“El pasado quedó atrás” parece ser el nuevo (viejo) discurso de la derecha. Ahora, lo que importa es ver los fallos del presente, condenar cada estrategia y hacernos olvidar que el pasado fue gobernado por ellos y que cada acción (privatización, guerra, rescates bancarios, corrupción, etc.) que realizaron es el resultado del presente.
Las narrativas políticas del presente se caracterizan por ser relatos estratégicos que políticos y partidos usan para movilizar, legitimar su poder y construir identidades colectivas. Se basan en contar historias que conectan emocionalmente con la ciudadanía, a menudo simplificando la complejidad de los hechos políticos para crear un sentido de propósito y dirección. Este «giro narrativo» hace que las historias sean más influyentes que los argumentos técnicos, transformando la política en una competencia de quién cuenta la mejor historia. Se extienden a través de múltiples plataformas en donde se apela más a la emoción que a la razón para generar un impacto duradero en la audiencia. Estas narrativas establecen divisiones entre “héroes” y “villanos” (“fifís” y “chairos”), creando enemigos arbitrarios para consolidar el poder y controlar a la población, mediante la estigmatización de actores opuestos.

Estas estrategias de centrarse en el presente y borrar el pasado tiene un paralelo inquietante con 1984 de George Orwell, que presenta, entre otros tantos temas, como un régimen totalitario perpetúa su poder mediante un control absoluto sobre la verdad y el pasado. La novela muestra cómo se manipula la verdad y se crea un enemigo permanente para legitimar la “autoridad”, reflejando las estrategias actuales de la derecha, en las que la desinformación y las narrativas construidas moldean la política y la sociedad.
Ejemplos recientes de creación de enemigos políticos en América Latina incluyen el uso del “anticomunismo” renovado por la derecha latinoamericana, que combina la acusación de comunismo con la criminalización, como se observa en países como Venezuela y Brasil. Políticos de derecha también han fomentado sentimientos xenófobos y racistas para discriminar a ciertos grupos y así fortalecer su base de apoyo. Por ejemplo, figuras como Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina han utilizado discursos para polarizar y señalar enemigos políticos claros, a menudo relacionados con movimientos de izquierda o gobiernos progresistas. Al mismo tiempo, el Estados Unidos bajo Donald Trump ha etiquetado a países como Colombia, Venezuela y Nicaragua de “enemigos” por sus políticas socialistas y alianzas internacionales, y ha impuesto sanciones que aumentan la tensión y la polarización en la región.

Cruzar las narrativas políticas del presente con la obra de Orwell revela cómo muchas tácticas de control, manipulación y vigilancia descritas en 1984 todavía son relevantes y visibles en la actualidad. Las disputas discursivas, la construcción de enemigos, la manipulación del pasado y la posverdad política son elementos que convergen en ambos contextos, lo que alerta sobre los riesgos de perder la democracia y la verdad objetiva en manos de regímenes autoritarios o discursos polarizantes.
Una de las estrategias principales para mitigar la polarización consiste en fomentar la educación mediática, lo que permitiría a las personas cuestionar y analizar críticamente la información que reciben. Esto contribuiría a reducir la vulnerabilidad frente a manipulación y desinformación, reduciendo así el impacto de las narrativas de derecha.
La comunicación transparente y la rendición de cuentas también son elementos claves para contrarrestar la fabricación de enemigos en política. Cuando los gobiernos y las instituciones son abiertos con la sociedad y ofrecen información clara, se reduce el terreno fértil para que se propaguen rumores o discursos polarizantes. Al mismo tiempo, fortalecer medios de comunicación independientes y responsables es crucial para garantizar una cobertura equilibrada, plural y alejada de la confrontación constante que agravaría la división social.

Herramientas tecnológicas —las redes sociales, por ejemplo— han intensificado la polarización al permitir la multipolarización de opiniones, pero también abren oportunidades para la comunicación bidireccional y la construcción de narrativas más democráticas. El reto está en gestionar estos espacios para fomentar la participación ciudadana y la escucha activa, evitando caer en la proliferación de discursos de odio o fake news que alimentan la construcción de enemigos políticos.
La obra de Orwell sirve de espejo para entender cómo la polarización y las narrativas de confrontación política que vemos hoy pueden socavar la democracia y la libertad, lo que evidencia la necesidad imperiosa de promover comunicaciones éticas y constructivas en la esfera pública. Para proteger las democracias y fortalecer el tejido social es indispensable transformar la manera en la que se comunica la política, priorizando la veracidad, el respeto y la inclusión. Solo así será posible superar las divisiones profundas y construir sociedades más justas y cohesionadas.
