Han pasado dos años desde que un Estado colonial no descansa un segundo en su empresa de destrucción de la vida y memoria de la población nativa. 731 días de vivir en un mundo invivible.

¿Qué pasó el 7 de octubre de 2023? Para este momento, después de todo lo que hemos atestiguado, no importa. No importa porque ha sido solo el pretexto para comenzar la escalada de violencia genocida que decidió tomar una fecha como emblema para justificar sus acciones y silenciar cualquier voz que señale sus acciones.

El genocidio no empezó el 7 de octubre ni el 15 de mayo, ni el 29 de noviembre ni el 5 de junio. Las acciones que buscan eliminar a Palestina y a su población comenzaron desde que se fundó la Organización Mundial Sionista en 1897 y decidió que su misión principal sería la fundación de un Estado judío en el lugar donde ya había una población, con el pretexto de que el mito fundacional religioso se asentaba en ese lugar. El sionismo es una organización política con tintes de laicidad, pero que usa la religión como justificación.

La complicidad del Norte global llegó en 1917 con la Declaración Balfour que daba el respaldo británico a la aspiración sionista de crear un Estado judío en la región palestina del Imperio otomano. Esta complicidad ha sido clave para que el Estado sionista cometa la serie de actos violentos contra la población nativa, a pesar de que la Declaración establecía con toda claridad que no se debía de perjudicar a la población civil y no judía que ya habitaba Palestina. Perjuicio que ha llegado a niveles inconmensurables por generaciones.

El 15 de mayo de 1948 comenzó la serie ininterrumpida de acciones genocidas que buscan la eliminación de la población nativa, su historia, su arraigo, sus tradiciones, sus ciudades, sus símbolos… este día se marca como el inicio de la Nakba (النكبة – al-Nakba), que se puede traducir como “catástrofe”, pero no hay diccionario que alcance para explicar ni describir la desgracia, la calamidad, el desastre que la fundación del Estado sionista ha significado para Palestina.

Desde la unilateral fundación del Estado colonial que ocupa el territorio palestino, escudado en la oficialidad, la población palestina ha visto cómo le roban sus casas, sus tierras, sus árboles, su cotidianidad; cómo buscan robar su comida, sus recetas, su identidad. La población palestina lleva casi ochenta años resistiendo el pretendido borrado de su existencia.

Esta resistencia ha sido en sus términos, por ello es por lo que Palestina no es la victima perfecta. No espera sentada, llorando y rogando; resiste con todos los medios, incluso los violentos, porque la rabia también se expresa. La principal acusación es que han atacado a población civil inocente, pero ¿se puede ser inocente si se es cómplice de todo lo hasta ahora mencionado? ¿se es inocente al ocupar unas tierras que no les pertenecen? ¿es inocente una persona que vive en una casa que sabe que pertenece a una familia palestina que aún conserva la llave?

En 1948, pero especialmente a partir del 5 de junio de 1967, la expulsión de la población palestina implicó el robo de sus pertenencias y sus casas. La gente desplazada dejó atrás la vida que hasta ese momento conocían, pero se llevaron sus símbolos, sus tradiciones, sus historias, su Historia. La llave se ha convertido en un símbolo de la promesa del retorno porque esas casas son suyas, esa tierra es suya, no importa cuántos discursos traten de disfrazarlo y cuánta propaganda se esfuerce por cambiar la verdad.

Una acción de esta propaganda que se ha extendido es el cambio de nombres. Los sionistas que migraron cambiaron sus nombres familiares por adaptaciones en hebreo para fingir una conexión entre su linaje y la tierra que ahora ocupaban. Por ejemplo, la familia de Gal Gadot eran Greenstein, o el infame Benjamin Mileikowsky, conocido como Benjamin Netanyahu; ambos son la segunda generación en usar la hebreización del apellido.

Por otro lado, a partir de la ocupación colonial también cambian los nombres de las ciudades del nombre tradicional que recibieron durante siglos, por nombres hebreos improvisados con el pretexto de crear conexión entre la migración judía recién llegada y los “nuevos” espacios. La consecuencia, planeada o no, conllevó a la pretendida eliminación del arraigo de la población originaria. Sin embargo, esta población nombró a sus hijas como las ciudades borradas para mantener la memoria, para recordar el origen, para luchar contra la colonia. La célebre Bisan Owda recibió este nombre en honor a la ciudad de la que su familia es originaria, pero a la que la ocupación sionista ha cambiado el nombre.

Palestina resiste porque defiende su derecho a existir, porque no asume que debe hacerse cargo de la incapacidad europea de tolerar a la otredad interna que la judeidad le resultaba, porque lleva casi ochenta años luchando contra un genocidio que no solo pretende expoliar la cocina tradicional palestina, sino que en la actualidad literalmente le roba la comida.

Israel ha robado, violentado, asesinado, aterrorizado mucho más de lo humanamente tolerable, mientras el mundo es testigo de las atrocidades, pero no condena porque es una “guerra” lejana, tenemos suficientes problemas locales, es muy complejo y cualquier clase de pretextos para evitar involucrarse por temor a las consecuencias porque el sionismo es muy poderoso. Pero si priorizamos la relativa estabilidad o los beneficios que nos otorga la alianza con el asesino, habremos perdido lo más básico de la humanidad: la empatía.