensaban que las jirafas,
ahora extintas,
eran una mezcla de camello y leopardo;
alargando el cuello y sacando la lengua,
a carcajadas reiremos.
Lloverá, las gotas caerán inarmónicas,
y pensaré en el correr de una estampida de jirafas,
les gritaré a las niñas
y juntos,
en la ventana,
veremos cómo,
espantadas,
las jirafas correrán en manada levantando polvo
tras su paso.
Sus movimientos nos parecerán graciosos,
los largos cuellos se balancearán
para que no les gane el peso,
las patas delanteras se alzarán hasta el pecho,
y las traseras darán de brincos.
Y entonces les diré a las niñas:
al igual que nosotros,
las jirafas tienen siete vértebras cervicales,
cada una siete veces más grande que las nuestras.
El agua que dejará la lluvia
hará que el olor a tierra renazca,
pensaré en los 200 centímetros que separa
el cuello de la jirafa de este olor
y me llenaré de tristeza,
pero en silencio, estoico, miraré al horizonte.
II
En su libro: Filosofía zoológica, de 1809,
Lamarck menciona a las jirafas,
dice, entre otras cosas,
que sus largos cuellos,
son el resultado de una evolución
por transmisión de caracteres adquiridos;
50 años después, Darwin lo desmintió.
Cosas de científicos.
Pienso que las niñas, en sus aproximaciones teóricas sobre este caso,
mencionarán que es el resultado de querer alcanzar las nubes
y que, tras lograrlo y saber el capricho de sus formas,
les fue retirada el don del habla.
Estudios genómicos actuales
afirman que,
el largo cuello de las jirafas
es producto de un sinfín de mutaciones.
Llama la atención que en tan pocos genes seamos diferentes.
Revisando los 3,810,000 de resultados -hasta hoy-
que hay en Google sobre las jirafas,
me entero de que los primeros restos fósiles
de los jiráfidos hallados,
es reciente;
apenas cuando tenía 37 años,
antes de que empezara a pensar en mi pensión,
de que llevará a diario mi comida en tóperes especiales
y que en mi oficina estrenáramos horno de microondas.
Los restos encontrados tenían cuatro cuernos
y vivieron hace 9 millones de años;
estos primeros jiráfidos serían los abuelos
de las actuales jirafas.
Las niñas, así como las jirafas,
no conocerán a su abuelo,
no sabrán de su avispada calma,
de su peculiar caminar,
ni de su presente silencio.
Tampoco sabrán que,
de ese hombre que fue su abuelo,
heredarán su altura,
y quizá,
su porte, belleza y templanza.
Sin en cambio, sí conocerán a su abuela,
-eso espero-
verán en ella, la belleza del okapi,
-un jiráfido de menor tamaño-
lo peculiar de su pelaje,
la inteligencia y agilidad de sus movimientos
y la agreste fuerza de su mirada.
III
He leído que el nacimiento de las jirafas
no es nada amable;
que el embarazo dura de
425 a 465 días,
aproximadamente 15 meses,
y los recién nacidos caen hasta dos metros altura;
tras varios minutos de constante lucha,
logran ponerse de pie.
Yo no sé si las niñas vendrán juntas
o nacerán por separado,
no sé si el embarazo será de 37 o 42 semanas;
si el parto será normal, en agua o por cesárea,
o si tendremos que ir a un hospital público
o tendremos que endeudarnos en uno privado;
no sé si su puntaje Apgar superé el permitido de 7 puntos
o si su primer llanto sea silencioso como el de las jirafas.
No sé, tampoco, si su futura madre,
estará, como yo ahora, tan nerviosa,
pensando en todo lo que no espera.
Lo que sí sé
es que, aun endeudado, cada mes de embarazo cumplido
estaré junto a ellas
cantando canciones inventadas,
midiendo la humedad del ambiente con mi lengua,
alimentándonos de acacias juntos y
pensando,
en el mejor tiempo para mirar el horizonte.
Lo que si sé, es que cuando estén aquí,
en mis brazos,
pasaré horas viéndolas,
revisando que su respiración sea normal,
que su coloración de piel sea el adecuado,
que su temperatura siempre esté regulada
y que,
sus corazones
sean tan fuertes como los de las jirafas.
Lo que si sé, es que
mientras estén dormidas,
las veré discretamente,
rumiando mil formas de hacer que sean felices,
me pasaré horas viéndolas y siguiéndolas con la mirada
esperando a que voltean con esa sonrisa que llenará todo el espacio.
Lo que sí sé, es que un día,
correremos por la pradera.
Las jirafas usan sus cuellos para defenderse;
también lo usan durante el cortejo,
las jirafas macho tienen que librar una pelea
en el que su cuello será la lanza y el escudo.
Después de ganado el derecho,
con la jirafa hembra
los roces serán caricias
y los golpes, deseo.
Aun no conozco a la que será
la madre de las niñas,
especulo día a día con su presencia;
he de confesar que,
por temporadas,
caminando por la calle
o por algún estacionamiento
de un centro comercial
la siento en el aire.
Ahora,
parado frente a la ventana
en uno de los rascacielos de la ciudad,
y esperando a entrar a la sala de juntas
observo el cielo vacío, pensando
en que las jirafas duermen de pie
y que no son capaces de abrazar sueños profundos.