I.

La fortuna cultural de quienes nacimos y/o crecimos en el México del último cuarto del siglo XX, es que, incluso desconociendo sus inicios televisivos, tuvimos la fortuna de escuchar su genio a través de las decenas de cortinillas, incidentales y melodías que compuso para varios -muchos, muchísimos- de los programas de concursos o de comedia que integraron la barra familiar del Canal 2 entre 1970 y 1995, y que conforman un momento sustancial de la cultura pop nacional. Con Arturo Castro Hernández pasa lo mismo que con Alberto Aguilera Valadez: lo sabemos, lo conocemos, lo amamos incluso, pero no siempre logramos o sabemos vincular su nombre con un rostro que nos patrocina otros recuerdos. Donde el olvido audiovisual colectivo extravía a Benito, la memoria sonora le hace justicia a Arturo.

En un medio donde todos quieren brillar, Benito Castro entendió y dominó el difícil arte del papel secundario como pocos; saber titilar de forma individual para resplandecer en colectivo es, en serio, un don único y por demás especial.

Hijo de uno de los comediantes más entrañables de la época de oro del cine mexicano (Arturo “el bigotón” Castro) este actor comprendió desde muy temprana edad la importancia del equilibrio escénico. Aprendió de la mano de su padre y de los más geniales histriones/ingenieros de la comedia nacional, que la risa es un juego muy serio que sólo puede suceder y sostenerse a través de la discreta -y, por tanto, poderosa- habilidad del reparto para soportar y devolver las bolas lanzadas por el equipo estelar.

II.

Benito pertenece a una de las pocas dinastías artísticas que lograron transitar de la carpa al cine y del cine a la televisión sin sacrificar y sin prostituir la calidad de su herencia oficiosa en favor de su encumbramiento gremial. También por eso, este artista es increíble, porque jamás pretendió ser más de lo que aprendió a ser en casa (un artista integral) y porque siempre lo fue de forma absoluta y total. Más que patiño, actor, y más que actor, creador y creativo capaz de reconocer y encarnar la médula arquetípica de cada uno de sus personajes, o de traducir al sonido emociones o conceptos muy puntuales.

La desgracia de este Castro es que la memoria colectiva no siempre es justa, y buena parte de quienes hoy lo ubican en algún lugar noventero del Canal de las Estrellas, entre Paco Stanley y María Elena Saldaña “la Güereja”, desconocen el trabajo pre-TLC de este Máster absoluto de la comedia en aparente segundo plano, y músico excepcional.

III.

Con más de cien temas registrados ante la Sociedad de Autores y Compositores de México, Castro Hernández es probablemente uno de los musicalizadores y arreglistas más prolíficos de la cultura pop mexicana; son de su autoría la mayoría -cuando no la totalidad- de las cortinillas musicales de programas como “Anabel”, “Luis de Alba presenta”, “Alegría del mediodía”, “La carabina de Ambrosio”, “Llévatelo”, “El show del Loco Valdés” y -desde luego- “Ándale”, “Una tras otra”, “Pácatelas” y “La güereja y algo más”.

Amén de su intensa carrera como compositor audiovisual, Benito Castro fue músico y cantante serio y en serio. Fue primera voz de la agrupación “Los Hermanos Castro” por un breve lapso en 1964, volviendo a colaborar a sus primos en 1968 como guitarrista y segunda y tercera voz, hasta mediados de los 1970s, y de forma intermitente con su primo Arturo Castro y su ensamble en las dos décadas siguientes; las colaboraciones con sus primos le permitieron vincularse con personajes de la talla de Frank Sinatra y Dorival Tostes Caimy, entre tantos más. Compuso varias canciones con el músico, compositor y productor chileno Kiko Campos, con quien formó un exitoso dueto en 1975; representó a México en el Festival OTI 1979, quedando entre los diez primeros finalistas con “Recuerdo pequeña” (canción de su autoría), y formó parte del selecto grupo de músicos y compositores a quienes se les permitía el acceso a “La Casa de Iván”, el bar clandestino más exclusivo de la bohemia nacional.

III.I

Su primer y más icónico personaje, “Kin Kin”, mereció ese nombre en homenaje a Natalia “Kiki” Herrera Calles, íntima amiga de Benito, y nació formalmente a inicios de los 1970, cuando Raúl Velasco invitó a Benito Castro a presentarse en “Siempre en domingo” con un segmento cómico titulado “Ocho minutos de vacilón con Benito Castro”. El éxito fue tal, que al poco tiempo decidió integrarse a “La carabina de Ambrosio” en el momento cumbre del programa, decisión de la que Castro Hernández siempre se arrepintió. Al terminar su paso por aquel programa, Castro se concentró en el teatro cabaret, espacio que le permitía maridar su carrera como músico y su oficio de histrión cómico, mientras colaboraba ocasionalmente con “Los Hermanos Castro”. Fue precisamente durante una de las presentaciones con sus primos en el Fiesta Palace, que un gesto de cortesía para con Paco Stanley (entonces conductor de “El Club del Hogar”), le valió a Benito el corazón de Stanley Albaitero, surgiendo así una de las amistades más intensas y prolíficas de la televisión mexicana, hasta ahora.

Su paso por el cine fue más breve que por el teatro, apenas algunas películas de entre las cuales sobresale su colaboración en “La criada maravilla” (1979), y siempre me ha parecido que lo acotado de su trabajo cinematográfico se debe a que el “Turis” (diminutivo con el que se le conocía a Benito Castro dentro del gremio), siempre se encontró mucho más en su elemento montado en un escenario o gestionando una puesta en escena, que tras la lente de una cámara. Era un goce verlo trabajar; el duelo de albures con Manuel “el Loco” Valdez en “El Tenorio Cómico” era de una luminosidad abismal; sí por el ritmo que ambos histriones generaban y sostenían, pero también y esencialmente, por el ejercicio de memoria gremial y ocupación política que ahí, como en cada pieza en la que colaboró desde 1990, Benito Castro encabezaba. Sin importar la obra o el personaje, Castro siempre hallaba el modo de integrar su máxima proeza histriónica a saber: el lograr la mejor imitación de don Jesús Martínez “Palillo”, dicho por el propio “Palillo”, con una de las rutinas más exigentes y arriesgadas de quien fuera uno de los Maestros medulares de la comedia política mexicana. Desde entonces y hasta el final, Benito siempre buscó y logró contextualizar los elementos principales del monólogo de «Palillo», para generar en el espectador un momento muy real de cuestionamiento respecto al manejo político de la realidad nacional. Espectador que, por cierto, cada vez aplaudía menos -porque reconocía también cada vez menos- al genio de “Palillo” en el trabajo de Benito. La memoria es corta, y el olvido, cruel. Que no muera nunca el poder político de la carcajada, y que se recuerden siempre los nombres de quienes lo han encarnado.

Gracias por todo, Maestro. Que su humildad escénica y pulcritud oficiosa reciban pronto la justicia histórica que merecen. Se fue un guerrero más de la Comedia mexicana; uno de esos garbancitos* de a libra que le dieron más sabor al caldo que los pollos y las gallinas protagónicas enteras. Súper chale. Descanse en paz.

<3 Kin Kin · por siempre · Kin Kin <3

Mayarí Hernández Tamayo,

Culturóloga.