En una ecuación simple lo que está a la izquierda del signo de igualdad es igual a lo que está a la derecha, invertir los elementos no cambia este hecho; del mismo modo, la inversión en los elementos de la dominación no rompe la dominación en sí. Peor todavía: la alineación con y la reivindicación de los elementos que confrontan la dominación no solo no terminan con ella, sino que en algún punto la alimentan y perpetúan. A mi ver, esto ocurre en torno al movimiento de mujeres[1].

Son muchas las acciones de los movimientos de mujeres a lo largo de la historia que han transformado el estatus quo para beneficio de otras mujeres y han allanado el camino para lo que hoy pretendemos se convierta en el derrocamiento del patriarcado, o cuando menos la resistencia a su mediación: del derecho al voto y el ingreso a la escuela a la libre elección del matrimonio y la reproducción. Dado que el Estado reconoció en todo hombre libre (los esclavos podrían constituir toda otra máquina de guerra) al ciudadano por excelencia y fundó sus instituciones sobre esta premisa, la de que lo político, lo público, lo bélico es masculino-viril, ergo patriarcal, por siglos las mujeres apelaron a la ausencia de su calidad de ciudadanas. Por siglos, las mujeres quisieron participar de esta misma cualidad y ser el Estado.

Hoy, desde muchos lugares, miles de mujeres apelan al Estado como interlocutor al que buscan integrarse, en ocasiones para disputar poder (en partidos políticos y cargos públicos, por ejemplo) y en ocasiones para beneficiarse de sus acciones afirmativas (como la legalización del aborto, por ejemplo), y si bien podrían reivindicarse estas exigencias, resulta más que interesante imaginar un movimiento de mujeres por fuera del Estado, es decir, un movimiento de mujeres máquina de guerra, pues la máquina de guerra es por definición “exterior al Estado”.Devenir animales-guerreras. De hecho, no seré tramposa: estos movimientos existen, y más adelante hablaré un poco de ellos.

Todavía más: pensemos en un mundo de relaciones y encuentros máquina de guerra entre hombres y mujeres, hombres y hombres, y mujeres y mujeres, por fuera del Estado y de toda institución patriarcal: “Más bien sería como la multiplicidad pura y sin medida, la manada, irrupción de lo efímero y potencia de la metamorfosis. Deshace el lazo en la misma medida en que traiciona el pacto” [Deleuze y Guattari, Mil Mesetas, p. 360]. No sé si sea posible, si constituya una utopía, si es deseable; no debería escribir esto con tan pocas certezas, pero quiero pensarlo.

I. El psicosoma militar o un ejército dormido

En efecto, la forma-Estado gana algo esencial al desarrollarse así en el pensamiento: todo un consenso. Sólo el pensamiento puede inventar la ficción de un Estado universal por derecho, elevar el Estado a lo universal de derecho.

(Deleuze y Guattari, Mil Mesetas, p. 380)

En esta red nueva de relaciones no podemos invocar al Estado, porque este no puede quedar por fuera de las instituciones patriarcales, Él mismo es una de ellas; dicen Deleuze y Guatarri: “Se necesitan, pues, instituciones especiales para que un jefe pueda devenir hombre de Estado” (Mil Mesetas, p. 364). Con el nacimiento de los Estados nacionales nacen los ejércitos nacionales; una institución total que, bajo el resguardo de la división sexual del trabajo, se apropia del trabajo de soldados y ejércitos contratados antes al servicio de señores feudales (la palabra soldado remite al sueldo que los guerreros profesionales recibían) o del trabajo de esclavos que eran usados para la guerra. Y con los ejércitos nacionales nacen los hombres-soldados.[2]

Diría Rosi Braidotti que “…en Occidente el cuento legitimante de la nacionalidad se construyó sobre el cuerpo de las mujeres y sobre el crisol de la masculinidad imperial y colonial (Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, p. 60). Este nacimiento rompe la organización en linajes de la máquina nómada y constituye un orden jerárquico que los reorganiza según sus rangos. Se ordenan en cuadros y espacios limitados, todo lo opuesto a nuestra máquina de guerra, y sirven al Estado. Nace entonces en todo hombre un potencial soldado del Estado (lo dice nuestro himno nacional, por ejemplo), no solo un ciudadano, sino un soldado adherido al Estado o con el Estado adherido a él, “originado en la Revolución Francesa y ‘su filosofía de que todo ciudadano ha de ser soldado y todo soldado ciudadano’” (Conrado Hernández López, «Formación y función de las fuerzas armadas», p. 12). Los nazis gustaban de decir que las cunas de Alemania eran un ejército dormido, esta imagen perturbadora es quizá la realización máxima del Estado como apropiador del trabajo y la subjetividad, y como “monopolio de la fuerza” desde el nacimiento.

A esta subjetividad, la de la forma-Estado desarrollada como esencial en el pensamiento, tal como dicen Deleuze y Guattari, la llamo yo psicosoma militar; yo pienso en el sujeto soldado, ciertamente, pero extiendo su velo a la educación que reciben en especial los hombres desde hace generaciones, concentrada en la seguridad (y no en el cuidado), la defensa de los límites (como contrapuesta ergo a la máquina nómada) y la violencia. Nacida para dar muerte. Un hombre muralla china. Definida así, esta subjetividad puede encarnar, desde luego, en mujeres.

Y allá voy. Cuando decimos que las mujeres hemos de ser iguales a los hombres, ¿a qué igualdad se nos invita? Pongamos por ejemplo la apertura del servicio militar a ambos sexos. En esta acción afirmativa de “paridad de género”, como en ninguna otra, se juega la jugada maestra de la institución patriarcal como la conocemos: mujeres-soldados. Devenir-mujer dentro del Estado… o lo que es lo mismo: devenir-hombre de Estado. Pongo este ejemplo como para llevar al extremo una idea anterior: los hombres que ya devinieron-Estado lo han hecho interiorizando el psicosoma militar, esa subjetividad del Estado como dador de identidad, como dueño del estatus legítimo de la persona, dueño además de la guerra; subjetividad conquistadora, avasalladora, estatal, hiperconcentrada, como he dicho, en la seguridad y no en el cuidado, en la conservación y no en el flujo de las transformaciones. Subjetividad encarnada en esbirros de ella misma, defensores a toda costa de las instituciones patriarcales. Derrumbarlas, acaso, implicaría un apocalipsis del mundo como lo habitan.

¿Qué pasa con las mujeres guerrilleras como las que participaron en la guerra civil de El Salvador en los ochenta-noventa o las kurdas actualmente? Entramos en territorio de complejidades; si, como afirman Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, la disciplina es la característica de los ejércitos del Estado, ¿las guerrillas devienen-Estado una vez que replican la jerarquización y la disciplina de los ejércitos regulares? Para el caso de El Salvador tenemos una apropiación estatal de la máquina de guerra en tanto facciones de esta guerrilla hicieron gobierno y formaron partidos políticos. No es el caso de las militantes kurdas. Desde el Kurdistán “liberado”, hombres y mujeres kurdas han decidido no invocar la forma-Estado[3]  y han puesto en práctica un laboratorio de democracia directa confederada y ecológica, en el que los grupos armados se consideran autodefensas y rechazan el uso de los términos ejército o guerrilla. Volvamos a Deleuze y Guattari:

No es en una fábrica de alfileres donde primero se plantean los problemas del trabajo abstracto, de la multiplicación de sus efectos, de la división de sus operaciones: surgen primero en las obras públicas, y también en la organización de los ejércitos (no sólo disciplina de hombres, sino también producción industrial de armas)

(Mil Mesetas, p. 497).

Adenda: la guerra total nos ha mostrado que un ejército nacional puede traspolar sus límites espaciales y defenderlos en otros sitios. Véase a las fuerzas armadas de Estados Unidos en Oriente Medio. Pero esa es materia para otro momento.

II. De las montañas del Sureste mexicano a las calles de la ciudad

He comenzado con esta aplicación más bien burda para pensar en voz alta las complejidades que acarrea la exigencia de igualdad y las reivindicaciones del Estado, al menos como lo conocemos. Pero no quiero concentrarme solo en el militarismo porque una máquina de guerra no se refiere a una guerra o a un cuerpo armado, aunque volveré constantemente a estos ejemplos.

Pensemos en las marchas, performances, intervenciones y prácticas de la vida cotidiana de las mujeres que atentan en microcosmos contra el Estado: las mujeres de Sevilla bailando por tangos sobre la tumba de un represor, las mujeres nativas de Estados Unidos llegando a Standing Rock en Dakota para defender el cementerio sagrado, cuidando de las plantas medicinales; las mujeres parteras que se niegan a abandonar su práctica pese a la mala prensa que reciben de la medicina institucional en cientos de sitios…

De momento voy a dejar de leer con Deleuze y Guattari. Desde el feminismo comunitario también es posible plantearse luchas y movimientos de mujeres que bordeen al Estado o que directamente lo enfrenten. Julieta Paredes, referente boliviana de este feminismo, dice: “…no hay revolución cuando nuestros cuerpos de mujeres sigan siendo colonia de los hombres, los gobiernos y los Estados” (Julieta Paredes, Hilando fino: desde el feminismo comunitario, p. 39). Es decir, la meta no es la igualdad si la igualdad deja intacta a la estructura (y sus resortes) que perpetúa la relación de dominación de los hombres hacia las mujeres y de ciertas mujeres contra otras (las mujeres de la élite contra las mujeres indígenas, por ejemplo), la violencia desmedida contra niñas y mujeres, pero también los abusos del Estado hacia grupos específicos, como pueblos y comunidades indígenas, a lo largo del globo entero. O como lo plantea Rosi Braidotti: “Si la emancipación significa adaptarse a las normas, criterios y valores de una sociedad que durante centurias estuvo dominada por los hombres, aceptando sin cuestionar los mismos valores materiales y simbólicos que los del grupo dominante, entonces la emancipación no basta” (Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, p. 20). Ni emancipación ni igualdad bastan.

Antes de seguir cabe preguntarse: ¿qué es la igualdad?, ¿cómo se entiende esta palabra en medio de los movimientos de mujeres? Pensemos con Rosi Braidotti de nuevo cuando dice que no hemos sido humanos de la misma forma que quizá tampoco podríamos ser iguales de la misma forma. La nostalgia ante una catástrofe que tiene en decadencia al mundo o el anhelo de igualdad con los hombres atraviesa complejidades que es preciso discutir y que no debemos abrazar como la consigna central de un movimiento que busca el derrumbamiento de un modo de ser, estar, pensar, subjetivar, desear… el mundo.

Acaso el ejemplo de las mujeres militantes y de base social del Ejército Zapatista de Liberación Nacional también es revelador de cómo opera una máquina de guerra y nos muestra un movimiento de mujeres que no se define como feminista, pero sí como libertario. Un movimiento que comienza por dentro a remediar las disparidades entre hombres y mujeres, a combatir la violencia desmedida de hombres indígenas contra sus propias esposas e hijas. Este movimiento una vez que ha pasado por la crítica interna, puede enfrentarse al Estado, negociar con él y bordearlo después en un acomodamiento nomádico de su cuerpo sobre su territorio, la selva:

A la luz de esta violencia, las mujeres se organizaron para hacer frente a las fuerzas armadas. Formando una barrera con sus cuerpos, las filas de mujeres impidieron que los soldados ingresaran a sus comunidades, a veces empujándolos hacia atrás físicamente, a veces armadas con palos o piedras. En numerosas protestas y enfrentamientos con el Ejército, se escucharon las consignas de »¡Chiapas, Chiapas no es cuartel! ¡Fuera ejército de él!’ Las mujeres proferían insultos hacia los soldados; sus voces eran portadoras de la reprimida rabia de cuatro años de guerra de baja intensidad. Las diminutas mujeres indígenas lograron expulsar a los soldados fuertemente armados de sus campamentos de refugio, sus comunidades aisladas y de los bastiones zapatistas. Encararon con la furia y la determinación de las mujeres, los soldados no supieron cómo responder. En ocasiones, sorprendidos y azorados, giraron sobre sus talones y huyeron (Hilary Klein, Compañeras. Historias de mujeres zapatistas, p. 146).

Cuando digo que podríamos plantear una relación máquina de guerra que incluya a los hombres, no lo hago inocentemente. Para que esto suceda los hombres deberán pasar por el proceso de desmontaje de las instituciones patriarcales encarnadas en ellos, la forma-Estado, el psicosoma militar, la supremacía blanca, por supuesto: “…en lo que a mí respecta, la decadencia de la supremacía masculina blanca constituye un inmenso avance hacia la construcción de un mundo multigenerizado y multicultural…” (Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, p. 65). Y habremos de hacerlo las mujeres también, tal como nos enseñan el movimiento kurdo de liberación y el neozapatismo del EZLN. Este es un movimiento táctico/numérico de la máquina nómada; cuando el Estado avanza con sus fuerzas sobre el espacio liso y abierto, si nos encuentra separados, vence. Mientras más amplia sea nuestra capacidad de multiplicarnos, más difícil será para el Estado la apropiación de nuestros flujos.

Vuelvo a las mujeres zapatistas. En los años de mayor acoso armado del ejército regular (entre 1994 y 1998 más o menos), las mujeres decidieron enfrentar directamente a los soldados como parte de una estrategia de organización que descubrieron sobre el curso de los sucesos. Si los soldados atrapaban a los hombres, los prendían y los torturaban; en cambio, no estaban acostumbrados a combatir mujeres armadas de palos (del tamaño de sus cuerpos menudos) y piedras, formadas en cadenas a las faldas de los montes. Ellas, divididas en jóvenes y mayores, avanzaban unas al frente mientras la retaguardia evacuaba con los niños las comunidades. Los hombres permanecían ocultos en la espesura selvática, ¿escondidos detrás de las mujeres? No, cubriendo su posición táctica. Ninguna mujer zapatista quiere un hombre indígena más torturado por el ejército. No pretendo idealizar la resistencia zapatista que también implicó la participación de mujeres en enfrentamientos armados, pero expandieron sus capacidades de máquina de guerra nomádica y resistente a otras estrategias como se puede leer en Compañeras. Historias de mujeres zapatistas, de Hilary Klein.

III. Secreto, velocidad, metamorfosis… ¿una reivindicación de lo femenino?

Para que un movimiento de mujeres constituya realmente una máquina de guerra necesita de la velocidad, el secreto, la metamorfosis… además del territorio liso, amplio, abierto… En los grupos o movimientos como el kurdo o el zapatista las cosas son más ‘evidentes’ si se quiere, pero fuera de los movimientos rebeldes armados, ¿cómo hacemos máquina de guerra? En la reivindicación de las ancestras encontraremos una huella, un gesto, una pista; en las asambleas de mujeres en territorio zapatista, en los bailes y cantes de las grandes matronas del flamenco, en los saberes comunitarios de las mujeres yerberas que supieron practicar abortos desde tiempos inmemoriales, en todas ellas se manifiesta esta ciencia nómada de enfrentar a la apropiación del Estado, que no habremos de compartir con Él.

No podemos permitir que el Estado regule las relaciones entre mujeres y hombres, sus afectos, conduzca sus flujos, censure sus conocimientos; el Estado captura, apropia, regula y neutraliza la potencia de los flujos. Volvamos al Kurdistán, las mujeres del movimiento de liberación kurdo nos han compartido (vía Melike Yassar en mi caso) que antes de unirse a la autodefensa y de aceptar el entrenamiento sin más, hicieron trabajo de territorio en las casas de las mujeres kurdas para inflitrar la vida cotidiana y hacer una revolución del pensamiento entre los hombres. Así, inventaron sanciones no punitivas para hombres que golpean a sus esposas, involucraron a todos los hombres, militantes o no, en labores domésticas, crearon asambleas de mujeres para tener representatividad en la asamblea política popular, etcétera. Esta revolución del pensamiento sucede por dentro del movimiento y se expresa hacia afuera como un organismo potente y rupturista que permite a los hombres kurdos afirmar que sin las mujeres no hay movimiento político de liberación.

Frente a este escenario, debemos resistir la captura de la frustración: la fugacidad de los movimientos de la máquina de guerra nos enseñan que la velocidad y la intermitencia podrían ser nuestros aliados. Y también lo femenino

Lo femenino en cuanto signo de ‘peyoración’ funciona como un formador de significados, como un organizador de las diferencias (entre los sexos, pero también entre el hombre y el animal, el hombre y Dios, el hombre y la máquina). El uso peyorativo de lo femenino es, por lo tanto, estructuralmente necesario para el funcionamiento del sistema patriarcal de significado”

(Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, p. 61).

Paradojas. ¿Reivindicar lo femenino para reterritorializarlo? Pero ¿cómo podemos hacerlo mientras hablamos de la desaparición de la masculinidad y los binarismos imponiendo una subjetividad mujeril al mundo entero? Deliciosas complejidades. Quizá en aquello que conocemos como femenino las mujeres han logrado crear, como dijera Marianne Weber, un patrimonio cultural, y quizá podamos ponerlo al frente pero en esta operación desaparecerlo, es decir, desaparecer lo femenino o la feminidad como una estría del mundo y hacerlo un espacio amplio y abierto. «Radicalizar lo universal sin desestimarlo ni esencializarlo” como dice Braidotti; una operación interesante.

Sí, la pregunta obligada es ¿qué es lo femenino? ¿Puede ser lo femenino una máquina de guerra? Pensemos con Braidotti en una subjetividad femenina y no en lo femenino, esta que abreva de la experiencia histórica y corporal de las mujeres en el mundo, no una inmanencia del ser mujer sino un haber devenido-mujer en el contacto con aquello que nos fue entregado como espacio de existencia, lo que hicimos de ello. Esta subjetividad, a decir de Braidotti, sería en sí misma escindida, fragmentaria, múltiple. Contrario al plan de devenir-hombre de Estado, devenir-mujer por fuera del mismo, hacia una planicie abierta y sin estrías. “Mujer-arco-estepa”

(Deleuze y Guattari, Mil Mesetas, p. 76).

En Mil Mesetas se lee: “No hay devenir mayoritario, mayoría nunca es un devenir. El devenir siempre es minoritario. Las mujeres, cualquiera que sea su número, son una minoría, definible como estado o subconjunto; pero sólo crean si hacen posible un devenir, que no es propiedad suya, en el que ellas mismas deben entrar, un devenir-mujer que concierne al hombre en su totalidad, al conjunto de hombres y mujeres. Y lo mismo sucede con las lenguas menores: no son simplemente sublenguas…” (Deleuze y Guattari, Mil Mesetas, p. 108). Un devenir-mujer que concierne a hombres y mujeres… como una jugada táctica, como hicieron los hombres y mujeres zapatistas para enfrentar a las fuerzas armadas que los bombardeaban y acosaban, invertir los papeles tradicionalmente atribuidos: los hombres escondidos en los montes, armados; las mujeres en la línea de frente con palos y piedras o desarmadas, con toda su rabia enfrentando cuerpo a cuerpo a militares armados hasta los dientes.

Desautomatización, desterritorialización. Pero también en operaciones menos obvias, en la vida cotidiana. ¿Cómo? Desde luego aprendiendo de los casos que tenemos de ejemplo. Pero quizá no deba responder a esta pregunta, no debiera arrogarme el derecho a elegir una vía que debe tomarse en colectivo, a un proceso de devenir que “concierne a hombres y mujeres”, en este caso, en el de los movimientos de mujeres, sobre todo a estas. Solo alcanzo a vislumbrar elementos: movimiento, metamorfosis, flujos abiertos, espacios… capacidad de organizarnos y reorganizarnos cada vez que sea necesario, no frustrarnos ante lo efímero de los acontecimientos, aceptarlos como parte, incluso, de nuestro avance; evitar la tentación de la mayoría, la tentación de entregarles nuestras “escuelas especiales” (cf. Deleuze y Guattari, Mil Mesetas, p. 396), cuidarnos de no revelar todos nuestros secretos y posiciones.

Derruir las instituciones patriarcales (el psicosoma militar, la seguridad, la protección, el prestigio, la violencia, la Ciencia), allí donde eso que llamamos patriarcado encarna, avanza y apropia. No devenir-hombre de Estado; quien quiera formar parte de esta máquina de guerra deberá devenir-mujer, lengua menor, subjetividad nómada, erosionar ese cuerpo único y sólido que es el cuerpo colectivo del Estado masculino y patriarcal, hundir sus afectos y su deseo en la “peyoración” y dejar de servir al Estado como si este fuera el derecho per se, la existencia absoluta.

Llamar olas a las fases del feminismo me resulta más que elocuente en este contexto, olas de ese espacio liso por excelencia que es el mar, habría, quizá, de radicalizar esta noción para extirpar del feminismo (como uno de los movimientos de mujeres) su tentación de devenir-hombre de Estado y recordarle que sobre las olas le toca ser piratería, antes de la apropiación de la Corona. Moverse, mutar, fluir, escapar de la sedentarización.


[1] Prefiero este concepto para abarcar al feminismo, pero también a otros movimientos de mujeres que no se sienten representadas por el feminismo ―como grupos de mujeres musulmanas― aun cuando comparten preocupaciones.

[2] Dice Conrado Hernández López en «Formación y función de las fuerzas armadas» que en ocasiones los ejércitos antecedieron a sus Estados, lo que de cualquier manera establece una relación de codependencia. Los ejércitos sirvieron a la formación del Estado en la homogenización de territorios antes fragmentados.

[3] Sigo en esto a Melike Yassar, representante del movimiento de mujeres del Kurdistán para América Latina. Es probable que se piense que la lucha kurda ideologizada en el marxismo-leninismo de décadas pasadas continúe intacto en la región, pero sus dinámicas actuales nos muestran otra cosa. Al menos este movimiento confederado de Rojava no habla de Estado.