En esta época en la que parece más cercano el fin del mundo que el fin del capitalismo, la obra de José Luis Cuevas (México, 1975) cobra un valor especial por remover al espectador de su comodidad. A pesar de la belleza casi pictórica de sus fotografías, éstas no producen bienestar, sino una cierta perturbación del ánimo. Más que discursos, Cuevas nos comparte terror y desasosiego; emociones que subvierten la manera en que concebimos el cuerpo, la sociedad, la naturaleza y la fe.
La obra de José Luis Cuevas es una indagación filosófica sobre un soporte fotográfico, pensamiento (y sentimiento) expresado a través del ojo. Sus temas se sirven de aquello donde se refugia el hombre vapuleado por un dios inclemente u omiso: el alcohol, el porno, las sectas religiosas y el morbo de la nota roja. Sus reflexiones fotográficas nacen de la sociedad del trabajo y la deshumanización, buscan una respuesta al misterio de la existencia, del cuerpo; y una liberación del capitalismo más brutal.
En Nueva Era (2016) ensaya un discurso sobre el fin del mundo. El fotógrafo capitalino se dedicó en primera instancia a disparar su flash sobre creyentes de sectas, cultos satánicos y exorcismos. Luego visitó lugares reducidos por el fuego y, por último, capturó la naturaleza y el cuerpo en un sentido idílico, paradisiaco. De ese modo, Cuevas generó un discurso sumamente personal acerca de la perdición espiritual de nuestra civilización, su destrucción y renacimiento. Su oscura imaginería remite a la intuición de un miedo tan antiguo como la carne que habitamos: el fin de todas las cosas. La nueva era llegará cuando los dioses reconozcan nuestro extravío y arrasen con nosotros. Un hecho quizá no muy lejano.
Su metodología expone la fragilidad de la fotografía como documento. Cuevas suele documentar hechos de la realidad social que, en el alambique de la luz, transforma en símbolos de una imaginación poderosa. Y se agradece que no necesite recurrir al statement para entregar su mensaje con una claridad espeluznante. En el caso de Nueva Era, el método documental adquiere un significado de mayor profundidad cuando se articula como una ficción. Esta serie fue publicada en forma de libro por RM y se ha exhibido en el Centro de la Imagen (2018).
Ya desde el inicio de sus trabajos fotográficos, mostraba una sensibilidad proclive a la crítica de la actualidad. En El hombre promedio (hombres trabajadores de entre 40 y 60 años) Cuevas observa una tragedia tan ensordecedora y constante que no podemos percibirla. La desgracia del ser humano lleno de pasiones que apuntan a lo sobrenatural se apaga en cualquier empleo en el que intercambia su energía vital por dinero. Las expresiones de sus modelos son vacías. Si acaso algo manifiestan es tedio.
De la misma rama se desprende El hombre que cae, una serie de imágenes entre la fotografía y el cine en la que uno de sus modelos agacha la cabeza al tiempo que la luz se va extinguiendo. Al fondo, circulan los automóviles en ese movimiento urbano que nunca termina, aunque la carne sufra, se desgaste y muera en plena calle. Este es el hombre que se apaga, el que mengua. El hombre que soporta el peso de las finanzas públicas y el capital. El que comienza con un rostro y termina sombra, fatiga, nada.
En su libro Sobre la resistencia de los cuerpos (Chaco/Cabeza de Chorlito, 2018) entra de nuevo en los grandes temas. La encarnación. La maquinaria que viste la conciencia. La fragilidad (y la fuerza) de la carne. En paralelo también habla sobre el mecanismo capitalista que la utiliza y luego la desecha cuando se vuelve obsoleta.
Los sujetos que aparecen en esta serie son en sí una declaración de principios: son el opuesto de las personas usadas por la publicidad para vender sus productos. Gordura, deformidad, cicatrices, lesiones… Cuevas toma como bandera las fisionomías que se salen de las buenas costumbres del arte y la publicidad para expresar la soledad y la violenta aridez del sistema capitalista en el que estas personas, sus cuerpos como máquinas, son materia desechable y obsolescente. Ellas mismas se rentan, se someten a ser tomadas por mercancía para sobrevivir.
El fotógrafo explica en el texto que acompaña su libro en relación a sus modelos: “Los retrataba desnudos, semidesnudos o vestidos con ropa negra. Sesiones de 150 a 300 fotos. (…) El acto en sí reinterpretaba un sometimiento autoritario. Un registro de desempleados y subempleados dispuestos a mostrarse por una remuneración económica”. Aquí no solamente la naturaleza es brutal: también el hombre ha creado un sistema social que mastica cuerpos.
La metodología de José Luis Cuevas se nutre cada vez más de la puesta en escena. Como lo hace el director de cine, él selecciona los sujetos que mejor se adaptan a la idea que surca su mente. Es capaz de localizar los personajes que su intuición le dicta, personajes que extrae del mundo de las sombras con su iluminación deliberadamente fría e implacable.
El video que se exhibió en la exposición Dos ensayos, en el Centro de la Imagen, muestra un pequeño grupo de personas caminando en una habitación blanca sin destino alguno, parecen desorientados, perturbados por haber abierto los ojos en un cosmos ignoto y violento. Como mosquitos atrapados en una lámpara, estos individuos se atropellan y miran a su alrededor en busca de una salida. Uno de los logros de esta obra es transmitir esa desesperación ontológica por vivir en una realidad cerrada, desconocida.
Sus nuevas series como Un cuervo come, un árbol crece, un hombre cae y las imágenes médicas que ha mostrado los últimos días en su Instagram (@jl.cuevas) serán materia de otras páginas.
La peculiar sensibilidad de Cuevas es capaz de descifrar el meollo de unos tiempos caracterizados por el miedo, la escasez, la guerra y la codicia. A veces da la impresión de que su obra incluye, además, una premonición macabra. Termina uno con la sensación de que la realidad está a nada de derrumbarse. Sin duda el costo de esta exploración artística debe ser alto para el autor, quien se ha sometido a la investigación del horror de primera mano. Y se agradece una mirada así de arrojada e inquisitiva porque a pesar de la abundante producción que se despliega en el arte contemporáneo para criticar el sistema económico-político, pocas propuestas gozan del poder y la belleza de la fotografía de José Luis Cuevas.