Y cuando desperté, el conejo ya estaba ahí…
Bad Bunny es un ejemplo perfecto de la celebridad en nuestros tiempos: un día muy pocos sabían de él; al siguiente, era omnipresente en las redes, los programas de televisión, la radio, los antros. Estos fenómenos suelen ser pasajeros, pero el Conejo ha sabido mantener su presencia trascendiendo incluso la popularidad entre hablantes de español. Lo amen o lo odien, el puertorriqueño Benito Martínez sigue coleccionando millones de escuchas, miles de asistentes a sus conciertos. Por su parte, el conejo ha sacado ventaja de esta atención para hacer posicionamientos políticos y para llevar la música latina a escenarios donde su presencia ha sido escasa hasta ahora.
El anuncio se dio hace unos meses: Bad Bumny sería el evento principal del show del medio tiempo en el Supertazón 2026. La reacción a este sigue mostrando una polarización similar a la que genera Benito entre las audiencias. Los fanáticos manifiestan con orgullo que el nombre de su ídolo aparezca al nivel de Madonna, Bruce Springsteen y otras superestrellas que han estado encargadas de animar el espectáculo más visto y comentado del mundo. Los detractores, por otro lado, critican la decisión, dado que no les parece que el Conejo llene los zapatos de los antes mencionados. Hay otros cuya crítica no se centra en cuestiones artísticas, sino políticas: Benito no es apto para el show porque no es “americano”, y su presencia es una afrenta contra un evento emblema de los Estados Unidos.

Esta es la parte de los comentarios negativos que no me gusta. Técnicamente hablando, Bad Bunny es más “americano” que los Rolling Stones, The Who o U2 —todos encargados del show de medio tiempo en años anteriores—. Además, Los irlandeses hicieron presencia en 2002 con un homenaje a los caídos en los atentados del 9/11. Enfatizo aquí que los responsables de levantar la moral del país fueron cuatro músicos extranjeros. Quizás las hubo, pero ahora no recuerdo quejas a este respecto. Ahora, digo que Benito es más americano que los otros porque la condición geopolítica de Puerto Rico es la de ser un “territorio libre asociado” de los EE.UU, Por lo tanto, los argumentos de que el conejo no es lo “suficientemente americano” para engalanar el evento sólo exhiben los pocos o nulos conocimientos sobre geografía de varios ciudadanos producto del sistema educativo estadounidense.
En ningún lugar está escrito que los participantes en el show del medio tiempo deban cumplir con un perfil nacional o étnico determinado. De hecho, ya son varias ediciones consecutivas (desde 2020) que la diversidad racial prima sobre el gringo blanco en cuanto a la elección de quienes han animado el espectáculo. Me atrevo a decir que Eminem (entre varios raperos afroamericanos) en 2023 es el único “blanco” que ha pisado ese escenario desde que lo hiciera Maroon 5 en 2019. Si hablamos de “latinos”, el Conejo tampoco será el primero, pues lo anteceden Shakira, Jennifer López, Bruno Mars (o Peter Hernández para los cuates) y Taboo de los Black Eyed Peas, por mencionar algunos.

Considerando todo lo anterior, queda claro que el rechazo a la presencia del Conejo en el Super Bowl 2026 es un síntoma de los tiempos que corren, tiempos en los que el conservadurismo, el racismo y la revaloración de lo que ser “americano” solía significar se expresan sin temor a que la “corrección política” los reconvenga. El drama ha llegado al punto que existe la amenaza de boicotear el partido por parte de jugadores y entrenadores (en caso de llegar a la final), la organización de un evento paralelo que sí represente los valores “americanos” (o sea, lleno de cantantes country que hablan de coger con sus primas); incluso el propio comandante supremo amagó con lanzar una redada de ICE el día del juego para deportar una buena cantidad de inmigrantes ilegales —según él— potenciales asistentes al espectáculo.
¿Esperaban los organizadores tan negativa repercusión? Es difícil saberlo. Desde hace varios años, una de las emisiones televisivas más vistas en el planeta ha ido de lo bueno y sorprendente a lo olvidable (¿alguien dijo Coldplay?). Quizá la NFL, el rapero Jay Z y demás cabezas a cargo de elegir a quién va a protagonizar el show de medio tiempo también tienen en mente otro objetivo: sacar a la liga de los confines de los EE.UU. para volverla un fenómeno global. Eso han estado haciendo estas temporadas recientes llevando a cabo partidos oficiales (no de exhibición) en São Paulo, Berlín, Londres y varias sedes más; este movimiento no sólo busca llevar la NFL a sus fanáticos en otros lares, sino también expandir el negocio al estilo más capitalista posible. Por eso, después de dos exponentes no tan llamativos globalmente (Usher y Kendrick Lamar), Bad Bunny sí puede generar el interés deseado por parte de un público joven que va a sintonizar el espectáculo por el Conejo, y probablemente se quede a ver el partido, y tal vez después le guste tanto el juego que se sume al público fiel a la National Football League. Si esta estrategia funcionó con las swifties, vale la pena intentar con Benito.

Me permito una confesión antes de terminar: el conejo no me cae. Me he acercado a sus lanzamientos por curiosidad y por la recomendación de varias personas cuyo gusto respeto, pero sigo sin entender por qué tantas escuchas y vistas en las plataformas, tanta presencia mediática, tanto cine, tanta tele. Soy del club que preferiría ver a otro artista en un evento tan importante, pero ciertamente no por las razones arriba expuestas. Tal vez no soy el público objetivo, o tal vez ya no estoy “en onda”. Independientemente de eso, Bad Bunny tampoco me parece la peor elección para engalanar el medio tiempo del Supertazón (¿alguien dijo Justin Timberlake?). El show por sí mismo me produce suficiente morbo como para estar ahí con todos los demás expectante de qué dirección tomará todo aquello: posicionamiento político, acrobacias en escena, mensajes a la comunidad latina, o tal vez un Conejo maniatado por la gran máquina del entretenimiento cumpliendo con hacer que la gente agite la cabeza y mueva el trasero. Es un momento tan definitorio para todos los involucrados (Benito, la liga, Jay Z, jugadores y espectadores) que pinta para ser tan apasionante como el touchdown definitorio del partido mismo.
