“Cuenta el abuelo que de niño él jugó…”
Quiero dejarlo claro desde el principio: en la discusión entre millennials y chavorrucos estoy del lado de los primeros (aunque, evidentemente, pertenezco a la generación de los segundos). Confieso que me reí bastante hace un mes, más o menos, cuando comencé a ver memes en donde los millennials se burlaban de que los chavorrucos, a su vez, pretendían denostarlos una vez más denominándolos la “generación de cristal” a raíz de alguna discusión sobre la censura en redes del ¿Dónde jugarán las niñas? de Molotov.
“Chingo yo, chingas tú…”
Supongo que para este momento la citada discusión es bien conocida por todos, pero me parece interesante abundar en las razones que se encuentran detrás de la censura y la defensa de este producto musical. Sin duda, la aparición de Molotov marcó a una generación que creció en los noventa y abarca a los que nacieron en sus inicios. Desde un principio hubo polémica y discusión sobre los contenidos de sus letras; a pesar de ello, la mayoría de la gente terminó aceptándolo como la expresión del lenguaje coloquial de nuestro país. “Puto” es “cobarde”, punto; no hay homofobia, se asumía, y ni siquiera cabía pensar en que se tratara de discursos de odio en aquellos tiempos; además, se insultaba abiertamente a Luis Miguel, cosa que entre roqueros era bienvenida. Ni qué decir sobre “Chinga tu madre”, una frase de las más utilizadas entre los mexicanos hasta para bromear con quienes dicen o hacen algo que nos parece muy gracioso o insólito. La frase misma tiene su connotación de felicidad y relajamiento; quien no lo crea, puede referirse a ella en este mismo momento y sonreirá, espero.
“Pónganse al tanto, porque el mundo gira rápido…”
Hasta ahí todo, en apariencia, muy bonito y folclórico, por decirlo de manera igualmente coloquial. Sin embargo, los tiempos cambian y con ellos la sociedad. Los aumentos en violencia de género y contra las personas LGBTTTI, los feminicidios, los discursos de odio, entre otros, son temas constantes en los medios y las redes sociales. En los últimos veinte años se han convertido en luchas de minorías sociales que buscan hacer más visibles las problemáticas que han enfrentado por generaciones en el mundo y en nuestro país. Si bien no falta el oportunismo mediático que convierte estos temas en exhibiciones para el escándalo y la venta de espacios comerciales en horarios estrella de noticieros, eso no resta autoridad ni autenticidad a las luchas sociales que estos grupos representan, y estaríamos profundizando la injusticia al desconocerlas o descalificarlas. Así como hace veintitantos años salió el disco de Molotov y “Perra arrabalera” era igualmente ofensivo y violento que hoy, con la diferencia de que en la actualidad se cuestiona y se discute la pertinencia de su mensaje en el espacio público, lo mismo que sucede con el ya mencionado “Puto” o “Cerdo”.
“Me vale lo que piensen, hablen de mí…”
Sin duda, atacar a Televisa convirtió a Molotov en el grupo incómodo y, a su vez, preferido por los detractores de ese emporio mediático, entre quienes se encontraban intelectuales, artistas y otros, pero ese tiempo ya pasó. El presente y los jóvenes que comienzan a participar en su configuración demandan que se preste atención a otros varios temas que, para molestia de muchos, en otro momento solo eran considerados como parte del repertorio humorístico nacional y como un modo de “formar el carácter” de los niños para que se hicieran más fuertes y resistentes. De esa misma concepción en la que cometer actos de violencia en pequeña escala o de baja intensidad está bien visto surge el epíteto de “la generación de cristal”, que se intenta justificar bajo la premisa de que esas formas son un bien, se les “curte” y prepara para “la vida real”. Por eso no pude dejar de reír cuando vi los memes en respuesta a los “señores de más de 40” que se escandalizan frente a esta juventud que comienza a asomar la cabeza para reclamar ser dueños de su tiempo con protestas, preguntas y discusiones que nosotros, los chavorrucos, consideramos ridículas. Su respuesta fue la mejor: ni a quién le importe su disco; eso ya nadie de nuestra generación lo escucha ni se identifica con ello. ¿Quiénes fueron los patéticos, finalmente?
“¡Fuck you, gringo baboso!”
Lo anterior me lleva a recordar que el nombre del debutde Molotov fue también una sátira contra otro disco famoso; mucho más, seguramente, que el suyo. ¿Dónde jugarán los niños?, de Maná, que salió al mercado cinco años antes. De alguna manera, Molotov construía su éxito sobre la fama de todo lo que decía estar criticando: las mentiras fabricadas por la televisión y la música que se asociaba con ella. A esto se le puede agregar un pretendido sentimiento de unidad e identidad nacionalista basado en esos mensajes de discriminación y violencia ya mencionados, más los dirigidos contra los vecinos del norte a la voz de “pinches putos gringos”.
“Un tambor sonó muy mexicano…”
Hablemos de Maná. A más de veinte años de sus respectivos estrenos, tras décadas de ser aborrecido y vilipendiado públicamente, el ¿Dónde jugarán los niños? se mantiene más vigente que nunca con sus mensajes ecologistas, sus canciones que hablan, no solo de amor y desilusión, también abordan explícitamente situaciones eróticas y sensuales, valiéndose de un lenguaje que podríamos llamar “limpio” al pasar inadvertido por la censura de su tiempo y que en eso es muy parecido a los temas que hoy nos encontramos en el reggaetón y el trap. En ese mismo tono, la música que permea dicho disco comparte el origen de las músicas actuales en el Caribe: reggae, son, calipso, etc. Tal vez eso sea lo que despierta el odio de los roqueros de antaño, quienes crecieron convencidos de haber hecho un cambio radical al emplear las “malas” palabras del uso cotidiano en sus canciones para demostrar su desacuerdo y enojo contra un monopolio mediático que había mantenido a muchas generaciones conformes con sus telenovelas y artistas prefabricados.
Es el “bompin bompin” de mi corazón
A lo antes dicho habría que sumarle otro complejo que desde siempre ha venido arrastrando el rock de nuestro país: hablar sobre la experiencia amorosa. Tal parece que es un tema prohibido a menos que se quiera correr el riesgo de quedar condenado a la lista de los “vendidos”, “comerciales” y “fresas”. Por décadas ha habido un fuerte rechazo al empleo de un lenguaje amoroso en el que cabe expresar cariño y ternura, por lo cual hablar de amor y desamor, tristeza, añoranza y otras emociones y sentimientos, con la intensidad propia de quienes están dando sus primeros pasos en la vida emotiva, parece no tener cabida y suele asociarse con cursilería y superfluidad. Así fue como Carla Morrison y, recientemente, Ed Maverick se ganaron el oprobio y la descalificación de muchos en redes sociales. Otros han corrido con la suerte de que los tiempos les han favorecido por la diversificación de los mercados musicales en los últimos quince años, el mejor ejemplo de eso es Zoé. Algunos dirán que esto es un triunfo del capital; yo agregaría, del capital cultural. Suponer que el lenguaje amoroso es solo por culpa de la televisión sería desconocer la influencia de María Grever o Agustín Lara, la actualidad de José Alfredo Jiménez, José José y Juan Gabriel. “¡Ah, pero eso no es rock!”, dirán algunos, refrendando ese carácter hostil y rígido tras el que suele esconderse el bully en su necesidad de reconocimiento.
“Si no lo entienden, no comprenden, pues ya ni modo…”
Hoy parece que las nuevas generaciones exigen una subversión que pasa también por el cuidado de las palabras como una forma de cuidar del mundo. La realidad a la que ellos se enfrentan por primera vez, a la que sus conciencias frescas y despiertas se aproximan ávidas, se los está exigiendo y toman la iniciativa. Es el signo de su tiempo.
Así, como dije desde el principio, en la disputa entre millennials y chavorrucos, Maná sigue ganando.