El sol se rinde y aún no son las seis es un pequeño libro misceláneo que conjunta relatos y poemas de la escritora mexicana Patricia Muldoon, nacida en 1939, en la Colonia Doctores de la Ciudad de México. Un libro extraño, distinto, con un sabor y un tono nostálgicos sobre el que dice la escritora Isa González en la contraportada: “con atmósferas en su mayoría rurales, en la que los olores acompañan la desesperanza y, en ocasiones la resignación de mujeres que habitan un país roto, en la que los personajes transitan sin posibilidad de huida”.
Un libro de narrativa y poesía en el que la soledad, el naufragio y la nostalgia resuenan fuertemente. O como nos dice González, que nos llega a través de olores, imágenes construidas a partir de la memoria y de una narrativa compleja, en la que el tono y las voces de los protagonistas (la mayoría de las veces las protagonistas) nos cuentan historias fragmentadas que el lector deberá ahondar para recorrer y reconocer el camino vital de estos personajes que nos hablan y traen ante nosotros un mundo que ya no existe, de un mundo que se fue, pero del que somos herederos.
Patricia Muldoon es una autora particular. Por decir lo menos. Una autora compleja y a la vez sencilla. Las historias contenidas en el libro El sol se rinde y aún no son las seis nos hablan de un ambiente rural, semiurbano, pero para nada bucólico. Al contrario, lo que encontramos en estos pequeños cuentos es violencia, desengaño, soledad. Una violencia soterrada y cruel que nos despoja de la idea de que todo pasado fue mejor. No es así. O eso parece decirnos Muldoon.
Una de las ideas que me provocó el libro de Muldoon es pensar en ese México que adora y añora un supuesto pasado rural bucólico, de campesinos sanos y felices, de charros cantores, de borracheras entre amigos, creado por el llamado Cine de Oro y transmitido durante años en las pantallas de la televisión, explotado y aprovechado por Televisa durante años. Esas imágenes y esas historias servían, en realidad, para ocultar la desigualdad y la profunda violencia social y económica que campeaba en el campo mexicano. Una violencia que, al final de cuentas, a los citadinos no nos llegaba. Es ambiente rural, despojado de bondad, descarnado y brutal, es el que nos describe Muldoon. Un ambiente en el que la pobreza, la precariedad y la violencia se adueñan de todo el escenario, para darnos cuenta de la profunda tristeza que asuela al alma humana.
El primer cuento de este pequeño volumen es justamente el que le da su título. “El sol se rinde y aún no dan las seis” nos habla de la profunda tristeza y soledad de Refugio, madre de varios hijos y esposa de Ángel, un hombre violento, alcohólico y celoso que regresa vencido por el alcohol, las deudas y el sufrimiento de toda una vida para desquitar su rabia y dolor con esa mujer que lo ama y lo espera despierta aun cuando sabe que su esposo se está gastando el poco dinero que tienen. Y sí, Refugio lo ama y lo espera, pero también lleva hasta el extremo sus deseos y lo engaña con otro hombre que acabará muerto a manos de Ángel.
Este es el círculo de violencia que desarrolla el cuento, que atrapa el lenguaje y el tono del habla del campo mexicano, para contarnos una historia en donde solo hay desolación y tristeza.
Conocemos de antemano el final de esta historia: alguno de los dos cónyuges morirá en manos del otro, o por culpa de la violencia que los envuelve, condenando a la familia a caer un escalón más bajo en el nivel de pobreza. O condenándolos al extravío, al viaje, a la huida. Es cierto, aunque lo importante en muchas ocasiones no es la historia, sino cómo se cuenta. Y Muldoon despliega aquí una pericia narrativa muy interesante. Intercambia voces, puntos de vista y personajes. Y aunque estamos oyendo a Refugio, también oímos a sus hijos, conocemos sus pesares y lo que piensan de sus padres. El cuento “El sol se rinde y aún no son las seis” es un cuento que fluye a pesar de estos cambios de perspectiva que el lector no percibe. Se trata de un cuento que nos permite abarcar el espacio y el tiempo en el que viven Refugio y su familia gracias a esta multiplicidad de voces, de puntos de vista. Sí, conocemos la historia, pero aquí nos empapamos en ella, nos compenetramos en ella.
El libro de Patricia Muldoon es el libro de una autora de la cual desconocemos prácticamente todo, pero que nos sorprende en el manejo del lenguaje y en la flexibilidad con la que sus cuentos pueden cambiar de voces narrativas.
El sol se rinde y aún no son las seis se encuentra dividido en tres partes. En la primera de ellas encontramos el cuento que le da título al libro, junto a tres relatos más, que podríamos definir como cuentos de estructura clásica tanto por la extensión como por su desarrollo. En la segunda parte del libro nos encontramos con una serie de poemas oscuros que tantean en el terreno del deseo, del cuerpo y de la muerte. Poemas profundos en donde los versos nos sorprenden con preguntas sin respuestas:
Qué voy a hacer con los relojes callados…
Qué voy a hacer con las jeringas cayendo
[por la escalera…
Qué voy a hacer con la muerte rondando…
Qué voy a hacer debajo de las estrellas….
Qué voy a hacer rasguñando a la luna….
La voz de Muldoon nos llena de desasosiego, de tristeza. Nos confronta con una imagen de nosotros mismos que no queremos conocer. El rostro del final. El rostro de la decadencia. Y Muldoon nos lo presenta sin falsos ambages y sin recubrimientos.
Finalmente, la tercera parte del libro está conformada por relatos breves, de corte fantástico, en los que una vez más la autora nos presenta historias de desasosiego.
No hay descanso en la voz de Muldoon. Hay mucha tristeza, melancolía, pero no hay compasión, no hay contemplaciones en su prosa. Hay una necesidad por mostrarnos un mundo en donde la bondad y las certezas han desaparecido. Y eso para mí es otra de las virtudes de este libro complejo y sorprendente.
Pensaba, mientras terminaba de leer el libro, que su voz, sus territorios narrativos y poéticos son herederos de alguna forma de nuestro padre literario, Juan Rulfo. Tal vez sea por el acercamiento descarnado y brutal a la pobreza rural, tal vez sea por el manejo del lenguaje del mundo rural. Un manejo, que me parece sorprendente, por la ductilidad y la flexibilidad que adquieren las palabras en manos de esta escritora mexicana que nos dice en su presentación que “ahora cuando la noche se convierte en día, escribo, y abro brecha en caminos obstruidos”.
De Patricia Muldoon, como dije, parece que desconocemos todo, y, sin embargo, ella con sus palabras nos está descubriendo un universo crudo, oscuro, por donde los lectores deberemos pasear nuestras miradas para entender más sobre el país que somos, y sobre los hombres y mujeres que somos.