Tres de las editoriales mexicanas más importantes del país hicieron una campaña de donación y juntaron alrededor de un millón de pesos. La UNAM convoca a editoriales para coeditar. A cada proyecto le puede destinar hasta 100,000 pesos. Durante años los programas de apoyo a la edición (PROTRAD, Coediciones de CONACULTA, etc.), apoyaron a proyectos individuales hasta con 250,000 pesos. Algunos un poco más, otros un poco menos.
Para recibir cada apoyo uno debe competir con muchos otros editores tan buenos como uno. No alcanza para todos. Así el reparto de la pobreza para la edición en México. Y eso por no hablar de la danza, el teatro, el cine…
Por otra parte, de 2013 a 2018 CONACULTA y luego la Secretaría de Cultura le compra a Letras Libres 7,500 suscripciones. Cada año, o sea 45,000. Más de 13 millones de pesos. Nexos tuvo una fortuna similar, 7,000 ejemplares por año. Sin hablar de otros ingresos por capacitación (?) a servidores públicos y publicidad…. En total, más de 200 millones a la editorial de Krauze, más de 140 millones a la editorial de Aguilar Camín, durante trece años. ¿Dónde se consiguen esos contratos? ¿Cuándo salieron esas licitaciones? ¿Cómo se sostienen esos «tratos» durante una década? ¿Cómo se justifica que toda la burocracia cultural (si es que allá fueron a parar esas miles de suscripciones) reciba de regalo precisamente esas revistas y no, por ejemplo, Yaconic, La tempestad, Picnic, Emeequis, y tantas y tantas otras? (a propósito, algunas de estas ya no existen).
Y pese a que no estoy de acuerdo en que el gobierno gaste miles de millones de pesos en publicidad (el gobierno de Peña Nieto gastó poco más de 60,000 millones de pesos, según Artículo 19. Ni siquiera sé cuántos ceros lleva eso), alguien podría decirme que es importante que el Estado informe a la gente lo que hace y lo que no hace, y que muchos medios de comunicación reciban anuncios o compras del gobierno les permite sobrevivir. De acuerdo, y en países con bajo poder adquisitivo, bajos índices de lectura y pésima distribución de libros y revistas, las compras del gobierno lo son todo. Hay mucho que discutir aquí, pero pongamos que está bien mientras no seamos otro tipo de sociedad. Medios como, por ejemplo, Animal Político han recibido compras de gobierno, y aunque fueron exhibidas por ello durante el presente sexenio, no había nada que reprochar ahí: contratos licitados, contratos dados. Además, a decir del director de AP, lo que recibieron fue solo 0.02% del gasto de publicidad del gobierno de Peña, unos siete millones de pesos. Este dinero y el resto, que se repartieron sobre todo las dos televisoras y los principales diarios del país, provino del presupuesto asignado (y sobrepasado en poco menos de 500%) a publicidad. Es un gasto obsceno, no es ilegal, no es indebido, pero es obsceno en un país como el nuestro.
Un día debatamos si el gobierno debe gastar en esto. Y si los medios no deberían estar obligados a darle un espacio al estado cada tanto, para cosas esenciales. Por ahora, simplemente nos queda decir: así está diseñado el gobierno ahora, el Congreso aprueba un presupuesto para pagar anuncios, el gobierno lo ejerce, los medios ganan poco o mucho. Pero el caso de Letras Libres y Nexos me provoca algo más, una insatisfacción más personal, quizá porque soy editor, porque llevo años pidiendo apoyos, porque he visto cómo los proyectos culturales nacen, luchan, se desangran, desaparecen.
Un proyecto cultural (una revista, una editorial, una compañía de danza) nunca ve tanto dinero junto: si un editor gana algo que supere los 500,000 pesos, nos sentimos en jauja. Cincuenta o sesenta proyectos suspiran por el poco presupuesto asignado a cultura, 100 creadores viven un año con becas de ocho mil pesos al mes, etcétera.
Y así, sin más, dos proyectos, dos revistas culturales, Letras Libres y Nexos (ligadas, a su vez, a dos editoriales: Clío y Cal y arena) se llevan, sin concursar, 200, 300, 400 veces más, de forma injusta, continuada, injustificable. Admiro y leo a gente que trabaja y escribe en ambas revistas, y estoy convencido de que ambas han sido fundamentales para la cultura en México y que pueden seguirlo siendo porque me consta que sus editores son serios, que su compromiso intelectual es real. Pero invito a quienes se han quejado del «golpe» a esas dos empresas editoriales que vean el tamaño de la injusticia que ocurre aquí, no estaría mal al menos un poco de autocrítica. Ya sabemos que el Krauze de los ochenta que confrontaba a Carlos Fuentes por sus novelas burguesas y el Aguilar Camín que, por las mismas fechas, confrontaba a Paz y defendía el triunfo electoral sandinista se han ido y ya no volverán. Pero ellos llevan al menos veinte años ostentando el poder cultural y este gobierno apenas veinte meses –tal y como nos lo recordaron en el infumable desplegado “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”, también carente de la mínima autocrítica‒. Y no somos ingenuos. Ahora le toca responder a Letras Libres y a Nexos porque obvios contrincantes ideológicos del presidente. La liberación de estos datos sobre publicidad lleva cola. Pero la cola no quita la evidente inequidad ni disipa la sospecha sobre el acceso a esos recursos, casi imposible para casi todo el mundo.
Al final, hay una dura lección en todo esto. La cultura en México está de pie sobre ese hielo quebradizo llamado presupuesto del gobierno. Los editores no vivimos de lo que compran los lectores, sino de los apoyos y las coediciones con universidades y otras instituciones. Las revistas no sobreviven de las suscripciones (tal vez de siete mil, sí), sino de los anuncios (muchos, del gobierno). Los creadores no viven de sus obras, sino de las becas. ¿También es hora de discutir cuál es nuestra responsabilidad como actores culturales al haber entregado nuestra estabilidad financiera –y con ella, buena parte de nuestra independencia– a la buena voluntad del gobierno en turno?
«El país maltrecho de principios de 2020 había dejado su lugar al país catastrófico en que estamos», dice el Aguilar Camín de los 140 millones en su columna de hoy. Debe estar muy atribulado por su futuro.
NOTA FINAL: Letras Libres respondió, en un comunicado, a la divulgación de los datos que dio a conocer el gobierno y que yo uso en este breve artículo. La respuesta de la revista y de su director es esquiva y demagógica –el priismo en su tinta‒. Es decepcionante para venir de donde viene, podrían hacerlo mejor. Resumen: “el gobierno nos ataca porque con eso distrae la atención de sus incompetencias; además, recibir dinero por anuncios y compras no es ilegal”. No, no lo es (aunque debería serlo). Es inmoral. Como siempre, la élite está bien lejos de la vida cotidiana: si ellos supieran cuánto cuesta a los mortales obtener recursos del gobierno… Si tuvieran que jugar el juego que todos jugamos persiguiendo el acotadísimo presupuesto de cultura. Pero no. Hay una cancha distinta para ellos. Y de eso, de las cantidades inimaginables que reciben, de la extraña forma en que ellos pueden acceder a esos contratos (sí, legales, sí) año tras año durante al menos una década… De eso ni una palabra. Además, la mayoría de los medios importantes ni siquiera le dedicaron una nota al asunto (por qué será), vaya tremenda distraccion que va a resultar.
Y al pronuncimiento de PEN sobre el caso Nexos (“PEN Internacional llama al gobierno de México a detener la constante estigmatización y sanciones desproporcionadas a medios de comunicación, acciones que promueven el silencio, la parcialidad y limitan el libre ejercicio de la libre expresión y el derecho a la información”), le diría: un atentado contra la libertad de expresión es que una parte del presupuesto de una secretaría dedicada a la cultura se destine de forma discrecional a unas pocas revistas culturales (de un mismo carro ideológico, qué casualidad) mientras otras desaparecen por falta de recursos. A revistas que, a decir de ellas mismas, no necesitan esos millones porque reciben más dinero de otros anunciantes y de sus fieles subscriptores que del gobierno. Vaya.