He aquí una hipotética historia protagonizada por un hipotético personaje al que llamaremos “N”. Para matar el tiempo y el aburrimiento, N gusta de conectarse a una hipotética app de citas donde desliza su dedo a placer en espera de un match. Una de esas tardes de hastío pandémico, N se encontró con el perfil de “X”, compuesto por varias fotos que le resultaron atractivas, sentido del humor e intereses afines. N deslizó su dedo en sentido positivo (pulgares arriba, en términos romanos) y descubrió que X ya había deslizado el suyo en favor de N. Lo siguiente fue una serie de mensajes de texto, intercambio de números celulares y hasta un par de llamadas telefónicas. Mes y medio después del match, N y X hicieron una cita para finalmente conocerse en persona; días antes X expresó un marcado nerviosismo por la cercanía de la fecha, sin que N le diera demasiada importancia a esto.
En el lugar, hora y día acordados N vio aproximarse a una persona notoriamente distinta a la que aparecía en las fotos del perfil, se acercaba con la familiaridad que les había dado casi dos meses de interacción virtual. No era solo la mascarilla (lo cual corroboraría más adelante), ni el ángulo de las fotos. En ese momento cualquier interés romántico de N por X se apagó; no obstante, la cita siguió adelante. No es que N la pasara mal: rio, compartió anécdotas y pudo interactuar sin pantallas de por medio con alguien fuera de su círculo cercano, lo que es mucho decir en estos tiempos. Al final del encuentro, N y X se despidieron con un abrazo, tras el cual N aceleró la marcha sin mirar atrás, convencido de que N+X=0. Hipótesis nula.
Horas más tarde, N y X compartieron mensajes con sus impresiones de la cita. N, hábil para las evasivas, hizo todo lo posible por evitar la pregunta; sin embargo, X la lanzó de todas maneras: “¿Soy yo como te imaginabas?”. N aprendió la diplomacia de su padre, pero tampoco podía mentir. “Más o menos”, tecleó después de varias decenas de minutos. X insistió hasta que N recurrió a otra ambigüedad para “salir” del apuro: “Siempre es distinto cuando conoces a alguien que solo has visto en fotos”. “No siempre”, replicó X. Fin de la conversación.
Bendita tecnología que nos permite re-crear el mundo y re-crearnos a nosotros mismos a través de algo que llamaré “foto cirugía”. Ni siquiera hay que aprender anatomía para remover, inflar, colorear, ensanchar y angostar. Al final, nuestra vida digital es más visible y está más expuesta que la “real” (whatever that means). Y sí, a nadie debería importarle si las nalgas de Kim Kardashian no son tan voluminosas en “modo presencial”, o si el influencer Z (para no salirnos del abecedario) tiene los dientes chuecos y lonjas en lugar de los cuadritos que presume en su insta. El asunto es con aquellos que usan la “foto cirugía” con miras a encontrar una pareja, fuck buddy o un simple acostón.
Es evidente que el uso de filtros y retoques ayuda a que una persona se acerque a los cánones de belleza que representarán más likes y matches para alguien; eso funciona si la meta es robustecer el ego, ganar dinero, o incluso para embaucar a la gente con fines no propiamente románticos (en cualquiera de estos casos, la discusión ética corre por otros rieles). Aquí el asunto es promover una imagen alterada de sí para conectar con otros a quienes eventualmente conocerás, quienes al verte por primera vez experimentarán un grado de menor o mayor decepción al no ver cumplidas las expectativas que tú creaste. ¿Fue N un superficial de mierda al dejarse dominar por su idea de X? Sí, pero fue X quien generó esa expectativa; por lo tanto, X también es superficial al fundamentar una buena parte de su estrategia de atracción en una representación de sí que no corresponde con su realidad.
Si lo analizamos con cuidado, un evento como el arriba narrado es peor que las famosas “citas a ciegas” del siglo XX. En aquellas, se tenía poca o nula conciencia de quién llegaría al encuentro; por ende, si el rendezvous-vous fuera exitoso, sería más fruto de la suerte que otra cosa. Por el contrario, aquí la generación de expectativas es uno de los aspectos primordiales para convencer: pelazo, caraza, cuerpazo. En la vida de las redes casi todo mundo trata de mostrar su mejor cara, o en su defecto, su máscara más seductora; es lógico, dada la cantidad de herramientas que hay a la mano para darse un upgrade. Pero, ¿olvidamos acaso que las relaciones suelen involucrar interacciones físicas? La tecnología no ha llegado al punto en el que los “arreglitos” en píxeles se reflejen en nuestro aspecto diario; hay otro tipo de cirugías, menos efectivas cabe añadir, para esos fines.
Es precisamente por esta intensa creación de expectativas que es difícil pasar por alto la decepción al no verlas reflejadas en el X, Y o J de su historia. Podría decirse, ¿todas las coincidencias se basaban en lo físico? Es un hecho que no, pero en la mayoría de los casos tal grado de re-creación manifiesta inseguridades y dismorfias que, añadidas a la decepción producida por las expectativas esfumándose, conducen al desvanecimiento en la misma medida del deseo.
¿Y si se invierte la ecuación? ¿Cómo se lee el problema en función de X? Eso que lo explique un matemático, yo soy un mero especulador barajando hipótesis.